sábado, 21 de mayo de 2022

LA MEDITACIÓN NO ES CONCENTRACIÓN


Decir algo acerca de la meditación es una contradicción de términos. Es algo que puedes tener, que puedes ser, pero por su propia naturaleza, no puedes decir lo que es. Aun así, se han hecho esfuerzos para explicarlo de alguna manera. Con que surja de ellos una comprensión fragmentada, parcial, es más de lo que uno puede esperar. Porque incluso esa comprensión parcial de la meditación puede convertirse en una semilla. Depende mucho de cómo escuches. Si solamente oyes, entonces no se te podrá explicar ni siquiera un fragmento, pero si escuchas... Intenta comprender la diferencia entre ambas cosas.

Oír es mecánico. Tú tienes oídos, puedes oír. Si te estás quedando sordo, puedes ponerte un aparato ortopédico que pueda ayudarte a oír. Tus oídos no son más que ciertos mecanismos para recibir sonidos. Oír es muy sencillo: los animales oyen, cualquiera que tenga oídos es capaz de oír; pero escuchar es un nivel mucho más elevado.

Escuchar significa: cuando estás escuchando, solo estás oyendo y no estas haciendo nada más —sin otros pensamientos en la mente, sin nubes que pasen por tu cielo interior— así que lo que sea que se esté diciendo te llega como se está diciendo. No hay interferencias desde la mente; no es interpretado por ti, por tus prejuicios; no está empañado por nada que, en ese momento, esté pasando dentro de ti; porque todo eso son dístorsiones.


Normalmente no es difícil; te las arreglas solarnente oyendo, porque las cosas que estás oyendo conciernen a objetos comunes. Si yo hablo de la casa, la puerta, el árbol, el pájaro, no hay problema. Se trata de objetos comunes; no hace falta escuchar. Pero sí hace falta escuchar cuando hablamos acerca de algo como la meditación, que no es en absoluto un objeto; es un estado subjetivo. Nosotros solo podemos indicarlo. Tienes que estar muy atento y alerta; si lo logras, hay alguna posibilidad de que algún significado llegue hasta ti. Incluso aunque solo llegue a ti una pequeña comprensión, esto es más que suficiente, porque la comprensión tiene su propia forma de crecimiento. Solo hace falta que una pizca de comprensión caiga en el lugar adecuado, en el corazón, y empezará a crecer por sola.


Primero intenta comprender la palabra “meditación”. No es la palabra adecuada para indicar el estado por el que cualquier buscador auténtico tenga necesariamente que sentir interés. Por eso, me gustaría decirte algo acerca de algunas palabras. En sánscrito, tenemos una palabra especial para meditación, la palabra dhyana No existe una palabra parecida en ninguna otra lengua, es una palabra intraducible.


Durante dos mil años se ha reconocido que esta palabra es intraducible por la sencilla razón de que nadie en ninguna otra lengua ha probado o experimentado el estado que denota; así que esas lenguas no tienen la palabra.


Una palabra solo se necesita cuando hay algo que decir, algo que designar. En español, hay tres palabras: la primera, concentración. Yo he visto muchos libros escritos por personas bien intencionadas, pero no por personas que hayan experimentado la meditación. Siguen utilizando la palabra “concentración” para dhyana; dhyana no es concentración. Concentración simplemente significa que tu mente se enfoca en un punto, es un estado de la mente. Normalmente, la mente se está moviendo de manera constante, pero si está moviéndose así, no puedes trabajar con ella en un asunto en concreto.


Por ejemplo, en la ciencia se necesita concentración; sin concentración no hay posibilidad de ciencia. No es sorprendente que la ciencia no haya evolucionado en Oriente —yo veo esas profundas conexiones internas—, porque allí nunca se valoró la concentración. Lo que hace falta para la religión no es concentración, es otra cosa.


