sábado, 24 de octubre de 2020

LOS ESTADOS MENTALES

Hay tres estados mentales: el descontento, que es un estado de comparación; te comparas con los que tienen más que tú, entonces surge el descontento. Alguien tiene un hermoso automóvil y tú vas a pie, eres un peatón, entonces estás descontento. 

El segundo estado es el consuelo. Eres un peatón y ves a un mendigo que no tiene pies: te comparas con alguien que tiene menos que tú, pero de todas maneras te comparas. El descontento es una cara de la moneda; el consuelo, el mal llamado “contentamiento” es la otra cara de la misma moneda. Y el nombre de la moneda es “comparación”. Cuando te deshaces de la moneda por completo, del consuelo y el descontento, de todo, entonces te encuentras de pronto en un estado de no comparar. Éste es el verdadero contentamiento. Entonces no haces comparaciones sobre quién tiene más, quién menos. En realidad no es ya un asunto de tener, es un asunto de ser. El tener nunca ayuda. Puedes tener todo lo que desees, pero nadie ha realizado su vida poseyendo. 

Ahora bien, hay tres tipos de personas: los que poseen, los mundanos y los que renuncian, los no mundanos. Los primeros y los segundos no se oponen entre sí, aunque así lo parezca. Los primeros creen que al poseer más obtendrás la felicidad, los otros creen que al no poseer más obtendrán la felicidad, pero ambos creen en el poseer. El tercer tipo es de una dimensión totalmente diferente: la del ser; ni poseer ni no poseer. No seas mundano, no seas no mundano. No te compares con los que poseen más, no te compares con los que poseen menos. No te compares. Simplemente se como eres… admite tu estado de ser. Se, y ese estado de ser traerá una tremenda alegría, y esa alegría será una, no muchas, y esa alegría no tendrá motivo alguno, será inmotivada, será simplemente como la salud, como el bienestar. 

 Había una vez un hombre solitario y desgraciado. Se dirigió a Dios diciéndole: -Dios mío, envíame una hermosa mujer; estoy muy solo, necesito compañía. Dios se echó a reír y le dijo: -¿Y por qué no una cruz? El hombre le contestó muy enojado: -¡Una cruz! ¿Para qué? ¿Tengo aspecto de querer suicidarme? Sólo quiero una mujer hermosa. Le fue concedida entonces una mujer hermosa, pero pronto se volvió todavía más desgraciado que antes. La mujer era un martirio constante. Él volvió a rezar nuevamente diciendo: -Dios mío, envíame una espada. Su plan consistía en matar a la mujer y liberarse de ella; anhelaba poder regresar otra vez a los agradables viejos tiempos. Pero Dios se echó a reír nuevamente y le dijo: -¿Y la cruz, qué? ¿Te la envío ahora mismo? El hombre se puso furioso y le dijo: -¿No crees que esta mujer ha sido más que una cruz? Por favor, envíame sólo una espada. Así que apareció la espada. Mató a la mujer, fue descubierto y se le condenó a ser crucificado. Le rezó a Dios y le dijo mientras reía a carcajadas: -Perdóname, Dios mío, por no haberte escuchado. Tú hablaste de enviar esta cruz desde el propio comienzo. Si te hubiera escuchado me habría ahorrado muchos problemas innecesarios. 

El mundo, el otro mundo, la vida de matrimonio y la vida del monje… tantas complicaciones. Si escuchas al Tao, entonces el mensaje es muy simple. Permanece arraigado en tu ser y te salvarás de todos los problemas que trae el poseer y de todos los problemas que trae el no poseer. 

Tú simplemente se. Ser es la meta del Tao. Y se debe entender una cosa más: siendo, tú ya eres. No hay un llegar a ser; no tienes que llegar a ser; lo que es ya está ahí, lo llevas dentro de ti. Sólo debes permitírsele que se abra para que el perfume se libere al viento, y ésta es la verdadera canción, el gozo. Recuerda, si buscas consuelo lo encontrarás, pero es una falsa moneda, confortable, conveniente, es como una droga. Empiezas a beber pero continúas siendo infeliz. 

