sábado, 15 de enero de 2022

LA MEDITACIÓN EN LA VIDA

  

Dice un antiguo proverbio:

«Siembra un pensamiento y cosecharás un acto. Siembra un acto y cosecharás un hábito. Siembra un hábito y cosecharás un carácter. Siembra un carácter y cosecharás un destino

Yo, en cambio, te digo: no siembres nada y cosecharás meditación y amor.

En eso consiste la meditación: en no sembrar nada. Y la consecuencia natural de esto es el amor. Si al final del viaje de la meditación no ha florecido el amor, quiere decir que el viaje ha sido en vano. Algo ha fallado en alguna parte. Iniciaste el camino, pero nunca llegaste.

El amor es la prueba. En el camino de la meditación, el amor es la prueba. Son dos caras de una moneda, dos aspectos de la misma energía. Si existe una, tiene que existir también la otra. Si una no existe, la otra tampoco.

La meditación no es concentración. Un hombre de concentración puede que no alcance el amor; de hecho, no lo alcanzará. Un hombre de concentración se puede convertir en violento, porque la concentración es un entrenamiento para estar tenso, la concentración es un entrenamiento para estrechar la mente. Es un acto de violencia extrema hacia tu conciencia. Si eres violento con tu conciencia; no puedes ser no-violento con otros.

Permite que ésta sea una regla importante en tu vida; una de las más importantes: así como eres contigo mismo, serás con los demás. Si te amas a ti mismo, amas a los demás. Si las relaciones contigo mismo fluyen, fluirán también las relaciones con los demás. Si tu interior es árido, también serás árido de cara al exterior. Lo profundo tiende a convertirse en lo externo; lo profundo se manifiesta a mismo en lo externo.

La concentración no es meditación; la concentración es el método de la ciencia: es una metodología científica. El científico necesita la profunda disciplina de la concentración, pero no se espera de él que sea compasivo. No hace falta. De hecho, el científico se vuelve cada vez más violento con la naturaleza; todo el progreso científico está basado en la violencia hacia la naturaleza. Es destructivo porque, en primer lugar, el científico es destructivo hacia su propia conciencia expansiva. En lugar de expandir su conciencia, la estrecha, la hace exclusiva, la enfoca hacia una cosa. Es una coerción, una violencia.

Así que recuerda esto: la meditación no es concentración, pero tampoco es contemplación.

No consiste en pensar. puedes estar pensando en Dios; aun así, no será más que pensamiento. Si existe un «en», es pensamiento. Puedes pensar en dinero, puedes pensar en Dios; no hay mucha diferencia. El pensamiento continúa; cambia el objeto. De modo que si piensas en el mundo, en el sexo, nadie lo denomina contemplación. Si piensas en Dios, en la virtud, si piensas en Jesús, Knishna, Buda, entonces la gente lo denomina contemplación.

En cambio, el zen es muy estricto con esto: no es meditación; sigue siendo pensamiento. Sigues interesado en el otro.

En la contemplación el otro está presente, aunque, por supuesto, no de una manera tan exclusiva como lo está en la concentración. La contemplación tiene más fluidez que la concentración. En la concentración la mente está dirigida hacia un punto; en la contemplación la mente está dirigida hacia un sujeto, no hacia un punto. Puedes seguir pensando en él, puedes seguir cambiando y fluyendo en el sujeto, pero aun así, en general, el sujeto sigue siendo el mismo.

Entonces, ¿qué es la meditación? La meditación consiste simplemente en disfrutar de tu propia presencia; la meditación es el disfrute de tu propio ser. Es muy sencillo: es un estado totalmente relajado de conciencia en el que no haces nada. En el momento en que entra en acción el hacer, te pones tenso; surge inmediatamente la ansiedad. ¿Qué hacer? ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo tener éxito? ¿Cómo no fallar? Has pasado ya al futuro.

