sábado, 28 de noviembre de 2020

LA FILOSOFIA


 

Tzu Kung estaba harto de sus estudios, así que le dijo a Confucio:

-Quiero encontrar descanso.

-No hay descanso para los vivos –dijo Confucio.

-¿No lo voy a encontrar nunca, entonces?

-Anhelarás el nombre y arqueado montículo de tu tumba y sabrás dónde encontrarás descanso.

-¡Grande es la muerte! ¡El caballero encuentra en ella descanso, el miserable se le somete!

-Tzu Kung, lo has entendido. Todos los seres humanos entienden el disfrute de estar vivos, pero no su miseria; el hartazgo de volverse viejos, pero no su calma; la fealdad de la muerte, pero no su reposo.

La filosofía es enemiga de la verdad, y cuando digo filosofía, me refiero a toda filosofía, la mía incluida, porque la filosofía crea una cortina de palabras que no te deja ver la realidad como es. Distorsiona la realidad, interpreta la realidad, adorna la realidad, esconde la realidad, oculta la realidad.

La verdad está desnuda, la verdad está en todas partes, la verdad está adentro y afuera, y las únicas barreras son las palabras, las teorías, las teologías que has aprendido. Ellas no te permiten ver lo que es, se cruzan en el medio; son los prejuicios. Toda filosofía es prejuicio y todos los conceptos desunen. Ningún concepto une; son unos obstáculos.

Tarde o temprano, el que indaga verdaderamente llega a aquel gran momento de comprensión en el que se siente harto, cansado, cansado de toda la tontería que sigue produciéndose con el nombre de pensamiento. La palabra Dios, no es Dios. ¿por cuánto tiempo puedes seguir jugando con la palabra? La palabra alimento no es alimento. ¿Por cuánto tiempo puedes seguir manteniendo la palabra alimento y continuar con hambre? Tarde o temprano te darás cuenta de que lo que mantienes es una palabra únicamente; ella no te puede nutrir, no te puede dar vida, no te puede dar paz. No te puede dar cosa alguna. Por supuesto, lo promete todo; por eso la filosofía se vuelve tan importante, debido a sus promesas. Pero todas esas promesas están vacías, nunca se cumplen. La filosofía nunca ha ayudado a captar la verdad.

Este gran momento de comprensión ha llegado a Tzu Kung. Él era el discípulo más cercano a Confucio.

Tzu Kung estaba harto de sus estudios… Mirar es una cosa, estudiar es algo diametralmente opuesto. Si yo te digo: “Ve y mira las rosas del jardín”, y tú en vez de ir al jardín vas a la biblioteca y estudias las rosas, eso es estudiar. Es algo que da vueltas sobre lo mismo una y otra vez; nunca toca el punto verdadero.

Tzu Kung estaba harto de sus estudios… Ya basta de palabras, ya basta de teorías, de dogmas, ya basta de doctrinas. Considero que éste es un gran momento en la vida de un buscador. Todo el mundo tiene que pasar por las palabras, porque se nos ha preparado para las palabras. Todo el mundo tiene que pasar por las teorías. Se nos han dado teorías desde nuestra infancia. Hemos sido criados de acuerdo con los prejuicios, las doctrinas, las iglesias, las escuelas.

Se es un cristiano, se es un mahometano, se es un hinduista, y todos hemos sido criados con condicionamientos. Así que, cuando comienza a preguntar: “¿Qué es la verdad?”, tu mente empieza a suministrar palabras; ella conoce las respuestas. Todas esas respuestas son falsas, todas esas respuestas son prestadas, pero la mente te da hermosas respuestas que te satisfacen por un tiempo, y si tu búsqueda no es grande, puede que te satisfagan para siempre. Sólo un gran buscador comprende que las palabras no tienen sentido.

El lenguaje no es la puerta a la realidad; el silencio sí lo es. La conversación interior tiene que cesar; sólo entonces tendrás claridad. Sólo entonces la realidad se te revelará por sí misma. Tú continúas parloteando interiormente, y tu mente comienza funcionando constantemente de forma obsesiva, como una maníaca. Y la mente es una maníaca. Sigue creando nuevas palabras, nuevas combinaciones, nuevas teorías; sigue especulando. Es una gran inventora en lo que respecta a teorías; además, no te da un solo intervalo, un solo espacio para mirar lo que hay. La conversación interior tiene que acabarse… Entonces, de repente no hay barreras, nunca las habido.

Los monjes zen dicen que, desde el mismo comienzo, la verdad está al descubierto, la verdad está frente a ti. ¿Qué estás buscando? ¿Hacia dónde estás corriendo? Tus ojos se han cerrado, no obstante, con los prejuicios.

Tzu Kung estaba harto de sus estudios… Ha aprendido mucho y ahora se da cuenta de que el aprendizaje no le ha nutrido. No le ha fortalecido, no le ha dado algo, no le ha hecho sentir más real de lo que era antes. Él no ha llegado a ningún lado, aún está vacío. No hay integración. En realidad, él no sabe quien es. Ya está harto. Tiene que haber sido un gran buscador; ni siquiera Confucio pudo engañarlo.

