sábado, 25 de febrero de 2017

VIVIR PLENAMENTE

El arte de vivir plena, total e intensamente no es algo arduo o difícil pero lo han hecho casi imposible. Es tan simple y tan obvio que no hay necesidad de aprenderlo.

Se nace con un sentido intuitivo, intrínseco a la vida misma. Los árboles lo conocen, los pájaros lo conocen, los animales lo conocen. Sólo el hombre es desafortunado. El hombre es la cima más elevada de la vida, y quiere conocer el arte de vivir. Ha habido un continuo condicionamiento contra la vida. Ese es el motivo principal por el que se necesita este arte.

Todas las religiones del mundo que han dominado a la humanidad durante siglos son antivida. Su fundamento básico es que la vida es un castigo. De acuerdo al cristianismo, has nacido en pecado porque Adán y Eva desobedecieron a Dios. Es increíble hasta dónde puede llegar la ficción. Aún si Adán y Eva desobedecieron a Dios, no veo qué relación tiene contigo o conmigo. Y además, la desobediencia no es necesariamente un pecado. Algunas veces es lo más virtuoso que se puede hacer.

Pero todas las culturas, todas las sociedades quieren obediencia, que es otra forma de llamar a la esclavitud, al encarcelamiento espiritual. ¿Qué mal hicieron Adán y Eva al comer de la fruta del conocimiento? ¿Es acaso la sabiduría un pecado? ¿Es acaso la ignorancia una virtud? Dios les prohibió comer de esos dos árboles; uno era el de la sabiduría y el otro, el de la vida eterna. ¿Quién está cometiendo el pecado, Adán y Eva o Dios? Ni la sabiduría es mala, ni el anhelo por la vida eterna es malo: son absolutamente naturales. La prohibición es errónea y su desobediencia es absolutamente correcta. Ellos fueron los primeros revolucionarios del mundo, los primeros seres humanos con algo de dignidad.

Debido a su desobediencia, toda civilización, ciencia, arte y todo lo demás, ha sido posible. Si no hubieran desobedecido, todavía estaríamos masticando hierba desnudos en el Jardín del Edén; ni masticar chicle sería posible.

No sólo el cristianismo, también otras religiones encuentran razones para condenar la vida. El hinduismo, el jainismo, el budismo, todos dicen que sufres, que eres desgraciado, y que no puedes dejar de serlo porque es un castigo por las malas acciones de vidas pasadas. Ahora bien, lo que se haya hecho en vidas pasadas no puede deshacerse; tienes que padecerlo. Tú mismo has creado esta miseria, este sufrimiento, esta angustia, y lo único que puedes hacer es sufrir pacientemente para que en el futuro la vida te recompense. ¡Extraño argumento!

Si haces algo malo en esta vida, deberías ser castigado en esta misma vida. De hecho, la causa y el efecto van siempre unidos. Simplemente pon tu mano en el fuego: ¿crees que te quemarás en tu próxima vida? Te quemarás aquí y ahora. Cada acto tiene su propia recompensa o su propio castigo. Esta distancia entre vidas es una idea muy astuta para hacer que aceptes vivir la vida al mínimo, todas esas religiones te enseñan a renunciar a ella. Los que renuncian a ella se convierten en santos; son venerados. A los que viven plena, totalmente, nadie los venera; ni siquiera se les aprecia. Por el contrario, son condenados.

Toda nuestra educación es tal que va en contra del placer, en contra de gozo, en contra del sentido del humor, en contra de disfrutar de las cosas pequeñas de la vida: cantar una canción o tocar la flauta. Nadie te va a llamar santo por tocar la flauta bellamente; excepto yo.

Te llamaré santo si bailas tan totalmente que desaparezcas en el baile y sólo quede la danza; entonces el que baila se funde completamente, se disuelve y se convierte en la danza. Si tocas la flauta tan totalmente que te olvides de ti mismo, que sólo quede la música y ya no seas el flautista sino sólo un oyente, entonces la flauta estará en los labios de Dios.

Si amas, eres condenado.

Hablar acerca del amor como algo animal es un gran disparate. Los animales no saben lo que es el amor. Ni siquiera millones de seres humanos de saben. El amor necesita, como base, estar algo centrado en tu propio ser, y de algún modo, cerca de él, porque a no ser que estés centrado en tu ser no conocerás todos los tesoros que llevas dentro de ti mismo; el amor es uno de esos tesoros. Hay cosas aún más elevadas: la verdad, el éxtasis y la experiencia de lo divino. A no ser que esté en profunda meditación, no se puede amar y no se puede vivir.

Acerca del arte de vivir plenamente. Empieza con la meditación para que puedas conocer la fuente de tu vida y volver a su origen; es una experiencia sorprendente. De repente te das cuenta de que tienes tantísimo, tal abundancia, que si quieres puedes amar al mundo entero. Puedes llenar el mundo entero con tu amor.

En tu pequeño cuerpo está la semilla que puede crear millones de flores, que contienen toda la fragancia del mundo.

El arte de la vida comienza con la meditación. Y por meditación quiero decir silencio de la mente, silencio del corazón, alcanzar el mismo centro de tu ser y encontrar el tesoro que es tu realidad. Una vez que lo conoces, puedes irradiar amor, vida, creatividad. Tus palabras se volverán poéticas, tus gestos tendrán gracia; hasta en tu silencio habrá una canción. Aunque estés sentado inmóvil, estarás danzando. Cada inspiración, cada espiración, será un gozo; cada latido del corazón será precioso porque es el latido del corazón del mismo Universo: tú eres parte de él.

