sábado, 7 de noviembre de 2020

LA TRANSFORMACIÓN INTERIOR


 

Recuerda esta ley de vida tan fundamental: lo que tiene causa nunca es eterno, aquello que tiene causa es temporal. Cuando la causa desaparece, aquello desaparece, es un subproducto. Lo que no tiene causa va a estar por siempre jamás, porque no hay nada que pueda destruirlo. Tu cuerpo morirá; tiene una causa: el encuentro de tu padre con tu madre ha sido la causa. Tu cuerpo morirá: tuvo su causa un día. Tiene una cierta energía, un cierto período de vida, luego se terminará. Cada día estás muriendo; un día simplemente desaparecerás bajo la tumba.

Pero ¿es eso todo lo que tienes? ¿Es eso todo lo que abarca tu ser?  ¿No hay algo más? Hay algo en ti que existía antes de que siquiera hubieras nacido y que seguirá estando ahí –por siempre-, incluso cuando te hayas ido. Cuando hayas muerto, aquello que estaba allí antes de tu nacimiento permanecerá; aquello no tiene causa.

Por eso los taoístas no creen que Dios creó el mundo, que Dios creó al hombre, que Dios creó las almas. Si Dios hubiera creado las almas entonces ellas tendrían una causa y un día tendrían que desaparecer, no importa cuán lejos pueda estar ese día. Si el mundo hubiera tenido una causa y el hombre hubiera sido creado, entonces un día el mundo tendría que ser des-creado y el hombre tendría que ser des-creado. Los taoístas hablan de aquello que es eterno, no causado, no creado; no tienen un creador.

En realidad, nadie ha alcanzado jamás esa cumbre, esa cumbre sublime de comprensión que tienen los taoístas. Todas las otras religiones parecen juveniles. La madurez del taoísmo es tan tremenda, tiene tal esplendor, posee tal profundidad y altura, que no da lugar a que otra religión pueda compararse con ella. Todas las demás parecen parvularios; están hechas especialmente para niños. Hechas especialmente para niños: por eso Dios es el “Padre”; los niños no pueden ser independientes, necesitan un padre. Si tu padre real ha desaparecido, entonces necesitas todavía un padre imaginario en el cielo para que te controle; no eres suficientemente maduro, no puedes valerte por ti mismo, tienes que apoyarte en unos y otros.

Los taoístas no tienen un concepto de Dios. Eso no quiere decir que sean descreídos; son muy piadosos, pero no tienen un concepto de Dios. La existencia es suficiente. No hay creador, no hay creación, existe la eternidad. Siempre ha sido así, siempre será así. Una vez has entrado en contacto con esta continuidad eterna dentro de tu ser, con el sustrato, entonces no hay por qué sentirse desgraciado.

Tú eres eterno, eres inmortal; no hay muerte para ti porque nunca ha habido un nacimiento. Tú eres no-creado, no puedes ser destruido. Independientemente de las circunstancias externas, tu luz interior sigue ardiendo con brillo.

El intelectual actúa así: Todo lo que posee se lo ha apropiado, nunca mira interiormente, siempre mira hacia fuera: “Si alguien lo posee, entonces tendría que ir y preguntar”. El intelectual es imitativo, mecánico, como una lora; para el intelectual el conocimiento es algo que se tiene que aprender. Él nunca mira dentro de su propio ser, él nunca mira dentro de su propia consciencia interior, él nunca trata de entender al conocedor. Él persigue el conocimiento y ahí está la diferencia. El taoísta no persigue el conocimiento, sino que quiere saber. ¿Quién es este conocedor? ¿Qué es este saber? Él quiere conocer la fuente de este saber, lo que está originando esta consciencia.

