sábado, 27 de marzo de 2021

EL INTELECTO Y LA INTUICIÓN


Hay unas pocas cosas muy fundamentales que se deben entender.

Primera, un hombre y una mujer son, por un lado, mitades del otro, y por el otro lado, polaridades opuestas. El hecho de ser opuestos hace que se atraigan. Cuanto más separados estén, más profunda será la atracción; cuanto más diferentes sean, más grande será el encanto, la belleza y la atracción. Pero ahí radica todo el problema.

Cuando se acercan, quieren acercarse más, quieren fundirse en el otro, quieren convertirse en uno, en un todo armonioso... pero toda su atracción depende de la oposición, y la armonía dependerá de disolver dicha oposición.

A menos que una relación amorosa sea muy consciente, va a crear mucha angustia y problemas.

Todos los amantes tienen problemas... El problema no es personal; radica, en la misma naturaleza de las cosas.

Lo llaman enamorarse. No pueden aportar razón alguna que explique una atracción tan tremenda hacia el otro. Ni siquiera son conscientes de las causas subyacentes; y por eso suceden cosas extrañas: los amantes más felices son aquellos que jamás se encuentran. En cuanto lo hacen, la misma oposición que creó la atracción se convierte en un conflicto. En cada cosa pequeña sus actitudes y enfoques son diferentes. Aunque hablan el mismo
idioma,
son incapaces de entenderse.


El modo en que un hombre observa el mundo es distinto del de una mujer.

Por ejemplo, un hombre está interesado en cosas lejanas... en el futuro de la humanidad, en las estrellas distantes, en si hay seres vivos en otros planetas. Una mujer simplemente ríe entre dientes ante esas tonterías. A ella solo le interesa un círculo muy pequeño y cerrado: los vecinos, la familia, quién engaña a su esposa, qué esposa se ha enamorado del chofer. Su interés es muy local y muy humano. No le preocupa la reencarnación; tampoco le preocupa la vida después de la muerte.


Su preocupación es más pragmática. Le preocupa el presente, el aquí y el ahora.

El hombre jamás está en el aquí y el ahora. Siempre se encuentra en alguna otra parte.

Si ambas partes son conscientes del hecho de que se trata de un encuentro de opuestos, de que no hay necesidad de convertirlo en un conflicto, entonces es una gran oportunidad para entender el punto de vista totalmente opuesto y asimilarlo. En ese caso, la vida de un hombre y una mujer, juntos, puede transformarse en una hermosa armonía. De lo contrario, es una pelea constante. Hay descansos... no se puede mantener una pelea durante veinticuatro horas al día; también hace falta descansar para prepararse para una nueva pelea. Sin embargo, uno de los fenómenos más extraños es que durante miles de años los hombres y las mujeres han estado viviendo juntos, y aun así son extraños. Siguen teniendo hijos, pero continúan siendo extraños. 

Los enfoques femenino y masculino son tan opuestos entre que a menos que se realice un esfuerzo consciente, a menos que se convierta en vuestra meditación, no existe esperanza de disfrutar de una vida apacible.

La mujer piensa intuitivamente, el hombre intelectualmente, lo que impide el encuentro. La mujer simplemente llega a conclusiones sin ningún proceso de pensamiento y el hombre avanza paso a paso para alcanzar una conclusión.

El hombre se esfuerza por llegar a una conclusión, mientras que la mujer simplemente la saca. Posee una sensación intuitiva.


Por ello no se puede engañar a una mujer, en especial a vuestra esposa. Resulta imposible; nadie ha sido jamás capaz de lograrlo, de inmediato os descubrirá, porque el modo en que la mujer ve no se parece al modo en que veis vosotros. Ella entra por la puerta
de
atrás, ¡mientras que vosotros ni siquiera sabéis que tenéis una puerta trasera. Distribuís todo ante la puerta delantera, y ella entra por la de atrás y conoce todos los detalles.

El marido llega a casa preparado. Qué va a decir, cómo va a responder... lo repasa todo, y en cuanto mira a la mujer todos los ensayos se desvanecen y se comporta como un niño tartamudo. Incluso una gran persona como Napoleón le tenía mucho miedo a las mujeres. Temía a su propia esposa, porque lo descubrirá de inmediato.


La mente del hombre sigue un curso zigzagueante, la de la mujer un curso recto como una flecha. Ella no escucha lo que decís, sino que os mira a los ojos. Presta atención al modo en que decís las cosas. Percibe vuestra mano temblorosa, ve que vuestros ojos intentan evitarla. No escucha lo que estáis diciendo; eso es irrelevante... sabe que se trata de una historia que habéis logrado inventar de camino del bar a casa. Sin embargo, está más sincronizada con vuestro lenguaje corporal. Y este es más auténtico, porque aún no podéis controlarlo y engañar con él.

El hombre es capaz de abordar cualquier problema de un modo intelectual. Le tiene miedo a la mujer porque el modo en que ella aborda un problema es muy intuitivo, instintivo. Ninguna mujer es intelectual, inteligente, desde luego, pero no intelectual. La inteligencia del hombre es de un tipo, y la inteligencia de la mujer es de un tipo totalmente diferente. La inteligencia del hombre es la esencia de su intelecto, y la inteligencia de la mujer nace de su poder intuitivo. No hay un punto intermedio donde puedan encontrarse… no existe posibilidad para ello. Son polos opuestos, por eso se sienten tan atraídos entre sí.

Debido a que no pueden comprenderse existe misterio entre ellos; ese misterio posee un gran atractivo.

De hecho, podéis amar a una mujer toda vuestra vida, pero jamás seréis capaces de entenderla. Seguirá siendo un misterio, impredecible; vive más a través de los estados de ánimo que de los pensamientos, es más parecida al clima y menos a un mecanismo. Amad a una mujer y lo sabréis. Por la mañana hay nubes y ella está triste, y, de inmediato, no ha sucedido nada en particular y las nubes han desaparecido y una vez más luce el sol y ella canta. ¡Increíble para un hombre!


¿Qué tonterías pasan por una mujer? Sí, son tonterías porque, para un hombre, las cosas deberían tener una explicación racional.  

 

«¿Por qué estás triste?». Una mujer simplemente responde: «Me siento triste». A un hombre le resulta imposible entenderlo. Ha de haber alguna razón para estar triste. ¿Solo estar triste? «¿Por qué estás feliz?». Una mujer simplemente contesta que se siente feliz. Vive a través de estados de ánimo.

Por supuesto, a un hombre le resulta difícil vivir con una mujer... porque si las cosas son racionales, se pueden manejar. Si son irracionales, si surgen de la nada, resultan muy difíciles de manejar. Ningún hombre ha sido jamás capaz de manejar a una mujer. Al final termina por rendirse; abandona todo el esfuerzo de manejarlo.


El hombre es más argumentativo. Esto han aprendido las mujeres: si siguen hasta el fin de la discusión, él ganará. De modo que no discuten, pelean. Se enfadan y lo que no pueden hacer mediante la lógica lo hacen a través de la furia. Lo sustituyen todo por la ira y, desde luego, el hombre que piensa que no tiene sentido tomarse tantas molestias por algo tan insignificante, termina por estar de acuerdo con ellas.

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