sábado, 28 de diciembre de 2019

EL KARMA PASADO


Tu vida pasada ya no está ahí, ¿cómo es que sigue revoloteando a tu alrededor? Está ahí sólo a causa de tu costumbre, porque no dejas de ponerla en práctica. Lo practicas en esta vida. El día que abandones esa costumbre te liberarás de ello. Podrás abandonar todo el pasado en un instante. Este es uno de los grandes mensajes del zen: que puedes iluminarte instantáneamente.

Todo el resto de religiones se muestran muy miserables respecto a la iluminación. Son pura miseria, muy serias y formales; afirman que hay que cerrar todas las cuentas, que los malos karmas deben equilibrarse con otros buenos. Que llevará tiempo y no es nada fácil. Pero ya llevas dando vueltas por aquí desde toda la eternidad, y ya has hecho tantas cosas, ¡que liquidarlo todo resultará imposible! Y mientras tanto, mientras vas liquidando tu pasado, irás haciendo otras muchas cosas, que se irán convirtiendo en tus problemas futuros. Comerás, o al menos respirarás, y cuando respiras eres violento, al igual que cuando comes. Y vivirás, y la vida es violenta, así que algo se te irá pegando.

Se convertirá en un círculo vicioso. Nunca podrás deshacerte de ello.

La ilógica zen, o la lógica zen, es muy, pero que muy clara. El zen dice que puedes deshacerte de todo ello ahora mismo, en este momento, porque sólo se trata de un apego de tu parte. No es que los karmas se aferren a ti, sino que tú te apegas a ellos. Si dejas de apegarte… se acabó.

¿Cómo deja uno de apegarse? Hay que empezar en la vida actual, en esta vida. Se un esposo y nunca seas un esposo. A eso es a lo que me refiero cuando digo que un sannyasin debe ser un actor perfecto sé madre y nunca seas madre; no te identifiques con el papel. Es un papel, cúmplelo con la mayor perfección posible, tan estéticamente como sea posible, con tanto amor como puedas, disfruta colmándolo, que se convierta en una obra de arte. Sé una hermosa esposa, madre, sé un maravilloso marido, o amante, pero no te conviertas en uno. En el momento en que te conviertes en ello te estás buscando problemas.

No permitas que las funciones se instalen en ti. No permitas que los roles se asienten en ti. Sé exactamente como un actor versátil, con muchos registros. El actor interpreta muchos papeles: a veces es un padre, o una madre, y a veces es un asesino, y otras tiene un papel muy serio, o bien interpreta un papel ridículo. Pero interpreta todos los papeles perfectamente igual, sin preocuparse por el que le ha tocado. Sigue siendo versátil, y aporta todo lo que puede al papel. Si le das el papel de un asesino, será el mejor asesino del mundo, si le das el de un santo será el mejor santo del mundo. Y puede cambiar: en un acto será el santo, y en otro es el asesino. Pero su perfección permanece intacta.

Esta versatilidad también tiene que darse en la vida. La vida es una gran obra de teatro. Sí, el escenario es enorme, toda la Tierra funciona como un escenario y toda la gente son actores. Pero nadie sabe adónde va a parar todo esto. No han repartido el guión, pues debe crearse; hay que improvisar continuamente.

En el zen existen ciertas piezas teatrales llamadas Noh. No hay guión, sólo están los actores. Se alza el telón e improvisan. Empiezan a pasar cosas. Si hay gente en el escenario entonces seguro que pasa algo. Aunque se hallen en silencio, sentados, mirándose… algo pasará, sin necesidad de prepararlo ni ensayarlo.

La vida es exactamente igual, momento a momento. Salta del pasado, y sea lo que sea que pueda pasar, déjalo que pase, sin inhibiciones, sin reprimirlo. Métete en ello todo lo posible y tu libertad crecerá.

Una cosa más antes de seguir adelante. El ego, o el yo, es la parte pretendiendo ser el todo; es como si mis manos pretendiesen ser todo el cuerpo. Por ello, surgirán dificultades. Somos parte del universo infinito, y empezamos a pretender que somos el todo. El ego es una especie de locura, una neurosis, una megalomanía. El ego es una locura; si le escuchas te darás cuenta de que así es. Cree que todo es posible. Cree que puede conquistar el todo, la naturaleza, a Dios. Piensa en términos de conquista. Piensa en términos de agresión. Cree que todo es posible, que puede hacer cualquier cosa. Y cada vez se torna más ambicioso, y más loco.

En China hay una historia zen muy antigua. El mono el mono es uno de los más antiguos símbolos para designar la mente, el yo, el ego. El mono es una metáfora de la estupidez del ego, y esta historia es extraña. (Hace referencia a la novela china más famosa de todos los tiempos, Viaje al Oeste (Siruela, Madrid, 1999), sobre las aventuras del monje Tang, el mono Wu-Kung, el cerdo Ba-chie y el bonzo Sha, que parten hacia el Paraíso Occidental (India) en busca de las escrituras del Buda, con la ayuda de bodhisattva Kuan-yin.). Sólo alguien zen puede escribir una historia así, ninguna otra religión puede ser tan valiente. A las otras religiones –para los cristianos, hinduistas, musulmanes- les parecerá sacrílega, irrespetuosa hacia el Buda o Dios. Pero no lo es.

La gente zen ama tanto al Buda que pueden gastarle bromas. Son producto del más profundo amor; no tienen miedo. La gente zen no son personas temerosas de Dios, recuérdalo, son amantes de Dios. Cuando amas a alguien también te puedes reír. Y saben que con su risa no ridiculizan al Buda. De hecho, con su risa le están ofreciendo su amor.

La historia ha sido condenada por otras religiones. Sí, es cierto que los cristianos no pueden escribir historias así sobre Jesús. Los jainistas tampoco escriben historias sobre Mahavira, ni los budistas hindúes escriben historias como ésta sobre el Buda. Sólo en China y Japón ha crecido la religión de manera tan maravillosa, como para hacerlo posible. El humor ha sido posible.

Escuchad la historia:

Un mono se presentó ante Buda. Afirmó que podía hacer cualquier cosa, pues no era un mono ordinario. Era como Alejandro Magno. Decía: “¿Imposible? Esa palabra no existe en mi vocabulario. Puedo hacer cualquier cosa”. Era un mono sensacional, o al menos eso creía él.

El Buda le dijo:

-Voy a hacer una apuesta contigo. Si realmente eres tan listo y tan grande como dices, salta más allá de la palma de mi mano derecha. Si lo consigues, le diré al Emperador de Jade que venga a vivir conmigo en el Paraíso Occidental y tú te quedarás con su trono sin más. Pero si fracasas deberás regresar a la tierra y realizar penitencia durante un siglo antes de regresar a mi presencia.

“Este Buda –pensó el mono para sí- es un tonto de remate. Puedo saltar ciento ochenta mil leguas, y la palma de su mano no puede tener más de veinte centímetros de anchura. ¿Cómo no voy a poder saltar por encima?”.

-¿Estás seguro de poder hacer eso por mí?, preguntó el mono.

-Desde luego que lo estoy, respondió el Buda.

Estiro la mano derecha, que parecía del tamaño de una hoja de loto. El mono se puso la vara tras la oreja y saltó con todas sus fuerzas.

“Ya está bien –se dijo el mono para sí-. Ahora ya me he pasado de largo”.

Se movía con tal rapidez que casi resultaba invisible, y el Buda, que le observaba con el ojo de la sabiduría, apenas vio pasar zumbando un remolino.

El mono llegó finalmente a cinco pilares rosados que se hallaban clavados en el aire.

“Éste es el fin del mundo –se dijo-. Todo lo que tengo que hacer es regresar donde está el buda y reclamar mis derechos. El trono ya es mío”.

“Un momento –pensó-. Mejor que deje constancia de alguna manera en caso de que el Buda me ponga penas”.

Así que en la base del pilar del medio escribió: “El Gran Sabio, Semejante al Cielo, ha alcanzado este lugar”. Luego, para mostrar su respeto, se alivió al pie del primer pilar y saltó de regreso al lugar de origen.

De pie sobre la palma del buda, dijo:

-He ido y he vuelto. Puedes irle diciendo al Emperador de Jade que me entregue los palacios del Cielo.

-Mono, –dijo el Buda-. Has estado en la palma de mi mano todo el tiempo.

-Estás equivocado –aseguró el mono. Llegué hasta el fin del mundo, donde vi cinco pilares de color carne clavados en el cielo. En uno de ellos escribí algo. Si quieres te llevaré allí para que lo compruebes.

-No será necesario –dijo el Buda-. Mira aquí abajo.

El mono miró con sus ojos fieros y acerados, en la base del dedo corazón de la mano del Buda vio escritas las palabras: “El Gran Sabio, Semejante al Cielo, ha alcanzado este lugar”. Y de entre el pulgar y el índice le llegó el olor de orina de mono.

El mono es una metáfora del ego. El ego cree que lo puede todo. Vive en esa falacia; la parte vive en la falacia de que es el todo. El ego impotente vive en la falacia de que es omnipotente. El ego, que ni siquiera existe, cree que es el mismísimo centro de toda existencia. De ahí proviene la miseria.

Realizamos todo tipo de esfuerzos, y todos fracasan porque el enunciado es falso. El ser humano intenta triunfar pero nunca lo logra. Todo triunfo conlleva frustración. Hemos acumulado mucho dinero y muchos chismes, y hemos progresado muchísimo, pero la miseria no hace más que crecer.

Hoy en día, la miseria es mayor que nunca. Nuestro siglo es el más avanzado científicamente. El ser humano nunca ha sido tan opulento ni nunca ha contado con tanda tecnología para explorar la naturaleza, pero tampoco nunca ha sido tan miserable. ¿Qué es lo que no funciona? El enunciado mismo es falso.

Para el -no yo- todo es posible; para el yo nada es posible. Si quieres conquistar el mundo, saldrás derrotado. Si no pretendes conquistar el mundo, entonces serás conquistador. En rendirse a la experiencia radica la victoria.

La fuerza de voluntad no conduce al paraíso, sino la entrega.

sábado, 21 de diciembre de 2019

SOMOS DIOSES Y DIOSAS


Cuando digo que sois dioses y diosas, quiero decir que vuestras posibilidades son infinitas, que vuestro potencial es infinito. Tal vez no estéis poniendo a trabajar todo vuestro potencial, pero es que nadie puede, porque es tan vasto que resulta imposible. Sois el universo entero; ni siquiera en un tiempo eterno podrías llegar a agotar vuestro potencial. Eso es lo que quiero decir cuando digo que eres un dios, que eres inagotable.

Pero hay que poner algo en práctica. Aprendes un lenguaje, te conviertes en alguien muy expresivo y articulado, y te conviertes en orador. Cuentas con un cierto sentido verbal y te conviertes en poeta. Tienes cierto oído musical, te encanta la música, estás dotado para los sonidos y te conviertes en músico. Pero esas son posibilidades muy, pero que muy diminutas. No pienses que te acabas con ellas; nadie se acaba nunca con nada. Sea lo que sea que hayas hecho, no es nada comparado con lo que puedes hacer. Y sea lo que sea que puedas hacer, no es nada comparado con lo que ERES.

El ego significa identificarse con la función. Claro está, un presidente tiene un cierto tipo de ego: es presidente y se cree que ha llegado a algún sitio. Un primer ministro tiene un ego y también cree que ha llegado a algún sitio. ¿Qué más puede haber para él?

Eso es una tontería, una estupidez. La vida es tan grande que no hay modo de agotarla. ¡No hay manera! Cuanto más penetras en ella, más vastas son las posibilidades que te abren sus puertas. Sí, puedes alcanzar una cima, pero luego hay otra, y otra, y es un nunca acabar. El ser humano nace a cada instante si permanece disponible a su ser potencial.

El énfasis del ego está en hacer, y el de la consciencia, en ser. El zen es para ser y todos estamos por el hacer. Así que vivimos en la miseria porque nuestros seres son inmensamente grandes y los forzamos a vivir en túneles muy pequeños. Eso crea miseria, confinamiento. Se pierde la libertad y uno empieza a sentirse impedido, bloqueado, vedado, obstruido, obstaculizado. Empiezas a sentirte limitado desde todas partes. Pero no hay nadie responsable, excepto tú.