La desdicha no cambia, pero al beber empiezas a olvidarte de ella. El consuelo es una especie de intoxicación; además, nada cambia, porque la puerta que lleva a la desdicha permanece abierta; tú sigues comparando. La comparación es la causa fundamental de la desdicha. Al no ser comparativo, al no ser ni más alto ni más bajo, al ser tú mismo simplemente, al no pensar en relación con otros, al pensar sólo en términos de tu tremenda soledad, llegas a ser feliz.

sábado, 17 de octubre de 2020

LA FELICIDAD COMPARATIVA

Una vez me contaron la siguiente historia. Una vez un león y un zorro entraron en un restaurante. Se sentaron y a continuación el zorro pidió, pero pidió sólo para uno. El camarero preguntó entonces: -¿Desea algo para su amigo? El zorro contestó: -¿A usted que le parece? ¿Cree que si él tuviera hambre yo estaría sentado aquí? Él no tiene hambre; eso es seguro. Cuando los animales tienen hambre, matan, pero no matan por jugar, no matan por diversión; no están interesados en el hecho de matar. Por supuesto tienen interés por la comida; no hay nada erróneo en ello. 

El hombre mata sin razón alguna. Los animales no matan por ideologías; no dicen “Yo soy comunista y tú eres capitalista. Te mataré”. No dicen: “Soy un fascista y tú un comunista, así que te voy a matar”. Ellos no tienen ninguna ideología, ni matan porque sean cristianos o hinduistas o mahometanos. El hombre mata con cualquier excusa, con cualquier excusa, la que sea. Los hinduistas pueden matar a los mahometanos, los mahometanos pueden matar a los hinduistas, los cristianos pueden matar a los mahometanos y los budistas, etc. ¿Y por qué? Por doctrinas abstractas, por principios; y nadie está dispuesto a vivir por esas doctrinas, pero todo el mundo está dispuesto a matar a otros por esas mismas doctrinas. 

Si alguien ofende la Biblia, el cristiano está dispuesto a matarlo, y si le preguntas: “¿Vives según tu Biblia?”, te responderá: “Es muy difícil”. No le interesa vivirla, a nadie le interesa vivirla, pero si se trata de matar, entonces todo el mundo se muestra muy interesado. 

A lo largo de los siglos, en tres mil años, ha habido cinco mil guerras. No, ningún animal es tan innoble; los animales tienen una nobleza natural. El hombre es muy astuto. No obstante, alguien dijo: “… la humanidad es lo más noble, y tengo la suerte de ser humano. Ésta es mi primera alegría”. Esto no es alegría. Es el placer proveniente de sentirse egoísta, de “ser alguien”. Y recuerda: esto no te llevará a la verdadera felicidad, porque en el fondo hay comparación. Si te estás sintiendo superior, en algún momento te podrías sentir inferior. 

 Una vez escuché a un hombre religioso, a un santo, a un santo muy conocido en la India, dar esta enseñanza a sus discípulos: “busca siempre a las personas que no tengan tanto como tú, y te sentirás muy feliz. Si tienes casa busca siempre a personas que no tengan casa”. Naturalmente, te sentirás muy feliz. “Si tienes un sólo ojo, busca a las personas que están ciegas… te sentirás feliz”. Pero ¿qué clase de felicidad es esa? ¿Y qué clase de religiosidad es esa? Además, no puedes prescindir de la otra cara de la moneda. Tú tienes un ojo; cuando miras a una persona ciega, te sientes feliz. Pero si te encuentras con una persona que tiene dos ojos hermosos, entonces ¿qué harás? Te sentirás infeliz. En lo que llamas “felicidad”, la infelicidad está implícita. 

 No, a través de la comparación nadie llega a la alegría. La alegría es un estado no comparativo. No compares. 

Una vez me contaron la siguiente historia: El padre va con su vástago a ver un espectáculo que presenta a cincuenta de las más audaces artistas del desnudo que hay en el país. -¡Ay, Dios mío! ¡Ay, Dios mío! –exclama el padre durante la presentación. -Qué sucede, papá, ¿no te gusta el espectáculo? –pregunta el hijo. -Claro que sí –le responde-. Es que estaba pensando en tu madre. Si comparas, tu comparación va a crear problemas. 

Recuérdalo: la alegría no surge de la comparación; nunca. No obstante el hombre dice: “Tengo muchas alegrías. Entre las innumerables cosas que engendró el cielo, la humanidad es lo más noble, y tengo la suerte de ser humano. Ésta es mi primera alegría”. Como alegría no es mucho. No es más que un estímulo para el ego: te sientes bien, te sientes superior; pero una persona que necesita ser superior para sentirse bien, es una persona que lleva un volcán en su interior. 