Si reconoces que tú mismo eres parte de la existencia… empezarás a vivir plenamente, sin miedo a las religiones ni a los sacerdotes ni a todas esas enseñanzas antivida que quieren que, en vez de gozar, renuncies a la vida, escapes de ella. Una vez que eres libre de tus condicionamientos (y la meditación es casi como el fuego que quema toda la basura que el pasado te ha dejado en herencia) naces de nuevo. Entonces no necesitarás aprender ningún arte. Surgirá espontáneamente dentro de tu ser.

Por el momento hay demasiados obstáculos, demasiadas barreras. Has sido envenenado durante tanto tiempo, y te han enseñado tantas cosas equivocadas, que casi vas arrastrándote. En vez de ser una danza, la vida se ha convertido en un acto de arrastrarse desde la cuna a la tumba.

La gente sigue viviendo, ¿qué otra cosa puede hacer? No se suicidan porque, si la vida es tan miserable, ¿cómo pueden esperar que la muerte vaya a ser algo mejor? Así que en vez de poner tu atención en el arte de vivir ponla en el lugar desde donde mana tu vida, en las mismísimas raíces de las que saca su jugo. Profundiza en ti buscando las raíces de tu vida y te encontrarás con lo que los místicos han llamado iluminación, despertar, o la experiencia de lo divino. Después de esa experiencia eres una persona totalmente diferente.

Entonces tu totalidad estará detrás de cada uno de tus actos.

Entonces no estarás esquizofrénico.

Entonces no reprimirás nada.

Si bailas, eres la danza. Si cantas, eres la canción. Si amas, eres el amor. Si escuchas, eres sólo oídos y todo lo demás desaparece. Entonces cada momento adquiere plenitud, y esta plenitud continúa expandiéndose.

De no ser así, la gente se conforma con el mínimo, consolándose con el “Benditos sean los pobre, benditos los mansos”. No es necesario ser pobre ni es necesario ser manso.

La vida te da tanto que podrías ser un emperador. Para serlo no necesitas un imperio; ser emperador es sólo una forma de vivir auténtica y plenamente. De no ser así también vuestros emperadores son mendigos. No están vivos, están en el mismo bote que tú; por dentro están tan vacíos como tú. Tú pides más y ellos piden más.

Al pedir más pierdes lo que tienes.

Un meditador ni se preocupa por el pasado que ya se ha ido, ni por el futuro que no ha llegado todavía. Está centrado en el presente, y lo que tiene lo disfruta en su plenitud. Naturalmente, su vida no es la vida de un mendigo. Nunca pide más, no obstante está viviendo al máximo con totalidad e intensidad. De no ser así, tendrás que conformarte. Eso es lo que vuestras religiones os enseñan: a conformaros con poco.

Al hecho de conformarse se le ha dado un gran valor. Para que por lo menos puedas aguantar el sufrimiento que te rodea y la miseria en la que te ahogas continuamente.

Vive de acuerdo a tu propia luz. Encuentra tu propia luz interior y vive de acuerdo a ella, sin ningún miedo. Es nuestra existencia, somos parte de ella, y nos ha dado el potencial para ser cualquier cosa que quiera que seamos. ¡Utilízalo! ¡Actualízalo! Nunca reprimas, y no seas tacaño viviendo, amando, compartiendo, cantando, danzando, en todo lo que hagas o dejes de hacer.

sábado, 18 de febrero de 2017

SER ESPONTANEO U OBSERVADOR

Es cierto que Buda dice: “¡No hagas nada; quédate quieto!”. Pero eso es sólo el principio del peregrinaje, no el final. Cuando has aprendido a quedarte quieto; cuando has aprendido a estar completamente en silencio, inmóvil, impertérrito; cuando sabes simplemente cómo sentarte, sentarte en silencio, sin hacer nada, la primavera llega y la hierba crece por sí sola. ¡Pero la hierba crece, recuerda!

La acción no desaparece, la hierba crece por sí sola. El Buda no se vuelve inactivo; a través de él sucede una gran acción, sin embargo ya no hay hacedor. El hacedor desaparece, el hacer continúa. Y cuando no hay hacedor, el hacer es espontáneo; no puede ser de otra forma. Es el hacedor quien no permite la espontaneidad.

El hacedor es el ego, el ego es el pasado. Cuando actúas, lo haces siempre desde el pasado, desde las experiencias que has acumulado, desde las conclusiones a las que has llegado en el pasado. ¿Cómo puedes ser espontáneo? El pasado domina, y por su causa no puedes ver el presente. Es tanto el humo del pasado y tus ojos están tan llenos de él, que ver se hace imposible. ¡No puedes ver! Estás casi completamente ciego; ciego por el humo, ciego por las conclusiones del pasado, ciego por el conocimiento.

El hombre de conocimiento es el más ciego del mundo. No ve lo que ocurre porque funciona desde su conocimiento: simplemente sigue funcionando mecánicamente. Lo que ha aprendido se ha convertido en un mecanismo automático en él, desde el cual funciona.

Hay una famosa historia:

Había dos templos en Japón, enemigos entre ellos, como siempre ha ocurrido a través de los tiempos. Los monjes de ambos templos eran tan antagonistas que hasta habían dejado de mirarse. Si se encontraban en el camino, dejaban de hablar; durante siglos esos dos templos y sus monjes no se habían hablado.

Pero entre los monjes de ambos había muchachos jóvenes; para servirles, para hacer los recados. Los monjes de ambos templos tenían miedo de que los muchachos, después de todo, siendo jóvenes, pudieran acabar haciéndose amigos.

