sábado, 27 de febrero de 2021

LAS RELACIONES

 


Siempre que existe relación, hay separación. En una relación, permaneces separado; en una relación, permanentemente sigues tratando de controlar la situación. 

Ésta es una de las miserias de la vida humana: aun en el amor, creamos una relación. Entonces, se pierde el amor. El amor no debería ser una relación. Deberías transformarte en el amante o el amado. Deberías transformarte en el otro y dejar que el otro se transforme en ti. Debería haber una fusión de ambos; sólo entonces cesa el conflicto. Si no, el amor se torna un conflicto, un forcejeo. 

Si eres tú, tratarás de controlar, querrás poseer, aspirarás a ser el amo, y entrará a jugar la explotación: el otro será usado como medio, y no como fin. Pero la mente humana no puede pensar más allá de la relación, porque no podemos pensar en nosotros como si no fuéramos nosotros. Estamos; por más que lo ocultemos, estamos allí. Bien adentro, está el yo; y bien adentro, el yo sigue controlando. 

La filosofía zen tiene una de las tradiciones más antiguas de pintura. Un maestro zen tenía un discípulo que estaba aprendiendo pintura y, a través de ésta, por supuesto, meditación. El discípulo estaba obsesionado con los bambúes: continuamente estaba dibujando y pintando bambúes. 

Se dice que el maestro le dijo: -Si no te transformas en bambú, nada sucederá. 

Durante diez años, el discípulo había estado dibujando bambúes. Se había vuelto tan eficiente que podía pintar bambúes aun con los ojos cerrados, en una noche oscura, y sin luz. Y sus bambúes eran tan perfectos y vivos... 

Pero el maestro no lo aprobaba. Decía: 

-No. Si no te transformas en bambú, ¿cómo puedes dibujarlo? Sigues separado de él, sigues siendo un observador, sigues siendo espectador. Así puedes conocer el bambú desde afuera; pero ésa es la periferia, no el alma del bambú. Si no te haces uno con él, si no te transformas en bambú, ¿cómo puedes conocerlo desde adentro? 

Durante diez años se esforzó el discípulo, pero el maestro no lo aprobaba. Entonces, el discípulo se perdió en el bosque, en un bosque de bambúes. Nada se supo de él por tres años. Después, empezaron a llegar noticias de que se habla transformado en bambú. 

Ahora, no dibuja, vive con los bambúes, está de pie con ellos. El viento sopla, los bambúes danzan: él también danza. Entonces, el maestro fue a investigar. Y, efectivamente, el discípulo se había transformado en bambú. 

El maestro le dijo: 

-Ahora, olvida todo eso acerca de ti y el bambú. 

El discípulo replicó: -Pero tú me dijiste que me transformara en bambú y lo hice. 

El maestro exclamó: -Ahora olvida también eso, porque ahora ésta es la única barrera. Bien adentro, en algún punto, aún sigues separado del bambú y pensando que te has transformado en él. Entonces, todavía no eres un perfecto bambú, ya que un bambú no lo recordaría. Olvídalo. Durante diez años no se habló sobre los bambúes. Luego, un día, el maestro convocó al discípulo y le dijo: -Ahora puedes dibujar. Primero te transformaste en bambú; y después lo olvidaste; entonces te transformaste en un bambú tan perfecto que la pintura ya no es pintura sino crecimiento. 

Ya has tenido suficientes relaciones: has sufrido bastante. En muchas, muchas vidas te has relacionado con esto o aquello, y has sufrido lo suficiente, más que suficiente. Has sufrido más de lo que mereces. 

El sufrimiento se ha centrado en el erróneo concepto de relación. El concepto erróneo es el siguiente: que tú debes ser tú mismo para después relacionarte. Entonces, hay tensión, conflicto, violencia, agresión, y sigue un completo infierno. 

Sartre afirma en algún lado: “el otro es el infierno”. Pero, en realidad, el otro no es el infierno: el otro es el otro porque tú eres el yo. Si dejas de serio, el otro desaparece. Siempre que esto sucede (ya sea entre un hombre y un árbol, entre un hombre y una mujer, o entre un hombre y una roca), siempre que esto sucede, dejas de ser tú y el infierno desaparece. De repente te transfiguras: entras en el paraíso. 

