sábado, 28 de julio de 2018

CONSCIENCIA E INCONSCIENCIA


La naturaleza es en sí misma inocente. Pero en el instante en el que el hombre se hace consciente de ella, surgen infinidad de problemas y aquello que es natural e inocente es interpretado. Y cuando es interpretado deja de ser natural e inocente. La naturaleza en sí misma es inocente. Pero cuando la humanidad se da cuenta de ella, comienza a interpretarla y la interpretación misma comienza a producir numerosos conceptos de culpa, de pecado, de moralidad, de inmoralidad.

La historia de Adán y Eva dice que cuando comieron del fruto del Árbol del Conocimiento, por primera vez fueron conscientes de su desnudez y se sintieron avergonzados. Estaban ya desnudos, pero no se habían dado cuenta. La consciencia, la consciencia misma, crea una distancia. En el momento en que eres consciente de algo, empiezas a juzgar. Entonces eres algo diferente de aquello. Por ejemplo, Adán estaba desnudo. Todo el mundo nace desnudo como Adán, pero los niños no se dan cuenta de su desnudez. No la juzgan, ni si es buena ni si es mala. No son conscientes y por tanto no son capaces de juzgar.

Cuando Adán se dio cuenta de que estaba desnudo, surgió un estado de opinión sobre si era o no correcto.

Todos los animales estaban desnudos a su alrededor, pero ningún animal era consciente de su desnudez. Adán tomó consciencia y con esa consciencia Adán se convirtió en algo único. Ahora, el ir desnudo era comportarse como un animal, y a Adán, desde luego, no le gustaba ser como un animal. A nadie le gusta, aunque todo el mundo lo es.

Cuando por primera vez Darwin dijo que el hombre es el resultado de la evolución, una evolución de ciertas especies animales, se encontró con una vehemente oposición porque el hombre siempre había creído que él provenía de Dios, en un escalón algo inferior al de los ángeles. E imaginarse al mono como padre del hombre era ciertamente difícil, casi imposible.

Dios había sido desde siempre el padre y de repente, Darwin lo cambió. Dios fue destronado y los monos fueron entronizados; el mono se convirtió en el padre. Incluso Darwin se sintió culpable por ello pues era un hombre religioso. El que los hechos demostrasen que el hombre procedía de la evolución animal, que era parte del mundo animal, que no difería de los animales, resultaba una desgracia.

Adán se sintió avergonzado. Esa vergüenza se originaba en el hecho de que ahora podía compararse con los animales, en cierto modo él era distinto ahora porque era consciente. El hombre se cubrió para diferenciarse de los animales y desde entonces siempre nos sentimos avergonzados de todo lo que tenga reminiscencias animales. Cuando alguien se comporta como un animal decimos, “¿Qué estás haciendo? ¿Eres un animal?”. Condenamos todo lo que podamos comprobar que se asemeja a la conducta animal. Condenamos al sexo porque tiene reminiscencias del animal. Condenamos lo que sea si guarda relación con los animales.

Con la conciencia llegó la condena, la condena de lo animal. Y esta condenación ha originado toda la represión, porque el hombre es un animal. Puede trascender ese estado, pero esto es otro tema. Pero pertenece al mundo animal. Puede trascenderlo, pero procede de los animales, es un animal.

Puede que un día deje de serlo, que lo trascienda, pero no puede negar la herencia animal. Está ahí, y una vez que esta idea se introdujo en la mente del hombre, la idea de que somos distintos de los animales, el hombre comenzó a reprimir en él todo aquello que fuese parte de la herencia animal. Esta represión ha creado una bifurcación, de modo que todo hombre es doble, se divide en dos. Como lo básico, lo real, queda lo animal y lo intelectual, la mente, sigue pensando en lo Divino en términos de cosas falaces que son abstractas. Por eso únicamente identificas como tuya una parte de tu mente, siendo negada la totalidad.