Uno de los monjes le dijo a su chico: “Recuerda, el otro templo es enemigo nuestro. ¡Nunca hables con el chico del otro templo! Son gente peligrosa; evítalos como si fueran una enfermedad. Como si fueran una plaga. Evítalos”. El muchacho siempre se sentía atraído, porque estaba cansado de escuchar grandes sermones que no podía entender. Se leían extrañas escrituras cuyo lenguaje no entendía. Se discutían grandes problemas. No había nadie con quien jugar, ni siquiera alguien con quien hablar. Y cuando se le dijo: “No hables con el chico del otro templo”, surgió en él una gran tentación. Así es como surgen las tentaciones.

Ese día no pudo evitar hablar con el otro chico. Cuando le vio en el camino le preguntó: “¿Dónde vas?”.

El otro muchacho era un poco filosófico; habiendo escuchado gran filosofía se había vuelto filósofo. Dijo: “¿Ir? ¡No hay nadie que vaya o venga! Ocurre: voy donde el viento me lleva”. Había oído decir al maestro tantas veces que así es como vive un Buda, como una hoja muerta que va donde el viento la lleva. Así que el chico dijo: “¡Yo no voy! No hay hacedor. Así que, ¿cómo puedo ir? ¿Qué insensatez estás diciendo? Soy una hoja muerta. Voy donde me lleva el viento…”.

El otro chico se quedó estupefacto. No pudo ni contestar; no encontraba nada que decir. Estaba perplejo, avergonzado. Pensó: “Mi maestro tenía razón al decir que no hablara con esta gente; ¡esa gente es peligrosa! ¿Qué clase de conversación es esta? Yo le he hecho una pregunta simple: “¿Dónde vas?”. De hecho yo ya sabía dónde iba, porque ambos vamos a comprar verduras al mercado. Una respuesta simple hubiera sido suficiente.

Regresó y le dijo a su maestro: “Lo siento, perdón. Me lo prohibió, pero no le escuché. De hecho, lo que me tentó fue su prohibición. Esta es la primera vez que he hablado con esa gente tan peligrosa. Era tan sólo una pregunta simple: “¿Dónde vas?”, y ha empezado a decir cosas extrañas: “No hay ir y venir. ¿Quién va? ¿Quién viene? Soy vacío absoluto”, y “Sólo soy una hoja muerta al viento. Y voy donde el viento me lleva…”.

El maestro le dijo: “Ya te lo había dicho. Pues bien, mañana espérate en el mismo lugar y cuando venga le preguntas otra ves, “¿Dónde vas”?, y cuando diga esas cosas, simplemente le dices: “Es verdad, sí, eres una hoja muerta, también yo. Pero cuando no hay viento, ¿dónde vas? ¿Dónde puedes ir?”. Di sólo eso, se sentirá desconcertado; tiene que ser una situación embarazosa para él, tenemos que vencerle. Hemos estado discutiendo continuamente, y nunca han sido capaces de vencernos en ningún debate. Así que mañana tienes que enfrentarte a él”.

El chico se levantó temprano, preparó su respuesta, la repitió muchas veces antes de salir. Entonces, esperó en el sitio donde solían cruzarse, la repetía una y otra vez, estaba preparado; entonces vio al otro chico venir y dijo: “Muy bien, ahora”.

Cuando llegó le preguntó: “¿Dónde vas?”. Esperaba que ahora llegara su oportunidad.

Pero le contestó: “Donde me lleven las piernas…”. ¡Sin mencionar el viento! ¡Sin hablar de la nada! ¡Sin preguntas acerca de la no-acción! ¿Qué podía hacer ahora? La respuesta que tenía preparada parecía completamente absurdaHablar ahora sobre el viento no tendría sentido.

Otra ves cabizbajo, realmente avergonzado por haber sido tan estúpido pensó: “Qué cosas más raras sabe este chico; ahora dice, “Donde las piernas me lleven…”.

Cuando regresó, el maestro le dijo: “Te advertí que no hablaras con esa gente; ¡son peligrosos! Es nuestra experiencia de siglos. Pero ahora tenemos que hacer algo. Así que mañana le preguntas otra vez: “¿Dónde vas?”, y cuando te diga: “Donde mis piernas me lleven”, dile: “¿Y si no tuvieras piernas, que…?”. ¡Hay que acallarle de una forma u otra!”.

Así que al día siguiente le preguntó otra vez: “¿Dónde vas?”, y esperó.

Y el otro le dijo: “Voy al mercado por verduras”.

La vida no tiene obligación de encajar con tus conclusiones. Es por eso que la vida es muy confusa: confusa para los que creen que saben, los que tienen respuestas preparadas. El Bhagavad Gita, el santo Corán, la Biblia, los Vedas, se han empollado todo, conocen todas las respuestas. Pero la vida nunca plantea la misma cuestión dos veces; por eso el erudito nunca da la talla.

Es cierto que Buda dice: “Aprende a sentarte en silencio”. Eso no significa que diga: “Sigue sentado en silencio para siempre”. No dice que tangas que volverte inactivo; por el contrario, la acción sólo puede surgir del silencio. Si no estás en silencio, si no sabes cómo quedarte en silencio, en profunda meditación, lo que sea que hagas será reacción, no acción. Reaccionarás.

Alguien te insulta, aprieta un botón, y tú reaccionarás. Te pones furioso, saltas sobre él; ¿y a eso lo llamas acción? No lo es aunque lo creas, es una reacción. Él es el manipulador y tú el manipulado. Él ha apretado un botón y tú has funcionado como una máquina. Igual que cuando aprietas un interruptor y se enciende la luz, y aprietas otra vez y se apaga; eso es lo que la gente hace contigo: te encienden y te apagan.