Prueba esto: sentado debajo de un árbol, olvídate de ti mismo. Deja que sólo el árbol permanezca allí. 

Esto le sucedió a Buda debajo del árbol bodhi. Él no estaba, y en ese momento ocurrió todo. Sólo el árbol bodhi estaba allí. Puedes no ser consciente de que, después de Buda, en quinientos años, no se creó su estatua ni se pintó un cuadro de él. Durante quinientos años, continuamente, cada vez que se creaba un templo budista, sólo se ponía la imagen del árbol bodhi. 

Eso era hermoso porque, en ese momento, cuando Siddhartha Gautama se transformó en Buda, él no estaba allí: sólo el árbol estaba allí. Él había desaparecido un momento, y sólo estaba allí el árbol. Encuentra momentos en los que no estés, y ésos serán los momentos en los cuales, por primera vez, verdaderamente existirás.

sábado, 20 de febrero de 2021

EL EGOÍSMO Y LA PEREZA

 


Recuerda, que si tienes que caer en una trampa, la de la pereza es mejor que la del egoísmo. Éste es más peligroso; la persona perezosa no hace nada malo; una persona perezosa no puede hacer mal alguno. Nunca hará algo bueno, de acuerdo, pero tampoco hará algo malo. No se ocupará de matar a otros, de torturar a otros, de crear campos de concentración, de ir a la guerra; no se molestará. La persona perezosa dice: “¿Para qué? Si puedo descansar, ¿para qué?”. Una persona perezosa no es peligrosa por naturaleza. La única cosa que puede echar a faltar es su propio crecimiento espiritual, pero ella no interferirá en el crecimiento de los demás; no será un obstáculo. No será un benefactor, pues las personas más maliciosas del mundo son los benefactores. Una persona perezosa está casi ausente. ¿Qué puede hacer? ¿Has oído alguna vez que algún perezoso haya hecho algo malo?

No te preocupes porque unos cuantos se vuelvan perezoso; déjalos, no hay nada malo. El problema real está en el egoísta, en el que quiera ser espiritual, en el que quiere ser especial, en el que quiere obtener poderes espirituales. El problema real está en el que quiere demostrar al mundo algo espiritualmente. Si tienes que fracasar, elige la pereza. Si no puedes fracasar, si tienes que evitarlo, vale la pena evitar ambos.

La pereza es simplemente como el resfriado común; no hay mucho de que preocuparse. El ego es como el cáncer. Es mejor no tener ninguno de los dos, pero si tienes que elegir y quisieras tener un asidero, el resfriado común está bien, puedes depender de él, nunca mata a nadie, nunca ha matado a nadie. Pero no escojas nunca el cáncer… y esa es la mayor posibilidad.

Cuando empiezas a pensar en los demás, estás cayendo en una trampa del ego. ¿Quién eres tú para que te metas en la vida de otros? Es su vida. Si se sienten perezosos, ¿quién eres tú para interferir?

La pereza como hábito es mejor que estar obsesionado por la actividad. Estar obsesionado por la actividad es demencial. Una persona perezosa puede estar sana. Algunas veces se ha encontrado que las personas más perezosas son las más sanas.

Lao Tzu puede parecer perezoso al no pretender nunca fin o propósito alguno. Si conocieras a Diógenes, pensarías que es perezoso. Si conocieras al Buda pensarías que es perezoso. “Sentado debajo de un árbol bodhi… ¿qué estás haciendo? Podrías al menos dirigir una escuela primaria y enseñar a los niños, o puedes fundar un hospital y servir a la gente enferma. Hay tanta gente muriendo, pasando hambre… ¿qué estás haciendo aquí, sentado debajo del árbol bodhi?”.

Esa persona que piensa así, habría cogido al Buda para llevarle a trabajar. “¿Qué estás haciendo? ¿Sólo sentarte a meditar? ¿Acaso es éste el momento para meditar? ¿Es acaso el momento para sentarse en silencio sin más, y disfrutar de tu dicha? ¡Eso es egoísmo!”. Esta actitud condenatoria es realmente peligrosa: Te hace creer que eres más santo que el otro. “Soy mejor que tú. Tú… ¡perezoso!”.