Incluso dividimos el cuerpo. La parte inferior del cuerpo es condenada. No es solamente inferior en términos fisiológicos; es inferior en términos de valores. La parte superior del cuerpo no es solamente superior, es más elevada. Te sientes culpable de tu parte inferior del cuerpo. Y si alguien dice, “¿Dónde te sitúas?”, señalas a tu cabeza. Este es el sitio, el cerebro, la cabeza, el intelecto. Nos identificamos con el intelecto, no con el cuerpo. Y si nos presionan aún más, nos identificamos con la parte superior del cuerpo, nunca con la inferior. Lo bajo siempre es condenable.

¿Por qué? El cuerpo es uno. No puedes dividirlo. No existe la división. La cabeza y los pies son uno y tu cerebro y tus órganos sexuales son uno. Funcionan como una unidad. Pero al negar el sexo, al condenar el sexo, condenamos toda la parte inferior del cuerpo.

El pecado descendió sobre Adán porque por primera vez pudo sentirse distinto de los demás animales, y el sexo es la cosa más “animal”. Empleo la palabra “animal” en un modo puramente objetivo, sin ningún tinte condenatorio. Lo más animal ha de ser el sexo porque el sexo es la vida, el origen y la fuente de la vida. Adán y Eva se hicieron conscientes del sexo. Trataron de ocultarlo, no sólo exteriormente, trataron de ocultar el hecho mismo en su consciencia interior. Eso creó la división entre la mente consciente y la inconsciente.

La mente es única como el cuerpo es uno. Pero si condenas algo, ese algo pasa a formar parte del inconsciente. Lo condenas en tal grado que tú mismo te asustas de reconocerlo, de que existe en algún lugar en tu interior. Creas una barrera, creas una pared. Y lanzas detrás de la pared todo lo que es condenado por ti y así luego puedes olvidarlo. Queda ahí, sigue operando desde allí, permanece como tu amo, pero tú puedes seguir engañándote a ti mismo diciendo que ya no existe.

Esa parte condenada de nuestro ser se convierte en el inconsciente. Por eso nunca creemos que nuestro inconsciente es nuestro. Sueñas por la noche; sueñas un sueño de elevado contenido sexual o un sueño violento en el que asesinas a alguien, en el que matas a tu esposa. Por la mañana no te sientes culpable; dices que fue sólo un sueño. No es simplemente un sueño. No hay nada que sea simplemente algo. Fue tu sueño, pertenece a tu inconsciente. Por la mañana te identificas con el consciente y por eso dices, “Fue sólo un sueño. No es algo que sea mío. Sencillamente sucedió. Es irrelevante, accidental”. Nunca te sientes ligado a él. Pero fue tu sueño y tú lo creaste. Pero fue tu mente y fuiste tú que actuaste. Aún en el sueño, eras tú el que mataba, el que asesinaba, el que violaba.

Por causa de este fenómeno de condena de la consciencia, Adán y Eva se asustaron, se avergonzaron de su desnudez. Trataron de esconder sus cuerpos; no sólo sus cuerpos, sino que, más tarde, hicieron lo mismo con sus mentes. Todos hacemos lo mismo. Lo que es “bueno”, lo que es considerado “bueno” por nuestra sociedad, lo colocas en tu consciente, lo que es “malo”, lo que es condenado por tu sociedad como “malo”, lo arrojas al inconsciente. Este se convierte en el basurero. Tiras y tiras cosas en él y ahí se quedan. En lo más hondo de tu ser siguen operando afectan a cada movimiento tuyo. Tu mente consciente es sencillamente impotente ante tu inconsciente, porque tu mente consciente es solamente un subproducto de la sociedad y tu inconsciente es natural, biológico, tiene fuerza, energía. De modo que sigues pensando en las cosas “buenas” y sigues haciendo las malas.

Con el sentimiento de vergüenza Adán fue dividido en dos. Se avergonzó de sí mismo. Y esa parte de él de la que se sintió avergonzado fue separada de cuajo de su mente consciente. Desde entonces el hombre ha vivido una vida fragmentada, bifurcada. Y, ¿por qué se avergonzó? No había nadie, ni un predicador, ni una iglesia religiosa, para decirle que se avergonzara.

