sábado, 28 de junio de 2014

DEFINIENDO LA VERDAD

La verdad que puede ser dicha ya no es verdad, porque el mecanismo del lenguaje distorsiona la experiencia, que ocurre más allá de la mente, más allá de las palabras. Hacerla descender a los oscuros valles del lenguaje es ciertamente distorsionarla.

Por un lado es cierto que la verdad no puede ser dicha; por otro lado, como la verdad no puede ser dicha tiene que ser expresada de mil maneras. El problema no es que la verdad te llegue de miles de formas; sino que te quedes infectado por ella durante la búsqueda. Si un hombre habla de la verdad, puede no ser capaz de decirla..., pero puedes ver un vislumbre en sus ojos, algo de sus gestos; algo no de las palabras, sino de la forma en que se dicen, el énfasis, las pausas. La presencia de un hombre así, hablando, puede ser una excusa para permitir que la verdad te rocíe.

Lao Tsé no puede expresar la verdad en palabras, pero estando con él puedes entender cuál es la dirección correcta. Su presencia puede probarte que existe algo de lo que no sabes nada, y que es tan precioso que merece la pena sacrificar todo lo que sabes y todo lo que tienes... que lo que ves en presencia del maestro, de un hombre realizado, es tan precioso que tienes que descubrirlo; tiene que convenirse en tu experiencia.

He dicho miles de palabras sólo para que puedas probarlo, degustarlo tener una sensación. No puedo darte la verdad, nadie puede hacerlo, pero puedo abrirte mi corazón, que ha conocido la verdad, que ha vivido la verdad. Y esa apertura puede ayudarte de manera muy directa a seguir tu propia peregrinación. Puede darte confianza en que toda esta charla sobre la verdad no es sólo una charla, sino que cambia a la gente, cambia su presencia misma, les da cierta fragancia, cierto poder, cierta autoridad. Las personas realizadas no hablan como los demás. No son oradores, no son conferenciantes; simplemente abren su corazón. Quizá el ritmo de su corazón cambie el ritmo del tuyo.

Escuchándoles, puede que no recibas la verdad, pero quizá te transporten a otro mundo: un mundo de silencio, un mundo de inmensa paz, un mundo de bendición. Y esos mundos son muy útiles para la búsqueda.

Por eso Lao Tse tiene razón y no la tiene: tiene razón porque lo que dice es exactamente así: la verdad expresada ya no es verdad. Pero eso no es todo. Si la verdad es expresada por alguien, y si la expresa a partir de su experiencia -y sólo puede proceder de la experiencia-, entonces esa misma persona, cada uno de sus actos, irradia algo. Es contagioso.

Por tanto lo importante no es que la verdad te sea transmitida o no. Lo importante es que si estás convencido de que algo como la verdad existe, de que hay cierta transformación que produce el pleno florecer del ser, entonces la palabra, el lenguaje, ¡ha dicho más de lo que se puede esperar!

Por eso vuelvo a decir, Lao Tse tiene razón y no la tiene. Y mi énfasis en el aspecto de que no tiene razón es mayor que en el aspecto de que la tiene; si no fuera así no habría pronunciado millones de palabras, me habría quedado en silencio.

Pero veo que no sólo es cuestión de hablar: hay muchas más cosas implicadas. Esto muestra por qué ningún verdadero místico ha escrito nada en toda la historia humana. La razón es que la palabra escrita perderá todo lo que tiene la palabra hablada. Será la misma palabra: hablada o escrita no hay ninguna diferencia. Hablada o escrita la declaración será la misma, pero ¿por qué ningún místico ha escrito? La razón es que todos ellos eran conscientes de que la palabra hablada tiene una cualidad viva, porque está secundada por la experiencia, hay un corazón que late tras ella, hay una consciencia haciendo un duro esfuerzo para llegar hasta ti.

La palabra escrita está muerta, sólo es un cadáver. Puedes adorarla, pero no te dará nada. Todas las escrituras están muertas. Quizá cuando fueron pronunciadas el fenómeno era diferente. Si el hombre que las decía las expresaba a partir de su propia realización, entonces la palabra transmitía algo: una vibración.

La verdad no puede ser expresada, pero la verdad se convierte en una realidad. Viendo al maestro, viendo al ser realizado, puedes sentirte seguro: si avanzas a tientas en la oscuridad, no te preocupes, no te sientas desvalido. ¡Sigue avanzando a tientas! A cada noche le sigue una mañana, y antes o después encontrarás la puerta, llegarás al punto. Si un hombre ha llegado, toda la humanidad puede llegar. Él es prueba suficiente.