Sí, existen las imperfecciones, existen las limitaciones, pero todo el mundo tiene estas limitaciones. Si quieres amar, tienes que amar a un hombre con todas sus limitaciones. Tú no puedes encontrar a la persona perfecta. La perfección no existe. La existencia no permite la perfección, porque la perfección es muy monótona. Piensa simplemente en lo que es vivir con una persona perfecta… Después de veinticuatro horas te suicidarás. ¿Vivir con una persona perfecta? ¿Cómo sería tu vida? Él sería casi como una estatua de mármol: muerto. Cuando una persona se vuelve perfecta está muerta. Una persona viva nunca es perfecta, y mi enseñanza tiende básicamente hacia la totalidad y no hacia la perfección.

Se total y recuerda la diferencia. El ideal de la perfección dice: “Se de esta manera, sin ira, sin celos, sin ser posesivo, sin imperfecciones, sin limitaciones”. El ideal de la totalidad es completamente diferente: si estás enojado, enójate completamente. Si amas, ama por completo. Si estás triste, entristécete completamente. Nada se deniega, únicamente lo parcial se tiene que dejar y así una persona se vuelve hermosa.

Una persona total es hermosa. Una persona perfecta está muerta.

No estoy tratando de crear mahatmas. ¡Ya está bien! Esos mahatmas ya han hecho suficientes tonterías en el mundo. Necesitamos gente hermosa, floreciente, fluida, vital. Sí, algunas veces se pondrán tristes, pero ¿qué hay de malo en sentirse triste? Algunas veces se enojarán, pero ¿qué hay de malo en sentirse enojado de vez en cuando? Esto simplemente indica que estás vivo, que no eres una cosa muerta, que no eres un leño a la deriva.

Algunas veces peleas, algunas veces lo dejas correr, tal como cambian los climas: algunas veces está lluvioso y lleno de nubes, otras veces está soleado y las nubes han desparecido. Además se necesitan todas las estaciones: la fría, la caliente, el invierno, el verano; todas las estaciones son necesarias. Y el hombre real, el hombre auténtico tiene todos los climas en su ser, sólo que con un punto de atención: cualquier cosa que hace, la tendría que hacer completamente y con plena atención; eso es todo, es suficiente: ahí tienes una hermosa persona.

Recuerda, sin embargo, que no estoy alabando la pereza. Simplemente condeno la actitud egoísta. Estoy más a favor de la pereza que del egoísmo. Pero no estoy a favor de la pereza en sí misma; la pereza tendría que estar llena de atención consciente. Entonces tú estás más allá, tanto de la actividad como de la pereza. Entonces te vuelves trascendental. No eres activo ni inactivo; estás centrado. Haces lo que es necesario, no haces lo que no es necesario. No eres un hacedor ni un no-hacedor. Dejas de concentrarte en el hacer. Eres consciencia.

Así que, por favor, no tomes lo que he dicho n el sentido de que te estoy ayudando a que seas perezoso. Ser realmente perezoso no quiere decir ser inactivo, sino estar tan lleno de energía que te conviertes en un acumulador de energía, perezoso en lo que respecta al mundo, pero tremendamente dinámico interiormente, no indolente.

Un taoísta es perezoso en lo exterior; en lo interior se ha convertido en un fenómeno similar a un río, está fluyendo continuamente hacia el océano. Ha abandonado muchas actividades porque estaban sustrayendo innecesariamente su energía. El peligro siempre está ahí –en todo lo que digo hay peligro-, el peligro de la interpretación. Si digo “se activo”, existe la posibilidad de que te vuelvas egoísta. Si digo “se inactivo”, existe la posibilidad de que te puedas volver indolente. La mente es astuta. No deja de interpretar a su manera; no deja de encontrar razones, racionalizaciones, trucos para defenderse a sí misma. Quiere permanecer como es.

