sábado, 27 de julio de 2019

INICIARSE EN EL CONOCIMIENTO


Te contaré una historia, muy esotérica. Es una historia budista de un ladrón maestro. Era tan eficiente, tan capaz, que nunca pudo ser aprehendido. Siempre que penetraba en alguna casa dejaba tras de sí algo que mostrara que el ladrón maestro lo había hecho. Su arte le hizo tan famoso, que las propias casas conocieron la envidia, pues el ladrón maestro sólo entraba en las que eran dignas de su destreza. Hasta el emperador del país quería conocerle. Se anunciaban, pues, sus fechorías. Cuando iba a robar a alguien, circulaba un rumor; la persona interesada lo sabía de alguna manera. Se trató de ver si algo le fallaba, pero en tal día y a tal hora se producía el robo, nunca era el ladrón atrapado.

Pero envejeció y su hijo le dijo: "Padre, ya eres viejo y yo no conozco el ABC de tu arte. Entréname". El padre le respondió, "Es muy difícil, no es una ciencia, no es algo mecánico: no te lo puedo explicar a menos de que seas ladrón innato. Yo lo he vivido; no ha sido una perversión en mí, sino mi propia tendencia. Así que, ya veremos".

Una noche invitó a su hijo a seguirlo. Fueron a un palacio; rompió la pared; ya tenía unos setenta años, pero no le temblaban las manos. En cambio el hijo más joven, más fuerte, estaba sudando. La noche está fría, y él tiembla. Su padre le pregunta: "¿Por qué tiemblas? Tú sólo sé un testigo, el ladrón soy yo". Pero cuanto más trataba de estar tranquilo más temblaba, y su padre trabajaba como si estuviera en su propia casa.

Finalmente entraron. Abrió una cerradura y pidió a su hijo que pasará. Tras él su padre, pero cerró la puerta, e hizo tal ruido que todos los de la casa despertaron. Huyó y quedó allí el hijo encerrado. Todos empezaron a buscar al ladrón. Ya te imaginas lo que le sucedería al muchacho.

El padre regresó a su casa. La noche era muy fría y se acostó. Dos horas después entró el hijo corriendo. Tiró de las frazadas de su padre diciéndole: "Casi me matas, ¿así me entrenas? El padre lo miró y respondió: "Está bien, ya estás de regreso. No me cuentes la historia, no vale la pena, no importan los detalles, estás de regreso, esto basta; el arte ha sido transmitido. No me digas cómo".

Pero el hijo arde por contar; "Déjame decirte, primero, que eres cruel. ¡Casi me matas! ¡A tu único hijo!". El padre insistió: "Dime lo que sucedió, no lo que tú hiciste. ¿Qué aconteció después de que cerré la puerta?". El hijo exclamó: "Me convertí en otra persona. La muerte estaba tan cerca. Nunca sentí tanta energía como entonces. Todo estaba en riesgo. La vida o la muerte. Me volví tan agudamente lúcido como nunca. Me volví la lucidez misma, pues, cada momento era precioso. De un modo o de otro, todo iba a acabar. Entonces una criada pasó frente a mi puerta con una vela en la mano. Y tú bien preguntaste, ¿qué sucedió? No puedo decir lo que hice: empecé a hacer ruido como si un gato estuviera adentro, y ella abrió la cerradura y empujó la puerta asomándose con la vela. No sé lo que hice, sino lo que sucedió. Apagué la vela, empujé a la muchacha y corrí. Corrí con tal ímpetu que no puedo decir que yo corría, sino que sucedía. No era yo, yo estaba ausente, era una fuerza moviéndose. Me seguían, y me topé con un pozo profundo. Sucedió que, no puedo decir que yo lo hice, cogí una piedra y la arrojé al pozo. Todos lo rodearon y pensaron que el ladrón allí había caído. Así es como estoy aquí".

El padre estaba profundamente dormido, ni siquiera había oído el relato. En la mañana dijo: "Los detalles no importan, un arte no puede explicarse, sólo enseñado con ejemplos vivos, con una comunión constante".

El Conocimiento Supremo puede transferirse y conservarse y algunas veces los grupos esotéricos lo hicieron en aras de alguien que había de venir.

Por ejemplo, Mahavir tenía cincuenta mil monjes. No todos pudieron alcanzar la iluminación entonces; así, algunos se quedaron en el camino, Mahavir no regresaría al mundo, para ellos era indispensable el conocimiento. ¿Quién lo proporcionaría? Mahavir no estaría allí. Las escrituras no son dignas de confianza, son más bien absurdas; alguien tuvo que dar su interpretación, no más allá de su entendimiento. Tenía que perdurar, pues, un grupo que conservara la clave para transmitir el conocimiento a personas de cierto nivel mental, de otro modo tendrían que luchar innecesariamente, sin motivo o cam-biar de maestro.