La concentración es la mente enfocada en un punto. Tiene su utilidad, porque entonces puedes profundizar cada vez más en un determinado tema. Eso es lo que la ciencia está haciendo: descubrir cada vez más acerca del mundo objetivo.


Un hombre con una mente que siempre está dando vueltas por ahí no puede ser un científico.


La virtud del científico es su capacidad de olvidarse de todo el mundo y poner toda su consciencia solamente en una cosa. Y cuando toda la consciencia se vuelca en una cosa, es casi como concentrar rayos a través de una lupa: hasta puedes encender fuego. Esos rayos por sí solos no son capaces de hacer fuego porque están dispersos; se están separando entre sí. Concentración significa que los rayos se unen, encontrándose en un punto; y cuando muchos rayos se encuentran en un punto, tienen energía suficiente como para encender fuego.


La consciencia tiene esa misma cualidad: concéntrala y podrás penetrar más profundamente en los misterios de los objetos. 


La concentración siempre es un estrechamiento de la consciencia. Cuanto más estrecha llegue a ser, más poderosa será. Es como una espada capaz de cortar cualquier secreto de la naturaleza: tienes que ser inconsciente de todo lo demás. Pero eso no es religión. Mucha gente lo ha malentendido; no solo en Occidente, sino también en Oriente. Se cree que la concentración es religión. Te da enormes poderes, pero esos poderes pertenecen a la mente.


Así que primero tienes que entender que la meditación, no es concentración.

sábado, 14 de mayo de 2022

LA MEDITACIÓN NO ES CONTEMPLACIÓN

La concentración es sobre un punto: la contemplación tiene un campo más amplio. Estás haciendo contemplación de la belleza... Hay miles de cosas bellas; puedes ir pasando de una cosa hermosa a otra. Tienes muchas experiencias de belleza; puedes ir de una experiencia a otra. Te has limitado al asunto en cuestión. La contemplación es una concentración más amplia, no se estrecha en un punto, pero está confinada a un tema. Puedes moverte, pero dentro de ese tema.


La ciencia utiliza como método la concentración; la filosofía utiliza como método la contemplación. En la contemplación, también estás olvidando todo, excepto el tema tratado. El tema es mayor y tienes más espacio para moverte; en la concentración no hay espacio donde moverse. Puedes profundizar cada vez más, estrechar más y más, puedes afinar más y más, pero no tienes espacio para moverte. Por eso, los científicos son personas con la mente muy estrecha. Te sorprenderá que diga esto.


Se suele pensar que los científicos son personas con mentes muy abiertas. No es el caso. En lo concerniente a su objetivo, tienen la mente absolutamente abierta: están dispuestos a escuchar cualquier teoría contraria a las suyas, y además con absoluta imparcialidad. Pero excepto en ese tema en particular, tienen más prejuicios, son más intolerantes que el hombre corriente, común, por la sencilla razón de que nunca se han preocupado por ninguna otra cosa: simplemente, han aceptado todas las creencias de la sociedad.


Mucha gente religiosa presume de ello: “Fíjate, se trata de un gran científico, ha recibido un premio Nobel —y esto y aquello— y viene a la iglesia todos los días”. Se olvidan por completo de que el que viene a la iglesia no es el científico ganador del premio Nobel. Y de que ese hombre, excepto por su lado científico, es mucho más crédulo que nadie; porque todo el mundo está abierto, disponible, piensa acerca de las cosas, compara qué religión es buena; algunas veces también lee acerca de otras religiones, y tiene sentido común, algo de lo que los científicos carecen.


Para ser científico tienes que sacrificar unas cuantas cosas; por ejemplo, el sentido común. El sentido común es una cualidad común de la gente corriente.


Un científico no es una persona común; tiene un “sentido no común”. Con el sentido común, no puedes descubrir la teoría de la relatividad o la ley de la gravedad. Con el sentido común, puedes hacer todo lo demás.


