viernes, 24 de febrero de 2012

EL DESEO DE REJUVENECER


El rejuvenecimiento sólo puede retrasar un poco más la muerte; es posible evitar así la muerte durante un poco más de tiempo. Lo único que supone esto es que vuestros problemas se alargarán durante un período mayor. En vez de morir después de setenta años, podrías morir después de setecientos años. Los sufrimientos a los que de otro modo podrías haber dado fin al cabo de setenta años se alargarían durante setecientos años. ¿Qué esperabais? Los males de setenta años durarán setecientos años. Las disputas de setenta años durarán hasta los setecientos años. Las disputas de setenta años se alargarán durante setecientos años: se extenderán, multiplicadas, durante todo ese tiempo. ¿Qué otra cosa esperabais que sucediera?

Quizás no se os haya ocurrido, pero si de verdad os encontraseis con una persona que os pudiera dar una poción, diciéndoos: “Tómate esto y vivirás setecientos años”, vosotros le dirías: “Espera un momento: deja que lo piense”. No creo que ninguno de vosotros se tomase una poción que alargase la vida hasta los setecientos años. ¿Qué querría decir esto? Querría decir: “Yo seguiré como soy. Este yo mismo tendrá que vivir setecientos años”. Y eso resultará muy costoso; tendría graves consecuencias.

Si los científicos descubren algún día el modo de dar al hombre una vida infinita (y este descubrimiento no es imposible; no es muy difícil), entonces, recordadlo: la gente empezará a busca un gurú que les enseñe a morir rápidamente. Así como ahora la gente busca gurús que sean capaces de rejuvenecerles los cuerpos, la gente buscará entonces a alguien que les enseñe el secreto, la técnica de la muerte, para que no los puedan librar de ella ni siquiera los científicos. Intentarán defraudar al Estado librándose de la vida.

No comprendemos que una vida larga no tiene sentido. El sentido de la vida se encuentra en su intensidad. Una persona puede vivir un solo momento de una manera total, más que lo que puede alcanzar otra en una número infinito de vidas. Es cuestión de vivir, y sólo la persona que no tiene miedo a la muerte puede vivir. De lo contrario, ¿cómo va a vivir? El miedo a la muerte hace temblar al hombre, hace que nunca está quieto; el hombre no deja de correr.

Yo os digo: aceptad la muerte. Invitad a la muerte y decid: “Adelante, me preocuparé de la vida más tarde: ven tú primero. Deja que termine contigo primero para que pueda dejar resuelta la cuestión de una vez por todas. Después viviré a gusto. Primero voy a ocuparme de ti, y después me asentará a vivir cómodamente”. La meditación es el medio para aceptar la muerte con esta actitud. La meditación es el medio, la meditación es la solución que permite transmitir a la muerte tal invitación.

sábado, 18 de febrero de 2012

LA MENTE ES UNA ENFERMEDAD


Esta es una verdad básica que Oriente ha descubierto. Occidente dice que la mente puede enfermarse, o puede sanarse. La psicología occidental depende de esto: que la mente puede estar sana o enferma. Pero Oriente dice que la mente como tal es la enfermedad, que no puede estar sana. Ninguna terapia psiquiátrica puede servir de ayuda; como mucho puede hacer que esté normalmente enferma.

Así que en relación a la mente existen dos tipos de enfermedades: normalmente enferma (esto es, que tienes la misma enfermedad que otros a tu alrededor) o anormalmente enferma, que quiere decir que padeces algo único. Tu enfermedad no es algo ordinario; es excepcional. Tu enfermedad es algo individual, no colectivo; esta es la única diferencia. O normalmente enferma o anormalmente enferma, pero la mente no puede estar sana. ¿Por qué? Oriente dice que la propia naturaleza de la mente es tal que siempre estará enferma. La palabra «salud» es hermosa, procede de la misma raíz que la palabra «totalidad». Salud, curación, totalidad, sagrado o santo…: todas estas palabras proceden de la misma raíz.

La mente no puede estar sana porque nunca puede estar entera. La mente siempre está dividida; la división es su base. Si no puede estar íntegra ¿Cómo va a poder estar sana?, y si no puede estar sana ¿Cómo va ser sagrada? Todas las mentes son profanas. No existe cosa tal como una mente santa. Un hombre santo vive sin mente porque vive sin división.

