sábado, 30 de noviembre de 2019

EL VIENTRE CENTRO DEL SER


El intelecto es muy, muy limitado; la intuición es infinita. La intuición siempre proviene del vientre. Siempre que sientas que te llega una intuición –una corazonada-, lo hace a través del vientre. El vientre es el primero en quedar afectado. Cuando te enamoras no lo haces con la cabeza, por eso aquellos que tienden a hacerlo todo con la cabeza dicen que el amor es ciego. Y sucede porque no tiene nada que ver con el cerebro. Cuando te enamoras, te enamoras desde otra fuente. Si le preguntas a grandes científicos, grandes poetas, a gente muy creativa, también te dirán que cuando sucede algo nuevo nunca es desde la cabeza, desde el cerebro. Proviene de algún lugar más allá.

Madame Curie trabajó muy intensamente en un problema matemático durante tres años. Hizo todo lo que estaba en su mano. Era un genio matemático y había fracasado, del todo. Entonces, una noche, lo dejó estar. Parecía que no llegaba a ninguna parte. Tres años es bastante para dedicarlos a un problema.

Esa noche lo dejó. A la mañana siguiente se dispuso a empezar con algo nuevo, a trabajar en un proyecto nuevo. Y esa misma noche lo había solucionado. Se despertó a media noche, se dirigió a la mesa y resolvió todo el problema, y luego volvió a meterse en la cama.

Por la mañana, cuando volvió a su mesa no pudo dar crédito a lo que veían sus ojos, porque nadie había entrado en la habitación, excepto la sirvienta, que lo había hecho por la noche para preparar la cama. Pero la sirvienta no podía haberlo hecho, ni siquiera Madame Curie había sido capaz de hacerlo. Volvió a mirar la letra, que era la suya propia. No exactamente, pero así era, era la suya. Parecía que hubiese escrito borracha –era un tanto imprecisa, temblorosa-, pero seguía siendo su letra. ¿De dónde había salido?

Entonces recordó un sueño que había tenido por la noche. Soñó que iba a resolver el problema y que estaba escribiendo. Y entonces recordó todo el sueño. Lo había resuelto en el sueño. El cerebro había fracasado. El cerebro no tenía respuesta. Había llegado desde el vientre, desde la mente.

Lo mismo exactamente le sucedió a Buda. Se esforzó durante seis años, intentó alcanzar la iluminación por todos los medios, pero no pudo. Le pasó como a Madame Curie, y una noche abandonó el proyecto. Se dijo: “No hay ningún sitio al que ir y no va a pasar nada, así que me olvido de ellos”. Esa noche durmió relajado y esa noche se iluminó. Por la mañana, tras abrir los ojos, era un hombre completamente distinto. Algo sucedió durante la noche.

Pero recuerda: ¿Por qué sucede cuando has hecho todo lo posible? Sí, así es, sólo sucede entonces. Cuando se agota la capacidad cerebral es cuando la intuición empieza a operar. Es una energía superior. Al utilizar el cerebro hasta el límite, entonces eres capaz de utilizarla, y desde ahí puedes pasar a la intuición.

La intuición no funciona así como así. Puedes ir a Bodhgaya, donde está el árbol bajo el que se iluminó el Buda. Ese árbol todavía está vivo, así que puedes ir allí, sentarte relajado y decir: “Lo suelto todo”. Pero no sucederá nada porque no tienes nada que soltar.

El intelecto frente a la intuición, la lógica frente al amor… Se trata de dos maneras de ser distintas: lógica y amor. La lógica es lineal, el amor es total. La lógica se desplaza a través de una línea, al igual que el lenguaje. ¿Te has dado cuenta? El lenguaje se desplaza, como la lógica, en una línea. Pero la existencia no es lineal. La existencia es simultánea. No se trata de que yo existo, de que además existes tú, y otros, y también existen los árboles y las montañas… Lo que ocurre es que todos existimos a la vez.

El lenguaje es la falsificación porque coloca las cosas en una línea. Por ejemplo, creas una frase: primero existe una palabra, luego otra y a continuación otra más. La gramática dice bien claro qué palabras deben aparecer primero, y cuáles después; dice en qué orden debe ir todo.

