¿Qué pasa cuando una flor florece en lo más profundo de un bosque, sin nadie que la
aprecie, nadie que conozca su fragancia, que realice un comentario y diga «hermosa», nadie que pruebe su belleza y gozo, nadie que la comparta... qué pasa con la flor? ¿Muere? ¿Sufre? ¿Se asusta? ¿Se suicida? Continúa floreciendo, sencillamente continúa floreciendo.
No marca ninguna diferencia que alguien pase junto a ella o no; es irrelevante. Prosigue extendiendo su fragancia al viento. Sigue ofreciéndole su júbilo a Dios, al todo.
El amor es un lujo. Es abundancia. Es tener tanta vida como para no saber qué hacer
con ella, de modo que la compartís. Es albergar tantas canciones en el corazón que tenéis que cantarlas... que alguien os escuche es irrelevante. Si nadie escucha, entonces también tendréis que cantarlas, tendréis que bailar vuestra danza.
El
otro puede tenerlas, puede perdérselas... pero en lo que a vosotros
atañe, fluye y
rebosa.
El
amor acontece solo cuando estáis adultos. Sois capaces de amar
únicamente
cuando sois adultos. Cuando sabéis que el amor no
es una necesidad, sino un
desbordamiento. Entonces dais sin
ninguna condición.
Cuando
dependéis del otro siempre hay desdicha. En cuanto dependéis,
comenzáis a
sentiros desgraciados, porque la dependencia es
esclavitud. Entonces empezáis a vengaros de maneras sutiles, porque
la persona de la que tenéis que depender se vuelve poderosa.
A nadie le gusta que alguien tenga poder sobre ellos, a nadie le gusta depender; porque la dependencia mata la libertad y el amor no puede florecer con la dependencia. El amor es una flor de libertad: necesita espacio, necesita espacio absoluto. El otro no tiene que interferir con él. Es muy delicado.
Si el hombre tiene derecho a
realizar sus sueños, la mujer tiene el mismo derecho a
realizar
los suyos. Y cuando habéis decidido estar juntos, se convierte en
algo parecido a un deber sagrado ir con cuidado para no pisotear los
sueños del otro.
Nada duele más que cuando se
aplasta un sueño, cuando muere una esperanza,
cuando el futuro
se torna oscuro, cuando todas las grandes ideas que habéis creído
que conformaban vuestra vida parecen imposibles porque esa mujer, o
ese hombre,
continuamente destruye vuestro estado de ánimo,
vuestra paz, vuestro silencio.
La vida tiene tesoros
inmensos, que permanecen desconocidos a las personas porque
estas
carecen de tiempo. Todo su tiempo está dedicado a librar una especie
de batalla con alguien: el otro. El otro contiene la totalidad del
mundo. Y la mayor calamidad que sucede es que cuando estáis peleando
con el otro, despacio, muy despacio, os olvidáis de vosotros mismos.
Toda vuestra concentración pasa a ser el otro, y cuando pasa eso,
estáis perdidos.
Entonces, ¿cuándo vais a
recordaros a vosotros mismos? ¿Cuándo vais a encontrar vuestra
fuente de vida más interior? ¿Cuándo vais a buscar la belleza, la
verdad, la poesía y el arte?
Os perderéis todo, por el simple hecho de pelearos con un hombre o una mujer.
Dos personas se encuentran,
eso significa que dos mundos se encuentran. No se trata
de algo
sencillo, sino muy complejo, lo más complejo que hay. Cada persona
es un mundo en sí misma, un misterio complejo con un largo pasado y
un futuro eterno.
Al principio solo se
encuentran las periferias. Pero si la relación se torna íntima,
se
vuelve más profunda, entonces comienza a producirse el
encuentro de los centros.
Cuando los centros se encuentran, se llama amor.
El amor es algo muy raro.
Reunirte con una persona en su centro, significa que
vosotros
mismos pasáis por una revolución, porque si queréis encontraros
con una persona en su centro, tendréis que permitir que esa misma
persona alcance también vuestro centro.
Tendréis que volveros vulnerables, absolutamente vulnerables, abiertos.
Es arriesgado. Permitir que
alguien llegue a vuestro centro es arriesgado, peligroso,
porque
nunca sabéis qué os hará esa persona. Y una vez que todos vuestros
secretos son conocidos, una vez que vuestro ser oculto ha dejado de
estarlo, una vez que quedáis expuestos por completo, nunca sabéis
qué hará la otra persona. El miedo está ahí. Por eso jamás nos
abrimos.
No consideréis el
conocimiento de alguien como amor. Puede que estéis haciendo
el
amor, puede que estéis sexualmente relacionados, pero el
sexo también es periférico. A menos que los centros se encuentren,
el sexo es solo el encuentro de dos cuerpos. Y el encuentro de dos
cuerpos no es vuestro encuentro. El sexo sigue siendo un
conocimiento... físico.
Podéis permitir que alguien
entre en vuestro centro solo cuando no tenéis miedo,
cuando no
estáis temerosos.
Hay dos tipos de formas de
vivir. Una: orientada por el miedo. Otra: orientada por el
amor.
La vida orientada por el miedo jamás puede conduciros a una relación
profunda.
Permanecéis temerosos, y al otro no se le puede permitir que penetre hasta el núcleo de vuestro ser. Permitís que entre hasta cierto punto y luego surge el muro y todo se detiene.