La mente es la enfermedad. ¿Cómo se llama esta enfermedad? Su nombre es Aristóteles, o si prefieres que realmente parezca una enfermedad puedes llamarla «aristotelitis». Así suena totalmente como una enfermedad. ¿Por qué es Aristóteles la enfermedad? Porque dice: «O esto o lo otro. ¡Elige!». Y elegir es la función de la mente; la mente no puede existir sin elegir.

Al elegir caes en la trampa, porque siempre que eliges lo haces en contra de algo. Si estás a favor de algo, tienes que estar en contra de algo; no puedes estar solamente a favor ni puedes estar totalmente en contra. Cuando el «a favor» entra, el «en contra» le sigue como una sombra. Cuando aparece el «en contra», el «a favor» aparece también; oculta o abiertamente.

Cuando eliges, divides. Entonces dices: «Esto está bien, esto está mal». Y la vida es una unidad. La existencia no puede dividirse, la existencia es un profundo «unísono». Es unidad. Si dices: «esto es bonito y esto es feo», la mente ha entrado en escena, porque la vida es las dos cosas juntas. Lo bonito se vuelve feo, y lo feo se va haciendo bonito. No hay una línea divisoria; no se les puede poner en compartimentos separados. La vida va fluyendo de esto a aquello.

El hombre tiene compartimentos fijos. La naturaleza de la mente es la fijación, y la fluidez es la naturaleza de la vida. Es por eso que la mente es obsesión; está siempre fija, es sólida. Y la vida no es tan sólida; es fluida, flexible, se mueve hacia lo opuesto. Algo está vivo en este momento y al siguiente está muerto.

Alguien era joven en ese momento, y al siguiente se ha hecho viejo. Esos ojos, que eran tan hermosos, han desaparecido; ahora son sólo ruinas. Ese rostro era tan lozano..., y ahora no queda nada, ni siquiera un fantasma. Lo bonito se vuelve feo, la vida se convierte en muerte, y la muerte vuelve a nacer de nuevo.

¿Qué vas a hacer con la vida? No puedes elegir. Si quieres estar con la vida, con la totalidad, tendrás que vivir sin elegir.

La mente es una elección. Aristóteles hizo de ella la base de su lógica y de su filosofía. No puedes encontrar un hombre más distante de Sosan (Maestro Zen) que Aristóteles, porque Sosan dice: «Ni esto ni aquello, no elijas». Sosan dice: «Vive sin elegir». Sosan dice: «¡No hagas distinciones!». Desde el momento en que haces una sola distinción, desde el momento en que la elección aparece, ya estás dividido, fragmentado; has enfermado, no estás entero.

sábado, 11 de febrero de 2012

EL TODO Y EL Y0


El que no es capaz de conocer a Dios dentro de su propio yo nunca puede conocerlo de ningún modo. El que no ha reconocido todavía a Dios dentro de su propio yo no es capaz de reconocerlo en los demás. El yo es lo más próximo que tenéis; cualquiera que esté a cierta distancia de vosotros estará más lejos de vosotros que el yo. Y si no sois capaces de ver a Dios en vuestro propio yo, que es lo que tenéis más próximo, tampoco podréis verlo de ninguna manera en los que estén lejos de vosotros. Debéis conocer a Dios en primer lugar en vuestro propio yo; el que conoce tendrá que conocer, primero, lo divino: es la puerta más próxima.

Pero, recordadlo: es muy interesante que el individuo que entra de pronto en su yo encuentra de pronto la entrada de todo. La puerta que conduce al propio yo es la puerta que conduce a todo. En cuanto una persona entra en su yo, descubre que ha entrado en todo, porque, aunque somos diferentes externamente, internamente no lo somos.

Externamente, todas las hojas son diferentes entre sí. Pero si una persona fuera capaz de penetrar en una sola hoja, llegaría a la fuente del árbol, donde todas las hojas están en armonía. Cada hoja, vista por separado, es diferente; pero cuando hayáis conocido una hoja en su interioridad habréis llegado a la fuente de la que emanan todas las hojas y en la que se disuelven todas las hojas. El que entra en su yo entra, simultáneamente en todo.

La diferencia entre “tú” y “yo” sólo se mantiene mientras no hayamos entrado en nuestro propio yo. El día en que entremos en nuestro yo, desaparece el yo, y también el tú. Lo que queda entonces es el todo.