Por eso el chino es uno de los idiomas más bellos que existen, porque es lo menos parecido a un lenguaje. El chino carece de alfabeto, y como no lo tiene, el chino existe simultáneamente. Es más fiel a la existencia que cualquier otro idioma. Es más fluido, no tan fijo. Se parece más al amor que a la lógica. Es más intuitivo, proviene del vientre. Puede querer decir mil y una cosas. Y por ello, algunos lo consideran muy poco científico. Es acientífico; el amor es acientífico, la existencia es acientífica. Puede querer decir muchas cosas distintas, es más poética.

Y así es como es: el árbol puede querer decir mil y una cosas, no sólo una. Para un pintor tiene un significado, para el leñador otro, para el poeta otro más, y para alguien que no esté interesado, no tiene ninguno. Para el niño que juega a su alrededor, tiene otro sentido más, para quien venera un árbol es un dios. Tiene mil y un sentidos. Un árbol no está confinado a un único sentido.

El idioma chino es de tal manera que cada caracter puede significar muchas cosas simultáneamente. Puedes llegar desde muchas direcciones. Pero el lenguaje es lineal. Una línea que se mueve… Es decir, las cosas empiezan a suceder una tras otra. En la lógica las cosas también empiezan a suceder una tras otra. Y si sucede una cosa entonces puede llegar la siguiente.

Fíjate: si dices una cosa luego no puedes decir lo contrario; te lo has prohibido. Pero en la existencia, los opuestos existen juntos. La vida existe con la muerte; el amor existe con el odio; no lo niega. No es que el amor exista y entonces el odio desaparezca. ¡Existen juntos! La luz existe con la oscuridad; pero si construimos una frase, si decimos: “En la habitación había luz”, no puedes decir a continuación: “La habitación estaba a oscuras”. Ahora es imposible. Lo has confinado, has desechado la paradoja. La existencia es paradójica.
La intuición es paradójica. No es lineal, es multidimensional.

Consciencia frente a inconsciencia… Pero recuerda que cuando digo inconsciencia no me estoy refiriendo al inconsciente freudiano. Ese es un inconsciente muy pobre, muy pequeño. Se trata únicamente del consciente reprimido, no es gran cosa. Para el zen, el inconsciente es Dios. Para el zen, el consciente es una pequeña parte, la punta del iceberg, mientras que el inconsciente es vasto, enorme, gigantesco, ilimitado. El consciente debe volverse en el inconsciente, no al revés. No se trata de que el inconsciente deba tornarse consciente. Y ese inconsciente habita en el vientre.

Pero recuerda que la palabra “inconsciente” no tiene unas connotaciones muy buenas; da la impresión de que implicara la ausencia de consciencia. Pero no, existe otro tipo de consciencia. No se trata de esta consciencia que conoces, sino de otro tipo de consciencia distinta, de una clase completamente diferente. No es intelectual, sino intuitiva; no es analítica, sino sintética; no es divisible, sino indivisible.

La parte frente al todo: la cabeza es una parte; sólo el vientre es tu totalidad. La cabeza está en tu circunferencia; el vientre es tu centro. Hacer frente a suceder: para la cabeza las cosas tienen que hacerse; es una gran hacedora. Para el vientre, las cosas sólo suceden; no hay intención. Y la muerte frente a la vida: la cabeza acumula muerte porque todos los pensamientos están muertos. En el vientre palpita la vida.

Y finalmente, el tener frente al ser. La cabeza es una acaparadora, una avara, no deja de acumular. Todo su esfuerzo está dirigido a tener más y más. No importa el qué: dinero o conocimiento; sea lo que sea, pero tener más y más. Más mujeres, más hombres, más casas, más dinero, más poder, más conocimiento… lo que sea, pero más. Y la cabeza no hace más que intentar tener más porque cree que teniendo más acabará siendo. Pero nunca acaba siendo más, porque tener nunca puede transformarse en ser.

El vientre es el centro del ser; no piensa en términos de tener, sino de ser. Uno es. Uno disfruta de este momento de talidad. En ese momento de talidad todo está disponible, todo es una bendición.

