A mi me gustaría que tú te volvieras ilógico, porque sólo las personas ilógicas son lo suficientemente afortunadas como para ser felices. Las que son lógicas nunca son felices, no lo pueden ser; han tomado la ruta equivocada desde el mismo comienzo. Piensan que, como todo lo demás tiene una causa, la felicidad también tiene que tenerla; ésta es su equivocación. La felicidad necesita sólo comprensión, no una causa. Además, la comprensión tampoco es su causa. La comprensión simplemente la desvela; ella está en tu interior. Quita el velo y, de improviso aparece; tu amado está dentro de ti, se tiene que desvelar; eso es todo. El desvelar no es una causa. La causa implica que algo se tiene que crear; desvelar quiere decir simplemente que ella ya existía, pero que fuiste lo suficientemente tonto como para no desvelarla.
Este enfoque confuciano de la vida se tiene que entender porque muchos de vosotros vais a estar en compañía de confucianos. Todos los occidentales son confucianos, lógicos, intelectuales. El enfoque confuciano está basado en la idea de que la verdad se tiene que aprender, que sólo es un asunto de aprendizaje: si lo aprendes bien, sabrás qué es la verdad. No, los taoístas dicen que la verdad tiene que vivirse, no aprenderse. La verdad se tiene que experimentar; no vas a conocerla sólo porque te hayas vuelto un poco más informado. En realidad, para conocer la verdad tendrás que pasar por un desaprendizaje, tendrás que hacer limpieza en tu mente. Todo lo que has aprendido está haciendo de obstáculo.
Tendrás que volverte ignorante otra vez, tendrás que volverte inocente, tendrás que dejar toda esa tontería que cargas en nombre del conocimiento. Tú no sabes nada, pero piensas como si supieses; éste “como si”, es el problema. Alguien te pregunta: “¿Conoces a Dios?”, y tú dices: “Sí”. ¿Has considerado alguna vez lo que estás diciendo? ¿Realmente sabes? No obstante, aparentas. ¿A quién estás engañando?
Me han contado una hermosa anécdota:
Un matón irrumpió en una taberna mal iluminada.
-¿Algunos de los que hay aquí se llama Donovan? rugió.
Nadie respondió. Volvió entonces a vociferar:
-¿Alguno de los que hay aquí se llama Donovan?
Hubo un momento de silencio y luego un hombre menudito se adelantó a zancadas.
-Me llamo Donovan –dijo.
El matón lo levantó del suelo y lo tiró encima de la barra.
Luego le dio puñetazos en la quijada, lo aporreó, le dio puntapiés, lo abofeteó y se marchó. Pasados quince minutos el hombre menudito volvió en sí.
-Vaya si lo he engañado –dijo-. Yo no soy Donovan.
¿A quién estás engañando? Te estarás engañando sólo a ti mismo, a nadie más. Recuerda muy bien qué es lo que sabes y qué es lo que no sabes.
Ouspensky, en uno de sus libros más importantes, Tertium Organum, dice que lo primero que tiene que decidir el buscador es qué es lo que sabe y qué es lo que no sabe; esto es lo primero que tiene que decidir. ¿Te conoces a ti mismo? ¿Sabes lo que es el amor? ¿Sabes lo que es la vida? Una vez que se ha tomado esa decisión, las cosas se hacen muy claras. El ser humano, sin embargo, continúa fingiendo que sabe, porque es muy doloroso saber que no se sabe, es muy estremecedor para el ego saber que no se sabe. El ego finge, el ego es el mayor farsante que existe; finge, dice: “Sí, yo conozco”. Hay conocedores que dicen que Dios no existe y hay conocedores que dicen que Dios existe, pero todos ellos son conocedores, y en lo que respecta al conocimiento, no hay diferencia alguna entre el teísta o el ateísta. Si vas a la india y se lo preguntas a la gente, a cualquiera, te dirán: “Sí, Dios existe”. Si vas a Rusia y se lo preguntas a cualquiera, te dirán que saben que Dios no existe. No obstante, una cosa es cierta: todos ellos “saben”, y ése es el problema.