En realidad, “el todo” no significa la suma del tú y el yo. El todo es donde nos hemos disuelto tú y yo, y lo que queda después es el todo. Si el yo no se ha disuelto todavía, entonces podemos sumar “yos” y “tús”, pero el total no será igual a la verdad. Aunque sumemos todas las hojas, no aparece un árbol, aunque se le hayan sumado todas las hojas. El árbol es algo más que la suma de todas las hojas. Cuando sumamos una hoja a otra, estamos suponiendo que cada una es independiente. Pero un árbol no está compuesto de hojas independientes, en absoluto.

Así pues, en cuanto entramos en el yo, éste deja de existir. Lo primero que desaparece cuando entramos en el interior es la sensación de ser una entidad independiente. Y cuando desaparece esa “yo-idad”, también desaparecen la “tú-idad” y la “otridad”. Lo que queda entonces es el todo.

Ni siquiera es correcto llamarlo “el todo”, porque “el todo” tiene también la connotación del viejo “yo”. Por eso, los que saben no quieren siquiera llamarlo “el todo”. Ellos dirían: “¿De qué es suma ese todo? ¿Qué es lo que estamos sumando?”

Además, ellos afirmarían que sólo queda el uno. Aunque quizá dudasen en decir eso siquiera, porque la afirmación del uno da la impresión de que hay dos: da a entender que el “el uno” no tiene significado por sí solo, sin la noción correspondiente del dos. El uno sólo existe en el contexto del dos. Por lo tanto, los que tienen una comprensión más profunda no dicen siquiera que queda el uno; dicen que queda el advaita, la no dualidad.

Esto es muy interesante. Estas personas dicen: “No quedan dos”. No dicen: “Queda el uno”, sino que dicen: “No quedan dos”. Advaita significa que no hay dos.

Podríamos preguntarles: “¿Por qué habláis con tantos rodeos? ¡Decid, simplemente, que sólo hay uno!” El peligro de decir “uno” es que hace surgir la idea del dos. Y cuando decimos que no hay dos, se deduce que tampoco hay tres: se da a entender que no hay uno, ni muchos, ni todos. En realidad, esta diferenciación no fue más que una consecuencia de la visión basada en la existencia del yo. Así, con la cesación del yo, queda lo que es entero, lo indivisible.

Sólo os pido entonces, que empecéis a mirar dentro y a ver lo que hay allí, la primera persona que desaparecerá seréis vosotros mismos: dejaréis de existir en vuestro interior. Descubriréis por primera vez que vuestro yo era una ilusión y que ha desaparecido, que se ha desvanecido. En cuanto echáis una ojeada al interior, lo primero que desaparece es el yo, el ego. En realidad, la sensación de que “yo soy”, sólo persiste hasta que hemos mirado dentro de nosotros mismos. Y si no miramos dentro es, quizás, por miedo a que, si lo hiciésemos, podríamos perdernos.

Existen dos tipos de ilusiones en el mundo: la primera es la ilusión de la materia; la segunda es la ilusión del yo, del ego. Ambas son básicamente falsas, pero sólo acercándose a ellas se hace uno consciente de que no existen. Cuando la ciencia se va acercando a la materia, la materia desaparece; cuando la religión nos acerca al yo, el yo desaparece. La religión ha descubierto que el yo no existe, y la ciencia ha descubierto que la materia no existe. Cuando más nos acercamos, más nos desengañamos.

sábado, 4 de febrero de 2012

LA MENTE CONFUSA Y LA MEDITACIÓN


Debemos comprender esto, pues será útil para la meditación, así como para aprender el arte de morir. Pero aquí cometemos un error: Decimos “mente confusa o mente agitada”. Aquí se encuentra el error. ¿Cuál es el error? El error es que estamos utilizando dos palabras (“mente” y “confusa”), y la verdad de la cuestión es que no existe la mente confusa. En realidad, el estado mismo de confusión es la mente. No existe una mente confusa. La mente es confusión.
No se trata de que la mente pueda tranquilizarse: la mente es, en sí misma, la intranquilidad. Y cuando definitivamente no hay confusión, no se trata de que la mente se haya tranquilizado: es que la mente ha desaparecido.