La cabeza es destructiva, deséchala. Pero abandonarla no significa que no la utilices. Debes hacerlo, pero no debes ser utilizado por ella.

sábado, 23 de noviembre de 2019

EL CEREBRO Y LA MENTE


La gente zen dice que existe una constante lucha entre la cabeza y el estómago, y la cabeza gana al estómago. La cabeza es muy destructiva para el estómago. Y el estómago es la auténtica sede de tu ser. La cabeza se ha convertido en el dictador a causa del lenguaje, las palabras, las teorías, la educación, el aprendizaje y el conocimiento. La cabeza se ha convertido en una sede. Hay que desechar esa cabeza, y al hacerlo no perderás nada. Al vivir con la cabeza sólo vives a través de palabras muertas que no pueden satisfacerte, ni liberarte. La cabeza contra el estómago.

Precisamente la otra noche estuve hablando sobre un maestro zen que solía tener dos muñecas a su lado. Eran casi iguales, pero en su interior había una diferencia. A una le pesaba demasiado la cabeza, tenía un pedazo de metal dentro. A la otra le pesaba mucho la parte de abajo. Tenía un pedazo de metal en el estómago. Y parecían iguales, incluso estaban vestidas del mismo modo. Y siempre permanecían sentadas una junto a la otra.

Y cuando se presentaba alguien y preguntaba: “¿Qué es el zen?”, o; “¿Qué es la meditación y cómo se llega?”, lo primero que hacía el maestro era empujar una de las muñecas –la de la cabeza pesada-, que caía redonda y no podía ponerse derecha. ¿Cómo iba a poder con aquella cabeza tan pesada? A continuación empujaba la otra muñeca, la que tenía el estòmago pesado, así que tampoco es que pudiera empujarse mucho, pero saltaba hacía atrás y acababa sentada en la postura del Buda.

Y entonces el maestro decía: “Esto es zen, el estómago. Esto es Oriente, el estómago”.

En los antiguos países orientales, sobre todo en Extremo Oriente, siempre han considerado que el ser humano vive en el vientre. Antaño –hace sólo cien años-, si hubieras ido al Japón te habrías encontrado con gente a la que de haberle preguntado: “¿Y usted dónde piensa?”, te habrían señalado el vientre: “Pensamos aquí”. Ahora ya están desapareciendo, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial. El propio Japón se ha convertido en algo parecido a la primera muñeca: el impacto norteamericano ha sido muy fuerte. Ahora se ríen y nadie podría decirte que se ríen desde el vientre; les parece una locura decir que se piensa con el vientre. Ahora han empezado a pensar desde la cabeza.

Pero el énfasis es importante. El vientre es la fuente de tu vida. Te hallabas unido a tu madre por el ombligo; ahí es donde empezó a palpitar la vida. La cabeza es el rincón más alejado de tu existencia, el centro es el ombligo, tu existencia, tu ser, reside ahí. Puede que tu pensar esté en la cabeza, pero pensar es una especialidad. De igual manera que utilizas las manos para ciertos propósitos, las piernas para otros, los ojos para otros distintos, y las orejas y la nariz… pues también utilizas tu cabeza, tu mecanismo cerebral, para pensar.

Pero ¿quién lo utiliza? ¿Quién usa las piernas para andar, quién usa las manos y los ojos? ¿Y, quién usa el cerebro? Ahora incluso la psicología occidental empieza a sospechar de su vieja idea acerca de que el cerebro es la mente. Sospechan que tal vez sea así. Ahora hay unas cuantas personas que han empezado a considerar que el cerebro y la mente son distintos.

Y tú también has tenido de vez en cuando algún vislumbre acerca de que el cerebro no es la mente. Por ejemplo, ves a un hombre pasando por la calle… Recuerdas el rostro, recuerdas que conoces a ese hombre, recuerdas que debes saber su nombre y de repente tienes el nombre en la punta de la lengua, y te dices: “Tengo el nombre en la punta de la lengua. Está ahí, pero no acabo de verlo”.

Ahora dos cosas. El cerebro suministra el nombre, pero requiere de cierto tiempo. El cerebro dice: “Espera. Está por aquí, en el archivo. Espera”. Pero el que está esperando no es el cerebro, porque tú lo sabes. “Sí, está por ahí”. El cerebro es el mecanismo que la mente está utilizando. Entonces haces un esfuerzo y si no aparece, frustrado, te olvidas de la historia. Y te metes en el jardín y empiezas a fumar un cigarrillo, y de repente te viene a la cabeza.

