El hombre vive no como es, sino como le gustaría ser: no con su cara original, sino con una cara pintada, falsa. Ese es todo el problema. Cuando naces tienes tu propia cara, nadie la ha perturbado, nadie la ha cambiado, pero tarde o temprano la sociedad comienza a trabajar en tu cara. Comienza a esconder la cara original, la natural, aquella con la que naciste, y entonces se te da muchas caras para las diferentes ocasiones, porque una cara no será suficiente.
Las situaciones cambian, así que necesitas muchas caras falsas, máscaras. Desde la mañana hasta la noche, desde la noche hasta la mañana, miles de caras se usan. Cuando ves que un hombre poderoso se acerca cambias de máscara, cuando ves a un hombre, a un pordiosero que se te acerca, eres diferente. Todo el tiempo, momento a momento, hay un cambio constante en la cara.
Uno tiene que estar alerta sobre esto, porque se ha vuelto tan mecánico que puedes no darte cuenta que va cambiando por sí misma. El sirviente entra en el cuarto: ni siquiera lo miras, como si él no fuera un hombre, como si él no existiera, como si nadie hubiera entrado. Pero cuando entra el jefe en la habitación, de pronto das un salto, tienes una cara sonriente, dándole la bienvenida, como si el mismo Dios hubiera entrado en la habitación.
Observa tu cara, el cambio que ocurre continuamente. Mira al espejo y piensa en las muchas caras que puedes cambiar. Mira al espejo y pon la cara que pondrás cuando te estés acercando a tu esposa; mira la cara que pondrás cuando te estés acercando a tu amado; mírate la cara cuando tienes ambición, cuando tienes cólera; pon la cara como cuando te sientes sexual; pon la cara como cuando te sientes insatisfecho, frustrado. Y observa en el espejo; te darás cuenta de que no eres un hombre, eres una muchedumbre. Y a veces será difícil darse cuenta aun de que todas estas caras te pertenecen. Un espejo puede ser una gran bendición. Puedes meditar en el espejo, cambiar tus caras y mirarlas. Esto te dará un vislumbre de cuán falsa se ha vuelto toda la vida. Y ninguna de estas caras eres "tú".
En el Zen ha sido una de las meditaciones más profundas: encontrar tu cara original, la que tenías antes de llegar a este mundo y la que tendrás cuando te vayas de este mundo; porque todas estas caras no te puedes llevar contigo. Son tretas, técnicas para engañar, técnicas para defenderse, armaduras a tu alrededor. Estas caras tienen que ser abandonadas, sólo entonces podrás ver a Jesús, porque cuando ves tu cara original, has visto a Jesús.
Jesús no es sino tu cara original, Buda no es sino tu cara original. Buda no está fuera de ti, tampoco Jesús. Cuando dejas caer toda la falsedad y estás desnudo, tan solo el tú original, sin ningún cambio ni modificación, eres Jesús. Jesús en su absoluta gloria es revelado. No es en el hijo de José en el que él se va a revelar. De pronto tú te vuelves Jesús. Y sólo lo igual puede conocer a lo igual, recuerda esa ley siempre: si tú eres como Jesús, sólo entonces podrás reconocerlo; de otro modo ¿cómo lo reconocerás? Cuando sientas tu propio ser interno, entonces podrás reconocer al ser interno de algún otro.
La luz puede reconocer a la luz, la luz no puede reconocer a la oscuridad. ¿Y cómo la oscuridad podría reconocer a la luz? Si eres falso no podrás reconocer a un hombre real, y Jesús es el más real, lo más real que es posible. El no es un mentiroso; es auténtico, y si estás mintiendo con tu vida continuamente, tus palabras, tus gestos, todo es una mentira, entonces ¿cómo podrás reconocer a Jesús? Es imposible. Entonces en tu desnudez total reconocerás al Jesús interno; sólo entonces lo externo será reconocido. Lo interno primero tiene que ser reconocido, porque el reconocimiento puede venir sólo de la fuente más interna de tu ser. No hay otro modo.
Existe uno de los dichos judíos más antiguos: que comienzas a buscar a Dios sólo cuando lo has encontrado. Parece paradójico, pero es absolutamente cierto; porque ¿cómo comenzarás a buscarlo si no lo has encontrado, si no lo has encontrado dentro de ti, si no lo has realizado dentro de ti? Sólo entonces comienza la búsqueda, pero entonces realmente no hay necesidad de buscar. La búsqueda comienza y termina en el mismo punto, el primer paso es el último paso.
Sólo un paso existe entre tú y lo divino. No hay dos pasos, así que no hay camino. Sólo un paso: deja todas las falsedades que te has puesto encima, deja todas las máscaras prestadas.
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