Tú estás aquí, me estás escuchando. Ahora bien, tú puedes ser o un confuciano o un taoísta, porque éstos son los dos únicos puntos de vista posibles. Si me estás escuchando y llegas a interesarte cada vez más en lo que estoy diciendo y empiezas a acumularlo, entonces eres un confuciano. Pero si al escucharme llegas a darte cuenta de la consciencia que está dentro de ti y te llegas a interesar por ella y surge esta profunda interrogación: “¿Quién soy yo?”… 

No se trata de que repita las palabras “¿quién soy yo?”, sino de que surja una búsqueda, una interrogación profunda, una pasión por saber: “¿Quién está en esta consciencia que hay en mí?  ¿Qué es esta consciencia que hay en mí? ¿Cuál es su naturaleza? ¿Qué cualidad tiene? ¿De dónde viene? ¿Hacia dónde va?”… Si sigue esta pasión por conocer tu consciencia, eres un taoísta, y sólo un taoísta es una persona religiosa.

El confuciano es un erudito, es un pandit, es un profesor. Si hablas con él te dirá grandes cosas, pero si miras dentro de su ser, no habrá nada. Todo lo que ha acumulado es prestado. Una y otra vez los taoístas escriben relatos en los que Confucio va de un lado a otro, siempre viaja, acumula y siempre busca dónde adquirir conocimiento, como si el conocimiento fuera una mercancía, como si el conocimiento fuera un objeto que tú puedes adquirir en algún lado, de alguna persona.

Nadie te puede proporcionar el conocimiento. No es un objeto que se puede transferir. Tienes que llegar a ser eso, tienes que crecer en sabiduría; es una transformación interior. Ninguna universidad te puede dar lo que las personas religiosas llaman sabiduría real.  Todo lo que puedes adquirir en las universidades es información estancada, prestada, sucia, porque ha pasado a través de miles de manos; es como un billete que circula. Por eso, al billete se le llama “circulante”, porque se mueve circulando de una mano a otra, de un bolsillo a otro bolsillo. Pero se vuelve entonces cada vez más sucio. Lo mismo pasa con el conocimiento: pasa de una generación a otra a través de los siglos, de una generación a otra de profesores.

La sabiduría es fresca, la sabiduría viene de la fuente, y esa fuente está viva dentro de ti, esperando a que des un giro hacia adentro.  No la busques afuera, mira hacia dentro. Jesús lo dice una y otra vez: “El reino de Dios está dentro de ti”.

Confucio siempre está de viaje, buscando, a la caza de conocimiento. Él recurre a todo el mundo. Si alguien dice que una persona ha llegado al conocimiento, él va para allá. Es una tontería, es algo estúpido, pero ésta es la clase de estupidez que tienen todos los eruditos. Ellos tienen básicamente la idea de que el conocimiento se puede comprar. Ellos tienen básicamente la idea de que el conocimiento es una cosa, no una experiencia, es una teoría, no una experiencia. Uno puede aprenderlo, por tanto, de alguien más.

Recuerda una cosa: existe una diferencia entre el conocimiento científico y el conocimiento religioso. Si se ha descubierto la ley de la gravedad, no se tiene que volver a descubrir una y otra vez; sería una tontería. No puedes dirigirte al mundo y declarar: “Lo que Newton descubrió, yo lo he vuelto a descubrir.  Sí, la ley de la gravedad…  He visto caer una manzana y he vuelto a descubrir la ley de la gravedad”. La gente se burlará. Dirá: “Ya no hay nada que descubrir. Descubre algo que no haya sido descubierto antes”.

La ciencia es información. Si una persona ha hecho un descubrimiento, éste se puede entonces transferir a los demás. 

El conocimiento que busca la ciencia viene de afuera, así que se puede aprender afuera. La religión, en cambio, se tiene que descubrir una y otra vez.

Einstein descubrió la teoría de la relatividad; eso concluyó ya, no se necesita ahora a nadie más para redescubrirla. Lo que a un científico puede haber llevado cincuenta años descubrir, un niño en edad escolar lo puede aprender en cinco minutos. Pero éste no es el camino de lo religioso. Lo que descubrió el Buda, lo que descubrió Lao Tzu, lo que descubrió Lieh Tzu, tendrás que descubrirlo tú otra vez.

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