Confucio es un gran erudito: puede dar respuestas a todas las preguntas posibles y puede inventar hermosas respuestas. Todas esas respuestas son fabricadas, para estar por casa, pero pueden engañar a los tontos. Pueden hacer que mucha gente sienta que sabe. Pueden convertirse en consuelos. Además, él con sus conocimientos, su respetabilidad, su carácter impecable… Es un hombre virtuoso, recuerda, un hombre muy moral, un hombre de carácter, de grandes maneras, de etiqueta, un caballero. La caballerosidad es la meta de toda la filosofía confuciana; un hombre tiene que convertirse en un caballero. Él es impecable, tú no puedes encontrar una fisura en su carácter; todas las virtudes se han realizado en él. Es un hombre con un gran conocimiento, apoyado por la tradición, por las convenciones, las escrituras, respetado por reyes y reinas, respetado en todo el país pero, aún así no pudo engañar a Tzu Kung.

Tzu Kung estaba harto de sus estudios… Cuando llegas a estar harto de tus estudios, llega el momento en que el estudiante se convierte en discípulo. Cuando estás harto de tus estudios, entonces das un giro de ciento ochenta grados. Ya no te interesan las teorías, quieres lo real, quieres alimentos para comer y así poder nutrirte. Y no quieres más recetas, no quieres más libros de cocina, quieres la comida de verdad.

Así que le dijo a Confucio: “Quiero encontrar descanso”. Las palabras crean desasosiego. Las doctrinas, los dogmas, te hacen sentir más tenso porque te extravían, te alejan de la realidad.

Cuanto más lejos estés de la realidad, más desasosegado te sentirás. Deja que éste sea un criterio. Cuando sientes desasosiego, quiere decir que te has alejado mucho de la realidad. Cuando estás cerca de la realidad, hay una calma tremenda, una quietud, una gracia, un silencio, una paz. Te sientes en tu casa, porque la realidad es tu casa. El desasosiego indica simplemente que te estás alejando y que todo tu ser está siendo arrancado de tu casa, de ahí el desasosiego.

Tzu Kung dijo: “Quiero encontrar descanso”. Basta de teorías y basta de estudios. He estudiado todo lo que se puede estudiar. Me he convertido en un respetable hombre instruido, tu discípulo más cercano, pero eso no es satisfactorio. Ayúdame a encontrar descanso.

¿Lo has observado? Cuanto más conoces sobre las palabras, sobre las escrituras, sobre el cristianismo, el islamismo, el hinduismo, el budismo, la Bhagabad-gita, el Corán, la Biblia, los Vedas, más sentirás que tu mente se vuelve cada vez más loca; se te está empujando en todas las direcciones. Una teoría dice algo, otra teoría dice algo más; se contradicen mutuamente, siempre se asfixian mutuamente. Grandes argumentos sin conclusión alguna.

En todos estos siglos la filosofía no ha llegado a una sola conclusión. Los filósofos han estado discutiendo durante cinco mil años, pero nunca ha habido una conclusión, una conclusión en la que todos estén de acuerdo. Nunca ha habido un acuerdo. No ha sucedido y no va a suceder. Dos filósofos no pueden estar de acuerdo, porque el acuerdo sólo es posible cuando conoces la realidad; entonces hay acuerdo. Si tú conoces la realidad y yo conozco la realidad, entonces hay acuerdo, porque de esta manera no hay problema. Tú conoces la misma realidad, yo conozco la misma realidad. ¿Cómo puede haber alguna discusión? La discusión es posible si yo tengo mi teoría y tú tienes tu teoría; entonces no hay posibilidad de encontrar un acuerdo. El acuerdo se da únicamente a través de la experiencia.La experiencia es concluyente. La discusión no es concluyente. Un argumento lleva al otro y así sucesivamente.

Cuando dos personas están discutiendo, ambas no pueden estar en lo correcto. Ambas pueden estar equivocadas, pero las dos no pueden estar en lo correcto.

sábado, 21 de noviembre de 2020

LA VERDADERA COMPRENSIÓN


 

Tú estás preocupado porque en tu infancia no fuiste bien educado, no se te envió a Harvard o a Oxford o a Cambridge, porque tus padres fueron pobres, porque no se te formó tan bien como te hubiera gustado, porque no se te preparó, porque perdiste muchas oportunidades. Eso te apena, eso te inquieta. Tendría que ser un motivo de alegría, todo tendría que ser un motivo de alegría; sólo entonces una persona puede ser feliz. De otra manera, el pobre sigue lamentándose y llorando por haber sido pobre; y el rico también sigue lamentándose y llorando por haber sido rico. He conocido a personas ricas que dicen que sus padres les destruyeron porque les proporcionaron tantas comodidades en su infancia que ellos nunca aprendieron a valerse por sí mismos. Tú lo has visto, debes haber observado que es raro encontrar a un hijo de un hombre rico que sea inteligente, muy raro. Todos ellos son estúpidos, tienen que serlo, porque ¿qué necesidad tienen de volverse inteligentes? ¿Para qué preocuparse? Ya tienen todo lo que necesitan. Ya disponen de todo lo que pueden conseguir con la inteligencia, así que ¿para qué cultivar la inteligencia? En las universidades suspenden; suspenden en todas partes. No les preocupa en absoluto.