En eso consiste todo el esfuerzo de la mente: quiere permanecer como es. Si es perezosa quiere seguir siendo perezosa. Si es activa –muy activa, obsesivamente activa-, quiere seguir siéndolo. Por tanto, tienes que ser cuidadoso para no defender tu mente cuando yo diga algo. Tienes que desembarazarte de tu mente.

sábado, 13 de febrero de 2021

LA CREENCIA Y LA CONFIANZA



El Tao no depende de la creencia. Tú no puedes creer en él. El Tao no conoce un sistema de creencias. No dice: “Cree”. Esto es lo que han hecho otras religiones. Tao es el abandono de todos los sistemas de creencias. Entonces aparece una clase completamente nueva de confianza: la confianza en la vida. Las creencias implican tener fe en los conceptos. Los conceptos se refieren a la vida. La confianza no se preocupa de los conceptos. La confianza es inmediata, en la vida, no en algo que se refiere a la vida. La creencia está muy lejos de la vida. Cuanto más fuerte sea la creencia, mayor es la barrera.

El Tao no es ni la creencia ni la incredulidad, sino el abandono de toda creencia e incredulidad. Cuando abandonas toda las creencias e incredulidades y estás en contacto directo e inmediato con la vida, surge una confianza, un gran “sí” surge en tu ser. Este “sí” transforma, transforma completamente.

Por tanto, lo primero que preguntas: “¿Puedo creer en el Tao…?”. No, el Tao no es una creencia. No te acerques cruzando la puerta de las creencias o desembocarás en una filosofía, en una religión, en una iglesia, en un dogma, pero nunca desembocarás en la vida. La vida es, simplemente. No es una doctrina que alguien predica. La vida simplemente está alrededor, por dentro y por fuera. Cuando dejas de mirar mediante las palabras, los conceptos, las verbalizaciones, se te revela; todo se vuelve muy claro como el cristal, muy transparente. En esa transparencia no estás separado del Tao; ¿Cómo puedes creer en el Tao o no creer? Tú eres el Tao. Ese es el camino del Tao: convertirse en el Tao.

Una vez has dejado de interferir en tu propia vida, has dejado de interferir en la vida de otros. Si continúas interfiriendo en tu propia vida, acabas por interferir en la vida de otros, lo que no es más que un reflejo, no es más que una sombra. Deja de interferir en tu propia vida; entonces toda interferencia desparece súbitamente porque es absurda. La vida ya está yendo a donde necesita ir, ¿qué sentido tiene interferir?

El río ya está fluyendo hacia el océano; ¿para qué interferir? ¿Para qué dirigirlo? Si empiezas a dirigir el río, lo matas; se convierte en un canal. Entonces deja de ser un río, entonces desaparece la vida, entonces es un prisionero. Puedes forzarlo para que vaya donde quieres llevarlo, pero entonces no habrá música ni danza; será como llevar un cadáver. El río estaba vivo, el canal está muerto. Que el canal sea un río sólo es un decir. No es un río, porque para ser un río hay que ser libre, fluir, buscar, seguir la propia naturaleza intrínseca. La cualidad propia de un río está en no ser dirigido, en no ser arrastrado y empujado, en no ser manipulado. Una vez que has comprendido que creces cuando no interfieres en tu propia vida, cuando entiendes que creces cuando nadie interfiere en tu vida, ¿cómo vas a poder interferir en la vida de otro?

Pero si tú interfieres en tu propia vida, si tienes un ideal sobre cómo tendría que ser, ella, el ideal produce interferencia. El “tendría” es la interferencia. Si tienes algún ideal –el de querer ser como Jesús, o como el Buda, o como Lao Tzu, el de ser un hombre perfecto o una mujer perfecta, el de ser esto o aquello-, entonces vas a interferir. Tendrás un mapa, tendrás una dirección, tendrás un futuro predeterminado. Tu futuro ya estará muerto, habrás convertido tu futuro en pasado. Dejará de ser un fenómeno nuevo; lo has convertido en una cosa muerta. Cargarás con el cadáver, vas a interferir en todo, porque siempre que sientas que te estás extraviando, y por extraviarse entiendo extraviarse del ideal… nadie se ha extraviado nunca, nadie puede extraviarse. No es posible cometer un error.

Déjame repetirlo: es imposible extraviarse, porque dondequiera que vayas está lo divino, y cualquier cosa que hagas culmina en lo divino. Todos los actos son transformados naturalmente en la suprema bondad y maldad, todos. Pecador y santo, todos alcanzan la divinidad.

Dios no es algo que puedas evitar, pero si tienes algún ideal, puedes postergar su encuentro. No lo puedes evitar: tarde o temprano Dios va a tomar posesión de ti. Pero lo puedes postergar. Puedes postergarlo hacia el infinito; tienes esa libertad. Tener un ideal implica que estás en contra de la naturaleza.

