sábado, 17 de junio de 2023

LA MUERTE Y LA MEDITACIÓN


La muerte es más importante que la vida. La vida representa lo trivial, lo superficial. La muerte, lo más profundo. Por medio de ella uno crece hacia la vida auténtica... mientras que mediante la vida solamente llegas a la muerte, y nada más.

Sea lo que sea lo que digamos o signifiquemos con "vida", “vida" es solamente un viaje hacia la muerte. Si entiendes la vida como un mero tránsito sin más significado, entonces estás menos interesado en la vida y más en la muerte. Y cuando uno se interesa más por la muerte, es entonces cuando puede ahondar en la vida hasta sus más íntimas profundidades. De otro modo, sólo permanecerá en la superficie.

Pero no estamos interesados en absoluto en la muerte, sino que, más bien, escapamos de los hechos, huimos constantemente de los hechos. La muerte está ahí, y a cada instante estamos muriendo. La muerte no es algo lejano, está aquí y ahora; estamos muriéndonos. Pero mientras morimos sigue nuestro interés por la vida. Este interés por la vida, este exceso de preocupación por la vida, es simplemente un escape; sólo miedo. La muerte está ahí, crece dentro de nosotros, incesantemente.

Alteremos los términos, volvamos nuestra atención a nuestro alrededor. Si nos interesamos en la muerte, la vida empieza entonces a tomar un nuevo significado por primera vez, porque cuando te sientes en paz con la muerte has ganado una vida que no puede morir. Cuando has conocido la muerte, has conocido esa vida que es eterna.

La muerte es la puerta de la vida superficial, la mal llamada vida, la vida trivial. Hay una puerta. Al traspasarla se alcanza otra vida más profunda, eterna, sin muerte. Así, desde esta mal llamada vida, que no es otra cosa que morir, uno debe traspasar la puerta de la muerte. Sólo entonces podrá uno conseguir una vida realmente existencial y activa, sin muerte.

Pero uno debería pasar esa puerta muy conscientemente. Hemos estado muriendo muchas veces y siempre que alguien muere se vuelve inconsciente. Es una actitud defensiva. Temes tanto a la muerte que cuando la muerte te llega, te vuelves inconsciente. Pasas por la puerta estando la mente inconsciente. Entonces naces otra vez y la misma estupidez empieza de nuevo, y otra vez dejas de preocuparte la muerte.

El que se interesa más por la muerte que por la vida empieza a atravesar la puerta conscientemente. Eso es lo que quiere decir meditación: atravesar la puerta de la muerte conscientemente. Morir conscientemente es meditación. Pero a la muerte no hay que esperarla. No es necesario, porque siempre está ahí. Se trata de algo, una puerta, que existe dentro de uno; no sucederá en el futuro, no es algo exterior que hayas de alcanzar.

Desde el instante en que aceptas el hecho de morir y empiezas a sentirlo, a vivirlo, a ser consciente de ello, empiezas a abandonarte a través de esa puerta interior. La puerta se abre y a través de la puerta de la muerte empiezas a vislumbrar una vida eterna. Sólo a través de la muerte puede uno vislumbrar la vida eterna, no hay otra puerta. Todo este proceso que es conocido como meditación es simplemente una muerte voluntaria, un dejarse caer hacia el interior, profundamente, hundirse uno en sí mismo, alejarse de la superficie y precipitarse a las profundidades. Naturalmente que las profundidades son oscuras.

En el momento en que abandonas la superficie empiezas a sentir que te estás muriendo, porque te has identificado con la superficie de la vida. No es que las olas superficiales sean solamente olas superficiales; te has identificado con ellas; tú eres la superficie. De modo que cuando dejas la superficie, no es solamente que dejes la superficie; te dejas a ti mismo, dejas tu identidad, el pasado, la mente, la memoria. Todo lo que tú eras, has de dejarlo. Por eso la meditación se asemeja a una muerte. Te estás muriendo y solamente si estás dispuesto a morir voluntariamente, a trascenderte a ti mismo, a dejar tu "yo" y trascender la superficie, llegarás a la Realidad, que es eterna.

Así pues, cuando uno está dispuesto a morir, esta misma disposición se convierte en la trascendencia, esta misma disposición es la religiosidad. Cuando decimos que alguien es mundano, nos referimos a que está más interesado en la vida que en la muerte, o más bien, que todo su interés reside en la vida ignorando a la muerte por completo. El hombre mundano es aquél para el cual la muerte llega al final de sus días. Y cuando ésta llega, le halla inconsciente.