Viene alguien que te halaga, y tu ego se infla, y te sientes estupendamente; luego viene otro y te pincha, y simplemente te deja por los suelos. Tú eres tu propio maestro: cualquiera puede insultarte y ponerte triste, irritado, fastidiado, violento, fuera de ti. Y cualquiera puede alabarte y ponerte por las nubes, puede hacer que sientas que eres el más grande; que ni Alejandro Magno era nada comparado contigo… Y actúas de acuerdo a las manipulaciones de los demás. Esto no es verdadera acción.

Buda estaba cruzando un pueblo, la gente vino y le insultó. Y usaron toda clase de insultos, todas las palabras sucias que conocían. Buda se quedó ahí, escuchando silenciosamente, muy atentamente, y luego dijo: “Gracias por venir a mí, pero tengo prisa. Tengo que llegar al próximo pueblo, la gente me está esperando allí. Hoy no puedo quedarme más, pero mañana al regresar tendré más tiempo. Podéis reuniros otra vez, y si queda algo que hubierais querido decirme y no hayáis podido, podréis decírmelo, pero hoy, perdonadme”.

Esa gente no daba crédito a lo que estaba escuchando: este hombre había permanecido sin inmutarse, sin distraerse en absoluto. Uno de ellos le preguntó: “¿No nos has oído? Te hemos estado insultando, y tú ni siquiera has contestado”.

Buda dijo: Deberías haber venido hace diez años, entonces os hubiera contestado. Hace diez años que he dejado de ser manipulado por los demás. Ya no soy un esclavo, soy mi propio maestro. Actúo de acuerdo a mí mismo, no de acuerdo a nadie más. Actúo de acuerdo a mi necesidad interna. No me podéis forzar a hacer nada. Querías insultarme y me habéis insultado; sentíos satisfechos, habéis hacho vuestro trabajo perfectamente bien. Pero yo no recibo vuestros insultos, y a no ser que yo los reciba, no significan nada”.

Cuando alguien te insulta, tienes que recibirlo, tienes que aceptar lo que te dice; sólo entonces puedes reaccionar. Pero si no lo aceptas, si simplemente permaneces alejado, si mantienes la distancia, si permaneces tranquilo, ¿qué te puede hacer?

Buda dijo: “Si alguien tira una antorcha encendida al río, permanecerá encendida hasta que llegue al agua. En el momento que cae al río, el fuego se apaga; el agua lo enfría. Yo me he convertido en un río. Me lanzas insultos, y son fuego cuando los tiras, pero en el momento que me alcanzan, en mi frialdad, pierden su fuego; ya no duelen. Tú tiras espinas; al caer en el silencio se vuelven flores. Yo actúo desde mi propia naturaleza intrínseca”.

Esto es espontaneidad. El hombre de consciencia y entendimiento, actúa. El hombre que es inconsciente, mecánico, como un robot reacciona.

Tú dices: “El hombre inconsciente reacciona mientras que el sabio observa”. No simplemente observa; observar es una gran parte de su ser. No actúa sin observar. Pero no malinterpretes al Buda. Los Budas siempre han sido malinterpretados. Todo este país ha entendido mal a Buda por eso se ha vuelto inactivo. Creyendo que todos los grandes maestros dice: “Siéntate en silencio”, este país se ha vuelto vago, perezoso; ha perdido energía, vitalidad, vida. Se ha vuelto soso, sin inteligencia. Porque la inteligencia se agudiza sólo cuando actúas.

Y Cuando actúas momento a momento desde tu consciencia y tu observación, surge una gran inteligencia. Empiezas a brillar, te vuelves luminoso. Pero esto ocurre a través de dos cosas: observar, y la acción a partir de ese observar. Si observar se convierte en inactividad, te estás suicidando. Observar debería conducirte hacia la acción, una nueva clase de acción; le da una nueva cualidad a la acción.

Observa. Estate totalmente tranquilo y en silencio. Ve cuál es la situación y desde ese ver, responde. El hombre de consciencia no reacciona, responde, es responsable; literalmente capaz de responder. Su acción nace de su consciencia, no de tu manipulación; esa es la diferencia. Por eso, no surge la cuestión de la incompatibilidad entre la observación y la espontaneidad. La observación es el principio de la espontaneidad; la responsabilidad es la culminación de la observación.

El verdadero hombre de entendimiento actúa; actúa tremendamente, actúa totalmente, pero actúa en el momento, desde su consciencia: es como un espejo. El hombre ordinario, el hombre inconsciente, no es como un espejo, es como una placa fotográfica. ¿Cuál es la diferencia entre un espejo y una placa fotográfica? Una placa fotográfica una vez expuesta, se vuelve inútil. Recibe la impresión, queda impresa; lleva la imagen. Pero recuerda, la imagen no es real; la realidad continúa creciendo. Puedes ir al jardín y tomar una foto del rosal. Mañana, en la foto estará igual, también pasado mañana estará igual. Ve otra vez y mira el rosal: ya no es igual. Las rosas se han caído, o nuevas rosas han brotado. Mil y una cosas han ocurrido.

Se cuenta esta historia:

Una mujer hermosa se acercó a Picasso y le dijo: “Precisamente ayer he visto su autorretrato en casa de un amigo. Era tan bello, me influenció tanto que quede hipnotizada, abrace el cuadro y lo besé”.

“¿En serio? ¿Y qué hizo el cuadro? ¿Le devolvió el beso?” –respondió Picasso.

