Por qué es así? ¿Cuál es
la necesidad de conocer y comprender a la mujer o al hombre?
Se debe a que todo hombre
tiene una parte femenina en su ser, y toda mujer una
parte
masculina en su ser. El único modo de entenderla, el más sencillo,
el más natural, es mantener una relación profunda e íntima con
alguien. Si sois hombres, mantened una relación profunda e íntima
con una mujer. Dejad que se desarrolle la confianza, para que todas
las barreras se disuelvan. Acercaos tanto el uno al otro para que
podáis mirar en lo más hondo de la mujer y la mujer en lo más
hondo de vosotros. No seáis deshonestos con el otro.
Si estáis teniendo muchas
relaciones al mismo tiempo, seréis deshonestos, no dejaréis
de
mentir. Tendréis que mentir, que ser insinceros, tendréis que decir
cosas que no
queréis... y todas serán sospechosas. Resulta muy
difícil crear confianza con una mujer si mantenéis alguna otra
relación. Es fácil engañar a un hombre, porque él vive a través
del intelecto; pero es muy difícil, casi imposible, engañar a una
mujer, porque vive intuitivamente. No seréis capaces de mirarla
directamente a los ojos; tendréis miedo de que comience a leeros el
alma y todas las cosas engañosas y deshonestas que ocultáis.
De modo que si estáis
teniendo muchas relaciones, no podréis sumergiros en
profundidad
en la psique de la mujer. Y eso es lo único que se requiere: conocer
vuestra propia parte femenina interna.
La relación se convierte en
un espejo. La mujer empieza a mirar en vosotros y
comienza a
encontrar su propia parte masculina; el hombre mira en la mujer y
empieza a descubrir su propia feminidad. Y cuanto más conscientes
seáis de vuestra feminidad -el otro polo-, más completos podéis
ser, más integrados. Cuando vuestro hombre interior y mujer interior
han desaparecido en el otro, se han disuelto en el otro, cuando ya no
están separados, cuando se han convertido en un todo integrado, os
habéis convertido en un individuo. Carl Gustav Jung lo llama el
proceso de individuación.
Jugar con muchas personas os
mantendrá superficiales, entretenidos, ocupados, pero
sin
crecer; y lo único que importa en última instancia es el
crecimiento, el crecimiento de la integración, de la individualidad,
de un centro en vosotros. y ese crecimiento necesita que conozcáis a
vuestra otra parte.
Intentad encontrar en el otro
el ser verdadero que está oculto. No deis por hecho a
nadie.
Cada individuo es tal misterio que si continuáis indagando en él
descubriréis que es interminable.
Una relación significa algo completo, acabado, cerrado. El amor jamás es una relación; el amor es una unión. Siempre es un río que fluye sin fin. El amor no conoce un freno completo; la luna de miel empieza pero nunca acaba.
No es como una novela que
comienza en determinado punto y termina en
determinado punto. Se
trata de un fenómeno en curso. Los amantes terminan, el
amor
prosigue. Es algo continuo. Es un verbo, no un sustantivo.
¿Y por qué reducimos la belleza de la unión a la relación? ¿Por
qué tenemos tanta prisa? Porque unirse es inseguro y la relación es
una seguridad, la relación posee una certeza. Unirse es el simple
encuentro de dos desconocidos, quizá algo que dura una noche para
despedimos por la mañana.
¿Sabemos qué va a pasar mañana? Y tenemos tanto miedo que queremos convertirlo en una certidumbre, queremos que sea predecible. Nos gustaría que el mañana estuviera de acuerdo con nuestras ideas; no le brindamos libertad para que se exprese como es. De modo que de inmediato reducimos cada verbo a sustantivo.
Estáis enamorados de un
hombre o una mujer y de inmediato empezáis a pensar en
casaros.
En hacer que sea un contrato legal. ¿Por qué? ¿Cómo es que la ley
entra en el
amor? Lo hace porque el amor no está presente. Solo
se trata de una fantasía y sabéis que la fantasía -desaparecerá.
Pero antes de que desaparezca, asentaos; antes de que
desaparezca,
haced algo para que sea imposible de separar.