El hombre religioso es el que muere a cada instante. Para él la muerte no es el final, sino que es el proceso mismo de la vida. Un hombre religioso es aquél que se preocupa más por la muerte que por la vida porque siente que todo aquello que es conocido como “vida” será arrebatado por la muerte. Está siéndote arrebatado, a cada instante lo estás perdiendo. La vida es simplemente como la arena de un reloj de arena; a cada instante la arena se va escurriendo. Y no puedes hacer nada por impedirlo. El proceso es natural. No puedes hacer nada; es irreversible.

El tiempo no puede ser detenido, no puede ser invertido, no puede ser retenido. Es unidimensional. No hay retroceso posible. Y en última instancia, el mismo proceso del tiempo es muerte, porque estás perdiendo ese tiempo, te estás muriendo. Un día toda la arena se habrá escurrido y te encontrarás vacío; simplemente serás una concha vacía sin tiempo disponible. Entonces mueres.

Preocúpate más de la muerte y del tiempo. Está aquí ahora mismo, junto a la esquina; presente a cada momento. Una vez empiezas a buscarlo, te vuelves consciente de él. Está aquí, tan sólo estabas pasándolo por alto. Ni tan sólo pasándolo por alto; te estabas escapando de él. Entra pues en la muerte, salta hacia ella. Esta es la dificultad de la meditación, está es su austeridad: uno ha de saltar dentro de la muerte.

Seguir amando a la vida es algo profundamente enraizado, y estar dispuesto a morir parece, en cierto modo, no natural. Desde luego que la muerte es la cosa más natural, pero parece innatural estar dispuesto a morir.

Así es como la lógica, la dialéctica de la vida, trabaja: si estás dispuesto a morir, está misma disponibilidad te hace no morir. Pero si no estás dispuesto a morir, esta misma indisponibilidad, este excesivo apego y deseo por vivir, te convierte en un ser moribundo.

Cuando nos aferramos a algo, obtenemos su opuesto. Esta es la profunda dialéctica de la Existencia. Lo esperado nunca llega. Lo deseado, nunca es alcanzado. El deseo nunca es satisfecho. Cuanto más deseas, más lejos te vas. En cualquier dimensión, da lo mismo; la ley es la misma. Si pides demasiado de algo, simplemente con pedirlo, lo pierdes.

Si alguien pide amor, no tendrá amor, porque el pedir mismo hace de él alguien repugnante, poco digno de amor. El mismo acto de pedir se convierte en la barrera. Nadie podrá amarte si estás pidiendo que te amen. Nadie podrá amarte. Solamente podrás ser amado cuando no lo pidas. El acto mismo de no pedirlo te vuelve bello, te relaja.

Es como cuando cierras el puño y el aire que contenía la mano abierta se te escapa. Con la mano abierta tienes todo el aire, pero cuando cierras el puño, con el mismo cerrar, dejas escapar el aire. Puede que pienses que cuando cierras el puño tienes en tu poder el aire, pero en el instante en que tratas de poseerlo, se te escapa. Con la mano abierta tienes todo el aire y tú eres el amo. Con el puño cerrado, tú eres el que pierde; lo has perdido todo. No hay aire en tu mano.

Y cuanto más cierras el puño, menos aire puede contener. Pero así es como trabaja la mente, éste es el absurdo de la mente: si sientes que no tienes aire, cierras aún más el puño. La lógica dice: es mejor que lo cierres. Has perdido ya todo el aire. Lo has perdido porque no lo tenías bien cerrado. No cerraste el puño como debías. Fue un fallo tuyo en cierta manera. Has cerrado mal el puño; por eso el aire se escapó. De modo que ciérralo más, ciérralo más, y con el acto mismo de cerrarlo, lo estás dejando escapar. Pero así es como ocurre.

Si amo a alguien, me vuelvo posesivo. Empiezo a cerrarme. Cuanto más, me cierro, más amor se pierde. La mente dice, "Ciérrate aún más" y trata de hacerlo, pero de alguna forma sigue habiendo un escape. Por eso se pierde el amor. Cuanto más me cierro, más lo pierdo. Solamente con una mano abierta se puede poseer el amor; solamente con una mano abierta, sólo con una mente abierta, puede convertirse el amor en un florecimiento. Y así sucede con todo.

Si amas la vida en exceso, te cierras, te conviertes en un cadáver aun estando vivo. De modo que una persona que está llena de apego por la vida, es un cadáver, está ya muerto, es sólo un cuerpo sin vida. Cuanto más siente que es un cadáver, más anhela estar vivo, pero desconoce esa dialéctica. El deseo mismo es venenoso. Una persona que no anhela en absoluto la vida, una persona como Buda, sin deseo por la vida, vive apasionadamente. Florece en una vitalidad perfecta, total.

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