Si estás contemplando, ¿qué puedes contemplar? ¿Cómo puedes contemplar lo desconocido? ¿Cómo puedes contemplar lo que no se puede conocer? Sólo puedes contemplar lo conocido. Puedes masticarlo una y otra vez, pero es lo conocido. Si sabes algo sobre Jesús, puedes pensar en ello una y otra vez; si sabes algo sobre Knishna, puedes pensar en ello una y otra vez. Puedes seguir modificándolo, cambiándolo, decorándolo, pero no te va a conducir hacia lo desconocido. Y Dios es lo desconocido.

La meditación consiste sólo en estar, sin hacer nada; ninguna acción, ningún pensamiento, ninguna emoción. Simplemente estás, y es un puro disfrute. ¿De dónde surge esa dicha si no estás haciendo nada? No surge de ninguna parte; o surge de todas partes. No es causada, porque la existencia está compuesta de una materia llamada alegría. No necesita ninguna causa, ninguna razón. Si eres infeliz, tienes una razón para ser infeliz; si eres feliz, simplemente eres feliz, sin ninguna razón. Tu mente trata de encontrar alguna razón, porque no puede creer en lo no-causado, porque no puede controlar lo no-causado; ante lo no-causado la mente se siente impotente. Así que la mente continúa buscando cualquier razón. Sin embargo, me gustaría decirte que cuando eres feliz, lo eres sin ninguna razón en particular; cuando eres infeliz, tienes alguna razón para serlo; porque la felicidad es sencillamente la materia de la que estás hecho. Es tu propio ser, es tu más profunda esencia. La alegría es tu más profunda esencia.

Contempla los árboles, contempla los pájaros, contempla las nubes, contempla las estrellas..., y si tienes ojos serás capaz de ver que toda la existencia está alegre. Todo es sencillamente feliz. Los árboles son felices sin ninguna razón particular; no van a convertirse en primeros ministros ni presidentes, ni tampoco van a ser ricos, ni nunca tendrán una cuenta en el banco. Contempla las flores sin ninguna razón. Es increíble lo felices que son las flores. Toda la existencia está compuesta por una materia llamada alegría. Ésta es la razón por la que no hace falta ninguna razón, ninguna causa. Si puedes estar simplemente contigo mismo, sin hacer nada, simplemente disfrutando de ti mismo, simplemente siendo feliz de que existes, simplemente siendo feliz del simple hecho de respirar, simplemente siendo feliz del hecho de poder escuchar a los pájaros —sin ninguna razón en particular— entonces estás en meditación. La meditación consiste en estar aquí y ahora. Cuando uno está feliz sin ninguna razón, no puede guardar esa felicidad para solo. Se va derramando en los demás; se convierte en un compartir. No la puedes contener; es demasiada, es infinita. No la puedes retener en tus manos; tienes que dejar que se difunda.

En eso consiste la compasión. La meditación consiste en estar contigo mismo, y la compasión, en el rebosar de ese estar. La misma energía que se dirigía hacia la pasión es la que se convierte en compasión. Es la misma energía que antes se enfocaba hacia el cuerpo o hacia la mente. Es la misma energía que goteaba de los pequeños orificios.

Esto no quiere decir que tengas que ser compasivo, no. En estado de meditación eres compasión. La compasión es tan cálida como la pasión; de ahí la palabra compasión. Es muy apasionada, pero esta pasión no está dirigida a nadie ni busca gratificación alguna. Todo el proceso se ha invertido. Al principio buscabas un poco de felicidad en algún lado; ahora la has encontrado y la expresas. La pasión es una búsqueda de felicidad; la compasión es una expresión de la felicidad. Pero es apasionada, es cálida, y tienes que entenderlo porque conlleva una paradoja.

Cuanto mejor es una cosa, más paradójica es, y la meditación y la compasión son una de las cumbres más altas, la cumbre más alta. Así que está destinada a ser paradójica.