En el momento en que te haces consciente, surge el ego. Te vuelves un observador. Sin consciencia eres simplemente una parte, una parte de una vida mayor. No eres algo diferente ni separado. Si una ola del océano se volviera consciente, en ese mismo instante la ola crearía un ego distinto del propio océano. Si la ola se pudiera volver consciente y pensar, “Yo soy”, dejaría de poder pensar en ella misma como una unidad con el océano, como una unidad con las demás olas. Se convertiría en algo diferente, separado. El ego es así creado. El conocimiento crea el ego.

sábado, 21 de julio de 2018

SER CONSCIENTE


Se dice que fuera donde fuera Mahavira, todo el mundo percibía su presencia como un sutil perfume. Se ha dicho esto de mucha otra gente. ¡Es posible! Cuanto más centrado estás interiormente, más se vuelve tu presencia un perfume. Y los que tienen la receptividad adecuada pueden percibirlo. Entra pues en tu templo, no con incienso externo, sino con un incienso interno. Y este incienso interno puede alcanzarse únicamente siendo consciente. No hay otra forma.

Actúa con plena consciencia. Es un viaje muy largo, muy arduo y es difícil ser consciente tan siquiera por un solo instante. La mente está constantemente oscilando. Pero no es imposible. Es arduo, es difícil, pero no es imposible. ¡Es posible! Es posible para todos. Sólo se requiere de esfuerzo; de un esfuerzo total. No se ha de reservar nada, todo ha de ser entregado, nada debe ser dejado sin participar. Todo debe ser sacrificado por ser consciente. Solamente entonces se descubre la llama interna. Está ahí. si alguien trata de descubrir la unidad esencial que subyace en todas las religiones que han existido o que podrán existir, encontrará estás sencillas palabras “ser consciente”.

Jesús cuenta esta historia: El amo de una hacienda ha salido y les ha dicho a sus sirvientes que se mantengan constantemente alerta porque en cualquier momento puede regresar. Han de estar alerta las veinticuatro horas del día. En cualquier instante el amo puede volver, ¡en cualquier instante! No hay una hora fija, una fecha fija, un día determinado. Si hubiera una fecha determinada podrías dormirte, podrías hacer lo que quisieras y estar alerta únicamente en esa fecha en particular porque entonces sería cuando llegase el amo. Pero el amo ha dicho, “Vendré en cualquier momento. Tenéis que estar alerta día y noche para recibirme”.

Esta es la parábola de la vida. No puedes posponerlo. En cualquier momento se puede presentar lo Divino, en cualquier instante el Amo puede regresar. Uno ha de estar continuamente alerta. No hay fecha fija, no se sabe nada de cuando puede ser la repentina llegada. Solamente se puede hacer una cosa: ¡estar alerta y esperar!

Rabindranath ha escrito un poema, “El Rey de la Noche”. Es una parábola muy profunda. Había un gran templo con cien sacerdotes y un día el jefe de los sacerdotes soñó que el Divino Invitado iba a venir aquella noche. El Divino Invitado por el que habían estado esperando y esperando. Durante siglos la congregación había estado esperando que el Rey llegara, que el Divino Rey llegara. ¡La Divinidad del templo tenía que venir! Pero el sacerdote principal se sentía dubitativo. “Puede que solamente haya sido un sueño. Y si ha sido simplemente un sueño todos se reirán. Pero, ¿quién sabe? Puede que sea verdad. Puede que sea una premonición auténtica”.

El sacerdote principal estuvo pensando esa mañana sobre si debía o no debía decírselo a los demás. Se sintió asustado. ¡Puede que fuera cierto! Por eso, por la tarde lo contó. Reunió a todos los sacerdotes, cerró todas las puertas del templo y les dijo, “¡No salgáis y no se lo digáis a nadie! Puede que haya sido simplemente un sueño; nadie puede asegurarlo. Pero he soñado y el sueño era muy real. En el sueño, la deidad, el Rey de este templo decía, “Voy a venir esta noche” ¡Estad listos!”. Debemos pues estar alerta. Esta noche no podemos irnos a dormir”.