Una persona que tiene que ser superior para sentirse feliz está sufriendo en el fondo de un complejo de inferioridad. Sólo una persona inferior piensa en términos de superioridad. Una persona real, una persona auténtica, no es superior ni inferior; simplemente es única; nadie es menos que ella y nadie es más que ella. Toda la existencia es igual. 

Los árboles y las rocas, los animales, los pájaros, los hombres, las mujeres y Dios; todos compartimos la totalidad de la existencia en igualdad de términos. Cuando ves esta tremenda igualdad, esta unicidad, te sientes alegre; y tu alegría no tiene motivo, es inmotivada. 

El Tao dice: si estás solo, absolutamente solo y tu felicidad se mantiene inalterable, entonces lo has conseguido; de otra manera no lo has conseguido. Una felicidad comparativa es una pseudofelicidad. “Yo tengo un automóvil grande, tú no. Me siento feliz porque tú no lo tienes. Esto es una tontería. ¿cómo puedo sentirme feliz porque no tienes un automóvil? “Yo tengo una casa muy grande y tú no la tienes, por tanto me siento feliz”. Esta felicidad parece más basada en hacer a los otros infelices que en hacer que uno sea feliz. “Tú no tienes un automóvil, tú no tienes una buena casa. Estoy feliz porque tú eres desgraciado”. Observa la lógica de ello; su matemática es simple: “Soy feliz cuando la gente es desgraciada, así que cuánto más gente desgraciada exista, más feliz seré. Si el mundo entero se vuelve un infierno, seré muy feliz”. Ésta es la lógica, y se lo que ha estado haciendo el hombre. Observa. Observa siempre. 

Estar feliz cuando alguien es desgraciado es una conducta violenta. Así es como las personas empiezan a coger el rumbo equivocado, volviéndose opresores, volviéndose explotadores, volviéndose peligrosos. Son una maldición para el mundo, siempre se rigen por la misma lógica.

sábado, 10 de octubre de 2020

LA VERDADERA FELICIDAD

Hay una oposición enorme, diametral, entre la actitud taoísta y la actitud del confucionismo. Confucio está lo más lejos posible de la visión taoísta. Confucio cree en la ley, Confucio cree en la tradición, cree en la disciplina, Confucio cree en el carácter, en la moralidad, en la sociedad, en la educación. El Tao cree en la espontaneidad, en la individualidad, en la libertad. El Tao es rebelde; Confucio es muy conformista. El taoísmo es el inconformismo más profundo que se ha desarrollado en el mundo, en cualquier época de la historia; esencialmente es una rebelión. A tal punto ha sido una rebelión, que los místicos taoístas Lao Tzu, Chuang Tzu y Lieh Tzu no hacen más que ridiculizar la actitud del confucionismo. 

Ésta es una parábola sobre la ridiculez. Lo entenderás cuando te lo explique. Su ridiculez también es muy sutil, no evidente. Primero comprendamos el sentido superficial. La Parábola: “Mientras Confucio vagaba por el monte T’ai, vio a Jung Ch’i Ch’i caminando por el páramo de Chiang, con un tosco abrigo de piel y una soga en torno a la cintura, cantando mientras tocaba el laúd.” El canto, la música, la danza, es el lenguaje de la alegría, de la felicidad. Es la expresión de una persona que no es desgraciada. Pero puede que sea sólo en apariencia, puede que sólo sea una proyección, puede que sólo sea cultivada. En lo profundo, la situación puede ser precisamente la contraria. A veces pasa que tú sonríes porque las lágrimas acuden a tus ojos, y si no sonríes empezarán a rodar por las mejillas. A veces tú mantienes una actitud, una pose cultivada, una máscara de felicidad, porque ¿qué sentido tiene mostrarle tu infelicidad al mundo? A eso se debe que la gente parezca tan feliz. 

Todo el mundo piensa que él es la persona más feliz del más infeliz del mundo, porque conoce su realidad, y sólo las poses de los otros, las poses cultivadas. Por eso el mundo piensa en lo más profundo: “Soy la persona más desgraciada; además ¿por qué lo soy cuando todo el mundo se siente tan feliz?”. El canto y la danza son con certeza el lenguaje de la alegría, pero tú puedes aprender el lenguaje sin saber qué es la alegría. 

La humanidad ha hecho esto: las personas han aprendido a hacer gestos, gestos vacíos. Pero Confucio se engaña. Dice: “Maestro, ¿cuál es el motivo de su alegría?”. La máscara ha engañado a Confucio; puede que el hombre esté contento, puede que no lo esté. Se tiene que mirar al hombre directamente; su naturaleza, no su expresión. La expresión puede ser falsa: las personas tienen expresiones aprendidas. 