Un hombre de entendimiento funciona, trabaja en mil y una cosa, pero siempre se sale de ellas. Cuando va a la oficina puede convertirse en un presidente, pero en el momento en que sale de la oficina deja de serlo, vuelve a ser el cielo abierto, vuelve a ser un dios. Cuando regresa a casa, se convierte en el padre, pero no se identifica con ello. Ama a su esposa, se convierte en marido, pero no se identifica con ello. Tiene que hacer mil y una cosas, pero permanece libre de todas las funciones. Es padre, marido, madre, hermano, hijo, profesor, gobernador, primer ministro, presidente, barrendero, cantante… mil y una cosas, pero puede permanecer libre de todo ello. Permanece trascendente, más allá. No hay nada que pueda contenerle. Pasa por todas estas habitaciones, pero ninguna de ellas se convierte en prisión. De hecho, cuanto más se mueve, más libre se vuelve. No tienes más que fijarte.

Cuando estás en la oficina, sé un administrativo, sé un delegado, sé un gobernador –eso está muy bien-, pero en el momento en que salgas de la oficina, no sigas siendo un gobernador, un administrativo, un delegado. La función ya ha acabado. ¿Por qué seguir cargando con ella? No vayas andando por la calle como si fueses gobernador, porque no lo eres. La funciòn te pesará y no te permitirá disfrutar. Los pájaros piarán en los árboles, pero ¿cómo podrá participar de ello un gobernador? ¿Cómo puede bailar con los pájaros un gobernador? Llegarán las lluvias y un pavo real tal vez se ponga a bailar. ¿Cómo podrá un gobernador plantarse en medio de la multitud para observarlo? Es imposible. Un gobernador debe continuar siendo gobernador. Sigue con lo suyo, nunca mira aquí o allá, nunca se fija en el verdor de los árboles, ni mira la luna. Sigue siendo gobernador.

Esas identidades fijas os matan. Cuanto más fijos más muertos. Tenéis que recordarlo. No estáis confinados por nada de lo que hagáis. Vuestras acciones no significan nada para vuestro ser.

Hay gente que viene a verme y me dice: “¿Y qué ocurre con el karma pasado? ¿Y con las vidas pasadas?. Como digo que podéis iluminaros en un instante, me preguntan: “¿Y qué ocurre con el karma pasado?”. Yo respondo que ese karma nunca es un confinamiento, porque las acciones nunca lo son. Si permaneces confinado es simplemente porque así lo quieres, si no no habría tal confinamiento. Al igual que sales de la oficina y abandonas tu función, también en cada vida puedes salirte de esa vida. Ese sueño ha acabado, fuese dulce o una pesadilla. Te sales.

Eso es lo que hace constantemente un meditador. Se sale a cada momento del pasado, abandona por completo el pasado. Deja de estar allí, no se queda remoloneando, está liberado de él. Entonces no hay karma.

El karma no te obstaculiza, eres tú el que se apega a él. Se trata de un hábito, de una costumbre, y no haces más que practicarlo continuamente.

Cuando no estás con tu esposa, dejas de ser esposo. ¿Cómo puedes ser esposo sin una mujer? No tiene sentido. Cuando no estás con tu hijo, no eres ni padre ni madre. Cuando no escribes poesía no eres poeta. Cuando no bailas, no eres bailarín. Sólo lo eres cuando te pones a bailar. En ese momento palpitas en una cierta función como bailarín, pero sólo en ese momento. Cuando se detiene la música, desaparece el bailarín, y tú te sales de ello. De esa manera uno se mantiene libre, flotando, fluyendo.



sábado, 14 de diciembre de 2019

EL FENÒMENO DEL EGO


Debemos comprender este fenómeno del ego. Una vez que lo comprendamos, el zen se torna muy claro. Entonces el zen resulta ser una metodología muy, muy sencilla. Una vez que en ti surge la comprensión de qué es este yo, puedes convertirte fácilmente en no-yo. Esa comprensión misma te libera del yo. Al surgir la comprensión el yo empieza a desaparecer, de la misma manera que cuando enciendes la luz en una habitación desaparece la oscuridad.

Primero hay que entender que cuando nace un niño carece de ego. No sabe quién es. Es una hoja en blanco. A partir de entonces empezamos a escribir en él. Le decimos que es un niño o que es una niña, que es musulmán o hinduista, que es bueno o malo, que es inteligente o estúpido. Empezamos alimentarle ideas. Empezamos a proporcionarle ideas acerca de quién es. Que si es hermoso o no, obediente o desobediente, amado o no amado, necesitado o prescindible… un continuo torrente de ideas. Esas ideas se van acumulando en su consciencia, y el espejo empieza a cubrirse de mucho polvo y algunas de las ideas comienzan a fijarse, a enraizarse en el ser del niño.

Empieza a pensar de la manera que le has enseñado.

Poco a poco, se olvida totalmente de que llegó al mundo como pura vaciedad. Empieza a creer. Y un niño confía sin límites. Confía en todo lo que le dices. Te ama. Todavía no duda, todavía no sospecha. ¿Cómo podría sospechar? Es tan puro… es sólo pura consciencia, puro amor. Así que, cuando su madre le dice algo, él confía.

Ahora los psicólogos dicen que si le repites algo a una persona continuamente, acaba convirtiéndose en eso. Te conviertes en lo que piensas que eres. Bueno, no es que te conviertas en ello, sino que esa idea se enraíza profundamente, y de eso es de lo que trata el condicionamiento. Si le repites continuamente a un niño que es estúpido, se tornará estúpido, empezará a pensar que es estúpido. Y no sólo eso, sino que comenzará a comportarse de manera estúpida. Tendrá que ajustarse a cierta idea que se le ha dado. Cuando todo el mundo cree que es estúpido, él también piensa que debe serlo. Es muy difícil creer algo que nadie piensa de ti. Es imposible. Se necesita algún tipo de apoyo.

El niño carece de todo apoyo. Busca a su alrededor, busca en tus ojos. Tus ojos funcionan como un espejo en él ve su rostro en ellos, y también ve lo que estás diciendo. Un niño puede volverse hermoso, feo, un santo o un criminal. Depende del condicionamiento, de cómo le condiciones.

Pero tanto si se convierte en un santo o en un pecador, no tiene importancia, en cuanto respecta a la miseria, pues de cualquier manera será miserable. No importa si se convierte en un estúpido o en alguien inteligente, porque –y recuérdalo bien- es el condicionamiento el que trae la miseria. Puedes condicionarle para que sea un santo, y lo será, pero continuará siendo miserable.

Puedes ir a ver a tus pretendidos santos. ¡No hallarás seres más miserables en ningún otro lugar! A veces los pecadores pueden sentirse gozosos, pero los santos nunca. Son tan santos… que ¿cómo podrían reírse, disfrutar, bailar y cantar? ¿Cómo podrían ser tan ordinarios y humanos? Son sobrehumanos y permanecen congelados en la sobrehumanidad. No es más que puro ego.

El zen es un tipo de religión totalmente distinto. Insufla humanidad a la religión. No le interesa nada sobrehumano. Todo su interés radica en cómo convertir la vida cotidiana en una bendición. Otras religiones intentan destruir tu vida cotidiana y hacer de ti alguien extraordinario; y esos son los viajes del ego, y lo cierto es que no te harán feliz. Te condicionan, te respetan. Como eres bueno la sociedad te respeta, como eres bueno te respetan los padres, y porque eres bueno te respetan los profesores. Y poco a poco te va penetrando la idea de que si eres bueno todo el mundo te respetará y que si eres malo nadie te respetará.

Pero la respetabilidad no es vida. La respetabilidad es muy venenosa. Un ser humano realmente vivo no se preocupa de la respetabilidad. Vive, y lo hace con autenticidad. No se para a considerar lo que piensan los demás. Gurdjieff solía decir a sus discípulos: “No consideréis. Acordaros de nunca considerar a los demás porque el ego surge en vosotros de la consideración hacia los demás. Debe ser cortado de raíz”.

Una vez que el niño empieza a fijarse, el niño ya tiene un yo. Este yo es algo fabricado. Es un subproducto social. En realidad no tienes ninguno, lo que ocurre es que te lo crees. Es una creencia, la más peligrosa de todas. En realidad no hay un yo, en realidad no puede haberlo, porque no estamos separados de la existencia, sino unidos y juntos en un universo. Ese es el significado de la palabra “universo”: es uno. No es un multiverso, sino un universo. Todo es uno; al morir, al vivir, al nacer, al amar, al odiar, todos somos uno. Palpitamos juntos.

El hálito que tomo me viene de ti. Hace un instante era tu hálito, y ahora es el mío. Y en un instante dejará de ser mío, para pasar a ser de otro. No puedes reclamar ni siquiera tu respiración, decir que es mía”. Se mueve.

Vivimos en un mar de vida; vivimos dentro de todos. Lo que os pertenece a vosotros puede ser mío, lo que es mío puede perteneceros a todos vosotros. Hace tan sólo un momento, antes de que empezase a hablar, había algo en mí; ahora lo estoy vertiendo en vosotros y se convertirá en vosotros. Se transformará en vuestra consciencia, en vuestra memoria, en vuestra mente, será totalmente vuestro. Una vez se ha escuchado un pensamiento, una vez se ha comprendido, pasa a ser vuestro. Deja de ser mío. Estamos interconectados.

Así que el yo es una entidad falsa creada por la sociedad para sus propios propósitos. Si se comprenden los propósitos, uno puede interpretar el papel pero sin dejarse entontecer por él. El propósito, es que todo el mundo necesita un carnet de identidad; sino todo resultaría muy difícil. Todo el mundo necesita un nombre, una dirección, un carnet de identidad, un pasaporte; de otra manera todo resultaría muy difícil. ¿Cómo llamar a alguien? ¿Cómo dirigirse a alguien? Se trata de cosas utilitarias, necesarias, sí, realmente necesarias, pero que carecen de verdad en ellas. Son arreglos.

A cierta flor la llamamos “rosa”. No es que sea su nombre –no lo tiene-, pero tenemos que llamárselo, si no lo hiciéramos sería difícil distinguir entre una rosa y un loto. Y si quisieras una rosa te resultaría difícil decir qué es lo que quieres. Son requerimientos. Sí, tienes necesidad de un cierto nombre, de una etiqueta, pero no eres el nombre ni la etiqueta.

Este entendimiento debe abrirse paso en ti: no eres tu nombre, no eres tu forma, no eres ni hinduista, ni cristiano, ni indio, ni chino. No perteneces a nadie, a ninguna secta ni organización. Debes entender que el todo te pertenece y que tú le perteneces al todo. Es cierto. Con este entendimiento tu ego empezará a soltar presa, y un día sabrás que podrás utilizarlo, pero ya sin que él te utilice.

Lo segundo que hay que recordar es que el ego se identifica con un rol, con una función. Alguien es administrativo, otro es delegado, el otro es jardinero, y otro distinto es gobernador. Son funciones, son cosas que haces; pero no son tu ser.

Cuando alguien pregunta: “¿Y tú quién eres?”, y tú dices: “Soy ingeniero”, tu respuesta es existencialmente errónea. ¿Cómo puedes ser ingeniero? Eso es lo que haces, no lo que eres. No te encierres demasiado en tu función, porque encerrarse demasiado en ella es encarcelarse. Realizas las funciones de un ingeniero, o el trabajo de un médico, o de un gobernador, pero eso no significa que tú eres eso. Puedes abandonar el trabajo de ingeniero y convertirte en pintor, y puedes dejar de hacer de pintor y ser barrendero… eres infinito.

Al nacer, un niño tiene disponible la infinitud. Pero poco a poco esa infinitud deja de estar disponible; empieza a fijarse en una cierta dirección. Un niño nace multidimensional, pero tarde o temprano empieza a elegir. Y nosotros le ayudamos a hacerlo, para que pueda ser alguien.

