Es IMPORTANTE ENTENDER ESTO. Es algo que le ocurre a la mayoría de la gente. Latristeza parece más real porque es tuya; es auténtica. Tu felicidad es superficial; no es tuya, depende de algo, de alguien. Y todo lo que te hace dependiente, por muy feliz que te sientas durante unos instantes..., se acabará pronto la luna de miel; mucho antes de lo que habías pensado.
Eres feliz por tu novia, por tu novio. Pero son seres individuales; puede que no estén de acuerdo en todo contigo. De hecho, lo que ocurre normalmente es que aquello que le gusta al marido, a la mujer no le gusta; aquello que le gusta a la mujer, al marido no le gusta. Es bastante raro..., porque es algo casi universal. Existe alguna razón. En lo más profundo, se odian el uno al otro, por la sencilla razón de que dependen el uno del otro para ser felices, y a nadie le gusta la dependencia. La esclavitud no es el deseo intrínseco de los seres humanos. Si una mujer o un hombre te proporciona alegría y te vuelves dependiente, al mismo tiempo estás acumulando un profundo odio a causa de esta dependencia. No puedes dejara la mujer porque te hace feliz, y no puedes liberarte del odio hacia esa mujer porque ella te hace dependiente.
Así que todo eso que llamáis relaciones de amor es un fenómeno muy extraño y complicado. Son relaciones amor-odio. El odio necesita ser expresado de una manera o de otra. Por eso a ti no te gusta nada de lo que le gusta a tu mujer; no te gusta nada de lo que le gusta a tu marido. Las mujeres y maridos se pelean por cualquier tontería. ¿Qué película ir a ver? Empieza una gran discusión. ¿A qué restaurante ir? E inmediatamente hay otra gran discusión. Éste es el odio que circula bajo la fachada de felicidad. La felicidad permanece en la superficie, una capa muy fina; rasca un poco y descubrirás su opuesto.
En cambio, la tristeza es más auténtica, ya que no depende de nadie. Es tuya, totalmente tuya; esto te debería proporcionar una profunda visión: que la tristeza te puede ayudar más que la felicidad. Nunca has contemplado la tristeza de cerca, Intentas, de muchas maneras, evitar mirarla. Si estás triste, te vas al cine; si estás triste, pones la televisión. Si estás triste, te vas a jugar con tus amigos, te vas a un bar. Empiezas a hacer cualquier cosa con tal de no ver tu tristeza. Este no es el enfoque correcto.
Cuando estás triste, es un fenómeno momentáneo, realmente sagrado, algo que te pertenece. Acostúmbrate a ese momento, profundiza en él y te sorprenderás. Siéntate en silencio y estate triste. La tristeza tiene su propia belleza.
La tristeza es silenciosa, es tuya. Llega porque estás solo. Te está dando la oportunidad de profundizar en tu soledad. Es mejor utilizar la tristeza como un método de meditación que saltar de una alegría superficial a otra alegría superficial y malgastar tu vida. Obsérvala. ¡Es una amiga! Abre la puerta de tu eterna soledad.
No hay manera de no estar solo. Puedes engañarte a ti mismo, pero no lo vas a conseguir.
Nos engañamos de muchas maneras: en la relación de pareja, en la ambición, en el querer ser famoso, al hacer esto, al hacer aquello. Tratamos de convencernos a nosotros mismos de que no estamos solos, de que no estamos tristes. Pero, tarde o temprano, tu máscara se desgasta —es falsa, no puede durar para siempre—; y entonces tienes que ponerte otra máscara. En esta corta vida, ¿cuántas máscaras llevas? ¿Cuántas has usado ya? ¿Cuántas has cambiado? En cambio, sigues con las viejas costumbres.