Cuando estaba en la universidad tuve un alumno que suspendió mi asignatura durante cinco años. Le pregunté –esperé cinco años para hacerlo- al sexto año, cuando volvían otra vez los exámenes: “¿Qué planes tienes? ¿Vas a volver a suspender?”. Él contestó: “¿Qué más da? Mi padre es rico. Sólo los pobres se preocupan por eso”. Si has nacido en medio de una familia rica, entonces tampoco eres feliz. Si has nacido en medio de una familia pobre, por supuesto, ¿cómo vas a ser feliz? Si estás sano no eres feliz, porque al estar sano nunca piensas que la salud es motivo de alegría. Una persona sana nunca piensa en la salud. Si estás enfermo eres infeliz. Observa la lógica de tu mente. Te ocupas simplemente de todo lo que te hace desgraciado, y te olvidas de todo lo que te hace feliz; no te das cuenta de ello.

La explicación está en que las verdades son tales que los maestros tiene que repetirlas, porque si se dicen una vez no son entendidas. El Buda solía repetirlo todo tres veces, incluso las pequeñas cosas. Él le preguntaba al discípulo: “¿Me has escuchado? ¿Me has escuchado? ¿Me has escuchado?”. ¡Tres veces! Lo hacía con gran compasión. Cuando las escrituras budistas fueron traducidas a idiomas occidentales, la gente se quedó muy sorprendida: ¿Por qué? ¿Hablaba el Buda para gente muy estúpida? ¿Por qué se repetía tanto? No, ellos eran tan inteligentes como tú, como la gente de cualquier lugar lo ha sido siempre. No es cuestión de inteligencia, es una cuestión de atención consciente. Ellos no estaban atentos. Estaban tan desatentos como lo estás tú.

Yo tengo que repetirme continuamente. Mis editores se sorprenden, se sorprenden de mis repeticiones. Les gustaría arreglarlas. Yo no les dejo. Les digo: “Déjalo como está, porque las verdades son tales que puede que no te des cuenta la primera, la segunda vez; espero que pongas un poco de atención la tercera vez…”. Tengo que seguir repitiéndolo: es como si lo machacara en tu cabeza. ¿Durante cuánto tiempo puedes seguir sin darte cuenta? Es una guerra entre yo y tú.

La soledad y el aislamiento son sinónimos en el diccionario pero no en la realidad, hombre y humano son también dos cosas diferentes. Hombre es un concepto estático, como “perro”, como “búfalo”, como “burro”. “Hombre” es un concepto estático, nada más que el nombre de una cierta especie, una de las especies. Los monos forman una especie, los búfalos otra, el hombre otra. ¿Lo has observado? En el caso del hombre tenemos dos términos: hombre y humano. Para los perros tienes sólo un término: perros. Para los búfalos sólo uno: búfalos; para los burros, burros. ¿Por qué? ¿Por qué este “humano”? Tiene un significado: hombre se refiere simplemente a una especie biológica; humano no tiene nada que ver con la biología. Humano es un concepto en desarrollo, un concepto abierto; hombre es un concepto cerrado, hombre significa que eres un ser. Humano significa que eres un proceso, que estás yendo, que eres un recorrido, que eres un peregrinaje, que eres una continuidad, que eres un “ir más allá”.

Friedrich Nietzsche ha dicho: “Lo que más amo en el hombre es que él no es la meta sino el puente. Lo que más amo en el hombre es que él es un proceso continuo, no un fin sino un medio, un recorrido”.

Humano” se refiere al puente, a un puente entre el hombre y Dios. “Hombre” se refiere al hombre, simplemente, no hay en ello ninguna apertura. La palabra humano está abierta, va más allá de hombre. “Humano” es un puente, “humano” es un recorrido, un peregrinaje; uno va en alguna dirección, uno busca algo, uno está tratando de llegar a ser. “Hombre” es estático, “humano” es dinámico. “Hombre” se refiere a una cosa. “Humano” es un proceso, como un río, algo que fluye, que está llegando al más allá, que busca a tientas en la oscuridad. “Hombre” es inactividad, no ir a lugar alguno, estar lisiado, muerto, como una tumba. “Humano” es un río que no sabe dónde está el océano, pero está haciendo un gran esfuerzo por alcanzarlo.

Recuérdalo: el hombre le tiene miedo a la muerte. ¿Humano? No, no es humano tener miedo a la muerte. Una persona que está en un peregrinaje está preparada para morir si eso hace falta para continuar; está preparada para ir más allá, está preparada para usar la puerta de la muerte para cruzar al más allá.

No es humano querer una larga vida. Sí, es relevante en lo que concierne al concepto “hombre”. Los perros le tienen miedo a la muerte, los búfalos le tienen miedo a la muerte, los burros le tienen miedo a la muerte; el hombre también. Pero al ser un humano, uno se excita con la posibilidad; uno quiere saber qué es la muerte.

Cuando uno ha vivido su vida, empieza a sentir: “Ahora que se lo que es la vida, me gustaría saber qué es la muerte. La vida se ha conocido, ha sido hermosa. Ahora veamos qué es la muerte, dejemos que sea otra aventura”.