Hay un dicho chino que habla de que el ser humano nace infinito, pero poca gente muere infinita. El ser humano nace infinito y muere finito. Cuando naciste eras pura existencia. Cuando mueras serás un médico, o un ingeniero, o un profesor. ¡Serás un perdedor en términos de vida! Cuando naciste tenías abiertas todas las alternativas, infinitas posibilidades: podías haberte convertido en profesor, en científico, en poeta; tenías disponibles millones de oportunidades, todas las puertas estaban abiertas. Y luego, poco a poco, te fuiste asentando, te convertiste en profesor, en profesor de matemáticas, en un experto, en un especialista. Te fuiste estrechando cada vez más. Y ahora eres como un túnel pequeño que cada vez es más y más estrecho. Naciste como el cielo entero, pero no tardaste en meterte en un túnel, y ya nunca has salido de él. El túnel es el ego. Es identificarse con la función.

sábado, 7 de diciembre de 2019

POR QUÈ SOMOS DESGRACIADOS


La existencia es una celebración continua, excepto para el ser humano. La existencia es un carnaval, una orgía de alegría, excepto para el ser humano. El ser humano se ha salido de esta tremenda celebración sin fin. El ser humano ha dejado de formar parte de ella, y permanece solo, alineado. Es como si el ser humano hubiera perdido las raíces que debería tener en la existencia. El ser humano es un árbol que está muriéndose, secándose, que ha dejado de estar vivo. Los pájaros ya no vienen a posarse en sus ramas, las nubes no le cantan, los vientos no danzan a su alrededor.

¿Qué le ha sucedido al ser humano? ¿Y cómo? ¿Por qué se halla en un infierno así? ¿Por qué está el ser humano metido en tal situación? Debe haber algo fundamental que no funciona.

El análisis zen, el diagnóstico zen, se debe a que el ser humano piensa que es. Los árboles no piensan, carecen de yo. Las piedras no piensan, carecen de un yo. El cielo carece de un yo, la tierra carece de un yo. Sin un yo no hay posibilidad de caer en la miseria. El yo es la puerta que da a la miseria. El Buda lo llamó atta, el ego, el yo.

Somos desgraciados porque estamos demasiado en el yo. ¿Qué quiere decir que estamos demasiado en el yo? ¿Y qué sucede exactamente cuando estamos demasiado en el yo? O bien se está en la existencia o en el yo, pero ambas cosas no son posibles. Estar en el yo significa estar aparte, ser separado. Estar en el yo significa convertirse en una isla. Estar en el yo significa trazar una línea de separación a tu alrededor. Estar en el yo significa realizar una distinción entre “esto soy yo” y “esto no soy yo”. La definición, la separación entre “yo” y “no yo”, es lo que es el yo; el yo aísla.

Y te congela, dejas de fluir. Si fluyes, el yo no puede existir; por eso la gente parece cubitos de hielo. Si carecen de toda calidez no pueden albergar nada de amor. El amor es calidez, y ellos tienen miedo del amor. Si les llega algo de calidez, empiezan a deshacerse y desaparecen las fronteras. En el amor desaparecen las fronteras; en la alegría también desaparecen, porque la alegría no es fría.

Nada es frío, excepto la muerte. El yo es muy frío. El yo es la muerte. Quienes viven en el yo están ya muertos, o tal vez ni siquiera llegaron a nacer. Se perdieron su nacimiento. Nacer, vivir, significa fluir, ser cálido, deshacerse, disolverse, no saber dónde se acaba y dónde comienza la existencia, desconocer los límites, permanecer en esa consciencia difusa. Eres consciente, desde luego, pero no hay consciencia de la propia identidad. La consciencia en sí misma es inconsciente de la propia identidad.

La consciencia puede convertir al ser humano en el ser más feliz de la tierra. Es una gran oportunidad… pero justo al lado acecha un peligro. La consciencia puede convertirse en egocentrismo en cualquier momento, y en el instante en que la consciencia se vuelve egocentrismo, lo que iba a ser gozo se torna maldición. Te conviertes en algo muerto. Entonces sólo pretendes estar viviendo, te lo crees. Pero lo único que haces es arrastrarte, esperar a que llegue la muerte y te libere de esta supuesta vida.

El enfoque zen trata de cómo volver a convertirte en un no-yo. De cómo volver a disolver las demarcaciones, cómo no aferrarse a estas demarcaciones. Cómo volver a abrirse. Cómo ser vulnerable, cómo estar disponible para la existencia, de manera que pueda penetrarte hasta la médula.

Dice Lao-Tzu: “Todo el mundo parece tan seguro de sí mismo, menos yo. Todo el mundo parece tan bien definido, menos yo. Yo permanezco muy indefinido, ambiguo. Exactamente no sé donde estoy o qué soy o qué no soy. No sé cómo definir el yo y el otro. No sé dónde se separan “yo” y “tú”.

Esencialmente, no están separados. “Yo” es la polaridad de “tú”; son vibraciones de la misma energía. Esa energía que habla en mí está escuchando en ti; no está separada, no puede estarlo. Es un único espectro, sólo una longitud de onda. La misma onda que habla en mí está escuchando en ti. La misma energía es hombre en ti y mujer en otra persona. La misma energía es ser humano en ti y vegetal en los árboles. La existencia está hecha de la misma energía. Es un único material, tanto en las piedras como en las estrellas; en el hombre y en la mujer. Es un todo.

Perder ese todo y confinarse en el yo es la desgracia. Ese es el infierno. No esperes ningún otro infierno, ya estás en él. Tu ego es tu infierno. No hay otro. No pienses en un lugar profundo, oculto bajo la tierra. Está aquí, ya estás en él, está en ti. Viene con el ego.

sábado, 30 de noviembre de 2019

EL VIENTRE CENTRO DEL SER


El intelecto es muy, muy limitado; la intuición es infinita. La intuición siempre proviene del vientre. Siempre que sientas que te llega una intuición –una corazonada-, lo hace a través del vientre. El vientre es el primero en quedar afectado. Cuando te enamoras no lo haces con la cabeza, por eso aquellos que tienden a hacerlo todo con la cabeza dicen que el amor es ciego. Y sucede porque no tiene nada que ver con el cerebro. Cuando te enamoras, te enamoras desde otra fuente. Si le preguntas a grandes científicos, grandes poetas, a gente muy creativa, también te dirán que cuando sucede algo nuevo nunca es desde la cabeza, desde el cerebro. Proviene de algún lugar más allá.

Madame Curie trabajó muy intensamente en un problema matemático durante tres años. Hizo todo lo que estaba en su mano. Era un genio matemático y había fracasado, del todo. Entonces, una noche, lo dejó estar. Parecía que no llegaba a ninguna parte. Tres años es bastante para dedicarlos a un problema.

Esa noche lo dejó. A la mañana siguiente se dispuso a empezar con algo nuevo, a trabajar en un proyecto nuevo. Y esa misma noche lo había solucionado. Se despertó a media noche, se dirigió a la mesa y resolvió todo el problema, y luego volvió a meterse en la cama.

Por la mañana, cuando volvió a su mesa no pudo dar crédito a lo que veían sus ojos, porque nadie había entrado en la habitación, excepto la sirvienta, que lo había hecho por la noche para preparar la cama. Pero la sirvienta no podía haberlo hecho, ni siquiera Madame Curie había sido capaz de hacerlo. Volvió a mirar la letra, que era la suya propia. No exactamente, pero así era, era la suya. Parecía que hubiese escrito borracha –era un tanto imprecisa, temblorosa-, pero seguía siendo su letra. ¿De dónde había salido?

Entonces recordó un sueño que había tenido por la noche. Soñó que iba a resolver el problema y que estaba escribiendo. Y entonces recordó todo el sueño. Lo había resuelto en el sueño. El cerebro había fracasado. El cerebro no tenía respuesta. Había llegado desde el vientre, desde la mente.

Lo mismo exactamente le sucedió a Buda. Se esforzó durante seis años, intentó alcanzar la iluminación por todos los medios, pero no pudo. Le pasó como a Madame Curie, y una noche abandonó el proyecto. Se dijo: “No hay ningún sitio al que ir y no va a pasar nada, así que me olvido de ellos”. Esa noche durmió relajado y esa noche se iluminó. Por la mañana, tras abrir los ojos, era un hombre completamente distinto. Algo sucedió durante la noche.

Pero recuerda: ¿Por qué sucede cuando has hecho todo lo posible? Sí, así es, sólo sucede entonces. Cuando se agota la capacidad cerebral es cuando la intuición empieza a operar. Es una energía superior. Al utilizar el cerebro hasta el límite, entonces eres capaz de utilizarla, y desde ahí puedes pasar a la intuición.

La intuición no funciona así como así. Puedes ir a Bodhgaya, donde está el árbol bajo el que se iluminó el Buda. Ese árbol todavía está vivo, así que puedes ir allí, sentarte relajado y decir: “Lo suelto todo”. Pero no sucederá nada porque no tienes nada que soltar.

El intelecto frente a la intuición, la lógica frente al amor… Se trata de dos maneras de ser distintas: lógica y amor. La lógica es lineal, el amor es total. La lógica se desplaza a través de una línea, al igual que el lenguaje. ¿Te has dado cuenta? El lenguaje se desplaza, como la lógica, en una línea. Pero la existencia no es lineal. La existencia es simultánea. No se trata de que yo existo, de que además existes tú, y otros, y también existen los árboles y las montañas… Lo que ocurre es que todos existimos a la vez.

El lenguaje es la falsificación porque coloca las cosas en una línea. Por ejemplo, creas una frase: primero existe una palabra, luego otra y a continuación otra más. La gramática dice bien claro qué palabras deben aparecer primero, y cuáles después; dice en qué orden debe ir todo.

Por eso el chino es uno de los idiomas más bellos que existen, porque es lo menos parecido a un lenguaje. El chino carece de alfabeto, y como no lo tiene, el chino existe simultáneamente. Es más fiel a la existencia que cualquier otro idioma. Es más fluido, no tan fijo. Se parece más al amor que a la lógica. Es más intuitivo, proviene del vientre. Puede querer decir mil y una cosas. Y por ello, algunos lo consideran muy poco científico. Es acientífico; el amor es acientífico, la existencia es acientífica. Puede querer decir muchas cosas distintas, es más poética.

Y así es como es: el árbol puede querer decir mil y una cosas, no sólo una. Para un pintor tiene un significado, para el leñador otro, para el poeta otro más, y para alguien que no esté interesado, no tiene ninguno. Para el niño que juega a su alrededor, tiene otro sentido más, para quien venera un árbol es un dios. Tiene mil y un sentidos. Un árbol no está confinado a un único sentido.

El idioma chino es de tal manera que cada caracter puede significar muchas cosas simultáneamente. Puedes llegar desde muchas direcciones. Pero el lenguaje es lineal. Una línea que se mueve… Es decir, las cosas empiezan a suceder una tras otra. En la lógica las cosas también empiezan a suceder una tras otra. Y si sucede una cosa entonces puede llegar la siguiente.

Fíjate: si dices una cosa luego no puedes decir lo contrario; te lo has prohibido. Pero en la existencia, los opuestos existen juntos. La vida existe con la muerte; el amor existe con el odio; no lo niega. No es que el amor exista y entonces el odio desaparezca. ¡Existen juntos! La luz existe con la oscuridad; pero si construimos una frase, si decimos: “En la habitación había luz”, no puedes decir a continuación: “La habitación estaba a oscuras”. Ahora es imposible. Lo has confinado, has desechado la paradoja. La existencia es paradójica.
La intuición es paradójica. No es lineal, es multidimensional.

Consciencia frente a inconsciencia… Pero recuerda que cuando digo inconsciencia no me estoy refiriendo al inconsciente freudiano. Ese es un inconsciente muy pobre, muy pequeño. Se trata únicamente del consciente reprimido, no es gran cosa. Para el zen, el inconsciente es Dios. Para el zen, el consciente es una pequeña parte, la punta del iceberg, mientras que el inconsciente es vasto, enorme, gigantesco, ilimitado. El consciente debe volverse en el inconsciente, no al revés. No se trata de que el inconsciente deba tornarse consciente. Y ese inconsciente habita en el vientre.