Algunas veces… ¿lo has observado? Alguien sonríe; en los labios hay una hermosa sonrisa, pero mira a los ojos, y los ojos dirán justamente lo contrario. Alguien te dice una cosa: “Te amo”. Pero mírale a la cara, a los ojos, a la vibración misma de la persona, y aparecerá que te odia! Pero sólo por cortesía te dirá: “Te amo”. Confucio miraba sólo la apariencia: esto es lo primero que debe recordarse. Además, se engañó; se engañó hasta tal punto, que llamó al hombre “maestro”. Le dice: “Maestro, ¿cuál es el motivo de su alegría? 

 Ahora bien, una vez más, la alegría no tiene motivo, no puede tener un motivo. Si la alegría tuviera un motivo entonces no sería alegría en absoluto: sólo se puede gozar sin motivo, sin causa. Una enfermedad tiene un motivo, pero ¿la salud? La salud es natural. Si le preguntas al doctor: “¿Por qué estoy saludable?”, él no podrá responderte. Si vas al doctor y le dices: “¿Por qué estoy enfermo?”, él te puede responder, porque la enfermedad tiene una causa. Él puede diagnosticar tu caso y encontrar la razón de tu enfermedad; pero nadie ha sido aún capaz de hallar el motivo por el cual una persona es saludable. 

La salud es natural, la salud es lo adecuado. La enfermedad es lo no adecuado, la enfermedad indica que algo ha estado mal. Cuando todo está bien, uno se siente saludable. Cuando uno está en armonía con el todo, uno se siente saludable. No existe un motivo para ello. No obstante, Confucio preguntó: “Maestro, ¿cuál es el motivo de su alegría?”. Lieh Tzu bromea otra vez sobre Confucio; se trata de gente muy sutil. Está diciendo que toda la actitud equivocada del confucionismo se ubica allí, en la misma pregunta. Confucio piensa que la alegría tiene motivos. 

La verdadera alegría no puede tener motivo alguno. La alegría existe, simplemente, sin explicación, es inexplicable. Cuando está, está; cuando no está, no está. Cuando no está, puedes encontrar los motivos por los que no está, pero cuando está no puedes encontrar los motivos por los que está, y si puedes encontrar los motivos por los que está, tu alegría es entonces cultivada, no es real, no es auténtica, no es verdadera. No está fluyendo de lo más profundo de tu ser; tú sólo la estás manejando, la estás manipulando, la estás fingiendo. 

Cuando la alegría es un gozo fingido, puedes encontrar el motivo. No obstante, cuando la alegría es verdadera, es tan misteriosa, tan primaria, que no puedes encontrar un motivo. Si le preguntas a un buda: “¿Por qué estás feliz?”, él se encogerá de hombros. Si le preguntas a Lao Tzu: “¿Por qué estás dichoso?”, te dirá: “No preguntes. En vez de preguntar por qué estoy dichoso, averigua por qué tú no lo estás”. Es algo que se parece a un pequeño manantial en la montaña: cuando no hay obstáculos, el manantial fluye; cuando hay rocas en medio, no puede fluir. Al remover las rocas no estás creando un manantial, sólo remueves lo negativo, sólo remueves el obstáculo; el manantial ya existía, pero no podía fluir a causa de las rocas. Cuando quitas las rocas no estás creando el manantial, el manantial ya estaba allí. Al quitar las rocas has quitado lo negativo, el obstáculo; entonces el manantial fluye. 

En consecuencia, si alguien pregunta: “¿Por qué fluye el manantial?”. Pues porque está allí; por eso es que fluye. Si no está fluyendo entonces hay una causa. Deja que esto penetre en ti profundamente, porque éste también es tu problema.

LA CUALIDAD DEL EGO

Dios está en ti, Dios está ahí, tú lo aceptas; eso es todo. Si no lo aceptas, él no entrará porque no puede destruir tu libertad, él protege tu libertad. Si tú dices no, él no va a entrar en tu ser. Si en tu puerta está escrito que no se acepta a nadie sin tu permiso, él esperará. Él ni siquiera va a pedirte permiso; simplemente esperará, porque incluso al pedirte permiso está interfiriendo en tu libertad. Él esperará. Él no hará sonar el timbre; simplemente esperará. Dios está en todas partes, esperando, y espera muy silenciosamente... por eso no se siente su presencia, parece casi ausente. 