Tú y tu cerebro sois dos cosas. El cerebro es uno de tus mecanismo, como cualquier otro, esta mano es un mecanismo que yo utilizo. Mi cerebro es otro de mis mecanismos. ¿Dónde radica la sede de la mente? El zen dice que en el estómago, en el vientre, en el ombligo, donde apareció exactamente la primera palpitación, para luego expandirse por todo el cuerpo. Regresa ahí.


Esta cuestión de la cabeza frente al estómago ha pasado por muchas formulaciones: intelecto frente a intuición; lógica frente a amor; consciencia frente a inconsciencia; la parte frente al todo; hacer frente a suceder; vida frente a muerte; tener frente a ser. Estas siete formulaciones son posibles, y también son importantes.

sábado, 16 de noviembre de 2019

EL DISCÌPULO Y EL ESTUDIANTE.


¿Cuál es la diferencia entre un estudiante y un discípulo? El estudiante quiere saber más, aprender más. El estudiante quiere convertirse en erudito. El estudiante anhela el Árbol del Conocimiento. El estudiante quiere comerse todas las manzanas posibles. El estudiante es curioso, inquisitivo, pero no está listo para ser transformado.

El discípulo es un fenómeno distinto. El discípulo no anhela conocimiento; quiere ver, no saber. Quiere ser. Ha dejado de estar interesado en acumular conocimiento, y lo que quiere es tener más ser. Su dirección es completamente distinta. Si para tener más debe deshacerse de todo su conocimiento, está listo. Está preparado para sacrificarlo todo.

El discípulo no es un acaparador; el estudiante sí lo es. Y claro, cuando acaparas, lo guardas todo en la memoria. La memoria no deja de crecer en la mente de un estudiante, pero no es su consciencia. En el interior de un discípulo, la memoria empieza a desaparecer poco a poco. Ha dejado de cargar con el peso del pasado. Sólo sabe lo esencial. Su conocimiento es utilitario. Pero su consciencia empieza a crecer. Su energía se traslada de la memoria a la consciencia.

Esa es la gran diferencia entre un estudiante y un discípulo. El estudiante quiere saber acerca de; todo su esfuerzo está dirigido a pensar mejor. El discípulo quiere ser; todo su esfuerzo está dirigido a cómo ser, a cómo regresar a casa, a cómo volver a recuperar esos ojos infantiles, a cómo renacer. Eso es lo que Jesús quiere decir cuando dice: “A menos que volváis a nacer”. Estaba buscando discípulos. Y a Nicodemo le dijo: “A menos que vuelvas a nacer no me comprenderás y no podrás entrar en el reino de Dios”…

Puede que no sepas que el tal Nicodemo era un profesor, que había llegado en busca de conocimiento. Era un famoso rabino. Estaba en el consejo del gran tempo de Jerusalén. No fue de día porque temía que la gente pudiera reírse de él, de que un erudito tan importante, de que un profesor tan conocido en todo el país, acudiese a un hombre ordinario, a una especie de hippie.

Sí, porque Jesús iba con gente ignorante, con elementos antisociales, tenía todo tipo de gente, estaba con personas nada respetables. Era un hombre joven con aspecto de loco. Y hablaba de cosas de las que sólo hablan los neuróticos o los budistas. Siempre que surge la cuestión de decidir si alguien es un buda o un neurótico, acabas diciendo que es un neurótico, porque decidir que es un buda va contra tu ego. Así que la gente sabía que Jesús era un poco neurótico, que estaba un poco loco, que era un excéntrico, y a su alrededor había reunido a gente un tanto peligrosa.

Así que Nicodemo no podía acudir a verle a plena luz del día: fue a preguntarle en mitad de la noche. Y le preguntó: “¿Qué es ese reino de Dios del que tanto hablas? ¿Qué es? Quiero saber más sobre eso”. Sobre eso… cuidado. Y Jesús le dijo: “A menos que vuelvas a nacer no sabrás lo que es”. Eso fue demasiado para Nicodemo. ¿Volver a nacer? ¿Tiene un precio tan alto? Morir y volver a nacer… parece demasiado.