“¿Estás loco? ¿Cómo me lo va a devolver?” –respondió la mujer.

“Entonces no era yo” –contestó Picasso.

Un cuadro es una cosa muerta. La cámara, la placa fotográfica, sólo capta un fenómeno estático y la vida nunca es estática, va cambiando. Tu mente funciona como una cámara, va coleccionando imágenes; es un álbum. Y luego, desde esas imágenes, reaccionas. Por eso no eres fiel a la vida, porque hagas lo que hagas te equivocarás; y repito, hagas lo que hagas te equivocarás. Nunca será lo correcto.

Una mujer estaba mostrando el álbum familiar a su hijo, y llegaron a la foto de un hombre muy guapo: cabello largo, barba, muy joven, muy vivo.

“Mamá, ¿quién es ese hombre?” -preguntó el niño.

“¿No le reconoces? Es tu papá” –dijo la mujer.

“Si ese es mi papá, entonces ¿Quién es ese hombre calvo que vive con nosotros?” -dijo el niño que parecía perplejo.

Una foto es estática. Permanece como es, nunca cambia. La mente inconsciente funciona como una cámara, funciona como una placa fotográfica.

La mente observadora, la mente meditativa, funciona como un espejo. No atrapa la impresión; se queda completamente vacía, siempre vacía. Lo que se pone enfrente del espejo, se refleja. Si estás delante del espejo, re refleja. Si te vas, no podrás decir que el espejo traiciona. El espejo es simplemente un espejo. Cuando te has ido, no te refleja; ya no tiene obligación de reflejarte. Si se mira otro, reflejará a otro. Si no hay nadie, no reflejará nada. Es siempre fiel a la vida.

La placa fotográfica nunca es fiel a la vida. Aunque te hagan una foto ahora mismo, cuando el fotógrafo la haya sacado de la cámara, ¡ya no serás el mismo! Mucha agua habrá bajado por el Ganges. Has crecido, cambiado, te has hecho más viejo. Puede que sólo haya pasado un minuto, pero un minuto puede ser una cosa muy importante ¡puedes morir! Solo hace un minuto estabas vivo; un minuto después puedes estar muerto. La foto nunca morirá.

Pero en el espejo, si estás vivo, estás vivo; si estás muerto, estás muerto.

Buda dice: “Aprende a sentarte en silencio; conviértete en un espejo”. El silencio hace de tu consciencia un espejo, luego funcionas momento a momento. Refleja vida. No vas cargando un álbum sobre tu cabeza. Tus ojos son limpios e inocentes, tienes claridad, tienes visión, y nunca le eres infiel a la vida.

Esto es vivir auténticamente.

sábado, 11 de febrero de 2017

EL OBJETIVO DE LA VIDA

La vida no tiene otro objetivo que ella misma porque no es más que otro nombre para Dios mismo. Todas las demás cosas de este mundo pueden tener un objetivo, pueden ser un medio para un fin, pero por lo menos una cosa tienes que dejar como el fin de todas y el medio de ninguna.

Lo puedes llamar existencia.
Lo puedes llamar Dios.
Lo puedes llamar vida.

Son nombres diferentes para una sola realidad.

Dios es el nombre dado a la vida por los teólogos pero tiene un peligro en sí porque puede ser refutado; puede ser rebatido. Casi la mitad de la Tierra no cree en ningún Dios. No sólo los comunistas, los budistas, los jainistas y miles de librepensadores son ateos. El nombre “Dios” no es muy definible porque se lo ha dado el hombre y no hay evidencia, prueba o argumento sobre él. Se queda más o menos como una palabra vacía. Significa lo que quieras que signifique.

Pero para mí, tal como “Dios” es un extremo, “existencia” es otro, porque la palabra “existencia” no indica que pueda estar viva; puede estar muerta. No indica que sea consciente; puede no tener consciencia alguna.

Por eso, mi elección es “vida”. La vida contiene todo lo que se necesita; además, no necesita pruebas. Tú eres vida. Tú eres la prueba. Tú eres el argumento. No puedes negar la vida; por eso en toda la historia del hombre, no ha habido un simple pensador que haya negado la vida.

Millones han negado a Dios, ¿pero cómo puedes negar la vida? Late en tu corazón, está en tu aliento, se muestra en tus ojos. Se expresa en tu amor. Se celebra de mil y unas formas: en los árboles, en los pájaros, en las montañas, en los ríos.

La vida es el objetivo de todas las cosas. Por eso, la vida no puede tener otro objetivo que ella misma. En otras palabras: el objetivo de la vida es intrínseco. Dentro de ella misma están el crecimiento, la expansión, la celebración, la danza, el amor, el gozo; todos estos son aspectos de la vida.

Pero hasta ahora, ninguna religión ha aceptado la vida como el objetivo de nuestros esfuerzos, de todo nuestro afán. Por el contrario, las religiones han estado negando la vida y sosteniendo un hipotético Dios. Pero la vida es tan real que todas las religiones durante miles de años no han sido capaces de hacerle mella, a pesar de que todas ellas han sido antivida. Su Dios no era el mismísimo centro de la vida; a su Dios se le encontraba sólo renunciando a la vida. Ha sido una gran calamidad por la que ha pasado la humanidad: la misma idea de renunciar a la vida significa respetar a la muerte.

Todas vuestras religiones veneran la muerte. No es casualidad que sólo veneréis a los santos muertos. Cuando están vivos, los crucificáis. Cuando están vivos, los lapidáis a muerte. Cuando están vivos, los envenenáis y cuando están muertos, los veneráis; un cambio repentino. Vuestra actitud cambia totalmente.