Por ejemplo, Albert Einstein manejaba cifras tan astronómicas que una sola cifra podía ocupar toda una página, con cientos de ceros. Pero se sumergía tanto en esas cifras —lo cual no es común— que se olvidaba de las cosas pequeñas.


Un día subió a un autobús y le dio el dinero al conductor. El conductor le devolvió el cambio; Einstein lo contó y dijo: “No es correcto, me está timando. Devuélvame el cambio que corresponde”.


El conductor volvió a contar el cambio y le dijo: “Señor, parece que no sabe contar”.


Einstein recuerda: “Cuando me dijo: “Señor, no sabe contar”, simplemente cogí el cambio. Me dije a mí mismo: “Será mejor estarse callado. Si alguien oyera que no sé contar, y además viniendo de un conductor de autobús”. Qué he estado haciendo durante toda mi vida? Números y números, no sueño con otra cosa: no aparecen mujeres, no aparecen hombres, solo números. Pienso en números, sueño con números, y este idiota me dice que no contar”.


Cuando regresó a su casa, le dijo a su mujer: “Cuenta este cambio. Es correcto?”. Ella lo contó y dijo: “El cambio es correcto”.


Entonces, él exclamó: “!Dios mío! Eso quiere decir que el conductor tenía razón. Quizá no sepa contar. Quizá solo pueda operar con cifras inmensas; las cifras pequeñas han desaparecido de mi mente por completo”.


Un científico perderá inevitablemente su sentido común. Lo mismo le sucede al filósofo. La contemplación es más amplia, pero aún está sujeta a un determinado tema. Por ejemplo, una noche Sócrates estaba pensando en algo —uno nunca podrá saber en qué— al lado de un árbol, y se sumergió tanto en su contemplación que no se dio cuenta en absoluto de que estaba nevando; y lo encontraron por la mañana casi congelado. La nieve le llegaba a las rodillas, y estaba ahí de pie con los ojos cerrados. Estaba casi al borde de la muerte; incluso su sangre debía estar empezando a congelarse.


Lo trajeron a casa; le dieron un masaje, le dieron alcohol, y de algún modo recuperó los sentidos. Le preguntaron: “Qué estabas haciendo ahí, de pie al aire libre?”. “No tenía idea de si estaba de pie o sentado, o de dónde estaba —contestó—. El tema era tan absorbente que me fui con él por completo. No sé cuándo empezó a nevar o cómo se pasó toda la noche. Me habría muerto, pero no habría recuperado mis sentidos, porque el tema era demasiado absorbente. Todavía no había acabado; era toda una teoría, y me han despertado a la mitad de su desarrollo. Ahora no sé si seré capaz de recuperarla”. Es como cuando estás durmiendo y alguien te despierta. Crees que puedes recuperar de nuevo el mismo sueño simplemente cerrando los ojos e intentando dormir? Es muy difícil volver a entrar en el mismo sueño.


La contemplación es una especie de sueño lógico. Es una cosa muy rara. Pero la filosofía depende de la contemplación. La filosofía puede utilizar la concentración para fines específicos, como ayuda a la contemplación. Si algunos pequeños fragmentos del tema necesitan más esfuerzo concentrado, entonces se puede utilizar la concentración, no hay problema La filosofía es básicamente contemplación, pero de vez en cuando puede utilizar la concentración como herramienta, como instrumento.


Pero la religiosidad no puede utilizar la concentración; la religiosidad tampoco puede utilizar la contemplación porque no tiene que ver con ningún objeto. No importa que el objeto esté en el mundo exterior o esté en tu mente —un pensamiento, una teoría, una filosofía— es un objeto.


El objeto del interés religioso es el que se concentra, el que contempla. Quién es ese objeto?