Un estudiante está dispuesto a pagar en monedas pequeñas; un discípulo está dispuesto a pagar con su vida. Un estudiante tiene una pesquisa; el discípulo… no sólo es una pesquisa. No hay palabra para expresarlo. Pero en sánscrito tenemos una: mumuksha. Y para pesquisa tenemos otra: jigyasa. Significa que uno quiere saber más. Mumuksha quiere decir que uno quiere ser más. Uno quiere ser liberado de todo confinamiento. No se quiere seguir confinado en ningún tipo de cautiverio: en la tradición, en las escrituras, la sociedad, el estado. Uno no quiere seguir padeciendo ningún tipo de cautiverio; lo que uno quiere es ser libre, totalmente libre. Esa rebelión, esa necesidad de libertad total, es mumuksha. En Occidente, no hay palabras para traducirla. Podemos decir que es el deseo de pasar a ser carente de deseos; el deseo de ser tan completamente libre que ni siquiera quiere rastro de ese deseo.

El estudiante, y el erudito, y el profesor lidian con palabras, acuñan nuevas palabras, juegan con las palabras. Todo su negocio requiere de palabras, vacías e impotentes. Pero siguen jugando con ellas y creando otras nuevas.

Un discípulo se ha convertido en un hombre silencioso. Un discípulo sabe que estar en silencio es natural. Escuchar al maestro en silencio. De hecho, no se trata de escuchar demasiado sus palabras, sino de escuchar su silencio, que siempre está tras las palabras. Empiezas escuchando sus palabras, pero poco a poco vas escuchando el silencio.

Poco a poco, lentamente, te gradúas de las palabras y pasas al silencio. Poco a poco, lentamente, tiene lugar un cambio, cambia la concepción global: dejas de estar interesado en lo que dice el maestro, y empiezas a ocuparte de lo que es.

sábado, 9 de noviembre de 2019

DEJAR DE HABLAR


El Buda habló durante cuarenta y dos años, por la mañana, por la tarde, por la noche, y entre medias. Y habló de una sola cosa: de dejar de hablar, de estar en silencio. “Ni una palabra”.

Suigan, un Maestro, lleva muchos meses hablando y al final de la sesión dice: “He estado hablando, de este a oeste, durante todo el verano, para mi hermandad. Mirad cómo me crecen las cejas”. Lo que está diciendo es: “A ver, ¿sigo vivo o estoy muerto? Con tanto hablar puede que me haya muerto, puede que haya dejado de crecer”.

El primer discípulo dice: “Qué bien crecen, maestro”. Es cierto, al cien por cien. Puede ver en el maestro. Esas palabras no han perturbado el silencio del maestro, no se han convertido en su muerte; su vida fluye como siempre. No se han transformado en un obstáculo. Se te permite hablar sólo cuando tus palabras no destruyen el silencio. Cuando tu silencio permanece inmaculado, sin ser mancillado por tus palabras, entonces puedes hablar. Entonces tus palabras serán una bendición para el mundo. Ayudarás a muchas personas a salir de sus palabras. Tus palabras se convertirán en medicina. Pero si tus palabras perturban tu silencio –si mientras hablas pierdes contacto con tu núcleo de serenidad más íntimo-, entonces todo será inútil. Será mejor que primero te cures a ti mismo, antes de empezar con otro. Harías más mal que bien.

El discípulo dice: “Qué bien crecen, maestro. Puedo ver que vuestro silencio permanece imperturbable”.

El segundo discípulo dice: “Quien comete un robo se siente incómodo en este corazón”. Todavía mejor que el primero. Está diciendo: “Maestro, aunque está usted más allá del robo, no obstante, si robase, se sentiría culpable. Sabemos que esas palabras no le perturbarán, pero aun así las palabras son tal molestia que se siente usted un poco culpable. Lo veo”.

Comprendo la idea del segundo discípulo. Sí, hablándoos a vosotros también me siento yo culpable porque existe el peligro de que no escuchéis lo que estoy diciendo, de que no escuchéis lo que quiero decir y empecéis a hablar como yo. El peligro existe, está ahí. Estoy cometiendo un crimen. Y debe cometerse porque parece que no hay otro modo de ayudaros. Hay que correr el riesgo.

El segundo discípulo profundiza más. El primero estaba en lo correcto al cien por cien, recuérdalo, pero el segundo tiene razón al doscientos por cien. Dice: "Quien comete un robo se siente incómodo en este corazón. Lo veo”.