Nadie ha profundizado en la psicología de este cambio. Merece la pena contemplarla: ¿por qué se venera a los santos muertos y se condena a los vivos? Porque los santos muertos cumplen todas las condiciones para ser religiosos: no se ríen, no gozan, no aman, no danzan, no tienen ninguna relación con la existencia. Realmente han renunciado a la vida en su totalidad: no respiran, su corazón ya no late. ¡Ahora son perfectamente religiosos!; no pueden pecar. Una cosa es segura: puedes depender de ellos, puedes fiarte de ellos.

Un santo en vida no es de fiar. Mañana puede cambiar de opinión. Hay santos que se han vuelto pecadores y pecadores que se han vuelto santos; así que hasta que no han muerto no se puede decir nada de ellos con absoluta seguridad. Esa es una de las razones básicas, en vuestros templos, iglesias, mezquitas, gurudwaras, sinagogas: ¿a quién veneráis? Y no veis la estupidez de todo esto, que lo vivo venera a lo muerto. El presente venera al pasado. A la vida se le obliga a venerar a la muerte. Es por esas religiones antivida que una y otra vez a través de los siglos surge esta pregunta: ¿cuál es el objetivo de la vida?

De acuerdo a vuestras religiones, el objetivo es renunciar a ella, destruirla, torturarte a ti mismo en nombre de algún mitológico e hipotético Dios.

Los animales no tienen religión alguna, excepto la vida. Excepto el hombre, toda la existencia confía en la vida; no hay otro Dios ni otro templo. No hay escrituras sagradas.

En resumen: la vida lo es todo en sí misma.

Es Dios, es el templo y es la sagrada escritura; y vivir la vida plenamente, con todo el corazón, es la única religión.

Yo os digo que no hay otro objetivo que vivir con tal totalidad que cada momento se convierta en una celebración. La misma idea de “objetivo” trae el futuro a la mente, cualquier objetivo, cualquier fin, cualquier meta, necesita el futuro: todas tus metas te privan de tu presente que es la única realidad que tienes; el futuro está sólo en tu imaginación, y el pasado es tan sólo las huellas que han quedado en la arena de tu memoria. Ni el pasado es ya real ni el futuro lo es todavía.

Este momento es la única realidad.

Y al vivir este momento sin ninguna inhibición, sin ninguna represión, sin codicia alguna por el futuro, sin ningún miedo (sin repetir el pasado una y otra vez, sino absolutamente fresco en cada momento, fresco y joven, sin que moleste la memoria, sin que la imaginación estorbe), adquiere tal pureza, tal inocencia, que sólo a esa inocencia yo le puedo llamar divinidad.

Para mí, Dios no es alguien que creó el mundo. Dios es alguien que tú creas cuando vives plenamente, intensamente; con todo tu corazón, sin reprimir nada. Cuando tu vida se vuelve simplemente un gozo momento a momento, una danza momento a momento, cuando tu vida no es otra cosa que un festival de luces, entonces, cada momento es precioso porque un vez que se va, se va para siempre…

En lo que a mí concierne, vive gozosamente, contento, satisfecho, compartiendo tu amor, tu silencio, tu paz; que tu vida se convierta en una danza tan bella que no sólo tú te sientas bendito sino que puedas bendecir al mundo entero: este es el único camino auténtico. La vida en sí misma es el criterio; todo lo demás no es esencial.

Y cada individuo es tan único que no se puede hacer una super-autopsia por la cual todo el mundo tenga que viajar para encontrar el objetivo de la vida. Por el contrario, todo el mundo tiene que encontrar su objetivo, sin seguir a la masa, sino siguiendo su propia voz interior, no en muchedumbre, sino siguiendo un estrecho sendero. El cual tampoco ha sido creado por nadie. Lo creas tú al caminar.

El mundo de la vida y la consciencia es casi como el firmamento; los pájaros vuelan pero no dejan ninguna huella. Cuando vives profunda, sincera y honestamente, no dejas ninguna huella, nadie tiene que seguirte. Cada uno tiene que seguir su serena, pequeña voz.

Mi énfasis en la meditación es para que puedas oír tu serena vocecita: la cual te dará orientación, sentido de la dirección. Ninguna escritura puede darte eso. Ninguna religión, ningún fundador de religión puede dártelo porque han estado tratando de dárselo a la humanidad durante miles de años y todos sus esfuerzos han fracasado. Sólo han creado gente retrasada, gente sin inteligencia, porque han insistido en la fe. En el momento en que crees en alguien, pierdes inteligencia. Creer es casi como veneno para tu inteligencia.

Yo te digo que no creas en nadie, incluyéndome a mí. Tienes que encontrar tu propia visión y seguirla. Donde quiera que te lleve es el camino correcto para ti. La cuestión no es si otros lo siguen o no. Cada individuo es único y cada vida es bella en su individualidad. El hombre se la ha estado preguntando desde el mismísimo principio. Y se han dado millones de respuestas pero ninguna ha sido la correcta. La pregunta todavía permanece…

Mi respuesta es: el objetivo de la vida es la vida misma; más vida, vida más profunda, vida más elevada, pero siempre vida. No hay nada más elevado que la vida.

sábado, 4 de febrero de 2017

RE-EXAMINAR LA CULTURA Y RELIGION

El amor... ¿qué es el amor? sentirlo es fácil, pero definirlo es en verdad difícil. Si le preguntas a un pez qué es el mar, el pez dirá: «Esto es el mar, mira a tu alrededor... y esto es lo que es». Pero si insistes: «Por favor defínelo», entonces el problema resultará muy difícil.