Ahora bien no puedes concentrarte en él. Quién se concentrará en él, Tú eres él. No puedes contemplarlo porque quién va a contemplar? No puedes dividirte a ti mismo en dos partes y poner una parte enfrente de tu mente, y que la otra parte empiece a contemplarla. No hay posibilidad de dividir tu consciencia en dos partes. Y aunque existiera alguna posibilidad —que no hay ninguna, pero aunque solo para seguir el razonamiento yo admitiera que hay alguna posibilidad de dividir la consciencia en dos, entonces el que contempla al otro eres tú, pero el otro no eres tú. Tú nunca eres el otro.

En otras palabras: nunca eres el objeto. eres irremediablemente el sujeto.

Entonces, no hay manera de convertirte en un objeto.


Es como un espejo. El espejo puede reflejarte, el espejo puede reflejar todas las cosas del mundo, pero puedes hacer que el espejo se refleje a sí mismo? No puedes poner ese espejo enfrente de mismo; cuando lo hayas puesto enfrente de mismo, ya no estará allí. El espejo no puede reflejarse a mismo. La consciencia es exactamente un espejo. Puedes utilizarla como concentración para algún objeto. Puedes utilizarla como contemplación para algún tema.


La palabra española “meditación” tampoco es la palabra adecuada, pero mientras no haya otra palabra, tendremos que utilizarla, hasta que la palabra dhyana sea aceptada en la lengua española al igual que ha sido aceptada en la china, en la japonesa, debido a que la situación en esos países era la misma. Cuando, hace dos mil años, los monjes budistas entraron en China, intentaron con ahínco encontrar una palabra con la que pudieran traducir la palabra dhyana.


Gautama el Buda nunca utilizó el sánscrito como su lengua; él utilizaba el lenguaje de la gente común; su idioma era el pali. El sánscrito era la lengua del clero, de los bramines, y una de las partes básicas de su revolución consistía en que el clero debería ser derrocado; no tenía ninguna razón de ser. El hombre puede conectarse directamente con la existencia, no tiene que hacerlo a través de un agente. De hecho, no puede hacerlo a través de un mediador.


Puedes comprenderlo fácilmente: no puedes amar a tu novia, a tu novio, a través de un intermediario. No le puedes decir a alguien: “Toma diez dólares; lo único que tienes que hacer es ir y amar a mi mujer por mí”. Un sirviente no puede hacerlo, nadie puede hacerlo por ti; solo puedes hacerlo tú. El amor no se puede hacer a través de un sirviente; de otra forma, los ricos no se molestarían con un asunto tan engorroso. Tienen suficientes sirvientes, suficiente dinero, podrían simple- mente mandar a un criado. Podrían encontrar los mejores sirvientes, por qué tendrían que molestarse ellos mismos? Pero hay algunas cosas que tienes que hacerlas tú mismo. Un criado no puede dormir por ti, un criado no puede comer por ti.


Cómo va un sacerdote, que no es otra cosa que un criado, a mediar entre y la existencia, o Dios, o la naturaleza, o la verdad? El papa incluso ha dicho que intentar tener un contacto directo con Dios se considera un pecado, !un pecado! Tienes que contactar con Dios a través de un sacerdote católico iniciado apropiadamente; todo debe ir por los canales apropiados. Hay una determinada jerarquía, cierta burocracia; no puedes saltarte al obispo, al papa, al sacerdote. Si te los saltas, entonces estarás entrando directamente en la casa de Dios. Eso no está permitido, es un pecado.


Realmente me sorprendió que este papa polaco tuviera la cara de decir que esto es un pecado, que el hombre no tiene el derecho de nacimiento a conectar con la propia existencia o verdad; !también para eso necesita la agencia apropiada! quién tiene que decidir cuál es la agencia apropiada? Hay trescientas religiones y todas tienen su burocracia, sus canales apropiados; !y todas dicen que las otras doscientas noventa y nueve son falsas!


Pero el clero solo puede existir si se hace a sí mismo absolutamente necesario. Es absolutamente innecesario, pero tiene que imponerse sobre ti como algo inevitable.