Decoraron todo el templo, limpiaron todo el templo e hicieron todos los preparativos para recibir al Invitado. Y luego se dispusieron a esperar. Entonces, lentamente, las dudas fueron apareciendo. Alguien dijo, “¡Qué tontería! Fue sólo un sueño y estamos desperdiciando nuestras horas de descanso”. Pasó media noche y nuevas dudas surgieron. Entonces alguien se rebeló y dijo, “Me voy a dormir. Esto no tiene sentido. Hemos perdido todo el día y aún estamos esperando. ¡No va a venir nadie!”. Hubo muchos que estuvieron de acuerdo, muchos se rieron, “Es simplemente un sueño por lo tanto no debemos prestarle tanta atención”.

Incluso el sacerdote principal claudicó y les dijo, “Puede que haya sido sólo un sueño. ¿Cómo voy a saber si fue real? Podemos estar siguiendo los dictados de un sueño, de una forma estúpida, necia”. Por lo tanto dijeron, “Solamente una persona debería estar vigilando en la puerta para que todos los demás pudiéramos irnos a dormir. Si alguien viene, él nos informará”.

Noventa y nueve sacerdotes se fueron a dormir y el que quedó dijo, “Si noventa y nueve sacerdotes dicen que fue sencillamente un sueño, ¿para qué debo desperdiciar mi descanso? Y si el Divino Invitado llega, que venga. Vendrá en un gran carruaje y por lo tanto habrá mucho alboroto y todo el mundo se despertará”. Cerró las puertas y también se quedó dormido. Entonces llegó el carruaje y las ruedas del carro crearon un gran tumulto. Uno que estaba dormido dijo, “Parece que el Rey está llegando. Parece que las ruedas del carro están haciendo mucho ruido”. Otro que estaba a punto de dormirse le dijo, “No pierdas el tiempo. No viene nadie. No es el carruaje. Son solamente nubes en el cielo”. Y el Invitado llegó y llamó a la puerta. Alguien dijo otra vez, “Parece que ha llegado alguien y que está llamando a la puerta”. Así que el mismo sacerdote principal le contestó, “Duérmete ya. No sigas molestando una y otra vez. Nadie llama a la puerta. Es solamente el viento”.

Por la mañana descubrieron que el carruaje había venido esa noche y se pusieron a llorar y a gritar. Había marcas en la calle y el Divino Invitado había llegado hasta la puerta y llamado. Había marcas de pisadas en el polvo de los escalones.

Hay muchas parábolas. Buda y Mahavira han contado muchas historias con una sola idea fundamental: que la Iluminación es posible en cualquier instante, en cualquier momento. Puede suceder en cualquier instante. Uno ha de estar alerta, consciente y atento. Esta parábola del “Rey de la Noche” no es solamente una parábola. Es real. Todos interpretamos así las cosas; todas nuestras interpretaciones son simplemente justificaciones de nuestro sueño y a favor de nuestro sueño.

Decimos, “No es nada más que el viento; no es nada más que la tormenta. Entonces podemos dormir tranquilos. Negamos continuamente la religión, negamos todo aquello que rompe nuestro sueño. Razonamos el que no existe Dios, el que no hay religión, el que no hay nada, nada excepto el viento, nada excepto nubes. Entonces podemos dormir tranquilos, cómodos.

Si existiera una Divinidad, si existiera una posibilidad de algo más elevado que nosotros, entonces no podríamos dormir cómodamente. Entonces tendríamos que estar alerta y despiertos y esforzándonos, luchando. Entonces la transformación se convertiría en nuestra preocupación más inmediata.

El mantenerse consciente es la técnica para centrarse uno mismo, para alcanzar el fuego interno. Está ahí, escondido, puede ser descubierto. Y una vez descubierto, solamente entonces somos capaces de entrar en el templo. Nunca antes, nunca antes.