Las cosas mejores y más bellas de la vida pueden ser vividas, pueden ser conocidas, pero son difíciles de definir, son difíciles de describir.

Esta es la desgracia del hombre: durante los últimos cuatro o cinco mil años el hombre se ha limitado a hablar y hablar del amor, de eso que debiera haber vivido intensamente, de eso que ha de ser vivido desde el interior. Ha habido grandes conferencias sobre el amor; se han cantado canciones de amor, se han entonado himnos devocionales en los templos e iglesias. ¿Qué es lo que no se hace para alabar el amor? Y aun así no hay lugar para el amor en la vida del hombre. Si examinamos detenidamente el lenguaje del hombre, veremos que no existe palabra más falsa que «amor».

Todas las religiones predican el amor, pero la clase de amor que predomina, la clase de amor que ha envuelto a la Humanidad como una desgracia hereditaria, sólo ha conseguido cerrar todas las entradas al amor en la vida del hombre. Y las masas idolatran como creadores del amor a los líderes de las religiones. Estos han sido los que han falsificado al amor, los que han secado todas las corrientes del amor. Respecto a esto, no existe diferencia básica en cuanto a actitud entre Oriente y Occidente, entre la India y América.

El manantial del amor aún no emerge en la vida del hombre. Esta situación la atribuimos al hombre mismo. Decimos que el amor no ha surgido, que no hay una corriente de amor en nuestras vidas debido a que el hombre se halla viciado. Culpamos a nuestra mente; decimos que la mente es venenosa. La mente no es veneno. Aquellos que están corrompiendo a la mente han envenenado al amor, no han permitido que el amor florezca. Nada es venenoso en este mundo. No existe nada que sea malo en toda la creación de Dios; todo es néctar. Es el hombre quien ha convertido todo el néctar en veneno. Y los mayores culpables de esto son los llamados profesores, los denominados santos y los políticos.

Reflexiona detenidamente sobre esto. Si esta enfermedad no es comprendida, si no es corregida ahora mismo, ni ahora ni en el futuro habrá posibilidades para el amor en la vida humana.

La ironía es que hemos aceptado ciegamente las justificaciones de este hecho, las cuales provienen de las mismas fuentes que son las culpables de que el amor aún no brille en el horizonte humano. Si se repiten, se reiteran, siglo tras siglo, los principios que nos hacen errar el camino, no lograremos ver la falsedad fundamental oculta tras los principios originales. Y entonces surge el caos, porque el hombre es intrínsecamente incapaz de convertirse en aquello que esas reglas antinaturales dicen que debería convertirse. Simplemente aceptamos que el hombre está errado.

He oído que en tiempos remotos, un buhonero de abanicos de mano solía pasar a diario frente al palacio de un rey, vociferando acerca de lo excepcionales y estupendos que eran los abanicos que tenía a la venta. Proclamaba que nunca nadie había fabricado ni visto abanicos como estos.

El rey tenía una colección de todo tipo de abanicos provenientes de todos los rincones del planeta. Sintió curiosidad y salió al balcón para ver al vendedor de tan extraordinarios y estupendos abanicos. Sin embargo, le pareció que los abanicos eran corrientes, a lo más, que valdrían una rupia cada uno, pero hizo llamar al hombre.

El rey preguntó: «¿Por qué son tan extraordinarios estos abanicos y cuál es su precio?»

El buhonero respondió: «Su Majestad, el precio no es muy alto. En comparación con la calidad de estos abanicos el precio es muy bajo. Cien rupias cada abanico».

El rey estaba asombrado. «¿Cien rupias? Estos abanicos que valen una rupia cada uno, pueden encontrarse en todas partes... ¿y pides cien rupias por cada uno? ¿Qué tienen de especial estos abanicos?»

El hombre dijo: «¡La calidad! Cada abanico está garantizado durante cien años. No se estropearán ni siquiera en cien años».

«Si me baso en su aspecto, parece imposible que duren ni siquiera una semana. ¿Estás tratando de engañarme? ¿Es esto un fraude total? ¿Y además al rey?»

El buhonero replicó: «¡Mi Señor! ¿Cómo me atrevería? Usted sabe muy bien, Señor, que paso diariamente bajo su balcón vendiendo abanicos... El precio es de cien rupias por abanico, y me hago responsable si no dura cien años. Me podéis encontrar todos los días en la calle. Y además, sois el soberano de estas tierras, ¿cómo podría estar a salvo si os engaño?»

El abanico fue comprado por el precio solicitado. Aún cuando el rey no confiaba, se moría de curiosidad por saber en qué se basaba el buhonero para hacer esas afirmaciones. Se le ordenó al hombre que se presentara después de siete días.

La varilla central se desprendió en tres días, y el abanico se desintegró antes de una semana.

El rey estaba seguro de que el hombre de los abanicos nunca se presentaría nuevamente. Sin embargo, para su completa sorpresa, el hombre se presentó por su propia voluntad tal como se le había requerido: a tiempo, al séptimo día.

«¡A su servicio, su Señoría!»

El rey estaba furioso: «¡Canalla! ¿Eres un bobo? Mira, ahí está tu abanico, todo roto. Este es el estado en que se encuentra después de una semana y tú me garantizaste que duraría cien años. ¿Estás loco o eres un gran timador?»

El hombre replicó humildemente: «Con las debidas excusas, parece ser que mi Señor no sabe utilizar un abanico. El abanico debe durar cien años. Está garantizado... ¿Cómo lo utilizó?»