Pero recuerda que la palabra “inconsciente” no tiene unas connotaciones muy buenas; da la impresión de que implicara la ausencia de consciencia. Pero no, existe otro tipo de consciencia. No se trata de esta consciencia que conoces, sino de otro tipo de consciencia distinta, de una clase completamente diferente. No es intelectual, sino intuitiva; no es analítica, sino sintética; no es divisible, sino indivisible.

La parte frente al todo: la cabeza es una parte; sólo el vientre es tu totalidad. La cabeza está en tu circunferencia; el vientre es tu centro. Hacer frente a suceder: para la cabeza las cosas tienen que hacerse; es una gran hacedora. Para el vientre, las cosas sólo suceden; no hay intención. Y la muerte frente a la vida: la cabeza acumula muerte porque todos los pensamientos están muertos. En el vientre palpita la vida.

Y finalmente, el tener frente al ser. La cabeza es una acaparadora, una avara, no deja de acumular. Todo su esfuerzo está dirigido a tener más y más. No importa el qué: dinero o conocimiento; sea lo que sea, pero tener más y más. Más mujeres, más hombres, más casas, más dinero, más poder, más conocimiento… lo que sea, pero más. Y la cabeza no hace más que intentar tener más porque cree que teniendo más acabará siendo. Pero nunca acaba siendo más, porque tener nunca puede transformarse en ser.

El vientre es el centro del ser; no piensa en términos de tener, sino de ser. Uno es. Uno disfruta de este momento de talidad. En ese momento de talidad todo está disponible, todo es una bendición.

La cabeza es destructiva, deséchala. Pero abandonarla no significa que no la utilices. Debes hacerlo, pero no debes ser utilizado por ella.

sábado, 23 de noviembre de 2019

EL CEREBRO Y LA MENTE


La gente zen dice que existe una constante lucha entre la cabeza y el estómago, y la cabeza gana al estómago. La cabeza es muy destructiva para el estómago. Y el estómago es la auténtica sede de tu ser. La cabeza se ha convertido en el dictador a causa del lenguaje, las palabras, las teorías, la educación, el aprendizaje y el conocimiento. La cabeza se ha convertido en una sede. Hay que desechar esa cabeza, y al hacerlo no perderás nada. Al vivir con la cabeza sólo vives a través de palabras muertas que no pueden satisfacerte, ni liberarte. La cabeza contra el estómago.

Precisamente la otra noche estuve hablando sobre un maestro zen que solía tener dos muñecas a su lado. Eran casi iguales, pero en su interior había una diferencia. A una le pesaba demasiado la cabeza, tenía un pedazo de metal dentro. A la otra le pesaba mucho la parte de abajo. Tenía un pedazo de metal en el estómago. Y parecían iguales, incluso estaban vestidas del mismo modo. Y siempre permanecían sentadas una junto a la otra.

Y cuando se presentaba alguien y preguntaba: “¿Qué es el zen?”, o; “¿Qué es la meditación y cómo se llega?”, lo primero que hacía el maestro era empujar una de las muñecas –la de la cabeza pesada-, que caía redonda y no podía ponerse derecha. ¿Cómo iba a poder con aquella cabeza tan pesada? A continuación empujaba la otra muñeca, la que tenía el estòmago pesado, así que tampoco es que pudiera empujarse mucho, pero saltaba hacía atrás y acababa sentada en la postura del Buda.

Y entonces el maestro decía: “Esto es zen, el estómago. Esto es Oriente, el estómago”.

En los antiguos países orientales, sobre todo en Extremo Oriente, siempre han considerado que el ser humano vive en el vientre. Antaño –hace sólo cien años-, si hubieras ido al Japón te habrías encontrado con gente a la que de haberle preguntado: “¿Y usted dónde piensa?”, te habrían señalado el vientre: “Pensamos aquí”. Ahora ya están desapareciendo, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial. El propio Japón se ha convertido en algo parecido a la primera muñeca: el impacto norteamericano ha sido muy fuerte. Ahora se ríen y nadie podría decirte que se ríen desde el vientre; les parece una locura decir que se piensa con el vientre. Ahora han empezado a pensar desde la cabeza.

Pero el énfasis es importante. El vientre es la fuente de tu vida. Te hallabas unido a tu madre por el ombligo; ahí es donde empezó a palpitar la vida. La cabeza es el rincón más alejado de tu existencia, el centro es el ombligo, tu existencia, tu ser, reside ahí. Puede que tu pensar esté en la cabeza, pero pensar es una especialidad. De igual manera que utilizas las manos para ciertos propósitos, las piernas para otros, los ojos para otros distintos, y las orejas y la nariz… pues también utilizas tu cabeza, tu mecanismo cerebral, para pensar.

Pero ¿quién lo utiliza? ¿Quién usa las piernas para andar, quién usa las manos y los ojos? ¿Y, quién usa el cerebro? Ahora incluso la psicología occidental empieza a sospechar de su vieja idea acerca de que el cerebro es la mente. Sospechan que tal vez sea así. Ahora hay unas cuantas personas que han empezado a considerar que el cerebro y la mente son distintos.

Y tú también has tenido de vez en cuando algún vislumbre acerca de que el cerebro no es la mente. Por ejemplo, ves a un hombre pasando por la calle… Recuerdas el rostro, recuerdas que conoces a ese hombre, recuerdas que debes saber su nombre y de repente tienes el nombre en la punta de la lengua, y te dices: “Tengo el nombre en la punta de la lengua. Está ahí, pero no acabo de verlo”.

Ahora dos cosas. El cerebro suministra el nombre, pero requiere de cierto tiempo. El cerebro dice: “Espera. Está por aquí, en el archivo. Espera”. Pero el que está esperando no es el cerebro, porque tú lo sabes. “Sí, está por ahí”. El cerebro es el mecanismo que la mente está utilizando. Entonces haces un esfuerzo y si no aparece, frustrado, te olvidas de la historia. Y te metes en el jardín y empiezas a fumar un cigarrillo, y de repente te viene a la cabeza.

Tú y tu cerebro sois dos cosas. El cerebro es uno de tus mecanismo, como cualquier otro, esta mano es un mecanismo que yo utilizo. Mi cerebro es otro de mis mecanismos. ¿Dónde radica la sede de la mente? El zen dice que en el estómago, en el vientre, en el ombligo, donde apareció exactamente la primera palpitación, para luego expandirse por todo el cuerpo. Regresa ahí.


Esta cuestión de la cabeza frente al estómago ha pasado por muchas formulaciones: intelecto frente a intuición; lógica frente a amor; consciencia frente a inconsciencia; la parte frente al todo; hacer frente a suceder; vida frente a muerte; tener frente a ser. Estas siete formulaciones son posibles, y también son importantes.

sábado, 16 de noviembre de 2019

EL DISCÌPULO Y EL ESTUDIANTE.


¿Cuál es la diferencia entre un estudiante y un discípulo? El estudiante quiere saber más, aprender más. El estudiante quiere convertirse en erudito. El estudiante anhela el Árbol del Conocimiento. El estudiante quiere comerse todas las manzanas posibles. El estudiante es curioso, inquisitivo, pero no está listo para ser transformado.

El discípulo es un fenómeno distinto. El discípulo no anhela conocimiento; quiere ver, no saber. Quiere ser. Ha dejado de estar interesado en acumular conocimiento, y lo que quiere es tener más ser. Su dirección es completamente distinta. Si para tener más debe deshacerse de todo su conocimiento, está listo. Está preparado para sacrificarlo todo.

El discípulo no es un acaparador; el estudiante sí lo es. Y claro, cuando acaparas, lo guardas todo en la memoria. La memoria no deja de crecer en la mente de un estudiante, pero no es su consciencia. En el interior de un discípulo, la memoria empieza a desaparecer poco a poco. Ha dejado de cargar con el peso del pasado. Sólo sabe lo esencial. Su conocimiento es utilitario. Pero su consciencia empieza a crecer. Su energía se traslada de la memoria a la consciencia.

Esa es la gran diferencia entre un estudiante y un discípulo. El estudiante quiere saber acerca de; todo su esfuerzo está dirigido a pensar mejor. El discípulo quiere ser; todo su esfuerzo está dirigido a cómo ser, a cómo regresar a casa, a cómo volver a recuperar esos ojos infantiles, a cómo renacer. Eso es lo que Jesús quiere decir cuando dice: “A menos que volváis a nacer”. Estaba buscando discípulos. Y a Nicodemo le dijo: “A menos que vuelvas a nacer no me comprenderás y no podrás entrar en el reino de Dios”…

Puede que no sepas que el tal Nicodemo era un profesor, que había llegado en busca de conocimiento. Era un famoso rabino. Estaba en el consejo del gran tempo de Jerusalén. No fue de día porque temía que la gente pudiera reírse de él, de que un erudito tan importante, de que un profesor tan conocido en todo el país, acudiese a un hombre ordinario, a una especie de hippie.

Sí, porque Jesús iba con gente ignorante, con elementos antisociales, tenía todo tipo de gente, estaba con personas nada respetables. Era un hombre joven con aspecto de loco. Y hablaba de cosas de las que sólo hablan los neuróticos o los budistas. Siempre que surge la cuestión de decidir si alguien es un buda o un neurótico, acabas diciendo que es un neurótico, porque decidir que es un buda va contra tu ego. Así que la gente sabía que Jesús era un poco neurótico, que estaba un poco loco, que era un excéntrico, y a su alrededor había reunido a gente un tanto peligrosa.

Así que Nicodemo no podía acudir a verle a plena luz del día: fue a preguntarle en mitad de la noche. Y le preguntó: “¿Qué es ese reino de Dios del que tanto hablas? ¿Qué es? Quiero saber más sobre eso”. Sobre eso… cuidado. Y Jesús le dijo: “A menos que vuelvas a nacer no sabrás lo que es”. Eso fue demasiado para Nicodemo. ¿Volver a nacer? ¿Tiene un precio tan alto? Morir y volver a nacer… parece demasiado.

Un estudiante está dispuesto a pagar en monedas pequeñas; un discípulo está dispuesto a pagar con su vida. Un estudiante tiene una pesquisa; el discípulo… no sólo es una pesquisa. No hay palabra para expresarlo. Pero en sánscrito tenemos una: mumuksha. Y para pesquisa tenemos otra: jigyasa. Significa que uno quiere saber más. Mumuksha quiere decir que uno quiere ser más. Uno quiere ser liberado de todo confinamiento. No se quiere seguir confinado en ningún tipo de cautiverio: en la tradición, en las escrituras, la sociedad, el estado. Uno no quiere seguir padeciendo ningún tipo de cautiverio; lo que uno quiere es ser libre, totalmente libre. Esa rebelión, esa necesidad de libertad total, es mumuksha. En Occidente, no hay palabras para traducirla. Podemos decir que es el deseo de pasar a ser carente de deseos; el deseo de ser tan completamente libre que ni siquiera quiere rastro de ese deseo.

El estudiante, y el erudito, y el profesor lidian con palabras, acuñan nuevas palabras, juegan con las palabras. Todo su negocio requiere de palabras, vacías e impotentes. Pero siguen jugando con ellas y creando otras nuevas.

Un discípulo se ha convertido en un hombre silencioso. Un discípulo sabe que estar en silencio es natural. Escuchar al maestro en silencio. De hecho, no se trata de escuchar demasiado sus palabras, sino de escuchar su silencio, que siempre está tras las palabras. Empiezas escuchando sus palabras, pero poco a poco vas escuchando el silencio.

Poco a poco, lentamente, te gradúas de las palabras y pasas al silencio. Poco a poco, lentamente, tiene lugar un cambio, cambia la concepción global: dejas de estar interesado en lo que dice el maestro, y empiezas a ocuparte de lo que es.

sábado, 9 de noviembre de 2019

DEJAR DE HABLAR


El Buda habló durante cuarenta y dos años, por la mañana, por la tarde, por la noche, y entre medias. Y habló de una sola cosa: de dejar de hablar, de estar en silencio. “Ni una palabra”.