El tercero tiene razón al trescientos por cien. El tercero no dijo nada, sólo murmuró: “Kwan!”. Es como “¡Eo!”. Decir algo no tiene sentido, así que simplemente murmura un sonido. Y lo que está diciendo es: “Sea lo que sea lo que haya estado diciendo no son más que sonidos vacíos, maestro. No se preocupe. Sea lo que sea lo que dijo no son más que palabras, como mi “Kwan!”. Sí, a veces sirve para ayudar a despertar a un hombre, pero no quiere decir nada. Si alguien duerme profundamente y le gritas “Kwan!” a la oreja, abrirá los ojos, eso es todo. Se habrá hecho el trabajo. Pero el “Kwan!” en sí mismo no significa nada”.

* Kwan! Es sólo una exclamación, sin ningún significado implícito. No es ningún símbolo, es la cosa en sí misma. (N. del T.).

Eso es exactamente lo que son las declaraciones del maestro: un “Kwan!”. No quieren decir nada, no implican ninguna filosofía. Sólo son gritos para despertarte. El tercero ha comprendido del todo. Está en el mismo espacio que el propio maestro.

¿De dónde proviene este “Kwan!”. Viene de kokoro, de nada de nada. Y cuando estás en esta nada todo es posible. Esta nada es tan potente, tan positiva que esta nada es Dios. Los budistas no utilizan la palabra Dios, porque Dios parece que confine. Utilizan la nada, el vacío: kokoro, sunyatta. En toda la existencia.

Estas son palabras de John Donne: “Dios es tan omnipresente que Dios es un ángel en un ángel, y una piedra en una piedra, y una paja en una paja”.

En esta nada habrás penetrado en la auténtica naturaleza de las cosas. Esta penetración en la naturaleza de las cosas es el objetivo. Y sólo es posible cuando no dices “Ni palabra”. Entonces las cosas son.

Escucha estas palabras de Wordsworth:

El gallo cacarea,
el arroyo fluye,
los pajaritos gorjean,
el lago refulge,
los verdes prados dormitan al sol.

Todo es tal cual es. El gallo cacarea y los verdes prados dormitan al sol. “Dios es tan omnipresente que Dios es un ángel en un ángel, y una piedra en una piedra, y una paja en una paja”. Entonces Dios desaparece, sólo queda santidad. Desaparece la deidad, quedando sólo divinidad, pura, divinidad líquida, permeando todo el espacio.

La otra noche estuve leyendo el diario de Leonardo da Vinci. En él escribió una frase que me conmocionó: “Entre las grandes cosas que pueden encontrarse entre nosotros, el ser nada es la más grande”. Ese ser nada se manifiesta sin palabras, sin lenguaje, sin conceptos, sin mente, sin actividad mental.

Ahora esta pequeña parábola:

“Un maestro zen señaló lacónicamente a un estudiante que llevaba cierto tiempo hablando de teoría zen…”

Bueno, lo primero es que el zen no tiene teoría. Es un enfoque no teórico de la realidad. No tiene doctrina ni dogma, de ahí que carezca de iglesia, de sacerdotes, de papa. Cuando empiezas a hablar sobre la teoría del zen, el zen deja de ser zen. Existe la teoría pero no el zen. El zen y la teoría no pueden coexistir. La teoría está muy limitada; el zen es una experiencia ilimitada. El zen es más parecido al amor, no puedes definirlo. El zen es muy terrenal. Es un raro fenómeno. Es el resultado del encuentro de dos genios: el genio hindú y el genio chino. El genio hindú es muy abstracto, incluso el Buda. Intenta con todas sus ganas no serlo, pero ¿qué puede hacer? Después de todo un hindú es un hindú.

El genio hindú es muy abstracto. Habla de grandes cosas, de grandes teorías; hila grandes ideas. Realiza vuelos muy elevados por el cielo, sin llegar a posarse en la tierra. El genio hindú no ha sabido durante muchos siglos cómo aterrizar en la tierra. Sube y sube, y luego no sabe cómo volver. Carece de raíces. Tiene alas, pero no raíces. Esa es su miseria.

El genio chino está más inclinado hacia lo terrenal, es más práctico, más pragmático. No penetra mucho en el cielo. Y aunque se adentre un poco, siempre mantiene los pies en la tierra, firmemente asentados en la tierra. No echa a volar como un pájaro, sino que entra en el cielo como un árbol. Mantiene sus raíces en la tierra, en muy elevada proporción. Lao-tzu es muy práctico, al igual que Confucio.