Pero podemos engañarnos a nosotros mismos con símbolos. Los símbolos existen para mostrarnos realidades más auténticas, pero podemos usarlos para auto engañarnos. Podemos quemar externamente un incienso, podemos reverenciar objetos externos y así podemos sentirnos tranquilos porque hemos hecho algo. Podemos sentirnos religiosos sin ser religiosos en absoluto. Esto es lo que está sucediendo; esto es en lo que se ha convertido la Tierra. Todo el mundo cree que es religioso porque actúa de acuerdo con ciertos símbolos externos, sin fuego interior.

Esfuérzate aunque fracases. Estarás en el comienzo. Caerás una y otra vez, pero cada caída te ayudará. Cuando seas capaz de ser consciente aún por un solo instante percibirás por primera vez cuan inconsciente eres.

Caminas por la calle y no puedes andar unos pocos metros sin volverte inconsciente. Una y otra vez te olvidas de ti mismo. Empiezas a ver un anuncio y te olvidas de ti mismo. Alguien pasa por tu lado, le miras y te olvidas de ti mismo.

Tus fracasos te serán de ayuda. Te enseñarán lo inconsciente que eres, e incluso si eres capaz de ser consciente de que eres inconsciente has ganado cierta consciencia.

Si un loco se vuelve consciente de que está loco, está en el camino de la cordura.


sábado, 14 de julio de 2018

ENFOCANDO LA CONSCIENCIA


Herrigel aprendía con un Maestro zen. Estuvo aprendiendo el arte del tiro con arco durante tres años seguidos. Y el Maestro siempre le decía: “Está bien. Todo lo que haces está bien, pero no es suficiente”. Herrigel mismo llegó a ser un maestro del tiro con arco. Su puntería alcanzó el cien por cien de efectividad y aún así el Maestro le decía, “Lo estás haciendo bien, pero no es suficiente”.

“¡Con el cien por cien de efectividad!” decía Herrigel: “¿Qué es lo que esperas? ¿Cómo he de progresar? Si tengo un cien por cien de efectividad?, ¿cómo puedes pedir algo más?”.

Se dice que el Maestro zen le dijo, “Me trae sin cuidado tu destreza o tu puntería. Me preocupas tú. Te has convertido en alguien técnicamente perfecto. Pero cuando la flecha parte de tu arco, no eres consciente de ti; por eso es algo fútil. No me preocupa el que la flecha acierte en la diana. Me preocupas tú! Cuando apuntas con el arco, en tu interior has de apuntar con tu consciencia. Aunque yerres el blanco, no importa, pero es el blanco interno el que no debe ser errado, y ahí estás fallando. Te has vuelto técnicamente perfecto, pero eres un imitador.

Pero para una mente occidental, en realidad, para una mente moderna –y la mente occidental es la mente moderna- es muy difícil el concebir esto. Parece no tener sentido. El arte del tiro con arco se ocupa de alcanzar una determinada eficiencia en dar en el blanco.

Poco a poco Herrigel se fue sintiendo desencantado y un día dijo, “Voy a dejarlo. Me parece algo imposible. ¡Es imposible! Cuando estás apuntando a algo, tu consciencia se enfoca en el blanco, en el objetivo, y si has de convertirte en un gran arquero te has de olvidar de ti mismo, te has de centrar solamente en la diana, en el blanco, y olvidarte de todo lo demás. Sólo debe existir el blanco. Pero el Maestro zen trataba continuamente de forzarlo a que creara en su interior otro objetivo. Esta flecha ha de estar dirigida en dos sentidos: apuntando externamente al objetivo y apuntando continuamente hacia el interior, hacia el Yo.

Herrigel dijo, “Ahora lo dejo. Me parece algo imposible. Tus condiciones son imposibles. Y el día de la partida se encontraba simplemente sentado. Había acudido a despedirse del Maestro y el Maestro apuntando a otro blanco. Había allí otro alumno y por primera vez Herrigel no estaba involucrado. Había acudido a despedirse: estaba sentado. Cuando el Maestro acabara con su clase, partiría. Por primera vez no estaba implicado.

