La primera regla del comprender es no comparar. Quién eres tú para comparar? Comparar es juzgar. Quién eres tú para juzgar? Pero la mente quiere siempre juzgar, porque al juzgar se siente superior, te convierte en el juez, de modo que tu ego se siente muy, pero muy bien. Alimentas al ego. Juzgando y comparando piensas que sabes.
Qué sabes tú del estado más íntimo de Heráclito, de Buda o de Jesús? Todos ellos son clases distintas de flores; incomparables. Cómo vas a comparar una rosa con un loto? ¿Existe alguna comparación posible? No existe esa posibilidad porque son mundos distintos. ¿Cómo vas a comparar la luna con el sol? No es posible. Pertenecen a dimensiones diferentes.
Cuando tú empiezas a florecer, entonces una nueva comprensión se extiende sobre ti; la comprensión de que las flores difieren en color, en olor, en su forma, en su tipo y en su nombre. Pero no difieren en su florecer. El florecimiento, el hecho de que han florecido es el mismo. Cada individuo es único, no puedes colocarlos en una categoría. Pero si tú también floreces, entonces entenderás que el hecho de florecer es el mismo, tanto si la flor es un loto, como si es una rosa. No existe diferencia. El fenómeno interior de la energía que celebra, es el mismo.
No eres capaz de comprender siquiera a una flor corriente del jardín, y aquellos Maestros son el florecimiento supremo de la existencia. A menos que tú florezcas de la misma forma, no podrás comprenderles. Pero puedes comparar, puedes juzgar, y juzgando no captarás nada.
De modo que la primera regla para comprender, es no juzgar nunca. Ellos existen en una dimensión más allá de toda comparación y todo lo que sabes de ellos es en realidad nada, solo fragmentos. No puedes tener la comprensión total. Están mucho más allá. En realidad, solo ves el reflejo en el agua de tu mente.
Desde que la humanidad existe, todos los niños han tratado de alcanzar la luna, lo han tratado, pero la diferencia ha de ser comprendida en su totalidad. El esfuerzo de un niño es hermoso, es un poético esfuerzo. No existe el ego. Es una simple atracción, es un asunto de amor. Todos los niños son atrapados en ese esfuerzo amoroso.
En la existencia real, las cosas existen sin ninguna comparación. Un árbol que se alza veinte metros al cielo y una muy diminuta florecilla son lo mismo, por lo que respecta a la existencia, pero tu los camparas y has destruido un bello fenómeno.
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