Suigan, un Maestro, lleva muchos meses hablando y al final de la sesión dice: “He estado hablando, de este a oeste, durante todo el verano, para mi hermandad. Mirad cómo me crecen las cejas”. Lo que está diciendo es: “A ver, ¿sigo vivo o estoy muerto? Con tanto hablar puede que me haya muerto, puede que haya dejado de crecer”.

El primer discípulo dice: “Qué bien crecen, maestro”. Es cierto, al cien por cien. Puede ver en el maestro. Esas palabras no han perturbado el silencio del maestro, no se han convertido en su muerte; su vida fluye como siempre. No se han transformado en un obstáculo. Se te permite hablar sólo cuando tus palabras no destruyen el silencio. Cuando tu silencio permanece inmaculado, sin ser mancillado por tus palabras, entonces puedes hablar. Entonces tus palabras serán una bendición para el mundo. Ayudarás a muchas personas a salir de sus palabras. Tus palabras se convertirán en medicina. Pero si tus palabras perturban tu silencio –si mientras hablas pierdes contacto con tu núcleo de serenidad más íntimo-, entonces todo será inútil. Será mejor que primero te cures a ti mismo, antes de empezar con otro. Harías más mal que bien.

El discípulo dice: “Qué bien crecen, maestro. Puedo ver que vuestro silencio permanece imperturbable”.

El segundo discípulo dice: “Quien comete un robo se siente incómodo en este corazón”. Todavía mejor que el primero. Está diciendo: “Maestro, aunque está usted más allá del robo, no obstante, si robase, se sentiría culpable. Sabemos que esas palabras no le perturbarán, pero aun así las palabras son tal molestia que se siente usted un poco culpable. Lo veo”.

Comprendo la idea del segundo discípulo. Sí, hablándoos a vosotros también me siento yo culpable porque existe el peligro de que no escuchéis lo que estoy diciendo, de que no escuchéis lo que quiero decir y empecéis a hablar como yo. El peligro existe, está ahí. Estoy cometiendo un crimen. Y debe cometerse porque parece que no hay otro modo de ayudaros. Hay que correr el riesgo.

El segundo discípulo profundiza más. El primero estaba en lo correcto al cien por cien, recuérdalo, pero el segundo tiene razón al doscientos por cien. Dice: "Quien comete un robo se siente incómodo en este corazón. Lo veo”.

El tercero tiene razón al trescientos por cien. El tercero no dijo nada, sólo murmuró: “Kwan!”. Es como “¡Eo!”. Decir algo no tiene sentido, así que simplemente murmura un sonido. Y lo que está diciendo es: “Sea lo que sea lo que haya estado diciendo no son más que sonidos vacíos, maestro. No se preocupe. Sea lo que sea lo que dijo no son más que palabras, como mi “Kwan!”. Sí, a veces sirve para ayudar a despertar a un hombre, pero no quiere decir nada. Si alguien duerme profundamente y le gritas “Kwan!” a la oreja, abrirá los ojos, eso es todo. Se habrá hecho el trabajo. Pero el “Kwan!” en sí mismo no significa nada”.

* Kwan! Es sólo una exclamación, sin ningún significado implícito. No es ningún símbolo, es la cosa en sí misma. (N. del T.).

Eso es exactamente lo que son las declaraciones del maestro: un “Kwan!”. No quieren decir nada, no implican ninguna filosofía. Sólo son gritos para despertarte. El tercero ha comprendido del todo. Está en el mismo espacio que el propio maestro.

¿De dónde proviene este “Kwan!”. Viene de kokoro, de nada de nada. Y cuando estás en esta nada todo es posible. Esta nada es tan potente, tan positiva que esta nada es Dios. Los budistas no utilizan la palabra Dios, porque Dios parece que confine. Utilizan la nada, el vacío: kokoro, sunyatta. En toda la existencia.

Estas son palabras de John Donne: “Dios es tan omnipresente que Dios es un ángel en un ángel, y una piedra en una piedra, y una paja en una paja”.

En esta nada habrás penetrado en la auténtica naturaleza de las cosas. Esta penetración en la naturaleza de las cosas es el objetivo. Y sólo es posible cuando no dices “Ni palabra”. Entonces las cosas son.

Escucha estas palabras de Wordsworth:

El gallo cacarea,
el arroyo fluye,
los pajaritos gorjean,
el lago refulge,
los verdes prados dormitan al sol.

Todo es tal cual es. El gallo cacarea y los verdes prados dormitan al sol. “Dios es tan omnipresente que Dios es un ángel en un ángel, y una piedra en una piedra, y una paja en una paja”. Entonces Dios desaparece, sólo queda santidad. Desaparece la deidad, quedando sólo divinidad, pura, divinidad líquida, permeando todo el espacio.

La otra noche estuve leyendo el diario de Leonardo da Vinci. En él escribió una frase que me conmocionó: “Entre las grandes cosas que pueden encontrarse entre nosotros, el ser nada es la más grande”. Ese ser nada se manifiesta sin palabras, sin lenguaje, sin conceptos, sin mente, sin actividad mental.

Ahora esta pequeña parábola:

“Un maestro zen señaló lacónicamente a un estudiante que llevaba cierto tiempo hablando de teoría zen…”

Bueno, lo primero es que el zen no tiene teoría. Es un enfoque no teórico de la realidad. No tiene doctrina ni dogma, de ahí que carezca de iglesia, de sacerdotes, de papa. Cuando empiezas a hablar sobre la teoría del zen, el zen deja de ser zen. Existe la teoría pero no el zen. El zen y la teoría no pueden coexistir. La teoría está muy limitada; el zen es una experiencia ilimitada. El zen es más parecido al amor, no puedes definirlo. El zen es muy terrenal. Es un raro fenómeno. Es el resultado del encuentro de dos genios: el genio hindú y el genio chino. El genio hindú es muy abstracto, incluso el Buda. Intenta con todas sus ganas no serlo, pero ¿qué puede hacer? Después de todo un hindú es un hindú.

El genio hindú es muy abstracto. Habla de grandes cosas, de grandes teorías; hila grandes ideas. Realiza vuelos muy elevados por el cielo, sin llegar a posarse en la tierra. El genio hindú no ha sabido durante muchos siglos cómo aterrizar en la tierra. Sube y sube, y luego no sabe cómo volver. Carece de raíces. Tiene alas, pero no raíces. Esa es su miseria.

El genio chino está más inclinado hacia lo terrenal, es más práctico, más pragmático. No penetra mucho en el cielo. Y aunque se adentre un poco, siempre mantiene los pies en la tierra, firmemente asentados en la tierra. No echa a volar como un pájaro, sino que entra en el cielo como un árbol. Mantiene sus raíces en la tierra, en muy elevada proporción. Lao-tzu es muy práctico, al igual que Confucio.

Cuando Bodhidharma fue a China con el gran mensaje del zen, resultó un gran encuentro, una gran síntesis entre el genio hindú y el chino. El zen no es ni hindú ni chino. Cuenta con ambos, y no obstante está más allá.

Así que si le preguntáis a un budista indio –hay muy pocos-,no se tomará el zen en serio. Dirá: “Son todo tonterías”. Allí donde sigue prevaleciendo el budismo hindú –en Ceilán, Birmania, Tailandia- nadie habla del zen. La gente se ríe. Dicen que es como una broma.

Si hablas con gente zen china y japonesa acerca de las grandes escrituras budistas, dirán: “Quémalas de inmediato. Todas las teorías abstractas no son más que tonterías. Apartan al hombre de la realidad”.

Para mí, el zen es una de las mayores síntesis que se han dado, un fenómeno trascendental. La primera cosa al respecto es que es existencial, no teórico. No dice nada acerca de la verdad, sino que te ofrece la verdad tal cual es. Sólo te despierta. Te sacude para despertarte, te grita para despertarte, pero no te ofrece teorías, ni doctrinas, ni escrituras, la única religión capaz de destruir todos los ídolos, y también todos los ideales.

sábado, 2 de noviembre de 2019

LOS MOMENTOS DE CONSCIENCIA


Si, en el principio fue el Verbo, la palabra. La frase bíblica tiene toda la razón. Todo empieza con una palabra. El mundo empieza con la palabra; cuando dejas caer esa palabra desaparece el mundo. Entonces eres en Dios. El hijo pródigo ha regresado, ha despertado.

Así que no fuerces el silencio en ti. Por eso insisto en no forzar, sino en más bien danzar, cantar. Permite que tu actividad sea satisfecha. Permite que tu mente vaya de aquí para allá, que se canse por sí misma. Salta y respira, y baila, y corre, y nada, y cuando sientas que tu cuerpo-mente está cansado, entonces siéntate en silencio y observa.

Poco a poco te irás llenando de momentos de serenidad. Llegarán como gotas, SON LOS MOMENTOS DE CONSCIENCIA, estos momentos atómicos de consciencia, empezarán a fluir en ti. Llegan como intervalos. Una palabra ha desaparecido, pero la siguiente todavía no ha surgido. Pues justo entre las dos se abre de repente una ventana, un intervalo, un portillo. Y puedes ver la realidad con mucha claridad, luminosamente. Puedes volver a ver con esos ojos de la infancia que habrías olvidado por completo. El mundo vuelve a ser psicodélico, lleno de color, muy vivo, y lleno de maravillas.

Por eso dice Hung-chin: “Este puro reflejo está lleno de maravilla…, infinita es la maravilla que permea esta serenidad…”.

Maravillarse es el sabor de esa serenidad. La mente moderna ha perdido la capacidad de maravillarse. Ha perdido toda capacidad de indagar en lo misterioso, en lo milagroso… a causa del conocimiento, y cree saber. En el momento en que piensas que sabes, la maravilla deja de manifestarse. En el momento en que empiezas de nuevo a ser menos conocedor, la maravilla regresa y empieza a permearte. Obsérvalo.

Si crees que conoces este árbol, entonces ya no puedes maravillarte ante él. Por eso tu propia esposa, y su belleza, no te llena los ojos de maravillas. Crees que la conoces. Seguro que ahora crees que la conoces, ahora piensas que estás familiarizado con ella.. y no es así, porque cada persona es un misterio tan único que no hay manera de conocerla. No puedes conocer a una mujer por ser su marido, y no puedes conocer a un hombre convirtiéndote en su esposa.

Puede que halláis vivido treinta años juntos, pero no os conocéis. Seguís siendo extraños. Como todos somos misteriosos no hay manera de familiarizarse, y cada momento es impredecible.

A veces te das con ello. Has vivido durante diez años con una mujer, y de repente, un día, está enfadada. ¡Nunca se te había pasado por la cabeza que pudiera enfadarse tanto! La has estado observando durante diez años y siempre había sido tan tierna, tan dulce, tan compasiva, y de repente un día, se enfada tanto que podría llegar a matarte. ¡Impredecible! Y tú te habías empezado a acomodar y a dar su presencia por sentada, y creías conocerla. Nadie conoce a nadie. Ni ella te conoce a ti ni tú a ella.

Si, puede que hayas dado a luz a un hijo. Ese hijo ha permanecido nueve meses en tu vientre, pero no le conoces. Cuando el hijo llega es tan impredecible como el hijo de cualquiera. Ni por un instante se te ocurra pensar que conoces a nadie. Todos somos extraños.

Así es toda esta existencia. Estos árboles que os rodean en el patio… Los ves cada día y poco a poco has dejado de verlos porque crees que ahora los conoces. ¿Para qué seguir mirándolos? Por favor, escúchame, vuelve a mirarlos y te sorprenderás. Nunca se llega a conocer nada. El conocimiento no tiene lugar. El conocimiento sólo es pura ignorancia. La vida es misteriosa. Sí, podemos disfrutar de ella, podemos danzar con ella, podemos cantar con ella, podemos celebrar… sí todo eso es posible. Pero no podemos conocerla.

Todos los grandes maestros del mundo han dicho que ese conocimiento no es posible. No pertenece a la naturaleza de las cosas. Y sea lo que sea lo que creas que conoces, sólo es algo parcial… simulado. Y a causa de toda esa simulación todo acaba pesándote tanto que dejas de maravillarte. Un niño se maravilla porque no sabe. Una vez que uno empieza a familiarizarse –lee geografía o historia y todo tipo de tonterías-, entonces cree que sabe. Entonces la flor no vuelve a oler nunca más de la forma en que solía. Y entonces dejará de coleccionar conchas a orillas del mar. Habrá crecido.