Gurdjieff solía decir que todas las religiones están contra Dios y él tiene razón; ha logrado una gran revelación al respecto. Todas las religiones están contra Dios porque todas las religiones han proporcionado ideologías, ideales. No hace falta ideal alguno, no hace falta ideología alguna. Tendrías que vivir una vida simple, ordinaria; tendrías que permitir que Dios hiciese lo que él quiera. Si él quiere que seas de esta manera, bien. Si quiere que seas de aquella manera, bien. Permite que venga su reino, permite que se haga su voluntad. Y una vez que disfrutas de la libertad que llega cuando no tienes ideal alguno, ¿cómo podrías interferir en la vida de otros?

Tú interfieres en la vida de tus hijos, tú interfieres en la vida de tu esposa, de tu esposo, de tu hermano, de tu amigo, de tu amado. Tú interfieres en sus vidas porque piensas que al hacerlo los estás ayudando. ¡Los estás estropeando! Tu interferencia se asemeja lo que los seguidores del Zen –ellos tienen la expresión correcta- llaman “calzar una serpiente”. Tú estás ayudando, a lo mejor haces un gran esfuerzo, haces grandes cosas –calzas una serpiente- pensando: “¿Cómo puede caminar una serpiente sin zapatos? Puede que haya dificultades, que los caminos sean difíciles, que haya también espinas. La vida está llena de espinas, así que hay que ayudar a la serpiente, hay que calzar la serpiente”. ¡Matarás la serpiente!

Todo esfuerzo por mejorar a los demás es así, precisamente, pero hay un corolario natural: si estás tratando de mejorarte a ti mismo, tratarás de mejorar a otros. Tu propio malestar va a afectar a otros. Una vez que dejas de mejorarte a ti mismo, una ves te aceptas tal como eres, incondicionalmente, sin amargura, sin queja, una vez te empiezas a amar tal como eres, toda interferencia desaparece.

sábado, 6 de febrero de 2021

EL TODO Y LAS PARTES

 

La ciencia es una parte del vasto misterio de la vida. Si tomas la ciencia como una parte, entonces no hay nada malo. Pero la ciencia pretende, afirma, abarcar la totalidad, entonces todo sale mal. La situación es exactamente la misma, la inteligencia, el cálculo, la aritmética. No tiene nada de malo con el intelecto cuando funciona como una parte y mientras no afirma: “Yo soy el todo”. Pero cuando el intelecto afirma “Yo soy el todo”, entonces hay problemas.

Cuando el intelecto dice “Yo sólo soy una parte de una vasta entidad, de una gran entidad, y hago lo que me corresponde; aparte de esto no se qué está sucediendo”, entonces no hay problema. Yo no estoy en contra del intelecto como tal. Estoy en contra del intelecto que afirma ser el todo.

Éste es, además, el punto de vista de Lao Tzu, Chuang Tzu y Lieh Tzu. Ellos no están en contra del intelecto. ¿Cómo podrían estarlo? Ellos no están en contra de cosa alguna. Mi mano es parte de mi cuerpo, pero si la mano empieza a afirmar “Yo soy el todo”, si la mano empieza a decir “Debería dominar el todo, porque soy el todo, lo demás es secundario”, entonces la mano ha enloquecido. Entonces la mano es peligrosa; ha perdido contacto con el todo.

No tiene nada de malo la ciencia como tal, pero la ciencia tendría que formar parte de lo religioso; entonces sería algo bello. El intelecto tendría que ser una parte de la totalidad de los seres humanos; entonces sería algo bello. El intelecto también es hermoso. Yo continúo utilizando el intelecto a diario. Es lo que estoy haciendo aquí, ahora mismo, ¿no es así? El intelecto es tan significativo que incluso cuando tienes que hablar de algo que no forma parte del intelecto, tienes que usar el intelecto. Incluso para hablar del Tao tienes que usar la ayuda del intelecto. ¿Cómo puede estar el Tao en contra del intelecto, en contra de la razón? Lo único que quiere el Tao que entiendas es que la vida es más que la razón, más vasta que la razón. Ésta cubre un espacio pequeño, pero ese no es el límite de la totalidad.