La persona orientada por el
amor es la persona religiosa. Ser así significa que no se
teme
al futuro, que no se teme el resultado ni la consecuencia, que se
vive en el aquí y el ahora.
El amor es un florecimiento
muy raro. A veces sucede. Es raro porque solo puede
suceder
cuando no hay temor, nunca antes. Eso significa que el amor solo
puede sucederle a una persona profundamente espiritual y religiosa.
El sexo es posible para todos. El conocimiento es posible para todos.
No el amor.
Cuando no tenéis miedo, no
hay nada que ocultar y podéis ser abiertos, podéis retirar
todos
los límites. Entonces podéis invitar al otro a penetrar hasta
vuestro mismo núcleo.
Y recordad, si permitís que
alguien penetre en vosotros profundamente, el otro os
permitirá
lo mismo, porque cuando permitís que alguien os penetre se crea
confianza.
Cuando no tenéis miedo, el otro se vuelve intrépido.
¿Que es el miedo? ¿Por qué
tenéis tanto miedo? Aunque se supiera todo sobre
vosotros y
fuerais un libro abierto, ¿por qué temer? ¿En qué puede dañaros?
Solo son falsas concepciones, simples condicionamientos creados por
la sociedad para que os ocultéis, para que os protejáis, para que
estéis constantemente en un estado de ánimo combativo, para que
veáis a todos como enemigos, que creáis que todos están en contra
de vosotros.
¡Nadie está en contra de
vosotros! Aunque sintáis que alguien lo está, no es así
porque
cada uno está ocupado consigo mismo, no con vosotros. No hay nada
que temer.
Debéis comprenderlo antes de que pueda acontecer una verdadera relación. No hay nada que temer.
Meditad en ello. Y luego dejad que el otro penetre en vosotros, invitadlo a hacerlo. No creéis barrera alguna en ninguna parte, convertios en un pasaje siempre abierto, sin cerraduras, sin puertas cerradas. Entonces el amor es posible.
Cuando dos centros se
encuentran, hay amor. Y el amor es un fenómeno alquímico...
del
mismo modo en que el hidrógeno y el oxígeno se encuentran y crean
una cosa nueva, agua. Podéis tener hidrógeno, podéis tener
oxígeno, pero si tenéis sed, os resultarán inútiles. Podéis
tener tanto oxígeno como queráis, tanto hidrógeno como os
apetezca, pero la sed no se irá.
La satisfacción profunda es la señal visible del amor.
Si una mujer ama a un hombre y
lo ama solo como un medio, para que luego él pueda
decir: «Qué
hermosa eres», lo que busca es reconocimiento por su belleza. Ese es
un
esfuerzo del ego, un acto de vanidad, pero no hay amor en él.
Y la mujer no puede ser
hermosa.
Si ella ama y comparte su ser,
en ese acto es hermosa. Ni siquiera existe la necesidad
de
decirlo. Si alguien lo dice, perfecto; si alguien no lo hace, eso no
significa que no se haya dicho, por que hay maneras más profundas de
decir las cosas. A veces permanecer en silencio es el único modo de
hablar.
Un amor consciente es algo
completamente diferente. No tiene nada que ver con el
amor como
tal, tiene que ver con la meditación, lo cual os hace conscientes. Y
a medida que os volvéis más y más conscientes, cobráis
consciencia de muchas cosas. Una: que no es el objeto de amor lo que
resulta de importancia. Lo que importa es vuestra cualidad para amar,
vuestro cariño, porque estáis tan lleno de amor que os gustaría
compartirlo. Y ese acto ha de ser incondicional.
El amor inconsciente se centra
en el objeto de amor. El amor consciente se centra en
uno mismo,
es vuestro afecto.
El amor inconsciente siempre
va dirigido a una persona; de ahí que en todo momento
haya
celos, porque la otra persona también sabe que el amor inconsciente
siempre está centrado en una persona, que no se puede compartir. Si
empezáis a amar a otro, eso significa que habéis dejado de amar a
la primera persona. Esos son celos, el miedo constante de que vuestro
amante va a empezar a amar a otra persona... como si el amor fuera
una cantidad.
El amor consciente es una
cualidad, no una cantidad. Es más como la amistad: más
profundo,
más elevado, con más fragancia, pero similar a la amistad.
Podéis ser amigables con
muchas personas, no hay lugar para los celos. No importa
que os
mostréis amigables con seis o diez personas, con diez mil; nadie
próximo a vosotros se sentirá desposeído porque queráis a tanta
gente y crea que su parte de amor va a ser cada vez menos. Todo lo
contrario, a medida que sois capaces de querer a más gente, vuestra
calidad de amor se vuelve enorme. De modo que aquel a quien améis
recibirá más amor si vuestro amor es compartido por muchas
personas. Muere si se ve reducido. Se torna más vivaz si es
extendido sobre una vasta zona... cuanto más grande, más profundas
son sus raíces. La consciencia le aporta a todo una transformación.
Vuestro amor ya no va dirigido a nadie en particular. No significa
que dejáis de amar. Simplemente que os convertís en amor, sois
amor, vuestro mismo ser es amor, vuestra respiración es amor,
vuestras palpitaciones son amor. Despiertos sois amor, dormidos sois
amor.
El amor no conoce celos, el
amor no conoce quejas. El amor es una comprensión
profunda.
Amáis a alguien... lo cual no significa que el otro también debería
amaros.
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