En un mundo mejor, con
personas más meditativas, con un poco más de iluminación
en
la Tierra, la gente amaría, amaría inmensamente, pero su amor
seguiría siendo una
unión, no una relación. Y no digo que ese
amor llegará a ser únicamente momentáneo.
Existen todas las
posibilidades de que ese amor sea más profundo que el vuestro, que
posea una cualidad más elevada de intimidad, que tenga más poesía
y más de Dios en él. Y existe toda la posibilidad de que ese amor
dure más de lo que vuestra así llamada relación pueda llegar a
durar jamás. Pero no lo garantizaría la ley, ni los tribunales ni
la policía.
La garantía sería interior.
Sería un compromiso desde el corazón, una comunión
silenciosa.
Olvidad las relaciones y aprended a relacionaros. En cuanto estáis en una relación empezáis a dar por hecho al otro. Eso es lo que destruye todas las aventuras amorosas.
La mujer piensa que conoce al hombre, el hombre piensa que conoce a la mujer. Ninguno conoce al otro.
Es imposible conocerlo, ya que
sigue siendo un misterio. y tomar al otro por sentado
es un
insulto, una falta de respeto.
Pensar que conocéis a vuestra
esposa es muy, muy desagradecido. ¿Cómo podéis
conocer a la
mujer? ¿Cómo podéis conocer al hombre? Son procesos, no cosas. La
mujer que conocíais ayer no está aquí hoy. Por el Ganges ha pasado
mucha agua; ella es otra persona, completamente diferente. Volved a
relacionaros, empezad otra vez, no lo deis por hecho.
El hombre con el que dormiste anoche... volved a mirarlo a la cara por la mañana. Ya no es la misma persona, tanto ha cambiado. Tanto, incalculablemente tanto ha cambiado. Esa es la diferencia que hay entre una cosa y una persona. El mobiliario en la habitación es el mismo, pero el hombre y la mujer ya no son los mismos. Explorad de nuevo, empezad otra vez. Eso es lo que quiero decir con relacionaros.
Relacionarse quiere decir que
siempre estáis empezando, continuamente tratáis de
conoceros.
Una y otra vez os presentáis al otro. Tratáis de ver las muchas
facetas de la personalidad del otro. Intentáis penetrar más y más
hondo en su reino de sentimientos interiores, en los profundos
recovecos de su ser. Intentáis desentrañar un misterio, que no se
puede desentrañar.
Ese es el gozo del amor: la
exploración de la consciencia. Y si os relacionáis, y no
reducís
eso a una relación, entonces la otra persona se convertirá en un
espejo para
vosotros. Al explorarla, no sois conscientes de que
también os exploráis a vosotros.
Al profundizar en el otro, conociendo sus sentimientos, sus pensamientos, sus remordimientos más hondos, estaréis conociendo también los vuestros. Los amantes se convierten en espejos y entonces el amor se convierte en una meditación. Una relación es algo feo, relacionase es algo hermoso.
En una relación ambas
personas se vuelven ciegas a la otra. Pensad. ¿Cuánto tiempo
ha
pasado desde la última vez que mirasteis a vuestra esposa a los
ojos? ¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que visteis a
vuestro marido? Quizá años. ¿Quién mira a su propia esposa? Ya
habéis dado por hecho que la conocéis. ¿Qué más hay para mirar?
Os interesan más los desconocidos que las personas que conocéis,
pues ya estáis al corriente de toda la topografía de sus cuerpos,
sabéis cómo responden, sabéis que todo lo que ha pasado va a pasar
de nuevo una y otra vez. Es un círculo repetitivo.
No es así, en realidad no lo
es. Jamás se repite algo; todo es nuevo cada día. Lo que
pasa
es que vuestros ojos envejecen, vuestras suposiciones envejecen,
vuestro espejo
acumula polvo y os volvéis incapaces de
reflejaros mutuamente.
Cuando digo relacionaros, me
refiero a que permanezcáis continuamente en una luna
de miel.
Continuad buscándoos, encontrando maneras nuevas de amaros, de estar
juntos.
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