Cuando Bodhidharma fue a China con el gran mensaje del zen, resultó un gran encuentro, una gran síntesis entre el genio hindú y el chino. El zen no es ni hindú ni chino. Cuenta con ambos, y no obstante está más allá.

Así que si le preguntáis a un budista indio –hay muy pocos-,no se tomará el zen en serio. Dirá: “Son todo tonterías”. Allí donde sigue prevaleciendo el budismo hindú –en Ceilán, Birmania, Tailandia- nadie habla del zen. La gente se ríe. Dicen que es como una broma.

Si hablas con gente zen china y japonesa acerca de las grandes escrituras budistas, dirán: “Quémalas de inmediato. Todas las teorías abstractas no son más que tonterías. Apartan al hombre de la realidad”.

Para mí, el zen es una de las mayores síntesis que se han dado, un fenómeno trascendental. La primera cosa al respecto es que es existencial, no teórico. No dice nada acerca de la verdad, sino que te ofrece la verdad tal cual es. Sólo te despierta. Te sacude para despertarte, te grita para despertarte, pero no te ofrece teorías, ni doctrinas, ni escrituras, la única religión capaz de destruir todos los ídolos, y también todos los ideales.

sábado, 2 de noviembre de 2019

LOS MOMENTOS DE CONSCIENCIA


Si, en el principio fue el Verbo, la palabra. La frase bíblica tiene toda la razón. Todo empieza con una palabra. El mundo empieza con la palabra; cuando dejas caer esa palabra desaparece el mundo. Entonces eres en Dios. El hijo pródigo ha regresado, ha despertado.

Así que no fuerces el silencio en ti. Por eso insisto en no forzar, sino en más bien danzar, cantar. Permite que tu actividad sea satisfecha. Permite que tu mente vaya de aquí para allá, que se canse por sí misma. Salta y respira, y baila, y corre, y nada, y cuando sientas que tu cuerpo-mente está cansado, entonces siéntate en silencio y observa.

Poco a poco te irás llenando de momentos de serenidad. Llegarán como gotas, SON LOS MOMENTOS DE CONSCIENCIA, estos momentos atómicos de consciencia, empezarán a fluir en ti. Llegan como intervalos. Una palabra ha desaparecido, pero la siguiente todavía no ha surgido. Pues justo entre las dos se abre de repente una ventana, un intervalo, un portillo. Y puedes ver la realidad con mucha claridad, luminosamente. Puedes volver a ver con esos ojos de la infancia que habrías olvidado por completo. El mundo vuelve a ser psicodélico, lleno de color, muy vivo, y lleno de maravillas.

Por eso dice Hung-chin: “Este puro reflejo está lleno de maravilla…, infinita es la maravilla que permea esta serenidad…”.

Maravillarse es el sabor de esa serenidad. La mente moderna ha perdido la capacidad de maravillarse. Ha perdido toda capacidad de indagar en lo misterioso, en lo milagroso… a causa del conocimiento, y cree saber. En el momento en que piensas que sabes, la maravilla deja de manifestarse. En el momento en que empiezas de nuevo a ser menos conocedor, la maravilla regresa y empieza a permearte. Obsérvalo.

Si crees que conoces este árbol, entonces ya no puedes maravillarte ante él. Por eso tu propia esposa, y su belleza, no te llena los ojos de maravillas. Crees que la conoces. Seguro que ahora crees que la conoces, ahora piensas que estás familiarizado con ella.. y no es así, porque cada persona es un misterio tan único que no hay manera de conocerla. No puedes conocer a una mujer por ser su marido, y no puedes conocer a un hombre convirtiéndote en su esposa.

Puede que halláis vivido treinta años juntos, pero no os conocéis. Seguís siendo extraños. Como todos somos misteriosos no hay manera de familiarizarse, y cada momento es impredecible.

A veces te das con ello. Has vivido durante diez años con una mujer, y de repente, un día, está enfadada. ¡Nunca se te había pasado por la cabeza que pudiera enfadarse tanto! La has estado observando durante diez años y siempre había sido tan tierna, tan dulce, tan compasiva, y de repente un día, se enfada tanto que podría llegar a matarte. ¡Impredecible! Y tú te habías empezado a acomodar y a dar su presencia por sentada, y creías conocerla. Nadie conoce a nadie. Ni ella te conoce a ti ni tú a ella.