El teísta y el ateísta no son antagónicos. No son enemigos, se acompañan en el mismo juego, porque ambos están fingiendo que saben. Un verdadero hombre de entendimiento no fingirá que sabe; entonces existe la posibilidad de que algún día sepa. Empieza con la ignorancia y puede que algún día seas lo suficientemente afortunado como para saber. Empieza con el conocimiento y, con certeza, no serás nunca capaz de conocer.
El confuciano insiste en tratar de aprender. El taoísta insiste en tratar de des-aprender.
Dicen que la curiosidad no lleva a ninguna parte, que la curiosidad es enfermiza; la curiosidad no es suficiente, la curiosidad no es aprendizaje. El aprendizaje implica que tú estás dispuesto a jugarte la vida. El aprendizaje implica que tú no sólo eres un estudiante sino un discípulo. El aprendizaje implica que no preguntas por capricho solamente; tú estás dispuesto a adentrarte en ello a cualquier costo. Tú estás listo a pagar por ello; no es sólo una distracción.
Solía viajar por todo el país, e incluso en las estaciones ferroviarias… estaba a punto de coger un tren cuando alguien corría tras de mí para preguntarme: “¿Existe realmente un Dios? ¿Dios existe?”.
Yo estaba a punto de coger el tren, y mi tren se estaba marchando. Le decía: “Ven más tarde”. Esa persona me decía: “Pero deme sólo una simple respuesta. Una frase bastará”. Como si mi afirmación o negación le fuera a afectar. Gente tonta, gente estúpida; piensan que son religiosos, que están logrando un gran aprendizaje.
Yo también he vivido como he querido vivir. Nunca he permitido que nadie me enrede. Acertado o equivocado, bien o mal, tontamente o sabiamente, he vivido como he querido vivir. No siento arrepentimiento. No puede haber arrepentimiento alguno. Ésta es la manera en que quería vivir, ésta es la manera en que he vivido. Y la vida me ha permitido vivir como quería vivir.
Estoy agradecido, estoy reconocido. Ahora se que si hubiera admitido a los bienintencionados, entonces habría sido desgraciado. No porque ellos hubieran querido realmente hacerme daño; ellos seguramente querían ayudarme; esa no es la cuestión en absoluto. Ellos pueden haber tenido buenas intenciones, pero una cosa es cierta: me estaban enredando, estaban tratando de forzarme a ir en ciertas direcciones que no llegaban a mí espontáneamente.
Nunca he escuchado esto. He dicho a los bienintencionados: “Gracias por las molestias que os estáis tomando por mí, pero voy a seguir mi propio camino. Si fallo habrá un consuelo: que he seguido mi propio camino y he fallado. Pero si os sigo a vosotros, incluso si tengo éxito siempre me arrepentiré: ¿Cómo saber cuál habría sido el resultado, cuál habría sido la consecuencia si hubiera seguido mi propio camino?”.
Se dice que cuando Alejandro estuvo en la India fue a ver a un astrólogo y le preguntó por su futuro. El astrólogo miró su mano y dijo: “Tengo que decirle una cosa: será capaz de ganar este mundo, pero recuerde que no hay otro mundo. Por lo tanto, se quedará atascado. ¿Entonces qué hará?”. El astrólogo debió haber sido un gran sabio, y se dice que al escuchar este “no hay otro mundo”, Alejandro se entristeció. Desde luego, con esta idea: “Una vez hayas conquistado este mundo, ¿qué vas a hacer? No hay otro mundo…”, una mente ambiciosa se sentirá simplemente bloqueada; entonces ¿qué hacer?
Además, no importa lo que logres, nada se habrá logrado porque la ambición seguirá aumentando más y más. Sólo una persona no ambiciosa puede ser feliz. Una persona ambiciosa inevitablemente va a estar siempre frustrada. La ambición viene de la frustración, y de la ambición viene más frustración; es un círculo vicioso.
Si eres ambicioso te lamentarás, porque la ambición nunca se satisface. Si no eres ambicioso, eres feliz, porque la frustración no te podrá atrapar.
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