«El rey le dijo: «¡Dios mío! ¡Ahora también deberé aprender a utilizar un abanico!»

«Por favor no se enfade. ¿Cómo llegó el abanico a este estado en siete días? ¿Cómo lo utilizó?»

El rey tomó el abanico y le mostró la forma según la cual uno se abanica.

Y el hombre dijo: «Ahora comprendo el error. No ha de abanicarse de esa forma».

«¿Qué otro método existe para abanicarse?»

El hombre le explicó: «Sostenga el abanico; manténgalo inmóvil frente a usted y luego mueva la cabeza de un lado a otro. El abanico durará cien años. Puede que usted muera, pero el abanico seguirá intacto. El abanico no tiene nada malo. Su forma de abanicarse es la que está equivocada. ¡Qué culpa tiene mi abanico! La culpa es suya, no de mi abanico».

¡La Humanidad, el hombre, es acusada de un error parecido! Observa nuestra Humanidad: El hombre se halla muy enfermo, consecuencia de cinco, seis o diez mil años de acumular enfermedad. Se afirma una y otra vez que es el hombre el que está mal, y no la cultura. El hombre se está pudriendo; la cultura es ensalzada. ¡Nuestra grandiosa cultura! ¡La grandiosa religión!... ¡Todo es grandioso! ¡y observa el resultado!

Afirman que el hombre está mal, que el hombre debiera cambiar. Y sin embargo, ningún hombre se pone en pie y cuestiona si las cosas son como debieran ser debido a que nuestra cultura y nuestra religión, que no han logrado llenar de amor al hombre desde hace diez mil años, están basadas en falsos valores. Y si el amor no se ha desarrollado en los últimos diez mil años, cree mi palabra de que no existe ninguna posibilidad futura de un hombre amoroso si nos hemos de basar en esta cultura y religión. Lo que no pudo lograrse en los últimos diez mil años no puede ser alcanzado en los próximos diez mil años, porque el hombre de hoy será el mismo que el de mañana. Aun cuando las capas externas de etiqueta, civilización y tecnología cambian de una época a otra, el hombre es y será siempre el mismo.

¡No estamos dispuestos a reexaminar nuestra cultura y nuestra religión, y sin embargo las ensalzamos a voz en grito y besamos los pies de sus santos y custodios! Ni siquiera estamos dispuestos a mirar atrás, a reflexionar acerca de nuestra forma de vida y el curso de nuestro pensamiento para verificar si no nos conducen por caminos equivocados, si es que no están totalmente errados...

Quiero decir que la base es defectuosa, que los valores son falsos. Prueba de ello es el hombre actual. ¿Qué otra prueba podría haber?

Al plantar una semilla, ¿qué conclusión extraemos si los frutos son venenosos y amargos? Se deduce que la semilla debe de haber sido venenosa y amarga... Pero, por supuesto, es difícil vaticinar si una semilla determinada producirá o no frutos amargos. Puedes observarla, mirarla por todos lados, presionarla, romperla, sin embargo, no podrás predecir con seguridad si los frutos serán dulces o no lo serán. Tendrás que esperar la prueba del tiempo.

Planta una semilla. Una planta brotará. Pasarán los años y crecerá un árbol que se elevará más y más, sus ramas se extenderán hacia el cielo, dará frutos... y sólo entonces podrás saber si la semilla que plantaste era o no era amarga. El hombre moderno es el fruto de estas semillas de cultura y religión que fueron plantadas y nutridas hace diez mil años. Y este fruto es amargo, lleno de conflictos y sufrimiento.

Y sin embargo nosotros somos los que alabamos estas semillas y esperamos que el amor florezca de ellas. Eso no va a ocurrir, lo repito, porque la posibilidad misma de que el amor surja ha sido destruida por la religión. La posibilidad ha sido envenenada. Más que en el hombre, podemos ver el amor en las aves, animales y plantas; en aquellos que no tienen religión ni cultura. Podemos ver más amor en el hombre incivilizado, en un montañés subdesarrollado, que el que podemos encontrar en el mal llamado progresivo, culto y civilizado hombre actual. Y os lo recuerdo, los aborígenes no han desarrollado civilización, cultura o religión.

¿Por qué el hombre se está volviendo cada vez más estéril respecto al amor cuanto más civilizado, culto y religioso es, cuanto más acude a orar a templos e iglesias? Existen motivos, y quisiera discutirlos. El manantial perenne del amor podrá brotar si logramos comprender esto. Sin embargo, ahora está cubierto de piedras: no puede fluir. Está cerrado por todos lados, y el río Ganges no puede salir a borbotones, no puede fluir libremente.

El amor se halla en el interior del hombre. No es necesario importarlo desde el exterior. No es una mercancía que debamos adquirir en algún mercado. Está allí, como la fragancia de la vida. Está en el interior de todo el mundo. La búsqueda del amor, la aspiración de alcanzarlo, no es una acción positiva o un acto abierto de acudir a un lugar determinado y extraerlo...

El amor se halla en nuestro interior. El amor es nuestra naturaleza intrínseca. Es un completo error pedirle al hombre que dé amor. El problema no consiste en crear amor, sino en indagar y descubrir los motivos por los cuales no logra manifestarse. ¿Cuál es el obstáculo, la dificultad? ¿Dónde está el dique que lo refrena?

Si no existen barreras, el amor aparecerá. No es necesario persuadirle o guiarle. Cada hombre se hallará lleno de amor si no existen barreras de falsa cultura o de tradiciones degradantes y dañinas. Nada puede sofocar al amor. El amor es inevitable. El amor es nuestra naturaleza.

Buscar este blog