Así, cuando el maestro no está, estos grupos esotéricos conservan el conocimiento, y es ese conocimiento el que funciona como un maestro, y funciona porque continúa a través de personas vivas. De estas nueve personas del círculo de Ashoka, cada una es adepto en cierta rama particular: individualmente no tienen todas las claves. Cada uno es especialista en una, y el grupo estuvo formado de nueve porque Buda hablaba de nueve puertas, nueve claves de conocimiento.

Otros trabajos corresponden a los grupos esotéricos. Algunas veces la humanidad olvida lo que previamente ya sabía. En alguna parte del "Libro de los Muertos" egipcio se dice: "Ignorancia no es sino olvido". Algo que se ha sabido y se ha olvidado. Nada es nuevo, es olvidado. Cuando llegas a conocerlo otra vez, parece nuevo.

A veces sí existe el grupo, pero nadie está listo para iniciarse en el conocimiento. Entonces ha de limitarse a conservarlo.

Muchas claves se han perdido. Muchos grupos han funcionado y muchos siguen aún; los Rosacruces han sido un grupo occidental, más antiguo que el de los cristianos. Los Rosacruces son el grupo esotérico de la Cruz Rosa. La cruz no es realmente un símbolo cristiano sino anterior. Cristo mismo fue iniciado por un grupo esotérico llamado los esenios. Así que todos los días festivos cristianos, por ejemplo, marzo 25 o diciembre 25, son anteriores al Cristo. El cristianismo sólo absorbió la vieja tradición. Jesús mismo perteneció a un grupo esotérico que le entregó lo que Él transmitió a las masas.

Sin duda, trataron los esenios de preparar el terreno, para Jesús, pero no lograron nada. Sabemos que Juan, el Bautista, llegó ante Jesús. A la orilla del Jordán estuvo por treinta o cuarenta años con una enseñanza: "Yo soy sólo el antecesor, el Verdadero está por venir. He venido a preparar el terreno, y cuando venga desapareceré". Estuvo bautizando en el Jordán e iniciándoles para el Verdadero que iba a llegar.

Alguien le preguntaba: ¿Quién es el que ha de llegar? El país entero se sacudió con "ese que iba a llegar". Su nombre no era conocido ni siquiera de Juan, el Bautista, perteneciente al grupo de los esenios, y ahora Jesús llegaba para que Juan, el Bautista le bautizara. En su día fue bautizado y Juan desapareció. Nunca más fue visto.

El suceso fue gran noticia para el país: por cuarenta años fue anunciada su venida, así como la desaparición de Juan el Bautista. El bautismo precede al cristianismo, que tras él empieza.

Hay muchos grupos, pero la dificultad surge cuando falta algún miembro y nadie lo puede reemplazar: queda con un vínculo perdido. En todas las enseñanzas, aparece ese vínculo perdido, y entonces la enseñanza no puede llevarse a cabo por el grupo: los huecos subsisten. El cristianismo tiene muchos huecos, muchos. Todas las enseñanzas los tienen. Si una parte se pierde, no puede sustituirse, a menos que una persona como Jesús aparezca otra vez, lo que no es posible de predecir, no depende de organización o de planificación. Pero sí puede crearse y planificarse un grupo de iniciados al servicio de quien pueda utilizarlo.

Cada era tiene que encontrar sus propios métodos. En cierta forma ningún método antiguo puede serte útil. Tú has cambiado, así como tu mente; la clave es exactamente como la antigua, pero no la cerradura. Los grupos esotéricos pueden sólo conservar las claves, no las cerraduras, que están en, ti. ¿Lo entiendes? Las cerraduras están en ti, no en Buda, no en Jesús. Ellos tienen la llave; las crean para abrir las cerraduras que conservan los grupos esotéricos, pero supeditadas al cambio. Tú no eres exactamente la misma cerradura que abrió el Buda: la misma llave no puede funcionar. Si fuera posible cualquier persona ignorante podría usarla: la sabiduría no sería necesaria. Yo se la doy, y ella sigue abriendo cerraduras sin necesidad de sabiduría, esto bastaría: la llave y su cerradura. Pero como estas cerraduras están cambiando constantemente, la llave debe tenerla un grupo que sea sabio, para que la modifique de acuerdo con ella.