Entonces, de repente, se dio cuenta del Maestro y de la consciencia doblemente dirigida del Maestro. El Maestro estaba apuntando. Durante tres años había estado con el mismo Maestro, pero estaba más preocupado con su propio esfuerzo. Nunca había observado a ese hombre, lo que hacía. Por primera vez lo vio y supo; y de improviso, espontáneamente, sin esfuerzo alguno, se acercó al Maestro, tomó el arco de sus manos, apuntó a la diana y disparó la flecha. Y el Maestro dijo, “¡Bien! Es la primera vez que lo has logrado. Me siento feliz”.

¿Qué era lo que había hecho? Por vez primera estaba centrado en sí mismo. El blanco estaba allí, pero él también estaba presente. Hagas lo que hagas, no importa que sea el tiro con arco, sea lo que sea que hagas, incluso simplemente estando sentado, mantente consciente en sentido doble. Recuerda lo que sucede en el exterior y recuerda también al que está en el interior.

Lin-Chi estaba dando un discurso una mañana y alguien le preguntó de improviso, “Contéstame solamente a una pregunta: ¿Quién soy?”. Lin-Chi descendió y se acercó al hombre. Todo el mundo guardó silencio. ¿Qué iba ha hacer? Era una pregunta sencilla. La podía haber contestado desde su asiento. Llegó hasta donde estaba el hombre. Toda la sala estaba en silencio. Lin-Chi se quedó de pie delante de él mirándole a los ojos. Era un momento muy intenso. Todo se detuvo. El que hacía la pregunta comenzó a sudar. Lin-Chi le observaba fijamente a los ojos. Y entonces, Lin-Chi le dijo, “No me preguntes a mí. Adéntrate en ti mismo y averigua quién es el que está haciendo la pregunta. Cierra tus ojos. No preguntes “¿Quién soy?”. Penetra en tu interior y descubre quién es el que está preguntando, quién es el que hace internamente la pregunta. Olvídame. Descubre el origen de la pregunta. ¡Penetra en tu interior!”.

Y se dice que aquel hombre cerró los ojos, se quedó en silencio y de repente se iluminó. Abrió los ojos, se rió, tocó los pies de Lin-Chi y dijo, “Me has contestado. He estado haciendo esta pregunta a todo el mundo y me han contestado de muy diferentes maneras, pero no hubo nada que resultase ser una auténtica respuesta. Pero tú me has contestado”.

“¿Quién soy?” ¿Cómo va a poder contestarlo alguien? Pero en aquella situación concreta, con un millar de personas guardando silencio, un silencio absoluto, Lin-Chi se acercó con la mirada fija y le ordenó a aquel hombre. “Cierra tus ojos, penetra en ti y descubre quién es el que hace la pregunta. No esperes la respuesta. Descubre al que ha preguntado”. Y el hombre cerró los ojos. ¿Qué ocurrió entonces? Se centró. Súbitamente se encontró centrado, súbitamente se hizo consciente de su mismísimo centro.

Esto es lo que hay que descubrir y ser consciente es el método para descubrir este núcleo central. Cuanto más inconsciente eres, más te alejas de ti mismo. Cuanto más consciente, más te acercas a ti mismo. Si la consciencia es total, estás en el centro. Si la consciencia es menor, te acercas a la periferia.

Cuando eres inconsciente, estás en la periferia en la cual uno se olvida por completo del centro. Esas son las dos direcciones posibles hacia adonde ir.

Puedes ir hacia la periferia y entonces vas hacia la inconsciencia. Sentado viendo una película, sentado escuchando música, puedes olvidarte de ti mismo. Entonces estás en la periferia. Incluso escuchándome a mí puedes olvidarte de ti mismo. Entonces estás de nuevo en la periferia. Leyendo el Gita o la Biblia o el Corán puedes olvidarte de ti mismo. Entonces estás en la periferia.

Hagas lo que hagas, si puedes recordarte a ti mismo, estás cerca del centro. Y entonces, algún día, de repente, estás centrado. Entonces posees energía. Esa energía es el fuego. La vida entera, la existencia entera es energía, es fuego. Fuego es el nombre antiguo; ahora la llamamos electricidad. El hombre la ha estado etiquetando con muchos, muchos nombres, pero llamarla “fuego” es correcto. “Electricidad” parece con menos vida; “fuego” parece más vital.

