La vida cambia a cada momento. No se puede hallar la respuesta en el pasado porque nada es igual en el presente. No se puede hallar la respuesta en el pasado porque la respuesta no vale, porque siempre muere con el hombre que la descubre. Pero los fantasmas no hacen más que rondar. Vuestros vedas, coranes, biblias, gitas, no son más que fantasmas. Han dejado de ser realidades, hace tiempo que murieron, pero siguen teniendo atractivo.
Así que, de entrada, tratemos de comprender por qué atraen tanto los muertos, por qué el pasado, ya muerto, tienen tanto atractivo para los vivos, por qué los muertos siguen tirándoos de las piernas. ¿Por qué seguir cargando con ellos? ¿Para qué seguir escuchándoles? Vosotros estáis vivos, sois frescos, recientes. ¿Para qué mirar al pasado, a autoridades y expertos?
Lo primero: cuanto más tiempo hace que ha muerto una persona, más grande es la tradición. El tiempo…el tiempo lo santifica todo. Si el Buda estuviese vivo, apenas podríais tolerarlo. Como mucho, mostrándoos muy amables con él, podríais ir a escucharlo. No podrías creer que ese hombre ha conocido lo esencial porque tendría un aspecto como el vuestro: un hombre de carne y hueso, joven o viejo, enfermo o sano, tan proclive a la muerte como vosotros mismos, igual que vosotros. Cuando siente hambre, debe comer, cuanto tiene sueño, necesita una cama;¡igual que vosotros! ¿Cómo podéis creer que ha llegado a conocer lo esencial, lo que no muere? Es difícil, casi imposible.
Pero ahora, veinticinco siglos más tarde, el Buda ya ha dejado de ser un hombre de carne y hueso. Nunca cae enfermo, nunca tiene hambre, nunca necesita comida, ni medicinas. Nunca morirá, es inmortal. El tiempo todo lo santifica, y luego olvidáis que él era igual que vosotros. Poco a poco, la imagen muerta se va convirtiendo en dorada. Cada vez más elevada, perdida en algún tipo de paraíso, de que solo podéis tener una vislumbre. Entonces podéis creer.
Ahora se venera a Jesús, y no obstante, cuando estaba vivo, lo crucificaron. Vivo, lo crucificáis, muerto, lo veneráis. ¿Por qué la muerte lo convierte en alguien tan significativo, tan importante? La muerte destruye el cuerpo, y entonces se rompe el vínculo que mantenía con vosotros. Entonces podéis contar con una imagen espiritual: sin sangre, sin huesos, suprafísica. Ahora podéis imaginaros lo que queráis y proyectar sobre él todas las cualidades que deseéis.
Es difícil proyectar sobre una persona viva porque la realidad está ahí, y él destruirá todas vuestras proyecciones. No está dispuesto a convertirse en prisionero de vuestras proyecciones. Pero una vez muerto, no puede hacer nada. ¿Qué puede hacer Jesús? ¿Y el Buda? Están desprotegidos frente a lo que queráis hacer, han de sufrir.
Así que toda escritura no es sino un espejo: en ella veis vuestro propio rostro. Podéis leer lo que queráis, pero como la mente es muy astuta, no escuchará nada que vaya en contra suya. Puede interpretar como mejor le convenga, y Jesús, Buda o Krishna, no estarán ahí para decir: “No, eso no era lo que quise decir”.
Pero el problema estriba en que cuando un buda está vivo puede ayudaros. Cuando un buda está vivo podéis impregnaros de su espíritu. Cuando un buda está vivo es posible que algo sea comunicado, transferido. Pero cuando está muerto se hace cada vez más difícil. ¿Por qué? Porque aquello que debe transferirse no puede hacerlo mediante el lenguaje. Si pudiera comunicarse a través del lenguaje bastaría con las escrituras, que son las palabras de un buda. Pero no puede comunicarse a través de la palabra. La palabra es una mera excusa. El Buda os habla a vosotros; es una excusa para crear un contacto en el plano mental. Y si sois receptivos, siempre sucede algo; entre líneas, entre las palabras, el Buda llega a vosotros; eso es una experiencia viva.
No transfiere una teoría, sino a sí mismo. No debe comunicar una hipótesis, una filosofía, sino una experiencia viva, y eso se parece más a una capacidad que a una filosofía. Aunque sepáis cómo nadar, no podéis enseñárselo a otro mediante palabras. ¿Qué le ibais a decir? Dijeseis lo que dijeseis, no sería lo adecuado. La única manera es llevaros al discípulo al río, para primero enseñarle cómo nadáis –a fin de darle confianza y valor-, y luego pedirle que vaya hasta donde estáis vosotros. Si confía en vosotros, entonces irá. Así, poco a poco, irá pasando por la experiencia.
La experiencia es lo único que enseña. Y la espiritualidad es como nadar; no se puede explicar. Se puede describir, pero la descripción será letra muerta. Se trata de una experiencia viva. Algo sucede cuando está presente alguien que tiene esa capacidad. No os la puede contar, pero podéis aprender. Y ese es el misterio: no puede enseñárosla, pero vosotros podéis aprender si sois receptivos.
Así es como nacen las sectas y credos.
Jesús fue un hombre corriente, pero no tenéis más que mirar a los católicos, a los protestantes, a los cientos de sectas cristianas y a sus interpretaciones. Jesús era un hombre corrientes, el hijo de un carpintero, nunca utilizó la jerga teológica. No era un hombre de palabras, fue un hombre de experiencia. Hablaba de manera sencilla, utilizando historias, anécdotas y parábolas. Y les hablaba a los analfabetos. Y el significado de sus palabras era sencillo. Pero fijaros…los protestantes, los católicos, sus teólogos, han sacado inmensidades de él, ¡una montaña! No hacen más que discutir acerca de cosas la más sencillas, y se han perdido tanto en ellas que han olvidado a Jesús por completo.
Escapáis de Jesús y siempre lleváis la Biblia en el bolsillo. Podéis meter la Biblia en un bolsillo, pero no podéis meter a Jesús. La Biblia os pertenece, pero con Jesús sois vosotros los que tenéis que pertenecerle. Esa es la diferencia; podéis tener una Biblia, pero no podéis tener a Jesús. Sois vosotros los que tenéis que ser de Jesús.