Probablemente eso que denominas amor oculta en tu interior muchas
cosas carentes de amor; la mente humana es muy astuta cuando se trata
de engañar a los demás y también a sí misma. La mente pone
etiquetas bonitas a cosas feas, intenta tapar tus heridas con flores.
Esta es una de las primeras cuestiones en la que tienes que
profundizar si quieres entender qué es el amor.
El “amor” tal como se utiliza habitualmente el término, no es
amor; es deseo. Y el deseo sin duda te hará daño, porque desear a
alguien como si fuera un objeto supone ofender a esa persona. Es un
insulto, es violento. Si te diriges a otra persona con deseo,
¿durante cuánto tiempo podrás fingir que es amor? Superficialmente
parecerá amor, pero rasca un poco y verás como debajo se oculta el
mero deseo. El deseo es un impulso animal.
Contemplar a alguien con
deseo supone insultarlo, humillarlo, reducir a la otra persona a una
cosa, a un objeto. Nadie quiere ser utilizado; es lo peor que puedes
hacerle a alguien. No hay nadie que sea una cosa, no hay nadie que
sea un medio para alcanzar un fin.
Esta es la diferencia entre deseo y amor. El deseo utiliza a la otra
persona para colmar sus apetitos. Te limitas a utilizar a la otra
persona y cuando ya has terminado de utilizarla, la tiras. Ya no te
sirve, ha cumplido su función. Este es el acto más inmoral que se
comete en la existencia: utilizar a los demás como un medio.
El amor es justo lo contrario: supone respetar a la otra persona como
un fin en sí misma.
En segundo lugar, el amor solo puede ser verdadero si tras él no se
oculta el ego; de lo contrario, se convierte en un mecanismo del ego.
Es una forma sutil de dominar. Hay que ser muy consciente de ello,
porque ese deseo de dominar está profundamente arraigado. Nunca se
presenta desnudo, siempre se oculta bajo maravillosos ropajes,
engalanado.
Cuando se ama a otra persona como un fin en sí
misma, no hay dolor; te sientes enriquecido a través de esa
experiencia. El amor enriquece a todas las personas.
Los padres nunca dicen que los niños son sus posesiones, nunca dicen
que quieren dominar a sus hijos, pero en realidad, eso es lo que
hacen. Dicen que quieren ayudarles, dicen que quieren que sean
inteligentes, que estén sanos, que sean dichosos, pero —y ese es
un gran “pero”—, tiene que ser de acuerdo con sus ideas.
Incluso la felicidad de los niños debe decidirse de acuerdo con las
ideas de los padres; los niños tienen que ser felices de acuerdo con
las expectativas de los padres.
Los niños tienen que ser inteligentes, pero al mismo tiempo deben
ser obedientes. ¡Es pedir lo imposible! La persona inteligente no
puede ser obediente, ya que la persona obediente tiene que perder
parte de su inteligencia. La inteligencia solo puede decir sí cuando
está profundamente de acuerdo contigo. Yo no puedo decirte sí solo
porque seas mayor que yo, porque tengas más poder, porque seas
autoritario — un padre, una madre, un sacerdote, un político. Yo
no puedo decir sí solo por la autoridad de la que gozas. La
inteligencia es rebelde, y ningún padre quiere que sus hijos sean
rebeldes. La rebelión irá en contra de su deseo solapado de
dominar.
Los maridos dicen que aman a sus mujeres, pero no es más que
dominación. Son celosos, son posesivos, ¿cómo pueden decir que
aman? Las esposas no hacen más que decir que aman a sus maridos,
pero las veinticuatro horas al día se dedican a hacer de sus vidas
un infierno; hacen todo lo posible para convertir al marido en algo
feo. Un marido sumiso es algo feo. Y el problema es que primero, la
mujer convierte al marido en un marido sumiso y después pierde
interés en él, porque ¿ quién va a interesarse por un marido
sumiso? Resulta despreciable; no parece lo suficientemente hombre.
Primero, el marido intenta reducir a la mujer a una posesión suya, y
una vez que la convierte en una posesión, pierde el interés en
ella. Tiene su lógica: su único interés era poseer; ahora que ya
lo ha conseguido, desea encontrar a otras mujeres para saciar su
deseo de posesión.
Ten cuidado con estos mecanismos del ego, porque es probable que te
sientas herido, ya que es inevitable que la persona a la que estás
intentando poseer haga todo lo posible por rebelarse; es inevitable
que sabotee tus trucos, tus estrategias, porque lo que más ama todo
el mundo es su libertad. Incluso el amor está por debajo de la
libertad; la libertad es el valor supremo. Se puede sacrificar el
amor para preservar la libertad, pero no se puede sacrificar la
libertad para obtener amor. Y eso es lo que hemos hecho durante
siglos: sacrificar la libertad para obtener amor. Entonces hay
rivalidad, hay conflicto, y se aprovecha la menor oportunidad para
herir a la otra persona.
El amor, en su forma más pura, consiste en compartir la alegría. No
pide nada a cambio, no espera nada; de modo que ¿cómo vas a
sentirte herido? Cuando no esperas, no hay posibilidad de sentirse
herido. Todo lo que venga, será bueno, y si no viene nada, también
será bueno. Tu dicha consistía en dar, no en obtener. De ese modo,
uno puede amar desde miles de kilómetros de distancia, no hace falta
estar físicamente presente. El amor es un fenómeno espiritual; el
deseo es un fenómeno físico. El ego es un fenómeno psicológico;
el amor es espiritual.
Tendrás que aprender el alfabeto del amor. Tendrás que empezar
desde el principio, desde cero; de lo contrario te sentirás herido
continuamente. Y recuerda, solo tú puedes ayudarte a ti mismo; no
hay nadie más que sea responsable.
¿Cómo va a poder ayudarte otra persona? Nadie más puede destruir
tu ego. Si te apegas a él, nadie podrá destruirlo; si has invertido
en él, nadie podrá destruirlo. Lo único que puedo hacer es
compartir mi conocimiento contigo. Los budas solo pueden mostrarte el
camino; después eres tú quien tiene que andar, quien tiene que
recorrer el camino. Nadie puede guiarte, llevándote de la mano.
Pero eso es lo que te gustaría: te gustaría jugar a ser
dependiente. Sin embargo, ten presente que aquel que juega a ser
dependiente querrá vengarse. Muy pronto deseará que la otra persona
dependa de él o de ella. Si la mujer depende económicamente del
marido, ella intentará que él dependa de ella en otros aspectos.
Establecen un acuerdo mutuo. Ambos quedan mutilados, ambos quedan
paralizados; no pueden vivir el uno sin el otro. Ella se siente
herida por la simple idea de que el marido pudiera ser feliz sin
ella, de que se estuviera riendo con sus amigos en el bar. A ella no
le interesa la felicidad del marido; de hecho, no puede creerlo:
“¿Cómo se atreve a ser feliz sin mí? ¡Tiene que depender de
mí !
Al marido no le parece bien que la mujer pudiera reír con otra
persona, que disfrutara, que estuviera alegre. Quiere poseer
totalmente su alegría es propiedad suya. La persona dependiente hará
que tú también seas dependiente.
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