Repito: las cerraduras van cambiando; nunca serán iguales. Así no sólo las llaves han de conservarse, sino también la ciencia de cambiarlas cuando haya cambio de cerradura. He ahí lo que guardan los grupos esotéricos. No puede encerrarse el secreto en libros porque la cerradura no es conocida: cambiará y seguirá cambiando. Ningún libro puede registrar los posibles cambios, las posibles combinaciones. Las condiciones cambian, la educación cambia, la cultura cambia, todo cambia; las cerraduras se vuelven, pues, diferentes. Aunque la llave se conserve fallará en cierto modo por no corresponder a la cerradura: la clave debe darse pues, a un grupo vivo de sabios que puedan modificarla.

He ahí la diferencia entre conocimiento esotérico y tradición exotérica. La tradición exotérica siempre guarda la llave sin ninguna referencia a la cerradura. Continúa hablando de la antigua clave; no se da cuenta que su llave no abre la cerradura. Pero la tradición la integra gente común, ejemplo: los miembros de la Iglesia Cristiana. La Iglesia guarda la clave; saben que sirvió en los tiempos de Jesús; su conocimiento es correcto; su información es buena. Por supuesto que abrió muchas cerraduras, y ellos la guardan, la adoran; no reconocen que hoy no abre nada. No pueden inventar otras llaves, carecen de tiempo, y celosamente guardan la suya, continúan adorándola, atribuyendo a la cerradura toda culpa.

La tradición exotérica siempre continúa, pues, condenando la cerradura y adorando la llave. En cambio el grupo esotérico no condena la cerradura; cambia la llave. El Vaticano guarda la llave; la tienen y la adoran. Pero la cristiandad también tiene grupos esotéricos ocultos, en conflicto como siempre sucede con el exotérico, porque éste insiste en el auténtico valor de la llave. La llave no es para ti, tú eres para la llave; tú tienes que comportarte de tal modo que la llave abra la cerradura; la llave no puede cambiarse, tú debes cambiar de acuerda con ella. Pero si alguien dice: "Nosotros podemos cambiar la llave", se le considera infiel, hereje, debe ser ejecutado por la tontería que está diciendo. "Ha cambiado la llave, que Jesús nos entregó, la de Buda, la de Mahavir: no debe sustituirse por otra".

Así es siempre, y cuando hay un maestro, un real y auténtico maestro que descubre algo, se forman dos corrientes: una exotérica. La iglesia visible con el Papa, con Shankaracharya, la ortodoxa, los que siempre insisten en la misma llave, sin darse cuenta que nada significa sino, abre la cerradura: no es llave en absoluta porque llave es la que abre, y si no abre nada, es una falacia llamarla así. Cuando la pones en la bolsa no lo es, es sólo una posible llave; es cuando abre, que se vuelve la verdadera. Si no abre ninguna cerradura pierde incluso la posibilidad. Pero las iglesias visibles están siempre obsesionadas con la llave porque la dio un auténtico maestro, quien creó un círculo interno, el que tiene la llave y el conocimiento para cambiarla bajo ciertas circunstancias. El círculo interno estará en conflicto can el externo porque el externo pensará que el otro es inferior y cambia las cosas. "¿Quién eres tú? ¿Cómo osas introducir el cambio?". Por ejemplo en el Islam algunos sufis tienen conocimientos esotéricos, pero los mahometanos los matan. Ejecutaron a Mansoor porque hablaba de muchas alteraciones.

El grupo esotérico está siempre interesado en la cerradura, no obsesionado por la llave; en cambio el exotérico está preocupado por la llave, no interesado en la cerradura: si se abre, bien; si no, tú eres responsable. Los mahometanos tienen muchas órdenes de sufis, círculos internos pero piensan que ellos trabajan en actitud muy rebelde, ya muchos sacrifican. Por último tuvieron que ocultarse; y si bien continúan ahora existiendo, no se les puede reconocer. Alguno quizá sea barrendero; nadie sabe que es un sufi. A menos que alguien te introduzca, nunca llegarás a descubrirlo. Puede venir a tu casa diariamente y no darte cuenta de que él tiene alguna clave. O quizá sea zapatero; continuará haciendo zapatos y pensará que los que se sientan a su lado sólo aprenden el arte de la zapatería. Si hay clientes, pueden ser discípulos. El negocio de la zapatería puede ser solamente una fachada, tras la cual algo se oculta. Los sufis tuvieron que desaparecer completamente porque la tradición externa no los toleraba. Han de aniquilarlos porque si continúan, no hay futuro para la tradición externa, carente de todo sentido.

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