El todo está conectado. Estamos comiendo, estamos siendo comidos: por un lado tomamos, por el otro lado damos. Tú te comes una manzana; un día el manzano se alimentará de tu cuerpo, tu cuerpo se volverá un fertilizante. Cuando te estás comiendo la manzana nunca se te ocurre pensar que a lo mejor, tu padre o tu abuelo pueden estar en la manzana, y que posiblemente te estás comiendo a tu abuela o a tu abuelo y que, algún día, tus hijos te comerán a ti.
Todas las cosas están conectadas. Esta conexión se expresa en la palabra Tao: la conexión, la interconexión, la interdependencia de todo. Nadie está separado, de ahí que el ego sea absurdo. Sólo el todo puede decir “Yo”; las partes no deberían decir “yo”. Si ellas lo tienen que decir, lo deberían decir como un formalismo lingüístico, pero no tendrían que apropiarse del “yo”.
Cuando existes separado de la existencia, existes en la desdicha, porque llegas a desconectarte y nadie más es responsable de ello; lo eres tú. Cuando estés feliz, observa lo que pasa. Cuando estás feliz no tienes ego. En esos momentos de felicidad, de gozo, de gracia, el ego desaparece súbitamente; tú te estás fundiendo más en el todo; los límites son menos claros, los límites están más difusos. Cuando los límites quedan completamente difusos, como si el río hubiera desaparecido en el océano, cuando todos los límites quedan difusos y eres uno vibrando con el todo, hay felicidad.
Se dice que en algún lugar, en algún tiempo, vivió un rey. El rey tenía todo lo que se puede desear: riqueza, poder, incluso salud. Tenía una esposa e hijos a los que amaba, pero no tenía felicidad. Triste y sombrío se sentaba en su trono…
Es algo natural. Cuanto más tengas lo de este mundo, tendrás menos felicidad, porque cuanto más tienes lo de este mundo, más fuerte se vuelve tu ego, más se refuerza tu ego, más se cristaliza; de ahí la infelicidad. Por eso nunca se ha oído de reyes que hayan sido felices, o muy raramente. No es sólo una coincidencia que el Buda y Mahavira hayan dejado sus reinos para convertirse en mendigos, y al convertirse en mendigos declarasen: “Ahora nos hemos convertido en emperadores”, debido a que llegaron a ser felices.
Un sannyasin es una persona que ha aprendido el camino del Tao y dice: “He dejado de ser “yo”. Sólo la totalidad es”. Éste es el sentido de lo que Jesús dice una y otra vez: “Benditos sean los pobres de espíritu; para ellos es el reino de Dios”. “Pobre de espíritu” es una referencia a la persona que no tiene ego, que es tan pobre que ni siquiera tiene la idea de “yo”, pero que es, por otro lado, la persona más rica. Por eso dice Jesús: “Aquellos que son los últimos aquí serán los primeros en el reino de Dios”. Los más pobres se convertirán en los más ricos. Recuerda que “pobre” no expresa un concepto financiero; “pobre” quiere decir que una persona no es nadie. Al llegar a ser nadie te conviertes en parte del todo.
El rey debe haber sido muy infeliz. “Debo conseguir la felicidad”, se dijo el rey. El médico real fue convocado.
-Quiero felicidad. Hazme feliz y te haré rico. Si no me haces feliz, te cortaré la cabeza- dijo el rey.
El médico se sintió perdido. ¿Qué podía hacer? ¿Cómo hacer feliz a alguien? Nadie sabe cómo. Nadie ha sido nunca capaz de hacer feliz a otro. Pero el rey estaba loco y podía matar. El médico dijo:
-Tendré que meditar, señor, y consultar las escrituras. Vendré mañana por la mañana.
Meditó toda la noche y por la mañana llegó a una conclusión: “Es muy simple”.
Había consultado sus libros, pero la felicidad no se mencionaba en los libros de medicina. El problema era difícil, pero él inventó algo, prescribió un remedio. Dijo:
-Su majestad, tiene que encontrar la camisa de un hombre feliz y apropiársela. Entonces obtendrá la felicidad y sabrá en qué consiste.
Era un remedio simple: encontrar la camisa de un hombre feliz y usarla.
El rey se alegró mucho al escuchar esto. Dijo:
-¿Así de simple?
Entonces le dijo a su primer ministro:
-Ve y encuentra un hombre feliz y tráeme su camisa tan pronto como sea posible.
El ministro salió. Fue a ver al hombre más rico y le pidió su camisa, pero él le dijo: “Puede usted llevarse todas las camisas que quiera, pero yo mismo soy infeliz, así que enviaré también a mis sirvientes a buscar un hombre feliz y su camisa. Gracias por su remedio”.
Fue luego a visitar a muchas personas, pero ninguna de ellas era feliz. No obstante, se mostraron dispuestos a ayudar a su rey:
“Podemos dar nuestras vidas para que él llegue a ser feliz. ¿Qué decir de las camisas? Podemos dar nuestras vidas pero no somos felices; nuestras camisas no servirán”.
El ministro se sintió entonces muy desgraciado. ¿Qué hacer? Ahora sería él el culpable; el médico había salido airoso, pero le había dejado con el problema y estaba muy preocupado. Entonces alguien dijo:
-No se preocupe tanto. Conozco a un hombre feliz. Usted debe haberlo escuchado alguna vez, en alguna parte; él toca su flauta por la noche, a la orilla del río. Seguramente le ha escuchado alguna vez.
Él dijo:
-Sí, algunas veces en medio de la noche me he quedado encantado. ¡Qué bellas notas! ¿Quién es ese hombre? ¿Dónde está?
-Esta noche iremos a buscarlo. Él viene sin falta cada noche.
Efectivamente, esa noche fueron a la orilla del río y encontraron al hombre tocando con su flauta algo tremendamente hermoso. Las notas tenían tanta gracia que alegraron al ministro, que exclamó:
¡Ya he encontrado al hombre!
Cuando llegaron allí, el hombre dejó de tocar.
-¿Qué quieren ustedes?
-¿Es usted feliz?– inquirió el ministro.
-Soy feliz, soy felicidad. ¿Qué quiere usted?
El ministro danzaba de contento.
-Sólo quiero que me de su camisa.
El hombre permaneció en silencio.
-¿Por qué se queda callado? –preguntó el ministro- ¡Entrégueme su camisa! El rey la necesita.
-Esto es imposible –dijo el hombre-, porque no tengo camisa alguna. Usted no puede verlo porque está oscuro, pero estoy sentado aquí, desnudo. Podría haber dado mi camisa, puedo dar mi vida, pero no tengo camisa alguna.
-Entonces, ¿por qué está tan feliz? –preguntó el ministro-. ¿Cómo puede estar tan feliz?
-El día que lo perdí todo, la camisa también, alcancé la felicidad… El día que lo perdí todo. En realidad no tengo nada, ni siquiera me tengo a mí mismo. Yo no estoy tocando esta flauta; el todo está tocando a través de mí. Soy una nada, una ausencia, un don nadie…
Éste es el significado de “pobre de espíritu”: uno que no posee nada, que no tiene nada, que no sabe nada, que es un don nadie. El Tao dice: cuando seas una nada llegarás a serlo todo. Afirma que eres y serás desgraciado.
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