Este fuego interno, es el incienso. Cuando alguien se dirige a rendir culto lleva consigo incienso, ese incienso, no sirve para nada a menos que acudas con tu fuego interno como incienso.

Este Upanishad trata por todos los medios de dar significados internos a símbolos externos. Cada símbolo tiene una contraparte interna. La externa está bien por sí misma, pero no es suficiente. Y es solamente simbólica; no es la substancia. Indica algo, pero no es lo real. Debes de haber observado el incienso. Es quemado por doquier en todos los templos. Está bien como incienso, pero es únicamente un símbolo externo.

Se necesita de un fuego interno. Y así como el incienso perfuma, el fuego interno también perfuma.


sábado, 7 de julio de 2018

CREANDO EL FUEGO DE LA CONSCIENCIA


Primero se ha de entender lo que quiere decirse con consciencia. Caminas, te das cuenta de muchas cosas; de las tiendas, de la gente que pasa junto a ti, del tráfico, de todo. Eres consciente de muchas cosas y solamente inconsciente de una: de ti mismo. Caminas por la calle, eres consciente de muchas cosas; ¡únicamente no eres consciente de ti mismo! Esta consciencia del yo es lo que Gurdjieff ha llamado “recuerdo de sí”. Gurdjieff dice: “En todo momento, estés donde estés, recuérdate a ti mismo”.

Por ejemplo: estás aquí. Me estás escuchando, pero no eres consciente del que escucha. Puede que seas consciente del que habla, pero no eres consciente del que escucha. Percíbete a ti mismo estando aquí; ¡tú estás aquí! Por un instante alcanzas un vislumbre y luego te olvidas otra vez. ¡Inténtalo!

Hagas lo que hagas, continúa con una sola cosa en todo momento: sé consciente de ti mismo haciéndolo. Estás comiendo: sé consciente de ti. Estás caminando: sé consciente de ti. Estás escuchando, estás hablando: sé consciente de ti. Cuando estés enfadado, sé consciente de que estás enfadado.

En el mismo instante en que se presente la ira, sé consciente de que estás enfadado. Este constante recuerdo del Yo crea una energía sutil, una energía muy sutil en ti. Empiezas a ser un ser cristalizado.

Por lo general, eres simplemente algo informe. Sin centro, sin cristalización; simplemente un líquido, un amasijo de muchas cosas sin un centro; una multitud constantemente cambiando y variando sin ningún amo en su interior. ¡Por consciencia se entiende ser un amo! Y cuando digo “Sé un amo”, no quiero decir ser un controlador. Cuando digo “Sé un amo”, quiero decir ser una presencia, una continua presencia. Sea lo que sea que estés haciendo o dejando de hacer, hay una cosa que debe estar presente continuamente en tu consciencia: que eres tú.

Este simple sentimiento de uno mismo, de que uno es, crea un centro, un centro de quietud, un centro de silencio, un centro de maestrazgo interno, un poder interno. Y cuando digo “un poder interno”, lo digo literalmente. Por eso hay un sutra que dice “…el fuego de la consciencia”. Es un fuego. ¡Es un fuego! Si empiezas a ser consciente, empiezas a percibir una nueva energía en ti, un nuevo fuego, una nueva vida. Y debido a esta nueva vida, a este nuevo poder, a esta nueva energía, muchas de las cosas que estaban dominándote se van disolviendo. No has de luchar contra ellas.

Combates tu ira, tu codicia, tu sexualidad, porque eres débil. De modo que, la codicia, la ira y el sexo no son los problemas. La debilidad es el problema. Una vez que comienzas a fortalecerte interiormente, con el sentimiento de una presencia interna de que tú eres, tus energías se concentran, cristalizan en un solo punto, y nace el Yo. Recuérdalo: nace un Yo, no un ego. El ego es un falso sentido del Yo. Sin tener un Yo sigues creyendo que tienes un Yo. Eso es el ego. El ego quiere decir el falso Yo. Tú no eres un Yo, y aún así crees que eres un Yo.