¿No lo ves? Dios parece ser la mayor ausencia en el mundo. Por eso pueden existir los ateos, y pueden decir: “¿Dónde está tu Dios? Nosotros no vemos nada”. Él no interfiere en absoluto; él te permite una libertad total y la libertad total implica también ir contra Dios. 

 Tu naturaleza está en la dicha. Tú estás hecho del ingrediente llamado dicha. No obstante, tienes que admitirlo, tienes que relajarte, tienes que soltarte; no existen los motivos, sólo es necesario soltarse. En consecuencia, teóricamente, te puede suceder en este preciso momento; no se debe desperdiciar una fracción de segundo. 

Si hay una causa, entonces… entonces será necesario un largo tiempo y, aun así, uno nunca sabe: puede que tengas éxito, puede que no. Capta la diferencia entre la actitud hinduista y la actitud taoísta. 

Los hinduistas, los jainistas, los budistas, todos ellos dicen que el karma de vidas pasadas se tiene que limpiar. Mucho es lo que se tiene que hacer, se necesita una gran disciplina; sólo entonces tendrás la posibilidad de lograrlo. 

Lao Tzu, Bodhidharma, Lin Chi, todos ellos dicen que no se necesita nada, sólo que lo aceptes. Relájate, acéptalo y en este mismo momento empezará a fluir en ti. Un hombre pobre no tiene nada que motive su felicidad, no tiene por qué sentirse feliz. Si estuviera amargado sería comprensible; si estuviera deprimido sería comprensible. La alegría existe, sencillamente existe. No tiene ningún motivo, de ahí que no sea posible encontrar un método, sólo la comprensión. Hay una alegría. No puede haber muchas. Puede haber muchas enfermedades, pero no puede haber muchas “salubridades”. Tú puedes tener tu enfermedad, yo puedo tener la mía y alguien más la suya; no obstante, si yo estoy saludable y tú estás saludable y alguien más está saludable, ¿cuál es la diferencia? ¿Puedes hacer una distinción entre mi salud y la tuya? No hay ninguna posibilidad; la salud es universal, y la enfermedad es personal. La enfermedad proviene del ego, la salud no proviene del ego. La enfermedad proviene del cuerpo, de la mente; la salud proviene del más allá, y el más allá es uno. 

Mi cuerpo difiere del tuyo; naturalmente yo tendré una enfermedad diferente, tú tendrás una enfermedad diferente, pero ¿la salud? La salud es una, simplemente: tiene el sabor, siempre el mismo sabor, eternamente el mismo. 

Alguien le preguntó al Buda: “¿Qué sabor tiene tu estado búdico?”. Él dijo: “Ve y saborea el mar, saboréalo por todas partes; por esta orilla, por cualquier orilla o en cualquier playa. O ponte en medio del océano y saboréalo, o ve a la otra orilla y siempre encontrarás el mismo sabor, el mismo sabor salado. El estado búdico tiene un sabor”. Todos lo que se han convertido en budas han llegado al mismo sabor. La salud tiene el mismo sabor. Si un niño es saludable, un joven es saludable, un anciano es saludable, todos tienen también un mismo sabor. Si una mujer es saludable y un hombre es saludable tendrán el mismo sabor. No obstante, las enfermedades son diferentes. 

En la actualidad, la ciencia médica afirma que incluso cuando dos personas sufren de la misma enfermedad, las dos enfermedades no son las mismas. Sucede en consecuencia que si padeces una enfermedad –a lo mejor tuberculosis- y tu esposa sufre la misma enfermedad, las mismas medicinas no servirán para los dos. Tú necesitas una medicina y tu esposa necesita otra clase de medicina. Por eso se necesita un médico; de otra manera con el farmacéutico será suficiente. 

Si se ha decidido que para la tuberculosis hace falta esta medicina, entonces ¿qué necesidad hay de ver al médico? El farmacéutico puede suministrarla. En la actualidad, cada vez más, debido a que la ciencia médica está profundizando en el fenómeno de la salud y la enfermedad, se están dando cuenta de que cada enfermedad lleva consigo una personalidad: va con la persona. Por tanto, dicen: no trates la enfermedad, trata a la persona. No te preocupes demasiado por la enfermedad. Mira a la persona, a su personalidad en conjunto, su forma de vida, sus actitudes, sus pautas de comportamiento. Míralos y entonces encontrarás que el nombre “tuberculosis” puede ser el mismo, porque sería muy difícil tener nombres separados para cada cosa, pero cada tuberculoso sufre de una manera diferente y se hace necesario que su tratamiento sea distinto al de los demás. 

