sábado, 25 de julio de 2020

LA ESPIRITUALIDAD


La espiritualidad no es cuestión de moralidad, es una cuestión de visión. La espiritualidad no es la práctica de virtudes, porque si practicas una virtud, ésta deja de ser una virtud. Una virtud practicada es una cosa muerta, una carga sin vida. La virtud solamente es virtud cuando es espontánea; la virtud solamente es virtud cuando es natural, cuando no es practicada, cuando brota de tu visión, de tu consciencia, de tu comprensión.

Por lo general, se piensa en la religión como en una práctica. No lo es. Ese es uno de los fundamentales malen­tendidos sobre la religión. Puedes practicar la no-violencia, pero seguirás siendo violento porque tu visión no ha cambiado, cargas aún con los viejos ojos. Una persona codiciosa puede practicar el compartir, pero la codicia seguirá siendo la misma. Incluso el compartir será corrompido por la codicia porque no puedes practicar nada que vaya contra tu comprensión, que esté más allá de tu comprensión. No puedes forzar tu vida según principios, a menos que esos principios formen parte de tu propia experiencia.

Pero la llamada gente religiosa trata de practicar la virtud, por eso son la gente más carente de virtud que existe sobre la Tierra. Tratan de practicar el amor y son la gente menos amorosa de toda la Tierra. Han creado toda clase de maldades: guerras; odio, ira, enemistad, asesinato. Practican la amistad, pero la amistad no ha florecido sobre la Tierra. Siguen hablando de Dios, pero crean más y más conflicto en nombre de Dios. El cristiano está en contra del musulmán, el musulmán está en contra del hindú, el hindú está en contra del
jaina, el jaina está en contra del budista. Eso es todo lo que están haciendo.


Existen trescientas religiones y ellas han fragmentado la mente humana, no han sido una fuerza integradora, no han sanado las heridas del alma humana. Por su culpa, la Huma­nidad está enferma, por ellos la Humanidad está loca; y la locura surge de una cosa. Esto ha de ser entendido tan profundamente como sea posible porque puede que tú también vayas en la dirección equivocada. La dirección equivocada tiene un tremendo atractivo, pues sino no habría habido tanta gente que la siguiera. El atractivo ha de ser grande. La fuerza magnética de la dirección equivocada ha de ser entendida; solamente, entonces podrás evitada.

Puedes tratar de practicar cualquier cosa que te guste y puedes seguir oponiéndote a ella. Puedes forzar sobre ti una clase de quietud, puedes sentarte en silencio, puedes aprender una postura de yoga, puedes aquietar el cuerpo como si no se moviera, puedes hacer del cuerpo una estatua. Y repitiendo un mantra o reprimiendo la mente continuamente durante largo tiempo, puedes forzar una cierta quietud en tu ser, pero éste será el silencio del cementerio; no estará vivo, latiendo, vibrante. Será algo congelado.

Puedes engañar a los demás, pero no puedes engañarte a ti mismo, ni puedes engañar a Dios. Lo obtienes sin comprensión alguna, lo has forzado sobre ti mismo; es un silencio practicado.

El verdadero silencio surge de la comprensión: «¿Por qué no estoy en silencio? ¿Por qué sigo creando en mí tantas ten­siones? ¿Por qué sigo enredándome en modelos miserables? ¿Por qué sostengo mi infierno?» Uno empieza a comprender el «porqué» del infierno de uno, y con esa comprensión, lentamente, sin ninguna práctica de tu parte, empiezas a abandonar esas actitudes que crean el sufrimiento. No es que las abandones; simplemente empiezan a desaparecer.