De hecho, en realidad lo que habrá sucedido es que habrá dejado de crecer. Habrá muerto. El día que creas que sabes, habrá tenido lugar tu muerte, porque ahora no habrá más maravillas, ni alegría o sorpresa. Ahora vivirás una vida muerta. Podrás entrar en tu tumba, no perderás nada con ello. Como ya nada te volverá a sorprender, ¿qué sentido tiene seguir viviendo? Suicídate. De hecho, eso es lo que en realidad has estado haciendo. Nos suicidamos. El día que creas que sabes, te habrás suicidado.

Con este mo chao, con este reflejo sereno, volverás a ser un niño; volverás a tener esos hermosos ojos de la infancia: inocentes, ignorantes, y no obstante, penetrantes.

Así que recuérdalo, la serenidad, o el silencio, no es apaciguamiento; no es quietud. Implica la trascendencia de todas las palabras o pensamientos, denota un estado de más allá, de penetrante paz. No es una “mente serena”, es la serenidad en sí misma. No es algo disciplinado que provenga de tu propio esfuerzo. No es nada que haya que practicar, sino que hay que entender, amar. Debes jugar con ello en lugar de resolverlo. Es la ausencia de intelección.

Sí, de eso es de lo que trata la meditación, de la ausencia de actividad mental. La mente deja de pensar; la mente está silente. No hay rastro de actividad mental, es pura conciencia en la tranquilidad de la ausencia de todo. Los japoneses tienen una hermosa palabra para ello: lo llaman kokoro. Significa nada absoluta, una ausencia tremenda, vaciedad, pero no negativa. La ausencia de todo parece significar algo que es negado. Pero no. Todo lo que es basura es negado, es cierto, obviamente, pero una vez que niegas todo lo que es basura, se afirma tu naturaleza más íntima. Es muy positivo.

Cuando las ondas desaparecen de la superficie del lago podrías muy bien decir que ahora no existe nada en su superficie. Flora en él, reside en él la nada absoluta. Pero no es un estado negativo. De hecho, ahora el lago se está afirmando a través de su silencio total. Su naturaleza se torna visible en la superficie; las olas y ondas la ocultaban. Ahora está ahí, presente. Sin hacer ruido, muy silenciosa. No declara: “Aquí estoy yo”, porque no hay ningún “yo”.
“Yo” no es más que todo tu ruido junto. Y cuando el ruido desaparece, cuando desaparece la mente, cuando ya no hay más intelección, de repente eres por primera vez… y no obstante, no eres. No eres a la antigua manera; has muerto y renacido. Ésta es la segunda infancia.






sábado, 26 de octubre de 2019

LOS VÌNCULOS DE LA PALABRA


En China se llama Mo Chao, cuando no ideas ninguna palabra. Mo significa sereno o silente, y Chao quiere decir reflejo o consciencia. “Reflejo” hace aquí referencia a esa cualidad espejada, de auténtica “reflexión”. Mo chao, pues, significa reflejo sereno. El lago está silente, sin ondas. Refleja perfectamente. Es una noche de luna llena y ésta se refleja en el lago. ¿Y te has dado cuenta? La luna del reflejo es mucho más hermosa que la del cielo. Cuenta con algo añadido… la serenidad del lago, el silencio del lago, la frescura del lago. La belleza espejada del lago, eso es lo que tiene de más. Cuando Dios se refleja en ti, en tu mo chao, Dios se torna incluso más hermoso. Algo se añade.

Pero si piensas, entonces aparecen las ondas. Y el lago se agita. Entonces no te encuentras en el estado adecuado para reflejar. Entonces te tornas muy destructivo con la realidad. La Luna deja de reflejarse tal cual es, queda destruida por tus ondas. Y si éstas se convierten en grandes olas, la destrucción es todavía mayor. Así no se añade nada a la hermosura de la luna, destrozas toda la belleza y se convierte en una perversión; no es exactamente como la luna, es otra cosa. No es cierta, es falsa.

Este mo chao, reflejo sereno, aparece expresado en un famoso poema de un maestro zen, Hung-chin:

En silencio y serenamente, uno olvida todas las palabras;
y eso aparece ante uno de manera clara y vívida.
Cuando uno lo realiza, es vasto y sin límites;
en su esencia se es claramente consciente.
Esta luminosa percepción se refleja de manera singular,
este puro reflejo está lleno de maravilla.
El rocío y la luna,
las estrellas y los torrentes,
la nieve sobre los pinos
y las nubes colgadas de las cimas de las montañas…
de ser oscuridad se tornan radiantemente luminosas;
de ser oscuridad se convierten en luz resplandeciente.
Infinita es una maravilla que permea esta serenidad;
en su reflejo todo esfuerzo intencional desaparece.
Serenidad es la palabra de todas las enseñanzas.
La verdad del reflejo sereno
es perfecta y completa.
¡Ah, mira! ¡Los cien ríos fluyen
convertidos en rugientes torrentes
hacia el gran océano!

El zen se basa en mo chao, un reflejo sereno. Hay que tenerlo bien claro. Porque serenidad no significa una quietud forzada. Puedes forzar a tu mente para que esté quieta, pero eso no te será de gran ayuda. Eso es lo que hacen muchas personas que creen ser meditadoras. Fuerzan la mente con violencia. Son agresivas con su propia mente. Si no dejas de ser agresivo, llegarás a un punto en que la mente cederá, de puro cansancio. Pero sólo en la superficie; en los vericuetos más profundos de tu inconsciente continuará la agitación. Será una serenidad falsa. La serenidad forzada es falsa, no es real. No, no lo lograrás a base de fuerza de voluntad; no puede ser mediante el esfuerzo. Solo llega gracias al entendimiento, no por fuerza de voluntad, aunque la tentación sea grande.

La tentación siempre está ahí, porque hacer algo mediante la voluntad parece más fácil. Hacer algo mediante la violencia parece más fácil; pero hacer la misma cosa mediante el amor y el entendimiento parece muy, muy difícil, y da la impresión de que se tardará mil años en llegar. Así que siempre tratamos de encontrar un atajo.

Y en el crecimiento espiritual no existen los atajos; nunca han existido y nunca existirán. No seas víctima del atajo. La serenidad debe crecer, no ser forzada. Debe provenir de tu núcleo más íntimo, a través del entendimiento.

Así que, comprende qué es lo que te ha hecho el lenguaje. Intenta comprender lo que el lenguaje ha destruido en ti. Intenta comprender que tu conocer no es tu saber, fíjate bien. Obsérvalo, fíjate en situaciones distintas, y verás cómo te aparta de la realidad.

Te topas con una flor y en el momento en que la ves, el lenguaje salta inmediatamente en tu mente y dice: “Una hermosa rosa”, y ya has destruido algo. Ahora ya no es ni hermosa ni rosa… porque ha aparecido una palabra. No permitas que la palabra interfiera con todas y cada una de tus experiencias. De vez en cuando déjate estar ahí con la rosa y no digas: “Una rosa”. No es necesario. La rosa no tiene nombre, somos nosotros quienes se lo damos. Y el nombre no es una cosa real, así que si te apegas al nombre pasarás por alto lo real. El nombre te pasará ante los ojos y proyectarás algo: todas las rosas pasadas. Cuando dices: “Es una rosa”, la estás clasificando. Y las rosas no pueden clasificarse, porque son tan únicas e individuales que no es posible clasificarlas. No le otorgues una clase, no la encasilles, no la encajones. Disfruta su belleza, su color, su danza. Estate ahí. No digas nada. Observa. Permanece en mo chao, en un reflejo sereno y silente. Sólo refleja. Deja que la rosa se refleje en ti; tú eres un espejo.

Si puedes convertirte en espejo, te habrás convertido en meditador. La meditación no es más que la pericia de reflejar. Y ahora, en tu interior no se mueve ni una palabra, y por ello no hay lugar para la distracción.

Las palabras se asocian entre sí, se vinculan. Una palabra lleva a la otra, y esa a otra más, y no te das cuenta y has ido lejísimo. En el momento en que dices: “Ésta es una hermosa rosa”, inmediatamente te acuerdas de esa novia a la que le gustaban las rosas. Luego recuerdas lo que pasó con ella, te acuerdas del amorío fantástico, de la luna de miel, y luego de la miseria que sigue de manera natural, el divorcio, y todo lo demás. ¿Y la flor? Te habías olvidado completamente de ella. El lenguaje, la palabra, te distrajo y te fuiste de viaje.

Una palabra lleva a otra; existe un vínculo continuo. Todas las palabras están vinculadas, entrelazadas. La asociación es grande. Sólo tienes que utilizar una y esperar a ver la de cosas que empiezan a dar vueltas. Di “perro” –una palabra corriente- y espera un segundo. Recordarás un perro de la infancia, que solía aterrarte, el perro del vecino, y que tenías mucho miedo al regresar del colegio, y que tu corazón empezaba a latir acelerado, lleno de miedo. Ese perro sigue siendo mucho perro. Y de ahí pasas a acordarte del vecino, y así sin parar. Una cosa lleva a mil y una más, y no tiene fin.






sábado, 19 de octubre de 2019

EL EGO Y EL LENGUAJE


Arrastramos a todos los niños hacia el ego. Y el ego vive en el lenguaje. Así que cuanto mejor se expresa y comunica a través del lenguaje, más famoso se hace. Se convertirá en un líder de hombres, o en un gran autor, en un escritor, en un poeta, en esto o en aquello. Así es la gente más famosa del mundo. Se convertirá en un pensador, o en un profesor, o en un filósofo. Esos son los que dominan.

¿Por qué dominan en este mundo? El hombre que sabe expresarse mediante el lenguaje es el hombre dominante. Uno no puede imaginar un líder estúpido, y tampoco puedes imaginar a un hombre que no sepa hablar, ni pensar, ni que no sea expresivo y que se vuelva famoso. Imposible. Toda fama proviene del lenguaje. Así que los niños se enredan cada vez más con el lenguaje, con las palabras.

He dicho que la serpiente del Edèn fue el primer profesor. A partir de entonces toda la tarea del maestro religioso no es más que descubrir cómo deshacer lo que hizo la serpiente, cómo deshacer lo que se te ha enseñado, cómo deshacer todo el sistema educativo, cómo liberarte de tus condicionamientos, cómo ayudarte a abandonar la palabra.

En el momento en que abandonas la palabra vuelves a recuperar la inocencia. Eso es la santidad: inocencia, inocencia primigenia.

En el momento en que desaparece el lenguaje de tu mente y dejas de hilvanar palabras, surge un gran silencio… un silencio que casi habías olvidado. No eres para nada consciente de que hubo un día en que lo tuviste. Estaba ahí, te perneaba cuando estabas en el vientre de tu madre. Cuando naciste y cuando abriste los ojos por primera vez ahí estaba, permeando toda la existencia. Ahí estaba, muy vivo. Viviste en él durante algunos días, algunos meses, algunos años. Y lentamente empezó a desaparecer. El polvo se acumula y el espejo deja de reflejar. Cuando la gente empieza a decir que qué crecido estás, simplemente están diciendo que has perdido la inocencia.

Te han corrompido, te han hipnotizado con el lenguaje. Ahora no puedes ver, sólo piensas. Ahora no sabes, piensas. Ahora no haces más que ir de aquí para allá sin ni siquiera acercarte a la diana. No haces más que dar vueltas. Hablas de Dios, hablas del amor, y hablas de esto y de lo otro y nunca sabes nada, porque para saber el amor uno tiene que amar. No sirve de nada pensar o leer sobre ello. Puedes convertirte en uno de los mayores expertos en el amor sin saber nada al respecto. Es una experiencia.

El lenguaje es muy taimado. Sustituye lo real por el “acerca de”.

Un día vino a verme un hombre que me dijo: “Vengo para saber acerca de Dios”. Así que le contesté: “¿Por qué saber acerca de? ¿Por qué no saber a Dios?”. ¿Cómo te ayudará saber algo acerca de Dios? Sí, claro, puedes ir acumulando información, haciéndote más conocedor, pero eso no te será de ninguna ayuda, eso no te transformará, no se convertirá en tu luminosidad interior. Continuarás tan a oscuras como antes.