Sócrates fue humano cuando estaba muriendo, cuando se le estaba dando el veneno. Sus discípulos lloraban y gemían, y él dijo:

-¡Parad! Lo podéis hacer cuando me haya ido, pero no ahora. Es un desperdicio, un gran desperdicio. Una cosa tan importante está sucediendo, me estoy muriendo, ¡y vosotros estáis llorando!

Y ellos dijeron:

-Maestro, te estás muriendo, ¿no tienes miedo?

Él respondió:

-¿De qué? He vivido mi vida, la amé, fue hermosa. La he conocido, pero no hace falta seguir repitiéndola para siempre. Ahora, algo nuevo; la muerte es algo nuevo. Estoy encantado, estoy impresionado, la aventura es grande –dijo Sócrates-. Ahora me gustaría ver qué es la muerte.

Uno de sus discípulos, Crito, dijo:

-Pero, maestro, todo el mundo le tiene miedo a la muerte.

-No lo se –dijo Sócrates-. No entiendo por qué la gente tiene miedo a la muerte. Si los ateos están en lo cierto de que uno muere del todo y nada queda, entonces no hay por qué temer; Sócrates no estará allí; entonces, ¿qué hay que temer? Yo no estaba allí antes de nacer y no tengo miedo de ello.

¿Has tenido miedo alguna vez de no ser antes de haber nacido?

¿Te asalta algún miedo? Ninguno. Tú dirás: “Tonterías porque entonces yo no era, por tanto, ¿qué sentido tiene tener miedo?”.

Y Sócrates dijo: “Yo desapareceré de nuevo si los ateos tienen razón; entonces, ¿de qué tener miedo? No habrá nadie que tenga miedo. O puede que los creyentes dispongan de la verdad y yo esté allí. Si voy a estar allí, entonces ¿por qué tener miedo?”.

Ahora bien, éste es un hombre que ha vivido una vida dinámica, una vida de crecimiento, una evolución. Si tú has vivido una vida de evolución, entonces la muerte viene como una revolución, como un cambio súbito hacia una realidad desconocida. ¿Por qué tendrá uno que tener miedo? Humano, no, esto no es humano.

Pero no todos los hombres son seres humanos, recuérdalo. Muy raramente… en algún lugar… un Sócrates, un Lieh Tzu, un Buda; éstos son seres humanos. Normalmente existen hombres y mujeres, pero no seres humanos. Volverse un ser humano implica convertirse en un proceso, convertirse en un interrogante, convertirse en una pasión por lo imposible… en un buscador, en un buscador de la verdad.

La sabiduría, la verdadera sabiduría, es siempre agnóstica. Recuerda esta palabra: agnóstica. Un buscador real es agnóstico. Nunca dice: “Yo se”, y tampoco dice: Ésta es la verdad”. Él está muy abierto, no está cerrado. No tiene dogma, no tiene credo, él simplemente está consciente y atento, preparado para enfrentar cualquier realidad, la que sea. Cualquier realidad que le sea revelada, él está preparado para abordarla. Él confía en la vida. La gente que no confía en la vida inventa creencias, dogmas, teorías para protegerse a sí misma. El verdadero sabio es vulnerable; no se protege. Está expuesto a las lluvias, a los vientos, al sol, a la luna, a la vida, a la muerte, a la oscuridad, a la luz; está expuesto a todo. Él no tiene protección; su vulnerabilidad es total.

Recuerda, la verdadera comprensión está siempre esperando para darse en el momento. Nunca decide con anticipación, nunca planea con anticipación; es espontánea.

sábado, 14 de noviembre de 2020

FINGIR SABER


 

A mi me gustaría que tú te volvieras ilógico, porque sólo las personas ilógicas son lo suficientemente afortunadas como para ser felices. Las que son lógicas nunca son felices, no lo pueden ser; han tomado la ruta equivocada desde el mismo comienzo. Piensan que, como todo lo demás tiene una causa, la felicidad también tiene que tenerla; ésta es su equivocación. La felicidad necesita sólo comprensión, no una causa. Además, la comprensión tampoco es su causa. La comprensión simplemente la desvela; ella está en tu interior. Quita el velo y, de improviso aparece; tu amado está dentro de ti, se tiene que desvelar; eso es todo. El desvelar no es una causa. La causa implica que algo se tiene que crear; desvelar quiere decir simplemente que ella ya existía, pero que fuiste lo suficientemente tonto como para no desvelarla.

Este enfoque confuciano de la vida se tiene que entender porque muchos de vosotros vais a estar en compañía de confucianos. Todos los occidentales son confucianos, lógicos, intelectuales. El enfoque confuciano está basado en la idea de que la verdad se tiene que aprender, que sólo es un asunto de aprendizaje: si lo aprendes bien, sabrás qué es la verdad. No, los taoístas dicen que la verdad tiene que vivirse, no aprenderse. La verdad se tiene que experimentar; no vas a conocerla sólo porque te hayas vuelto un poco más informado. En realidad, para conocer la verdad tendrás que pasar por un desaprendizaje, tendrás que hacer limpieza en tu mente. Todo lo que has aprendido está haciendo de obstáculo.