Cuando recibí el mensaje de que cualquier esfuerzo por hacer un contacto directo con Dios es pecado, me pregunté qué habría estado haciendo Moisés. Fue un contacto directo. No hubo mediador, no había nadie presente. No hubo ningún testigo ocular de que Moisés se encontrara con Dios en el arbusto en llamas. Según el papa polaco, estaba cometiendo un gran pecado.

Quién era el agente de Jesús? Le habría hecho falta una agencia. También él estaba intentando contactar con Dios directamente, rezando. Y no le pagaba a otro para que rezara por él, rezaba él mismo. No era obispo, ni cardenal, ni papa; tampoco Moisés era obispo, ni cardenal, ni papa. Según el papa polaco, ellos eran pecadores.

La verdad es que investigar en la existencia, en la vida, en todo esto, es un derecho de nacimiento.

sábado, 7 de mayo de 2022

EL DOLOR DEL AMOR











Probablemente eso que denominas amor oculta en tu interior muchas cosas carentes de amor; la mente humana es muy astuta cuando se trata de engañar a los demás y también a sí misma. La mente pone etiquetas bonitas a cosas feas, intenta tapar tus heridas con flores. Esta es una de las primeras cuestiones en la que tienes que profundizar si quieres entender qué es el amor.

El “amor” tal como se utiliza habitualmente el término, no es amor; es deseo. Y el deseo sin duda te hará daño, porque desear a alguien como si fuera un objeto supone ofender a esa persona. Es un insulto, es violento. Si te diriges a otra persona con deseo, ¿durante cuánto tiempo podrás fingir que es amor? Superficialmente parecerá amor, pero rasca un poco y verás como debajo se oculta el mero deseo. El deseo es un impulso animal. 

Contemplar a alguien con deseo supone insultarlo, humillarlo, reducir a la otra persona a una cosa, a un objeto. Nadie quiere ser utilizado; es lo peor que puedes hacerle a alguien. No hay nadie que sea una cosa, no hay nadie que sea un medio para alcanzar un fin.

Esta es la diferencia entre deseo y amor. El deseo utiliza a la otra persona para colmar sus apetitos. Te limitas a utilizar a la otra persona y cuando ya has terminado de utilizarla, la tiras. Ya no te sirve, ha cumplido su función. Este es el acto más inmoral que se comete en la existencia: utilizar a los demás como un medio.

El amor es justo lo contrario: supone respetar a la otra persona como un fin en sí misma. 

Cuando se ama a otra persona como un fin en sí misma, no hay dolor; te sientes enriquecido a través de esa experiencia. El amor enriquece a todas las personas.

En segundo lugar, el amor solo puede ser verdadero si tras él no se oculta el ego; de lo contrario, se convierte en un mecanismo del ego. Es una forma sutil de dominar. Hay que ser muy consciente de ello, porque ese deseo de dominar está profundamente arraigado. Nunca se presenta desnudo, siempre se oculta bajo maravillosos ropajes, engalanado.

Los padres nunca dicen que los niños son sus posesiones, nunca dicen que quieren dominar a sus hijos, pero en realidad, eso es lo que hacen. Dicen que quieren ayudarles, dicen que quieren que sean inteligentes, que estén sanos, que sean dichosos, pero —y ese es un gran “pero”—, tiene que ser de acuerdo con sus ideas. Incluso la felicidad de los niños debe decidirse de acuerdo con las ideas de los padres; los niños tienen que ser felices de acuerdo con las expectativas de los padres.

Los niños tienen que ser inteligentes, pero al mismo tiempo deben ser obedientes. ¡Es pedir lo imposible! La persona inteligente no puede ser obediente, ya que la persona obediente tiene que perder parte de su inteligencia. La inteligencia solo puede decir sí cuando está profundamente de acuerdo contigo. Yo no puedo decirte sí solo porque seas mayor que yo, porque tengas más poder, porque seas autoritario — un padre, una madre, un sacerdote, un político. Yo no puedo decir sí solo por la autoridad de la que gozas. La inteligencia es rebelde, y ningún padre quiere que sus hijos sean rebeldes. La rebelión irá en contra de su deseo solapado de dominar.