Todo el esfuerzo de un Jesús, un Buda o un Bodhidharma, no es más que deshacer lo que la sociedad te ha hecho. Son la gente más antisocial del mundo. Destruyen todo aquello que la sociedad ha creado en ti. Son los más antisociales de todos. Destruyen todo aquello que la sociedad ha creado a tu alrededor, todas las defensas, todos los muros. Lo destruyen todo. Son grandes nihilistas, simplemente se dedican a destruir, porque lo que es no necesita ser creado. Ya está ahí, no puede ser inventado, sólo tiene que descubrirse.

O sería todavía mejor decir que hay que redescubrirlo. Ya sabes lo que es; por eso tenemos una cierta idea del gozo. Sabemos de alguna manera lo que es, aunque no podamos expresarlo en palabras. Lo buscamos. Lo buscamos. Tanteamos en la oscuridad y nos dirigimos hacia algo llamado gozo. Si no lo hubieras conocido, ¿cómo podrías estar tanteando en su bùsqueda? Es porque debes haberlo conocido en alguna ocasión. Puede que lo hayas olvidado, cierto, pero lo has conocido, y en algún lugar, en lo profundo de tu consciencia, en los recovecos de tu ser, tienes una nostalgia, un sueño.

Así es. Ya has conocido a Dios, ya has vivido como un Dios. Cuando eras niño viviste sin ego, antes de entrar en contacto con la serpiente. Ya has conocido, tus ojos estaban despejados, contabas con una claridad transparente, podías ver a través. Has vivido como un Dios y has sabido lo que es el gozo, pero ahora está olvidado. No obstante, sigue resonando en algún profundo lugar de tu consciencia: “Búscalo. Búscalo otra vez”.

Por eso buscas a Dios, por eso buscas la meditación, el amor, y por eso buscas todo lo que buscas. A veces en la dirección correcta, a veces en la equivocada, pero no haces más que buscar lo que estaba ahí y ahora sabes que ya no. El día que sepas lo que es Dios, el día que tengas esa experiencia, te reirás. Y te dirás: “¿Así que esto es Dios? Pero si ya lo sabía. Puedo reconocerlo”. Por eso la gente puede reconocer a Dios, ¿cómo si no podría reconocerlo? Si un día te cruzases conmigo y no me conocieses, ¿cómo podrías reconocerme?

La gente reconoce. Cuando el Buda llegó a ese momento pudo reconocer de inmediato. “Sí, eso es”. Cuando Bodhidharma llegó a ese momento empezó a reír. Y dijo: “¿Así que era esto? Estuvo ahí en mi infancia. Fue destruido y contaminado. Me tiraron polvo a los ojos y perdí la claridad. Ahora los ojos vuelven a funcionar bien y lo veo”.

Dios es lo que es. Tú eres Dios inconsciente, dormido.

Una cosa más acerca de la historia bíblica. Dice que Dios expulsó a Adán. Pero no es correcto. Dios no puede expulsar; en ese sentido, Dios carece de todo poder. ¿Adónde expulsaría? A ver, dime. Todo es el mismo jardín del Edén, de un extremo a otro. No hay manera de expulsar a nadie. El reino de Dios es infinito, ¿cómo puede expulsarte? ¿Adónde te expulsaría? No hay ningún otro lugar. Suyo es el único mundo, no hay otro. Adán no es expulsado, Dios no puede expulsar porque no hay ningún sitio al que expulsar.

En segundo lugar, Dios no puede expulsar a Adán porque Adán es Dios. Adán es parte de Dios; ¿cómo puedes expulsar una parte de ti? Yo no puedo expulsar mi mano, ni mi pierna. No es posible. La expulsión de Adán sería la automutilación del propio Dios. No, no puede hacer eso; no es masoquista, no puede trocearse en pedacitos.

Dios es compasión. Adán no es expulsado. ¿Qué pasó entonces? Adán se quedó dormido. Al comer el fruto del árbol del Conocimiento se durmió. Ahora ya no ve la realidad, sino que sueña con ella. Ahora tiene sus propias ideas, sus propios conceptos, sus propias visiones. Ahora se ha convertido en un fabulador, y no hace más que inventar. Utiliza lo que es sólo como pantalla sobre la que proyectar su mundo de lenguaje.

sábado, 12 de octubre de 2019

EL ÀRBOL DEL CONOCIMIENTO


En la Biblia se afirma: “En el principio fue el Verbo”.

En el momento en que penetras en el mundo de las palabras empiezas a desviarte de lo que es. Cuanto más profundizas en el lenguaje, más te alejas de la existencia. El lenguaje es una gran falsificación. No es un puente, no es una comunicación, sino una barrera.

Si tu mente no crea palabra alguna, en ese silencio está Dios, o la Verdad, o el nirvana. En el momento en que aparecen las palabras, dejas de estar en tu propio ser. Te has alejado. La palabra te arrastra a un viaje que te aleja de ti mismo. De hecho, en realidad, no puedes alejarte de ti mismo, pero puedes soñar con ello. De hecho, siempre estás ahí, y sólo puedes estar ahí, y en ningún otro sitio, pero no obstante, te duermes y puedes soñar mil y un sueños.

Permìteme que te vuelva a contar una de las historias más bellas jamás inventadas, la de la caída de Adán. Dice la historia que Dios le prohibió a Adán comer del Árbol del Conocimiento. El zen estaría perfectamente de acuerdo, porque es el conocimiento lo que te hace estúpido, es el conocimiento el que no te deja saber. Adán era capaz de saber antes de comer el fruto del Árbol del Conocimiento.

En el momento en que comió conocimiento, en el momento en que se transformó en conocedor, dejó de saber. Perdió la inocencia y se tornó astuto y listo. Pero perdió la inteligencia. Sí, empezó a aumentar su intelecto, pero la inteligencia desapareció. El intelecto no tiene nada que ver con la inteligencia; es justo lo contrario, lo opuesto. Cuanto más intelectual eres, menos inteligente acabas siendo.

El intelecto es un sustituto para ocultar tu inteligencia, así que la sustituyes mediante el intelecto. Resulta más barato, claro. Lo puedes adquirir en cualquier parte, hay en todos los sitios. De hecho, la gente está siempre dispuesta a impartirte su conocimiento. Están listos a echar su basura encima de ti.

Adán se tornó conocedor; por eso cayó. Así pues, el conocimiento es la caída.

La historia dice que comió una manzana, un fruto, del Árbol del Conocimiento. No podía ser una manzana. Las manzanas no crecen en el Árbol del Conocimiento. Esta historia ha perdido el hilo en alguna parte. Las manzanas son inocentes, y no te echan del cielo sólo porque te comas una; no te pueden expulsar. Dios no puede enfadarse tanto contigo. No, no puede tratarse de una manzana; la manzana es sólo una metáfora. Seguro que es “el Verbo”, la palabra, el lenguaje. En el Árbol del Conocimiento, los frutos son palabras, conceptos, filosofías, sistemas, pero no manzanas. Olvídate de la manzana. Recuerda la palabra.

Y a continuación la serpiente fue la primera maestra de la humanidad, el primer sistema educativo. Esa serpiente es el primer demagogo, el primer académico. Enseñó el truco del conocimiento: convenció a Eva para que comiese. No podía persuadir a Adán directamente. ¿Por qué no? ¿Por qué tenía que convencer primero a Eva? Eva es más vulnerable. Las mujeres siempre son más vulnerables, más abiertas, más blandas. Cualquiera puede llevarlas a cualquier parte. Son más sugestionables, pueden ser hipnotizadas con más facilitad que los hombres. Así que la serpiente persuadió a la mujer. La serpiente no sólo fue el primer académico, sino también el primer vendedor. Y lo hizo ciertamente bien.

Y no estaba equivocado, pues tenía razón en todo lo que dijo: “Te convertirás en un conocedor, sabrás qué es qué. Sin comer este fruto nunca sabrás qué es cada cosa”.

Existe un tipo de conocimiento totalmente distinto, en el que sabes y no obstante no sabes qué es qué. Se trata de un tipo de conocimiento muy difuso. No categoriza, no divide, es no analítico. Adán debía vivir en esa inocencia no analítica. La ciencia no era posible; la religión se derramaba sobre todo. Adán debe haber sido un místico antes de comer del Árbol del Conocimiento, igual que todos los niños. Todo niño es un místico cuando nace, y luego le arrastramos hacia la escuela, la educación y la serpiente.

La serpiente es la civilización, la cultura, el condicionamiento.

Y la serpiente es un animal tan artero que la metáfora parece perfecta. Un animal tan retorcido, tan resbaladizo… igual que la lógica. No puedes saber hacia dónde se dirige, y lo hace sin patas; no tiene patas para desplazarse. Pero va muy deprisa. Es exactamente como la falsedad, tampoco tiene patas; por eso la falsedad siempre tuvo que utilizar las patas de la verdad. Por eso cada frase falsa se esfuerza intentando demostrar que es verdad. Esas son las patas prestadas.

La serpiente –el primer profesor, el primer académico- convenció a Eva, y Eva, claro está, pudo convencer a Adán con facilidad. La mujer siempre ha tenido mucho poder sobre el hombre. Por lo general, todo lo que el hombre piense es irrelevante, a pesar de lo que pretenda. El hombre va por ahí pretendiendo que es más poderoso, pero no son más que tonterías. Y la mujer permite que el hombre se lo crea…, está bien, que se lo crea; eso no cambiará la situación.

La mujer ha seguido siendo poderosa, y existe una razón para ello… Lo femenino es más fuerte que lo masculino, lo blando es más fuerte que lo duro, el agua lo es más que la roca. Puedes preguntárselo a Lao-Tzu, que es un hombre de conocimiento pero sabe. Y lo que dice es que si quieres ser infinitamente poderoso, deberás convertirte en femenino. Tórnate pasivo. Lo pasivo siempre es más poderoso, más fértil que lo activo, por eso el hombre no queda embarazado. Es un erial. La mujer tiene la capacidad de quedarse preñada. Es potencial. Lleva vida en ella; puede contener la vida. Y puede contener muchas vidas.

Así que Adán cae en la trampa y se interesa por la cuestión. Debió haber pensado que si se volvía más conocedor también sería más activo, y sabría más. La serpiente les dijo: “Si coméis seréis como dioses, seréis poderosos como dioses. Por eso Dios os prohibió comer. Tiene miedo. Está celoso”.

Todos los hijos piensan lo mismo, que su padre está celoso, que les teme, que no quiere que lleguen a ser poderosos como él, para que tener siempre el control. La parábola bíblica es genial. Qué reveladora.

Adán se hallaba en un estado de saber, y luego se tornó conocedor. Desapareció la religión y nació la ciencia. La ciencia… la palabra ciencia quiere decir exactamente conocimiento. Esas frutas eran los frutos de la ciencia. Perdió su inocencia y se volvió artero.

Eso es lo que ocurre cada vez que nace un niño. Todos los niños nacen en el jardín de Dios –el jardín del Edén-, y cada uno de ellos es persuadido por la serpiente de la civilización, la cultura y la educación. Cada niño es condicionado, arrastrado y manipulado hacia la ambición, hacia la consecución de objetivos egoìstas: ser como dioses. Esa es la idea que radica tras la ciencia. La ciencia piensa que uno u otro día será capaz de conocer todos los misterios y que el hombre será un dios infinitamente poderoso. Se trata de una ambición, de un desvarío egoìsta.






sábado, 5 de octubre de 2019

LA RELAJACIÒN Y LA ILUMINACIÒN


Martin Buber ha convertido la palabra “diálogo” en algo muy importante en el mundo occidental. La suya ha sido una gran revelación, pero no está a la altura del zen. Martin Buber dice que la oración es un diálogo. En dicho diálogo le hablas a Dios, y Dios te habla a ti. Un diálogo ha de contar con dos partes. Y claro está, un diálogo es una relación “yo-tú”. Es una relación, estás en relación.