Tendrás que volverte ignorante otra vez, tendrás que volverte inocente, tendrás que dejar toda esa tontería que cargas en nombre del conocimiento. Tú no sabes nada, pero piensas como si supieses; éste “como si”, es el problema. Alguien te pregunta: “¿Conoces a Dios?”, y tú dices: “Sí”. ¿Has considerado alguna vez lo que estás diciendo? ¿Realmente sabes? No obstante, aparentas. ¿A quién estás engañando?

Me han contado una hermosa anécdota:

Un matón irrumpió en una taberna mal iluminada.

-¿Algunos de los que hay aquí se llama Donovan? rugió.

Nadie respondió. Volvió entonces a vociferar:

-¿Alguno de los que hay aquí se llama Donovan?

Hubo un momento de silencio y luego un hombre menudito se adelantó a zancadas.

-Me llamo Donovan –dijo.

El matón lo levantó del suelo y lo tiró encima de la barra.

Luego le dio puñetazos en la quijada, lo aporreó, le dio puntapiés, lo abofeteó y se marchó. Pasados quince minutos el hombre menudito volvió en sí.

-Vaya si lo he engañado –dijo-. Yo no soy Donovan.

¿A quién estás engañando? Te estarás engañando sólo a ti mismo, a nadie más. Recuerda muy bien qué es lo que sabes y qué es lo que no sabes.

Ouspensky, en uno de sus libros más importantes, Tertium Organum, dice que lo primero que tiene que decidir el buscador es qué es lo que sabe y qué es lo que no sabe; esto es lo primero que tiene que decidir. ¿Te conoces a ti mismo? ¿Sabes lo que es el amor? ¿Sabes lo que es la vida? Una vez que se ha tomado esa decisión, las cosas se hacen muy claras. El ser humano, sin embargo, continúa fingiendo que sabe, porque es muy doloroso saber que no se sabe, es muy estremecedor para el ego saber que no se sabe. El ego finge, el ego es el mayor farsante que existe; finge, dice: “Sí, yo conozco”. Hay conocedores que dicen que Dios no existe y hay conocedores que dicen que Dios existe, pero todos ellos son conocedores, y en lo que respecta al conocimiento, no hay diferencia alguna entre el teísta o el ateísta. Si vas a la india y se lo preguntas a la gente, a cualquiera, te dirán: “Sí, Dios existe”. Si vas a Rusia y se lo preguntas a cualquiera, te dirán que saben que Dios no existe. No obstante, una cosa es cierta: todos ellos “saben”, y ése es el problema.

El teísta y el ateísta no son antagónicos. No son enemigos, se acompañan en el mismo juego, porque ambos están fingiendo que saben. Un verdadero hombre de entendimiento no fingirá que sabe; entonces existe la posibilidad de que algún día sepa. Empieza con la ignorancia y puede que algún día seas lo suficientemente afortunado como para saber. Empieza con el conocimiento y, con certeza, no serás nunca capaz de conocer.

El confuciano insiste en tratar de aprender. El taoísta insiste en tratar de des-aprender.

Dicen que la curiosidad no lleva a ninguna parte, que la curiosidad es enfermiza; la curiosidad no es suficiente, la curiosidad no es aprendizaje. El aprendizaje implica que tú estás dispuesto a jugarte la vida. El aprendizaje implica que tú no sólo eres un estudiante sino un discípulo. El aprendizaje implica que no preguntas por capricho solamente; tú estás dispuesto a adentrarte en ello a cualquier costo. Tú estás listo a pagar por ello; no es sólo una distracción.

Solía viajar por todo el país, e incluso en las estaciones ferroviarias… estaba a punto de coger un tren cuando alguien corría tras de mí para preguntarme: “¿Existe realmente un Dios? ¿Dios existe?”.

Yo estaba a punto de coger el tren, y mi tren se estaba marchando. Le decía: “Ven más tarde”. Esa persona me decía: “Pero deme sólo una simple respuesta. Una frase bastará”. Como si mi afirmación o negación le fuera a afectar. Gente tonta, gente estúpida; piensan que son religiosos, que están logrando un gran aprendizaje.

Yo también he vivido como he querido vivir. Nunca he permitido que nadie me enrede. Acertado o equivocado, bien o mal, tontamente o sabiamente, he vivido como he querido vivir. No siento arrepentimiento. No puede haber arrepentimiento alguno. Ésta es la manera en que quería vivir, ésta es la manera en que he vivido. Y la vida me ha permitido vivir como quería vivir.

Estoy agradecido, estoy reconocido. Ahora se que si hubiera admitido a los bienintencionados, entonces habría sido desgraciado. No porque ellos hubieran querido realmente hacerme daño; ellos seguramente querían ayudarme; esa no es la cuestión en absoluto. Ellos pueden haber tenido buenas intenciones, pero una cosa es cierta: me estaban enredando, estaban tratando de forzarme a ir en ciertas direcciones que no llegaban a mí espontáneamente.