Si quieres ser un individuo auténtico, utiliza la tristeza; no huyas de ella. Es una gran bendición. Siéntate en silencio con ella, regocíjate en ella. El hecho de estar triste no tiene nada de malo. Cuanto más te acostumbres a ella, a sus variaciones sutiles, más te sorprenderás; supone un auténtico relax, un gran descanso, del que sales rejuvenecido, refrescado, más joven, más vivo. Una vez que lo hayas probado, buscarás esos maravillosos momentos de tristeza una y otra vez. Los esperarás, los recibirás y ellos abrirán las puertas de tu soledad...
Naciste solo, morirás solo. Entre esas dos soledades puedes engañarte a ti mismo con que no estás solo, con que tienes una mujer, un marido, hijos, dinero, poder. Sin embargo, entre esas dos soledades, estás solo. Lo único que hacen todas estas cosas es mantenerte ocupado para que no te des cuenta de ello.
Desde mi niñez nunca me he asociado con gente. Toda mi familia estaba muy preocupada porque no jugaba con los niños ni nunca he jugado con ellos. Mis profesores estaban preocupados:
—¿Qué haces cuando los demás niños están jugando? Te sientas solo debajo de un árbol. Así que pensaban que me pasaba algo.
Yo les dije:
—No os preocupéis. La verdad es que a vosotros y a los demás niños sí que os pasa algo. Yo estoy encantado de estar solo.
Poco a poco aceptaron que soy así; no hay nada que hacer. Entonces intentaron por todos los medios relacionarme con otros niños de mi edad. En cambio, yo disfrutaba tanto estando solo que me parecía algo casi neurótico jugar al fútbol.
Así que le dije a mi profesor:
—No le veo la gracia a esto. ¿Qué necesidad hay de ir dando patadas a un balón de aquí para allá? No tiene ninguna gracia. Aunque marques un gol. ¿Qué más da? ¿Qué saco yo con eso? Si a esta gente le divierte tanto marcar goles, entonces que tengan dieciocho balones en vez de uno. Dadle un balón a cada uno y que marquen todos los goles que quieran; nadie se lo impide. ¡Dejadles que marquen goles hasta que se aburran! De esta manera es muy difícil marcar goles; ¿por qué hacerlo innecesariamente difícil?
Entonces mi profesor me contestó:
—No te das cuenta de que entonces no sería un juego; si se les da dieciocho balones a los niños y todo el mundo marca todos los goles que quiere, no serviría de nada.
Yo le contesté:
—No lo entiendo; poniendo obstáculos e impidiéndoselo a la gente... consigues que se caigan, tengan fracturas y demás. Y no sólo eso: allí donde hay partido se reúnen miles de personas para verlo. Parece que la gente no sabe que la vida es muy corta, ¡y ellos viendo un partido de fútbol! Además están excitadísimos, saltando y gritando; para mí es algo absolutamente neurótico. Yo prefiero sentarme debajo de un árbol.
Tenía mi árbol, un árbol maravilloso, detrás del colegio. Sabían que ése era mi árbol así que nadie iba allí. Me sentaba allí siempre que era el tiempo de jugar o de cualquier otra actividad neurótica; actividades «extracurriculares». Descubrí tantas cosas bajo ese árbol, que cada vez que he vuelto a mi ciudad, nunca he ido a ver al director, cuya oficina estaba cerca del árbol; el árbol estaba justo detrás de su oficina. Sin embargo, solía acercarme al árbol simplemente para darle las gracias, para mostrarle mi gratitud. El director salía y me decía:
—Es curioso. Vienes a la ciudad y nunca vienes a visitarme o a visitar la escuela; siempre vienes a este árbol. Yo le contestaba:
—He experimentado muchas más cosas bajo este árbol que bajo sus enseñanzas o las de todos los profesores locos que tiene usted. Ellos no me han dado nada; de hecho, me tuve que librar de aquello que me dieron. En cambio, lo que me ha dado este árbol todavía permanece conmigo.
Además, te sorprenderá saber una cosa; me ocurrió dos veces, así que no puede ser una coincidencia... En 1970 dejé de ir a la ciudad porque le hice una promesa a mi abuela: «Sólo vendré mientras vivas. Cuando te hayas ido, ya no me quedará nada por lo que venir». Me dijeron que cuando dejé de ir a la ciudad se secó el árbol. Pensé que debía de haber sido una casualidad, una coincidencia; que no tenía que ver conmigo. Pero me sucedió una segunda vez...