Los maridos dicen que aman a sus mujeres, pero no es más que dominación. Son celosos, son posesivos, ¿cómo pueden decir que aman? Las esposas no hacen más que decir que aman a sus maridos, pero las veinticuatro horas al día se dedican a hacer de sus vidas un infierno; hacen todo lo posible para convertir al marido en algo feo. Un marido sumiso es algo feo. Y el problema es que primero, la mujer convierte al marido en un marido sumiso y después pierde interés en él, porque ¿ quién va a interesarse por un marido sumiso? Resulta despreciable; no parece lo suficientemente hombre.

Primero, el marido intenta reducir a la mujer a una posesión suya, y una vez que la convierte en una posesión, pierde el interés en ella. Tiene su lógica: su único interés era poseer; ahora que ya lo ha conseguido, desea encontrar a otras mujeres para saciar su deseo de posesión.

Ten cuidado con estos mecanismos del ego, porque es probable que te sientas herido, ya que es inevitable que la persona a la que estás intentando poseer haga todo lo posible por rebelarse; es inevitable que sabotee tus trucos, tus estrategias, porque lo que más ama todo el mundo es su libertad. Incluso el amor está por debajo de la libertad; la libertad es el valor supremo. Se puede sacrificar el amor para preservar la libertad, pero no se puede sacrificar la libertad para obtener amor. Y eso es lo que hemos hecho durante siglos: sacrificar la libertad para obtener amor. Entonces hay rivalidad, hay conflicto, y se aprovecha la menor oportunidad para herir a la otra persona.

El amor, en su forma más pura, consiste en compartir la alegría. No pide nada a cambio, no espera nada; de modo que ¿cómo vas a sentirte herido? Cuando no esperas, no hay posibilidad de sentirse herido. Todo lo que venga, será bueno, y si no viene nada, también será bueno. Tu dicha consistía en dar, no en obtener. De ese modo, uno puede amar desde miles de kilómetros de distancia, no hace falta estar físicamente presente. El amor es un fenómeno espiritual; el deseo es un fenómeno físico. El ego es un fenómeno psicológico; el amor es espiritual.

Tendrás que aprender el alfabeto del amor. Tendrás que empezar desde el principio, desde cero; de lo contrario te sentirás herido continuamente. Y recuerda, solo tú puedes ayudarte a ti mismo; no hay nadie más que sea responsable.

¿Cómo va a poder ayudarte otra persona? Nadie más puede destruir tu ego. Si te apegas a él, nadie podrá destruirlo; si has invertido en él, nadie podrá destruirlo. Lo único que puedo hacer es compartir mi conocimiento contigo. Los budas solo pueden mostrarte el camino; después eres tú quien tiene que andar, quien tiene que recorrer el camino. Nadie puede guiarte, llevándote de la mano.

Pero eso es lo que te gustaría: te gustaría jugar a ser dependiente. Sin embargo, ten presente que aquel que juega a ser dependiente querrá vengarse. Muy pronto deseará que la otra persona dependa de él o de ella. Si la mujer depende económicamente del marido, ella intentará que él dependa de ella en otros aspectos. Establecen un acuerdo mutuo. Ambos quedan mutilados, ambos quedan paralizados; no pueden vivir el uno sin el otro. Ella se siente herida por la simple idea de que el marido pudiera ser feliz sin ella, de que se estuviera riendo con sus amigos en el bar. A ella no le interesa la felicidad del marido; de hecho, no puede creerlo: “¿Cómo se atreve a ser feliz sin mí? ¡Tiene que depender de mí !

Al marido no le parece bien que la mujer pudiera reír con otra persona, que disfrutara, que estuviera alegre. Quiere poseer totalmente su alegría es propiedad suya. La persona dependiente hará que tú también seas dependiente.

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