Nunca he escuchado esto. He dicho a los bienintencionados: “Gracias por las molestias que os estáis tomando por mí, pero voy a seguir mi propio camino. Si fallo habrá un consuelo: que he seguido mi propio camino y he fallado. Pero si os sigo a vosotros, incluso si tengo éxito siempre me arrepentiré: ¿Cómo saber cuál habría sido el resultado, cuál habría sido la consecuencia si hubiera seguido mi propio camino?”.

Se dice que cuando Alejandro estuvo en la India fue a ver a un astrólogo y le preguntó por su futuro. El astrólogo miró su mano y dijo: “Tengo que decirle una cosa: será capaz de ganar este mundo, pero recuerde que no hay otro mundo. Por lo tanto, se quedará atascado. ¿Entonces qué hará?”. El astrólogo debió haber sido un gran sabio, y se dice que al escuchar este “no hay otro mundo”, Alejandro se entristeció. Desde luego, con esta idea: “Una vez hayas conquistado este mundo, ¿qué vas a hacer? No hay otro mundo…”, una mente ambiciosa se sentirá simplemente bloqueada; entonces ¿qué hacer?

Además, no importa lo que logres, nada se habrá logrado porque la ambición seguirá aumentando más y más. Sólo una persona no ambiciosa puede ser feliz. Una persona ambiciosa inevitablemente va a estar siempre frustrada. La ambición viene de la frustración, y de la ambición viene más frustración; es un círculo vicioso.

Si eres ambicioso te lamentarás, porque la ambición nunca se satisface. Si no eres ambicioso, eres feliz, porque la frustración no te podrá atrapar.

sábado, 7 de noviembre de 2020

LA TRANSFORMACIÓN INTERIOR


 

Recuerda esta ley de vida tan fundamental: lo que tiene causa nunca es eterno, aquello que tiene causa es temporal. Cuando la causa desaparece, aquello desaparece, es un subproducto. Lo que no tiene causa va a estar por siempre jamás, porque no hay nada que pueda destruirlo. Tu cuerpo morirá; tiene una causa: el encuentro de tu padre con tu madre ha sido la causa. Tu cuerpo morirá: tuvo su causa un día. Tiene una cierta energía, un cierto período de vida, luego se terminará. Cada día estás muriendo; un día simplemente desaparecerás bajo la tumba.

Pero ¿es eso todo lo que tienes? ¿Es eso todo lo que abarca tu ser?  ¿No hay algo más? Hay algo en ti que existía antes de que siquiera hubieras nacido y que seguirá estando ahí –por siempre-, incluso cuando te hayas ido. Cuando hayas muerto, aquello que estaba allí antes de tu nacimiento permanecerá; aquello no tiene causa.

Por eso los taoístas no creen que Dios creó el mundo, que Dios creó al hombre, que Dios creó las almas. Si Dios hubiera creado las almas entonces ellas tendrían una causa y un día tendrían que desaparecer, no importa cuán lejos pueda estar ese día. Si el mundo hubiera tenido una causa y el hombre hubiera sido creado, entonces un día el mundo tendría que ser des-creado y el hombre tendría que ser des-creado. Los taoístas hablan de aquello que es eterno, no causado, no creado; no tienen un creador.

En realidad, nadie ha alcanzado jamás esa cumbre, esa cumbre sublime de comprensión que tienen los taoístas. Todas las otras religiones parecen juveniles. La madurez del taoísmo es tan tremenda, tiene tal esplendor, posee tal profundidad y altura, que no da lugar a que otra religión pueda compararse con ella. Todas las demás parecen parvularios; están hechas especialmente para niños. Hechas especialmente para niños: por eso Dios es el “Padre”; los niños no pueden ser independientes, necesitan un padre. Si tu padre real ha desaparecido, entonces necesitas todavía un padre imaginario en el cielo para que te controle; no eres suficientemente maduro, no puedes valerte por ti mismo, tienes que apoyarte en unos y otros.

Los taoístas no tienen un concepto de Dios. Eso no quiere decir que sean descreídos; son muy piadosos, pero no tienen un concepto de Dios. La existencia es suficiente. No hay creador, no hay creación, existe la eternidad. Siempre ha sido así, siempre será así. Una vez has entrado en contacto con esta continuidad eterna dentro de tu ser, con el sustrato, entonces no hay por qué sentirse desgraciado.

Tú eres eterno, eres inmortal; no hay muerte para ti porque nunca ha habido un nacimiento. Tú eres no-creado, no puedes ser destruido. Independientemente de las circunstancias externas, tu luz interior sigue ardiendo con brillo.

El intelectual actúa así: Todo lo que posee se lo ha apropiado, nunca mira interiormente, siempre mira hacia fuera: “Si alguien lo posee, entonces tendría que ir y preguntar”. El intelectual es imitativo, mecánico, como una lora; para el intelectual el conocimiento es algo que se tiene que aprender. Él nunca mira dentro de su propio ser, él nunca mira dentro de su propia consciencia interior, él nunca trata de entender al conocedor. Él persigue el conocimiento y ahí está la diferencia. El taoísta no persigue el conocimiento, sino que quiere saber. ¿Quién es este conocedor? ¿Qué es este saber? Él quiere conocer la fuente de este saber, lo que está originando esta consciencia.