La paradoja es que un meditador es alguien muy fresco, no frío; fresco pero cálido, no caliente. La pasión es caliente, casi febril. Tiene una alta temperatura. La compasión es fresca, pero a la vez cálida, acogedora, receptiva, dichosa de compartir, dispuesta a compartir, esperando compartir. Si un meditador se vuelve frío, quiere decir que se ha extraviado. Entonces es sólo un hombre reprimido. Si reprimes tu pasión, te volverás frío. Así es como toda la humanidad se ha vuelto fría; la pasión ha sido reprimida en cada uno de ellos.

Desde tu niñez tu pasión ha sido mutilada, reprimida. Cada vez que empezabas a apasionarte, había alguien —tu madre, tu padre, tu profesor; la policía— que inmediatamente sospechaba de ti. Refrenaban, reprimían tu pasión: «¡No lo hagas!». Inmediatamente te replegabas hacia ti mismo. Y poco a poco aprendiste que para sobrevivir es mejor escuchar a la gente que te rodea. Es más seguro.

De modo que, ¿qué hacer? ¿Qué se supone que tiene que hacer un niño cuando se apasiona, cuando se siente lleno de energía y quiere saltar, correr y bailar mientras su padre está leyendo el periódico? Da igual que sea una porquería; él está leyendo el periódico, y además es una persona muy importante, es el jefe de la casa. ¿Qué hacer? El niño está haciendo algo realmente maravilloso —dentro de él es Dios quien está dispuesto a bailar—, pero el padre está leyendo el periódico, así que tiene que haber silencio. No puede bailar, no puede correr, no puede gritar.

Reprimirá su energía; intentará ser frío, recogido, controlado. El control se ha convertido en un valor supremo, pero no es un valor en absoluto.

Una persona controlada es una persona muerta. Una persona controlada no es necesariamente una persona disciplinada; la disciplina es algo totalmente diferente. La disciplina surge de la conciencia; el control surge del miedo. La gente que te rodea es más poderosa que tú: te pueden castigar, te pueden destruir. Tienen todo el poder de controlar, de corromper, de reprimir. El niño tiene que ser diplomático. Cuando aparece la energía sexual, el niño tieneproblemas. Tiene a la sociedad en contra; la sociedad dice que esta energía tiene que ser canalizada —y fluye por todo el niño—, tiene que ser cortada.

¿Qué es lo que estamos haciendo en las escuelas? De hecho, las escuelas no son tanto medios para impartir conocimiento como medios para controlar. Durante seis o siete horas el niño está allí sentado. Esto supone coartar su danza, coartar sus ganas de cantar, coartar su alegría; esto supone controlarlo. Sentado seis o siete horas al día en una atmósfera casi como de prisión, poco a poco la energía se va apagando. El niño queda reprimido, congelado. Ya no hay un fluir, no llega la energía, vive bajo mínimos; eso es lo que llaman control. Nunca llega al máximo.

Los psicólogos han investigado sobre esto y han llegado a descubrir un factor importante en la infelicidad humana: que la gente normal sólo vive al diez por ciento. Sólo viven el diez por ciento, respiran el diez por ciento, aman el diez por ciento, disfrutan el diez por ciento; el noventa por ciento de su vida no les es permitido. ¡Es un desperdicio total! Uno debería vivir al cien por cien de su capacidad; sólo entonces es posible el florecimiento.

Así que la meditación no es control, no es represión. Si en cierto modo te has confundido y te estás reprimiendo a ti mismo, te volverás muy controlado, pero serás frío. Entonces te volverás cada vez más indiferente, no desapegado. Indiferente, descuidado, sin amor, estarás al borde del suicidio. Estarás viviendo al mínimo. Se puede decir que estarás más o menos vivo. No estarás completamente inflamado, tu llama será muy pequeña. Habrá mucho humo, pero no habrá casi luz.

No hay comentarios:

Buscar este blog