Cuando surge la comprensión, las cosas empiezan a cambiar a tu alrededor. Amarás, pero no serás posesivo. No es el amor el que causa el problema. Si les preguntas a los llamados santos, te dirán que es el amor el que causa los problemas. Esta es una afirmación absolutamente falsa. Se basa en una profunda incomprensión de la vida y el amor humanos. No es el amor el que crea el sufrimiento; el amor es una de las mayores bendiciones, puro gozo. Es la posesividad la que crea el sufrimiento. Posees a tu amada, a tu amado, a tus niños y sufres. Y cuando vives afligido esa gente religiosa te espera a la vuelta de la esquina. Saltan sobre ti. Te dicen, «Ya te lo dijimos. Nunca ames, pues de lo contrario te meterás en dificultades. Abandona todas las situaciones que impliquen amor; huye del mundo». Y desde luego, esto posee un atractivo, porque tú ya estás viendo que te está sucediendo. ¡Ahora es tu propia experiencia la que confirma que ellos están en lo cierto! y aun así se equivocan, pero no es tu experiencia. Nunca has analizado lo que te ha sucedido, nunca has observado que no es el amor el que te ha engañado y llevado al sufrimiento; es la posesividad. Abandona la posesividad, no el amor.

Si abandonas el amor, desde luego que desaparecerá el sufrimiento, porque abandonando al amor estarás abandonan­do también la posesividad; será abandonada automáticamente. El sufrimiento desaparecerá, pero nunca serás feliz. Ve y observa a tus santos. Son una prueba de lo que te estoy diciendo. Nunca son felices.

No son infelices, eso es cierto, pero tampoco son felices. ¿Qué ocurre pues? Si la felicidad no surge cuando se abandona la infelicidad, entonces es que se ha cometido algún error. Si no, sería algo natural. Dices, «He encendido la luz y la oscuridad aún persiste». O bien te estás engañando a ti mismo o estás soñando, alucinando respecto a la luz. Si no, no es posible. ¿La luz está brillando y la oscuridad persiste? No, la oscuridad es la certeza, la confirmación de que la luz no ha aparecido.

Cuando se abandona la infelicidad, de repente surge la felicidad. ¿Qué es la felicidad? La ausencia de infelicidad es felicidad. ¿Qué es la salud? La ausencia de enfermedad es la salud. Si no eres infeliz, ¿cómo podrás ser feliz? ¿Cómo vas a evitar entonces ser feliz cuando no eres infeliz? Es imposible. No está en la naturaleza de las cosas, está en contra de la aritmética de la vida.

Cuando una persona no es infeliz, repentinamente todos sus recursos están vivos, en su ser surge una danza, en su ser brota alegría. Una risa estalla. El explosiona. Se convierte en un hasida, en un sufí. Se convierte en una personificación del éxtasis divino. Al verle, ves a Dios, un destello, un rayo de luz. Al visitarle estarás visitando un templo, mi lugar sagrado, un tirta. Solamente con estar en su presencia te sentirás inundado por una nueva luz, un nuevo ser; una nueva ola surgirá a tu alrededor y podrás subirte en esa ola y alcanzar la otra orilla.

Siempre que realmente se abandona la infelicidad, queda la felicidad; no puede ocurrir otra cosa. Uno simplemente está feliz, sin razón alguna, sin motivo.

Pero tus santos no son felices, tus santos están tristes, tus santos no viven, tus santos están muertos. ¿Qué ha sucedido?

¿Qué calamidad es ésa? ¿Qué maldición es ésa? Un paso mal dado. Pensaron que el amor debía ser abandonado y que enton­ces desaparecería el sufrimiento. Abandonaron el amor, pero el amor no era el origen del sufrimiento; el sufrimiento existía debido a la posesividad.

¡Abandona la posesividad! Convierte la energía implícita en la posesividad en energía de amor. Pero esto no puede hacerse forzando; se requiere una clara visión; claridad.

Por eso lo primero que me gustaría decirte es: la espiri­tualidad no es la práctica de ninguna virtud; la espiritualidad es la obtención de una nueva visión. La virtud sigue a esta visión, llega por sí misma. Es un subproducto natural. Cuando empiezas a ver, las cosas empiezan a cambiar.

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