Tú estás aquí, me estás escuchando. Ahora bien, tú puedes ser o un confuciano o un taoísta, porque éstos son los dos únicos puntos de vista posibles. Si me estás escuchando y llegas a interesarte cada vez más en lo que estoy diciendo y empiezas a acumularlo, entonces eres un confuciano. Pero si al escucharme llegas a darte cuenta de la consciencia que está dentro de ti y te llegas a interesar por ella y surge esta profunda interrogación: “¿Quién soy yo?”… 

No se trata de que repita las palabras “¿quién soy yo?”, sino de que surja una búsqueda, una interrogación profunda, una pasión por saber: “¿Quién está en esta consciencia que hay en mí?  ¿Qué es esta consciencia que hay en mí? ¿Cuál es su naturaleza? ¿Qué cualidad tiene? ¿De dónde viene? ¿Hacia dónde va?”… Si sigue esta pasión por conocer tu consciencia, eres un taoísta, y sólo un taoísta es una persona religiosa.

El confuciano es un erudito, es un pandit, es un profesor. Si hablas con él te dirá grandes cosas, pero si miras dentro de su ser, no habrá nada. Todo lo que ha acumulado es prestado. Una y otra vez los taoístas escriben relatos en los que Confucio va de un lado a otro, siempre viaja, acumula y siempre busca dónde adquirir conocimiento, como si el conocimiento fuera una mercancía, como si el conocimiento fuera un objeto que tú puedes adquirir en algún lado, de alguna persona.

Nadie te puede proporcionar el conocimiento. No es un objeto que se puede transferir. Tienes que llegar a ser eso, tienes que crecer en sabiduría; es una transformación interior. Ninguna universidad te puede dar lo que las personas religiosas llaman sabiduría real.  Todo lo que puedes adquirir en las universidades es información estancada, prestada, sucia, porque ha pasado a través de miles de manos; es como un billete que circula. Por eso, al billete se le llama “circulante”, porque se mueve circulando de una mano a otra, de un bolsillo a otro bolsillo. Pero se vuelve entonces cada vez más sucio. Lo mismo pasa con el conocimiento: pasa de una generación a otra a través de los siglos, de una generación a otra de profesores.

La sabiduría es fresca, la sabiduría viene de la fuente, y esa fuente está viva dentro de ti, esperando a que des un giro hacia adentro.  No la busques afuera, mira hacia dentro. Jesús lo dice una y otra vez: “El reino de Dios está dentro de ti”.

Confucio siempre está de viaje, buscando, a la caza de conocimiento. Él recurre a todo el mundo. Si alguien dice que una persona ha llegado al conocimiento, él va para allá. Es una tontería, es algo estúpido, pero ésta es la clase de estupidez que tienen todos los eruditos. Ellos tienen básicamente la idea de que el conocimiento se puede comprar. Ellos tienen básicamente la idea de que el conocimiento es una cosa, no una experiencia, es una teoría, no una experiencia. Uno puede aprenderlo, por tanto, de alguien más.

Recuerda una cosa: existe una diferencia entre el conocimiento científico y el conocimiento religioso. Si se ha descubierto la ley de la gravedad, no se tiene que volver a descubrir una y otra vez; sería una tontería. No puedes dirigirte al mundo y declarar: “Lo que Newton descubrió, yo lo he vuelto a descubrir.  Sí, la ley de la gravedad…  He visto caer una manzana y he vuelto a descubrir la ley de la gravedad”. La gente se burlará. Dirá: “Ya no hay nada que descubrir. Descubre algo que no haya sido descubierto antes”.

La ciencia es información. Si una persona ha hecho un descubrimiento, éste se puede entonces transferir a los demás. 

El conocimiento que busca la ciencia viene de afuera, así que se puede aprender afuera. La religión, en cambio, se tiene que descubrir una y otra vez.

Einstein descubrió la teoría de la relatividad; eso concluyó ya, no se necesita ahora a nadie más para redescubrirla. Lo que a un científico puede haber llevado cincuenta años descubrir, un niño en edad escolar lo puede aprender en cinco minutos. Pero éste no es el camino de lo religioso. Lo que descubrió el Buda, lo que descubrió Lao Tzu, lo que descubrió Lieh Tzu, tendrás que descubrirlo tú otra vez.

domingo, 1 de noviembre de 2020

LA FELICIDAD VERDADERA

Cuando enfocas la vida con la cabeza, y sólo con la cabeza tienes un enfoque parcial; se presentarán malentendidos inevitablemente. Una persona que está intentando “imaginarse” la vida, va a caer con seguridad en una trampa tremenda y no será capaz de salir de ella fácilmente. 

Una vez que empiezas a intelectualizar sobre la vida, comienzas a extraviarte. La vida se tiene que vivir. La vida se tiene que vivir existencialmente y no intelectualmente. El intelecto no es un puente sino una barrera. El enfoque confuciano es un enfoque mental. 

El enfoque taoísta es un enfoque no-mental. Confucio piensa en la vida, Lao Tzu, Chuang Tzu, Lieh Tzu no piensan en la vida porque, según ellos, tú puedes pensar una y otra vez al respecto y no harás más que dar rodeos sin llegar nunca al centro. 