El zen dice que eso no es posible. Si hablas, Dios permanece en silencio. Cuando hablas y provocas ruido en la cabeza, él desparece… porque su voz es tan calma y pequeña, tan silente, que sólo puede escucharse cuando guardas un profundo silencio. No es un diálogo, sino una escucha pasiva.

O tú hablas y Dios no está, o bien habla Dios y eres tú el que no está. Si te disuelves, si desapareces, entonces le escuchas. Entonces él habla desde todas partes –en cada trino de cada pájaro y en cada murmullo de todos los arroyos, y en el viento al acariciar cada pino-. Está en todas partes… pero tú estás en silencio.

“Cuando guardas silencio, él habla; cuando hablas, él permanece en silencio”.

“La gran puerta está abierta de par en par para repartir ofrendas, y ninguna multitud oculta el camino”.

No hay competencia, nadie bloquea tu camino, no hay competidores. No necesitas tener prisa. No necesitas realizar ningún esfuerzo. No hay nadie compitiendo contigo, ni nadie se interpone en tu camino… sólo está Dios, sólo Dios. Puedes relajarte. No tienes por qué pensar que lo perderás. No puedes perderlo en la propia naturaleza de las cosas. No puedes perderlo. Relájate.

Todas esas frases no son más que una ayuda para que te relajes. A Dios no se le puede perder… así que relájate. No hay nadie bloqueándote el paso… así que relájate. No hay prisa porque Dos no es una cosa en el tiempo… relájate. No hay ningún sitio al que ir porque Dios no está en una estrella lejana… relájate. No puedes pasarlo por alto en la propia naturaleza de las cosas… así que relájate.

El mensaje de esas frases paradójicas es… relájate. Puede condensarse en una sola cosa: relájate. Si te relajas, llega. Si te relajas, está ahí. si te relajas, empiezas a vibrar con ello.

Eso es lo que el zen llama satori. Una relajación total de tu ser, un estado de consciencia donde no hay más devenir; cuando dejas de estar orientado hacia los resultados, cuando ya no vas a ninguna parte. Cuando no existe objetivo, cuando han desaparecido todos los objetivos y se han dejado atrás todos los propósitos; cuando eres, cuando simplemente eres… en ese momento de talidad te disuelves en la totalidad y surge un nuevo “tictac” que nunca había estado presente. Ese tictac se llama satori, samadhi, iluminación.

Puede suceder en cualquier situación, siempre que sintonices con el todo.

Una última cosa: el zen no es serio. Cuenta con un tremendo sentido del humor. Ninguna otra religión ha evolucionado tanto como para tener ese sentido del humor. El zen tiene algo de carcajada, es festivo. El espíritu del zen es de celebración.

Las demás religiones son muy serias, como si llegar a Dios fuese algo muy pesado. Como si alguien les fuese a quitar a Dios, como si Dios intentase ocultarse; como si Dios crease obstáculos a sabiendas, de manera deliberada. Como si hubiese una gran competencia y no hubiese suficiente Dios para todos, como si Dios fuese dinero y no hubiese bastante para repartir. Si no lo pillas de inmediato, antes que otros, esos otros te lo quitarán. Todos son gente muy seria, con una orientación monetarista y de resultados, pero no gente religiosa.

Dios es grande, enorme. Es la totalidad de la existencia, así que ¿quién puede agotarla? No hace falta tener miedo de que alguien se haga con él antes que tú y que cuando tú llegues ya no quede nada. No se trata de una pelea, de una competición. Y además, hay un tiempo eterno disponible. No tengas prisa y no te pongas serio.

Las caras largas no son auténticos rostros religiosos. Están simplemente diciendo que no lo han comprendido, si no se reirían. La risa es consustancial al zen, y por ello digo que por el momento es la religión más elevada. No convierte la vida en algo feo, no te incapacita; te hace bailar, te hace disfrutar.

Alguien le preguntó una vez a un maestro zen por qué no había santos en la tierra. Se rió y dijo: “Están bien en el cielo porque es muy difícil vivir con ellos. Tenemos suerte de que no estén aquí en la tierra. Déjalos que continúen allí”.

Sí está bien. Imagina lo que puede ser vivir con un santo… ¡Acabarás suicidándote!

El zen aporta carcajadas y una nueva brisa a la religión. El zen es graciosamente religioso. Es un enfoque totalmente distinto, más saludable, más natural.

Éstas son las cosas fundamentales acerca del zen. Puede que lo haya explicado con demasiada rapidez… pero espero confiar en vuestra inteligencia.

sábado, 28 de septiembre de 2019

POSEER A DIOS


Si quieres poseer a Dios, te será imposible. A Dios no se le puede poseer. Todo lo que es grande no puede ser poseído, y eso precisamente es una de las tonterías más grandes que sigue haciendo el ser humano. Queremos poseer. Te enamoras y entonces quieres poseer, y al hacerlo destruyes el amor. El amor es la cualidad de Dios.

Jesús lo dijo de manera muy exacta: “Dios es amor”. Si realmente quieres estar enamorado de Dios, no intentes poseerlo. Al poseerlo lo matas, lo envenenas. Eres tan pequeño… y el amor tan grande… ¿Cómo podrías poseerlo?

Lo pequeño no puede poseer a lo más grande. Es muy sencillo pero muy difícil de comprender.

Cuando amamos a alguien queremos poseer el amor, queremos poseer al ser amado, al amante. Queremos dominar por completo porque antes de que alguien se lo lleve. Dejará de estar ahí. En el momento en que empiezas a pensar en poseer, lo has matado. Ahora será algo muerto, un cadáver. La vida habrá desaparecido.

La vida no puede poseerse porque es Dios.

Hay veces en que miras una flor hermosa –una rosa en un arbusto- e inmediatamente la arrancas de él. La quieres poseer. ¡Pero la has matado! Ahora, sí, te la pondrás en el ojal, pero estará muerta, será un cadáver. Ha dejado de ser hermosa. ¿Cómo puede ser hermosa si está muerta? Es sólo un recuerdo que va desvaneciéndose. Estaba tan viva cuando se hallaba en el arbusto… Era tan joven y tan feliz, y había tanta vida en ella, que hasta era pura música. Pero lo has matado todo. Y ahora llevas una flor muerta en el ojal.

Y lo mismo hacemos con todo. Tanto si es belleza, como amor, o Dios. Todo lo queremos poseer.

No puedes aprehenderlo, recuerda, pero tampoco perderlo.

Qué hermoso. Sí, no puedes poseerlo, pero tampoco hay manera de que lo pierdas. Está ahí. Siempre está ahí. Si permaneces en silencio empezarás a sentirlo. Debes sintonizar con ello. Para poder escucharlo debes guardar silencio. Debes permanecer en silencio para que la danza de Dios pueda penetrar en ti. Debes abandonar tu ajetreo, tu prisa, tus ideas de ir aquí y allá, de llegar, de convertirte, de ser esto o lo otro. Debes dejar de devenir. Y ahí estará; no puedes perderlo.

Al no poder aprehenderlo acabas teniéndolo.

En el momento en que comprendes que no puedes poseerlo, y abandonas tu posesividad, ahí está… lo habrás conseguido. En el momento en que comprendas que el amor no puede poseerse, surgirá en ti una gran comprensión y lo tendrás, y será para siempre. No podrás agotarlo.

Pero sólo lo tendrás cuando hayas comprendido la cuestión de que no puede poseerse, de que no hay manera de conseguirlo.

Y esa es la paradoja zen; el zen es el camino de la paradoja. Dice que si quieres poseer a Dios, por favor, no lo hagas… y lo poseerás. Si quieres poseer el amor, no lo poseas, y ahí estará, tuyo para siempre. No puedes perderlo; no es posible perderlo.


sábado, 21 de septiembre de 2019

DONDE ESTÀ DIOS


Si empiezas a buscar por el cielo, nunca lo hallarás. Si empiezas a buscar y te lo tomas muy en serio, nunca encontrarás el cielo. ¿Dónde lo hallarás? El cielo no está en algún sitio, está en todas partes… y lo que está en todas partes no puede buscarse. No se puede localizar; no puedes decir que está en el norte, ni en el sur; no puedes decir que está ahí… porque está en todas partes. Lo que está en todas partes no puede encontrarse en algún sitio.

¿Dónde buscarás? Empezarás a dar vueltas por el cielo, de aquí para allá. Y todo es cielo. Dios es como el cielo, como el cielo vacío. Carece de límites, así que no puede ser definido. No puedes decir dónde comienza y dónde acaba. Es extremo, infinito… y no obstante, está justo aquí, justo enfrente de ti. Si estás relajado, ahí está; si estás tenso, desaparece.

Un maestro zen solía decir: “Está claro, así que es difícil de ver. Había una vez un tonto que buscaba una hoguera con un farol encendido. Si hubiera sabido lo que era el fuego, hubiera podido prepararse mucho antes el arroz”.

Ahora estás buscando un fuego con un farol encendido, y resulta que ya llevas ese fuego en las manos desde siempre. Sí, el maestro zen tenía razón: si hubieras sabido lo que era el fuego, podrías haberte preparado mucho antes el arroz. Y tienes hambre, hace siglos que tienes hambre, llevas teniendo hambre toda la eternidad. Y has estado buscando fuego con un farol encendido en la mano.

La gente va por ahí preguntando que dónde está Dios, y lo tienen justo enfrente. Os rodea. Está dentro y fuera porque sólo él es. Pero la gente zen lo llama “ello” o “eso”, o no lo nombra de manera que no se quedan atrapados en la palabra “Dios”.

Cuando intentas conocerlo, no puedes verlo.

¿Por qué? Porque cuando quieres conocerlo, tu propio querer se convierte en algo tenso.Te estrechas, te concentras. Cuando intentas conocerlo no puedes verlo. Lo pierdes, porque sólo puede ser visto cuando se está completamente relacionado, totalmente abierto, cuando no se está concentrado.

Escucha. Por lo general, la gente que no sabe qué es la meditación escribe que la meditación es concentración.

Existen miles de libros en los que hallarás esa afirmación, esa estupidez, que la meditación es concentración. Pero la meditación no es concentración… Es lo último que la meditación puede ser. De hecho, concentración es justo lo contrario. En la concentración se está tenso, centrado, buscando algo. Sí, la concentración está muy bien cuando buscas cosas diminutas. Si lo que buscas es una hormiga, entonces la concentración es estupenda… pero no para buscar a Dios. Dios es tan vasto, tan tremendamente vasto… Si buscas mediante la concentración, encontrarás una hormiga, pero no a Dios. Para Dios deberás estar totalmente abierto, no concentrado, abierto por todas partes, sin buscar, sin mirar. Una consciencia desenfocada, eso es la meditación… consciencia sin enfoque.

Si enciendes una lamparita, la luz está sin enfocar, se desparrama en todas las direcciones. No va a ninguna parte, está simplemente ahí, cayendo en todas las direcciones. Todas las direcciones se llenan de ella. Luego está la linterna. Una linterna es como la concentración; está enfocada. Cuando quieres buscar a Dios, la linterna no te sirve, pero la lamparita sí. Si lo que buscas es una hormiga, entonces fenomenal; si buscas una rata, fantástico, la linterna te servirá. Para lo pequeño hace falta una consciencia enfocada.

En ciencia, la concentración es perfectamente correcta. La ciencia no puede existir sin concentración… busca lo pequeño, y más pequeño, y cada vez más pequeño… busca la molécula, y luego el átomo y a continuación el electrón y más tarde el neutrón. Busca y busca lo pequeño. Así que la ciencia cada vez se concentra más y más, se enfoca.

La religión es justo lo contrario: desenfocada, “infocada”, amplia, abierta en todas las direcciones, a todos los vientos. Con todas las puertas y ventanas abiertas. Abajo los muros, uno es simplemente una apertura.

“Cuando intentas conocerlo, no puedes verlo”.

Así que el mismo esfuerzo por tratar de verlo, el propio deseo de verlo, se convierte en un obstáculo. No busques a Dios. No busques la verdad. En lugar de ello, crea la situación de desenfoque y Dios vendrá a ti… vendrá a ti. Está ahí.





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