Lao Tzu es grande y Confucio puede formar parte de él, pero Confucio es muy estrecho y Lao Tzu no puede formar parte de él. Lao Tzu es el Tao. Confucio es la Torá. Torá es una palabra hebrea, pero me gusta porque va bien con el Tao. Tao quiere decir “amor”, torah quiere decir “ley”. En la palabra “tarot” está la palabra “torá”. Tarot proviene de dos palabras: torah rota; significa la “rueda de la ley”, la “rueda giratoria de la ley”. Torá quiere decir “ley”. La ley acaba volviéndose rígida; la ley acaba volviéndose estrecha. La ley necesita estar perfectamente definida; si no está definida, no tendrá utilidad alguna. La ley debe tener definiciones, límites perfectamente claros; entonces puede ser de alguna utilidad.

En tales circunstancias, Jesús entró en la historia de los judíos: Él trajo el Tao al mundo de la Torá. Naturalmente, provocó así la crucifixión; fue completamente natural porque la Torá no puede tolerar el Tao. La ley y la mente inclinada hacia la ley no pueden permitir el amor, porque cuando llega el amor cualquier ley se vuelve añicos. El amor es tan vasto, tan oceánico, que cuando se acerca al estrecho mundo de la ley, ésta se desmorona. Los judíos no pudieron aceptar a Jesús porque él trajo un mensaje que nunca había podido imaginar la mente judía.

Jesús es indefinible; Moisés es perfectamente definible. Moisés estaría fácilmente de acuerdo con Confucio, no estaría de acuerdo con Lao Tzu. Los diez mandamientos son el fundamento de la mente que acata la ley y, por supuesto, la mente que acata la ley siempre puede encontrar maneras e interpretaciones y formas de esquivar la ley.

La ley es estrecha, tan estrecha que uno tiene que encontrar formas de esquivarla; de otra manera la vida se haría imposible. La ley produce al hipócrita, la ley produce a la persona astuta, la ley produce al criminal; de otra manera la vida se haría completamente imposible. La ley no deja vivir; hace la vida tan estrecha que te obliga a encontrar formas e interpretaciones… Y luego aparece el abogado. Él te ayuda, te ayuda a violar la ley y aun así a permanecer dentro de ella: ese es todo su trabajo. El abogado se necesita porque la ley crea al criminal por un lado y al abogado por el otro, y los dos son lo mismo.

El abogado y el criminal son consecuencia de la ley, de la Torá. Yo no estoy en contra de la Torá porque, en una humanidad tan vasta tiene que existir; la Torá se necesita, la ley se necesita. Tú tienes que circular por la derecha en la carretera. Si todo el mundo condujera cruzándose de cualquier manera –tal como lo hace la gente en la India-, entonces sería muy difícil, muy peligroso. Se tiene que seguir la ley.

Pero la ley no es la vida. Uno debe recordar que la ley se tiene que utilizar, se tiene que cumplir y, aun así, uno tiene que mantener una apertura hacia el Tao, hacia lo trascendente. El Tao tendría que ser el objetivo y la Torá tendría que convertirse sólo en un medio. Y la Torá no debería proclamar “Yo soy el todo”. Si la Torá proclama: “Yo soy el todo”, la vida se vuelve insignificante. Si la lógica proclama “Yo soy la totalidad”, la vida se vuelve insignificante. Si alguien dice: “La vida no es nada más que ciencia”, entonces hay una reducción y todo se rebaja al denominador más bajo. Entonces el amor no es otra cosa que química, un asunto de hormonas. Entonces todo se puede reducir a lo más bajo, entonces el loto no es más que lodo.

Tendrás que mantener una disponibilidad hacia el Tao; tendrás que mantener una apertura hacia el Tao mientras acatas la Torá. En realidad, la Torá es apropiada si te lleva en la dirección del Tao. La ley es realmente apropiada si te lleva hacia el amor. Si va contra el amor, entonces esa ley es ilegal.

Si Confucio está al servicio de Lao Tzu, si la Torá está al servicio del Tao, entonces no hay problema. Si es al contrario, entonces las cosas se tuercen, entonces tienes la cabeza en los pies, y se tiene que hacer algo inmediatamente.

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