Pensar una y otra vez no es la forma. Ve directamente, se inmediato, mira la vida, no pienses en ella. Recuerda siempre que el menú no es la comida. Puedes estudiar el menú una y otra vez: no te servirá de mucho. Tendrás que comer, tendrás que masticar, tendrás que digerir. Tendrás que estar conectado existencialmente con tu comida, tendrás que absorberla dentro de tu ser y hacerla parte de él. No será de ayuda que estudies solamente el menú o el libro de recetas de cocina. 

El erudito no hace más que estudiar el menú: el erudito sigue siendo una de las personas más hambrientas que hay en la vida. Nunca ha vivido, nunca ha amado, nunca se ha arriesgado. Nunca ha actuado, nunca ha danzado, nunca ha celebrado. No ha hecho más que sentarse y pensar en la vida. El intelectual ha decidido entender primero la vida intelectualmente y luego actuar. Primero tienes que actuar y luego viene la comprensión. Es como si alguien dijese: “Primero tengo que saber qué es el amor y luego amaré”. ¿cómo puedes saber qué es el amor? La única forma consiste en enamorarse; no hay otra forma. Puedes ir a la biblioteca, puedes preguntar a muchas personas, puedes consultar libros, enciclopedias y encontrarás mil y una cosas sobre el amor, pero no amor. Puedes convertirte en un gran erudito, tu mente se puede abarrotar de información, pero la información no es conocimiento. 

 La sabiduría no es información. Ésta te puede engañar, pero no puede engañar a la vida. En lo que respecta a la vida seguirás siendo un desierto: la flor del amor no brotará nunca en tu ser. Lo mismo pasa con todo lo que es significativo. Lo mismo pasa con todo lo que es orgánico. Lo mismo pasa con todo lo que está vivo. 

 Ahora, la parábola: “Sería Lin Lei casi centenario, en plena primavera, se puso su abrigo de piel y se fue a recoger los granos abandonados por los segadores, cantando mientras caminaba a campo través.” Lin Lei es un maestro taoísta, pero los maestros taoístas como él viven una vida muy ordinaria. No viven de una forma extraordinaria, no afirman que son seres especiales, genios con talento, sabios, santos, mahatmas; no afirman nada. Ellos simplemente viven una vida ordinaria porque son seres ordinarios, naturales como los árboles, naturales como los pájaros, naturales como la naturaleza misma. Ellos no son egoístas en absoluto. 

Por ejemplo, si tú quieres encontrar en la India a los mahatmas, es fácil que lo consigas. Pero si fueras a China ancestral y quisieras conocer a un maestro taoísta, nadie sería capaz de decirte dónde puedes encontrar a uno. Tendrías que moverte, vagar por todo el país… y posiblemente, en cierto momento te encontrarías con alguno. Pero eso no será posible a menos que lo hayas experimentado en tu propio ser. A menos que tengas el gusto, el sabor, no serás capaz de reconocer a un maestro taoísta. Lin Lei es un maestro taoísta; muy simple, muy viejo, muy anciano; tiene cien años y está recogiendo los granos que abandonan los segadores. 

Ahora bien, éste es el trabajo más humilde que uno puede encontrar, el más mísero, y aún así… iba “cantando mientras caminaba a campo a través”. El taoísta está siempre feliz porque no busca un motivo; no busca una situación especial para estar feliz. La felicidad es como respirar, la felicidad es como el latido del corazón, la felicidad está en tu ser; no es algo que le acontece. La felicidad no es algo que acontece y no acontece, la felicidad es algo que siempre está allí. Él está lleno de felicidad. La felicidad es el material del que está hecha la existencia, y el taoísta ha entrado en armonía con ella; naturalmente, él se siente feliz. Todo lo que hace, lo hace con alegría. Su felicidad precede a su acción. 

 Algunas veces te sientes feliz, algunas veces te sientes infeliz, porque tu felicidad es condicional. Cuando tienes éxito te sientes feliz, cuando fracasas te sientes infeliz; tu felicidad depende de alguna causa externa. Tú no siempre puedes cantar; incluso cuando cantas, tu canción no siempre tendrá la melodía. Algunas veces será simplemente una delicia y otras sólo una repetición muerta y apagada. Algunas veces, cuando llega el amigo, cuando encuentras un amor, te sientes feliz. Algunas veces, cuando se ha ido el amigo, cuando el amado ya no está, te sientes infeliz. 

Tu felicidad y tu infelicidad han sido producidas por lo externo; no es algo que fluye interiormente, no es algo que te pertenece. Otros te dan y te quitan, las circunstancias te la dan y te la quitan. Algo así no tiene mérito porque sigues siendo un esclavo, no eres el maestro. Los taoístas llaman maestro a una persona cuya felicidad es absolutamente suya. Él se puede sentir feliz independientemente de la situación; en la juventud es feliz, en la vejez es feliz; es feliz como emperador, es feliz como mendigo. Su canción no está contaminada por las circunstancias; su canción es la suya, su canción es su ritmo natural.

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