Maulungaputra, un buscador de la verdad, acudió a Buda. Buda le preguntó: “¿Qué es lo que buscas?”.

Maulungaputra empezó a llorar y le dijo, “¿Cómo voy a prometer? “Yo” no existo. “Yo” no existo todavía. ¿Cómo voy a prometer algo? No sé lo que voy a hacer mañana. No poseo un “Yo” que pueda prometer; no me pidas pues imposibles. Lo intentaré. Cómo máximo puedo decirte esto: lo intentaré, pero no puedo decir que cualquier cosa que digas la voy a cumplir, porque ¿quién será el que la haga? Estoy en busca de aquello que es capaz de prometer y que es capaz de cumplir una promesa. “Yo” no existo todavía”.

Buda le dijo, “Maulungaputra, te he preguntado eso para escuchar esta respuesta. Si hubieras prometido, te habría dicho que te fueras. Si hubieras dicho, “Puedo cumplir esa promesa”, hubiera sabido que no eres un auténtico buscador del Yo, porque un buscador debe saber que “él” no existe todavía. Sino, ¿para qué buscar? Si tú ya eres, no hay porque. ¡Tú no existes” y si uno es capaz de sentir esto, entonces el ego se evapora.

El ego es una falsa noción de algo que no existe. El “Yo” quiere decir un centro que sí puede prometer. Este centro es creado por el mantenerse continuamente consciente, constantemente consciente. Sé consciente de que estás haciendo algo, de que estás sentado, de que vas a dormir, de que el sueño te está viniendo, de que te estás quedando dormido. Trata de ser consciente en todo momento y empezarás a percibir que ha nacido un centro en ti, que las cosas han comenzado a cristalizar, que ha surgido un centro. Ahora todo gira en torno a un centro.

Funcionamos sin un centro. A veces nos sentimos centrados, pero esos son momentos en los que cierta situación te hace ser consciente. Si surge una situación repentina, una situación peligrosa, empiezas a sentir un centro en ti porque el peligro te hace sentirte consciente. Si alguien quiere matarte, dejas de pensar en ese instante, dejas de ser inconsciente en ese instante. Toda tu energía se centra y este instante se convierte en algo sólido. No puedes irte al pasado ni puedes irte al futuro. Este mismo instante se convierte en el todo. Y entonces no solamente eres consciente del asesino; te haces consciente de ti mismo, del que va a ser asesinado.

En este sutil instante comienzas a percibir un centro en ti. Por eso han aparecido los juegos peligrosos. Pídele a alguien que ascienda a la cima de Gourishankar, del Everest. Cuando por primera vez Hillary estuvo allí debió de percibir un centramiento repentino. Y cuando por primera vez alguien pisó la Luna, debió de surgir un súbito sentimiento de un centro. Por eso el peligro tiene tanto atractivo. Conduces un coche y vas a más y más velocidad y entonces la velocidad se convierte en un peligro. Entonces dejas de pensar; los pensamientos cesan. Entonces dejas de soñar. Entonces no puedes imaginar. Entonces el presente se vuelve algo sólido. En esos momentos de peligro, cuando es posible una muerte repentina, eres consciente súbitamente de un centro en ti. El peligro atrae tan sólo porque cuando estás en peligro a veces te sientes centrado.

Nietzsche dice en algún lugar que la guerra debe continuar porque es sólo en la guerra donde a veces se percibe el Ser, donde se siente un centro, porque la guerra supone peligro. Y cuando la muerte se vuelve una realidad, la vida adquiere intensidad. Cuando la muerte está justo ahí, la vida se vuelve intensa y tú te centras. En todo instante en el que te haces consciente de ti mismo, surge un centramiento. Pero es algo momentáneo; cuando la situación cambia, desaparece.

No debe ser algo dependiente de la situación, debe ser interno. Trata de ser consciente en todas las actividades cotidianas. Estando sentado, inténtalo: sé consciente del que está sentado. No sólo de la silla, no sólo de la habitación, de la atmósfera circundante; sé consciente del que está sentado. Cierra tus ojos y percíbete a ti mismo; profundiza y siéntete a ti mismo.

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