 Las enfermedades son personales, pero ¿la salud? La salud es impersonal, es universal. Lo mismo la alegría. La infelicidad es una enfermedad; la alegría es salud, bienestar. La alegría es una. 

Cuando dices que tienes muchas alegrías no sabes lo que es la alegría. Puede que hables de placeres, puede que hables de tus llamados “momentos de felicidad”, que en realidad no son momentos de felicidad, sino de menor infelicidad. Una persona es muy infeliz; entonces un día se siente menos infeliz y dice: “Me siento muy feliz”. 

Esto es simplemente relativo; esa persona no sabe qué es la felicidad. Sólo conoces algunas veces una infelicidad muy intensa, y otras veces una infelicidad menos intensa. Cuando no es tan intensa dice: “Me siento feliz”. Tú puedes observarlo en ti mismo. ¿has sabido alguna vez lo que es la felicidad? ¿Conoces su sabor? Tú sólo has conocido diferentes estados de infelicidad. 

Algunas veces la infelicidad es tan grande que se hace insoportable. Algunas veces es soportable, controlable, la puedes tolerar. Pasas de menos infelicidad a más infelicidad, de más infelicidad a menos infelicidad, pero no sabes lo que es la felicidad, porque una vez sabes lo que es, entonces no es necesario en absoluto ser infeliz, porque tienes la clave. Puedes abrir esa puerta cada vez que decidas abrirla. 

No obstante, tú no puedes abrir la puerta de la felicidad; esto simplemente te indica que no tienes la clave. Tú sólo conoces los estados relativos del mismo fenómeno: algunas veces está muy oscuro y no puedes ver en absoluto, otras veces no está tan oscuro, hay penumbra; pero tú no conoces la luz. La luz no es un estado relativo de oscuridad, la luz no es menos oscuridad. 

Recuerda: la luz es una clase totalmente diferente de energía; no tiene nada que ver con la oscuridad. La luz y la oscuridad no pueden existir juntas en la misma habitación. La luz es algo positivo, la oscuridad es algo negativo; la infelicidad también lo es. El ser humano siempre ha pensado de sí mismo que es la creación suprema de la existencia. El ser humano siempre ha pensado que casi es Dios, y se siente muy feliz. No obstante, ¿cómo puede ser posible la felicidad con un ego? La infelicidad viene con el ego. Y éste es uno de los mayores argumentos del egoísta: el hombre casi es Dios, y esto lo decimos solamente para ser corteses. 

En el fondo sabes que Dios es casi como tú. Aunque seas un gran devoto, una presunta gran persona “religiosa”, a cada momento estás tratando de manipular a Dios a tu conveniencia. “¡Cumple con mi voluntad!”. Esto es todo lo que implican tus oraciones: “¡Hazlo como yo quiero. Escúchame”. Todo tu esfuerzo consiste en convertir a Dios en tu sirviente. Le llamas “Señor”, “Maestro”, pero eso sólo es un soborno; tú estás tratando de manipularlo. Tú dices: “Yo no soy nadie. Tú lo eres todo”, pero en el fondo tú sabes quién es quién. En realidad, incluso cuando luchas por tu Dios, lo haces por TU Dios. Incluso cuando te sacrificas en algún pedestal, en algún altar, es por tu Dios por el que te sacrificas. Cuando te inclinas ante una imagen de Dios en un templo, o en una mezquita, o en una iglesia, lo haces ante la imagen que has creado, lo haces ante tu Dios. Te inclinas ante tu propia creación. Te inclinas ante un espejo. Te ves reflejado allí y dices: “¡Qué hermoso!”. 

Si un cristiano dice cómo es Cristo de hermoso, si un hinduista dice cómo es Krishna de hermoso, si un budista dice cómo es el Buda de hermoso, el budista no aceptará que Cristo es hermoso; eso no satisface a su ego. El cristiano no aceptará que el Buda es hermoso; eso no satisface a su ego. El hinduista no puede creer que Cristo o Mahoma, o Moisés sean hermosos; esto no satisface a su ego. Recuerda: nosotros estamos satisfaciendo a nuestros egos de todas las maneras posibles: abiertas o sutiles, directas o indirectas. Y una persona realmente religiosa es la que sabe esto, la que toma consciencia de esto, y en este estado de consciencia el ego desaparece. Una persona religiosa tiene que saber que “yo no soy”, y en esa experiencia de “yo no soy” fluye la alegría.

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