Imaginaros, por ejemplo, que hay una tormenta en el mar, que el mar está agitado. ¿Dirías que se trata de “una tormenta agitada”? ¿Diría alguien que es “una tormenta agitada”? Os limitarías a decir que es una tormenta, pues, “tormenta” ya es, de suyo, sinónimo de “agitación”. Y cuando se acalla la tormenta, ¿decís que la tormenta se ha quedado tranquila? ¡Lo único que decís es que la tormenta ya no existe!

Para comprender la mente, recordad también que “mente” no es más que un sinónimo de “confusión”. Cuando se hace la paz, no es que la mente se haya quedado en paz, sino, más bien, que la mente ya no existe en absoluto. Aparece un estado de no-mente. Y cuando ya no existe la mente, entonces lo que queda se llama atman. El mar existe aun cuando no hay tormenta. Cuando desaparece la tormenta, queda el mar. Cuando la mente confusa deja de existir, lo que queda es el atman, la conciencia.
La mente no es una cosa, no es más que un estado de confusión, un estado de desorden.

La mente no es una facultad, no es una sustancia. El cuerpo es una cosa, el atman es otra cosa, y la falta de paz entre ambos se llama mente. En estado de paz queda el cuerpo, queda el atman, pero ya no hay mente.

No existe una mente tranquila. Se trata de un error de expresión, debido a la lengua que nos hemos creado. Hablamos de “un cuerpo enfermo”, de “un cuerpo sano”. Esto es correcto. Existen cuerpos enfermos, claro está, y también existen cuerpos sanos. Al desaparecer la enfermedad, queda un cuerpo sano. Pero no es así en el caso de la mente. No existe “una mente sana” y “una mente enferma”. La mente es, por sí misma, enferma. Su mismo ser es la confusión. Su mismo ser es malsano. Su mismo ser es una enfermedad.

No preguntéis, pues, cómo podéis librar a la mente de la confusión, pues, ¿cómo podéis libraros de esta mente? Preguntad cómo puede morir esta mente. Preguntad cómo podéis eliminar esta mente. Preguntad qué podéis hacer para que la mente deje de existir.

La meditación es un medio para acabar con la mente, para despedirse de la mente. La meditación significa salir de la mente. La meditación significa apartarse de la mente. La meditación significa la cesación de la mente. La meditación significa apartarse de donde reina la confusión. Al apartarnos de la confusión, la confusión se aquieta, pues lo que la crea es nuestra propia presencia. Si nos apartamos, deja de existir.

Supongamos, por ejemplo, que dos personas tienen una pelea. Tú has venido a pelear conmigo y estamos peleados. Si yo me aparto, ¿cómo podría continuar la pelea? Cesaría, pues sólo puede continuar si yo participo en ella. Vivimos en un plano mental; estamos presentes allí donde reina el desorden, donde se producen las agitaciones. No queremos apartarnos de allí, pero queremos llevar allí la paz. Allí no puede haber paz. Tened la bondad de apartaros: eso es todo.

En cuanto os apartéis, la agitación cesará. La meditación no es una técnica que sirva para llevar la paz a vuestra mente; es, más bien, una técnica para apartaros de la mente. La meditación es un medio para huir, para alejaros de las olas de la confusión.

Si una persona está practicando la meditación, está intentando apaciguar una mente confusa. ¿Qué hará? Intentará tranquilizar su mente. Cuando una persona está en estado de meditación, no está intentando tranquilizar su mente, más bien, está apartándose de ella.

Debéis tener en cuenta la diferencia entre ambas cosas. Si haces un esfuerzo por meditar, la meditación no se producirá nunca. Si intentáis hacer un esfuerzo os forzáis, os decidís a calmar vuestra mente pase lo que pase, no dará resultado, pues, al fin y al cabo, ¿quién estará haciendo todo esto? ¿Quién estará dando esas muestras de decisión? ¿Quién, sino vosotros?

Ya estáis confusos, inquietos desde el primer momento. Intentáis calmaros: esto significa que os buscáis un nuevo problema. Estáis sentados en tensión, dispuestos, olvidándolo todo. Cuanto más rígidos os ponéis, cuantas más dificultades os encontráis, más tensos os quedáis. Éste no es el camino. Yo os pido que meditéis porque la meditación es relajación. No tenéis que hacer nada: simplemente, relajaros.

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