Cuando me convertí en profesor de la universidad, había allí una hilera de árboles maravillosos. Solía aparcar el coche bajo un árbol. Además siempre he tenido el privilegio —no sé por qué— de que me sentara donde me sentara en la sala de profesores, nadie se sentaba en la silla que yo usaba ni siquiera en la silla de al lado. Me consideraban un poco peligroso.
Un hombre que no tiene amigos, un hombre que piensa cosas extrañas, un hombre que está en contra de las religiones, en contra de las tradiciones, un hombre que se opone él solo a gente como el Mahatma Gandhi, que es venerado por todo el país; así que pensaban: «Es mejor alejarse de este hombre. Te puede meter alguna idea en la cabeza y entonces puedes tener problemas».
Solía aparcar el coche bajo un árbol. Nadie más aparcaba el coche allí; el sitio se quedaba vacío aunque yo no fuera. El resto de los árboles se secó, sólo mi árbol —ahora se le conoce como mi árbol— siguió lozano.
Un año después de que dejara la universidad, el vicerrector me dijo:
—Es curioso: se ha secado ese árbol. Ha ocurrido algo desde que dejaste de venir a la universidad.
Comprendo que existe algún tipo de sincronicidad. Si te sientas en silencio bajo un árbol..., el árbol está en silencio, tú estás en silencio..., y dos silencios no pueden permanecer separados, no hay forma de separarlos.
Todos vosotros estáis aquí sentados. Si todos estáis pensando cosas, estáis separados. Sin embargo, si estáis en silencio, entonces, de repente, surge como un alma colectiva.
Quizás esos dos árboles me echaban de menos. Nadie se volvió a acercar a ellos, nadie con el que se pudieran comunicar. Se secaron porque ya no tenían el calor de nadie. Siento un enorme y profundo respeto por esos árboles.
Cuando estés triste, siéntate al lado de un árbol, al lado de un río, al lado de una roca y relájate en tu tristeza sin ningún temor. Cuanto más te relajes, más cuenta te darás de la belleza de la tristeza. Entonces la tristeza empezará a cambiar de forma; se convertirá en una alegría callada, no causada por nadie exterior a ti. No será una felicidad superficial que se pueda borrar fácilmente.
Si profundizas en tu soledad, un día descubrirás no sólo alegría, pues la alegría es sólo la mitad del camino. La alegría es algo muy superficial; depende de los demás. La felicidad está en el medio; no depende de nadie. Pero si profundizas más, llegarás a un estado de dicha que es a lo que yo llamo iluminación.
Puedes utilizar cualquier cosa para alcanzar la iluminación con tal de que sea algo auténtico, que te pertenezca. Entonces alcanzarás una dicha que es tuya durante las veinticuatro horas del día. Sencillamente, emana de ti. Ahora la puedes compartir se la puedes dar a todo aquel que ames. Pero es un don incondicional. Nadie te puede hacer infeliz.
En esto consiste todo mi esfuerzo, en hacerte independientemente dichoso. Esto no quiere decir que tengas que renunciar al mundo. Esto no quiere decir que tengas que dejar a tu mujer, a tu novia, tu amor por la comida, ni siquiera por los helados; no tiene nada que ver con eso. Tu dicha está contigo hagas lo que hagas. Reforzará cada actividad, enriquecerá cada acto que realices. Tu amor será totalmente diferente. Y no ocultará tras de sí ningún odio; será simplemente amor. No existirá siquiera la expectación de que te deben dar algo a cambio. No necesitas nada.
Dar supone tal bendición que no necesitas nada. Eres tan rico interiormente que nada te puede enriquecer más.
Puedes continuar compartiendo la dicha. Cuanto más la compartas, más tendrás. Así que no hay nada que te pueda empobrecer. Éste es el único milagro que conozco.
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