Si, puede que hayas dado a luz a un hijo. Ese hijo ha permanecido nueve meses en tu vientre, pero no le conoces. Cuando el hijo llega es tan impredecible como el hijo de cualquiera. Ni por un instante se te ocurra pensar que conoces a nadie. Todos somos extraños.

Así es toda esta existencia. Estos árboles que os rodean en el patio… Los ves cada día y poco a poco has dejado de verlos porque crees que ahora los conoces. ¿Para qué seguir mirándolos? Por favor, escúchame, vuelve a mirarlos y te sorprenderás. Nunca se llega a conocer nada. El conocimiento no tiene lugar. El conocimiento sólo es pura ignorancia. La vida es misteriosa. Sí, podemos disfrutar de ella, podemos danzar con ella, podemos cantar con ella, podemos celebrar… sí todo eso es posible. Pero no podemos conocerla.

Todos los grandes maestros del mundo han dicho que ese conocimiento no es posible. No pertenece a la naturaleza de las cosas. Y sea lo que sea lo que creas que conoces, sólo es algo parcial… simulado. Y a causa de toda esa simulación todo acaba pesándote tanto que dejas de maravillarte. Un niño se maravilla porque no sabe. Una vez que uno empieza a familiarizarse –lee geografía o historia y todo tipo de tonterías-, entonces cree que sabe. Entonces la flor no vuelve a oler nunca más de la forma en que solía. Y entonces dejará de coleccionar conchas a orillas del mar. Habrá crecido.

De hecho, en realidad lo que habrá sucedido es que habrá dejado de crecer. Habrá muerto. El día que creas que sabes, habrá tenido lugar tu muerte, porque ahora no habrá más maravillas, ni alegría o sorpresa. Ahora vivirás una vida muerta. Podrás entrar en tu tumba, no perderás nada con ello. Como ya nada te volverá a sorprender, ¿qué sentido tiene seguir viviendo? Suicídate. De hecho, eso es lo que en realidad has estado haciendo. Nos suicidamos. El día que creas que sabes, te habrás suicidado.

Con este mo chao, con este reflejo sereno, volverás a ser un niño; volverás a tener esos hermosos ojos de la infancia: inocentes, ignorantes, y no obstante, penetrantes.

Así que recuérdalo, la serenidad, o el silencio, no es apaciguamiento; no es quietud. Implica la trascendencia de todas las palabras o pensamientos, denota un estado de más allá, de penetrante paz. No es una “mente serena”, es la serenidad en sí misma. No es algo disciplinado que provenga de tu propio esfuerzo. No es nada que haya que practicar, sino que hay que entender, amar. Debes jugar con ello en lugar de resolverlo. Es la ausencia de intelección.

Sí, de eso es de lo que trata la meditación, de la ausencia de actividad mental. La mente deja de pensar; la mente está silente. No hay rastro de actividad mental, es pura conciencia en la tranquilidad de la ausencia de todo. Los japoneses tienen una hermosa palabra para ello: lo llaman kokoro. Significa nada absoluta, una ausencia tremenda, vaciedad, pero no negativa. La ausencia de todo parece significar algo que es negado. Pero no. Todo lo que es basura es negado, es cierto, obviamente, pero una vez que niegas todo lo que es basura, se afirma tu naturaleza más íntima. Es muy positivo.

Cuando las ondas desaparecen de la superficie del lago podrías muy bien decir que ahora no existe nada en su superficie. Flora en él, reside en él la nada absoluta. Pero no es un estado negativo. De hecho, ahora el lago se está afirmando a través de su silencio total. Su naturaleza se torna visible en la superficie; las olas y ondas la ocultaban. Ahora está ahí, presente. Sin hacer ruido, muy silenciosa. No declara: “Aquí estoy yo”, porque no hay ningún “yo”.
“Yo” no es más que todo tu ruido junto. Y cuando el ruido desaparece, cuando desaparece la mente, cuando ya no hay más intelección, de repente eres por primera vez… y no obstante, no eres. No eres a la antigua manera; has muerto y renacido. Ésta es la segunda infancia.






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