Por tanto, la cuestión no es si la verdad puede ser dicha o no, la cuestión es si una presencia puede convencerte de que hay algo que te estás perdiendo; y que a menos que lo encuentres, tu vida no estará completa, no será perfecta.

sábado, 21 de junio de 2014

BUSCANDO LA VERDAD

Cada niño nace con una búsqueda innata de la verdad. No es algo aprendido ni adoptado posteriormente en la vida. Verdad simplemente significa: «Yo soy, pero no se quién soy.» Y la pregunta es natural: «Debo conocer la realidad de mi ser.» No es una curiosidad.

Éstas son las tres diferencias, o las tres categorías en las que se puede dividir el mundo: hay cosas que son, pero no saben que son; por tanto no están abiertas a ninguna investigación. Están cerradas, su existencia no tiene ventanas. Después hay animales que saben que son, pero no tienen la inteligencia para preguntarse qué es lo que son. Sus ventanas están abiertas, pero no tienen la inteligencia suficiente para mirar por ellas y ver las estrellas y el cielo, y los pájaros y los árboles. Sus ventanas -estén abiertas o cerradas- no marcan la diferencia.

Las cosas son, pero no saben que son. Los animales son, y saben que son, pero no tienen la inteligencia para preguntarse quiénes son. Y no es algo que deba extrañarnos. Millones y millones de seres humanos nunca se plantean la pregunta; ésta es la tercera categoría.

El hombre es, es consciente de qué es, y es capaz por nacimiento de preguntarse quién es. Por tanto no es una cuestión de aprendizaje, de educación, de estar cultivado; traes la búsqueda contigo. Eres la búsqueda.

Tu sociedad te destruye. Tiene formas y medios muy sofisticados para destruir tu búsqueda, para retirar la pregunta de tu ser, o al menos para encubrirla... Y el método utilizado es el siguiente: incluso antes de que el niño se haya preguntado quién es, se le da la respuesta. Y cualquier respuesta que se da antes de que se plantee la pregunta es inútil; sólo será una carga.

Se le dice que es un alma, que es espíritu, que no es un cuerpo, que no es material. O se le dice que es un cuerpo, sólo materia, y que sólo en los antiguos días, por miedo e ignorancia, la gente creía que tenía almas; pero eso sólo es una superstición. En ambos casos, al niño se le está dando una respuesta que no ha pedido. Y su mente es delicada, pura..., y confía en su madre, en su padre; no hay ninguna razón por la que no deba confiar.

El niño empieza el viaje de las creencias y las creencias matan la búsqueda. Cada vez acumula más conocimientos.

También aparece la educación… la educación religiosa, y nunca acaba de acumular conocimientos. Pero todos estos conocimientos son inútiles; no sólo inútiles, sino venenosos, porque el primer paso está equivocado. La pregunta no se planteó y la respuesta se ha implantado en su mente, y desde entonces ha estado acumulando más y más respuestas. Ha olvidado completamente que cualquier respuesta que no sea un hallazgo procedente de una pregunta carece de sentido.

Por tanto la única cualidad del buscador de la verdad es que no crea; que no sea un creyente, que esté dispuesto a ser ignorante en lugar de erudito, porque la ignorancia al menos es natural, simple, inocente. Y a partir de la ignorancia existe la posibilidad, casi la certeza, de que surja la pregunta y de que comience el viaje. Pero gracias al conocimiento te pierdes en una jungla de palabras, teorías, doctrinas, dogmas. Y hay tantos, y son tan contradictorios entre sí, que pronto se sentirá cada vez más erudito y cada vez más confuso.

En lo que a mí respecta, la cualidad básica del buscador de la verdad es cortar con todos los sistemas de creencias, con todo lo que es conocimiento prestado: en otras palabras, tener el coraje de ser ignorante en lugar de tener conocimiento prestado. La ignorancia tiene cierta belleza; al menos es tuya, es auténtica, sincera. Ha venido contigo. Es tu sangre, tus huesos, tu tuétano.

La erudición es repugnante, basura absoluta. Ha sido derramada sobre ti por otros, y tú llevas su carga. Y la carga es tal que no te dará ninguna oportunidad de preguntarte por ti mismo qué es la verdad. Tus conocimientos acumulados responderán inmediatamente que la verdad es esto. Si estás lleno de la Sagrada Biblia, entonces la pregunta será contestada por la Sagrada Biblia. Si estás lleno de los Vedas, entonces la pregunta será respondida por los Vedas. Pero proceden de una fuente externa a ti; no será un descubrimiento tuyo. Y lo que no es tu propio descubrimiento no es tuyo.

La verdad te aporta libertad porque es tu propio descubrimiento. Te hace plenamente humano; de otro modo permaneces en el nivel de los animales: eres pero no sabes quién eres.

La búsqueda de la verdad es realmente la búsqueda de la realidad de tu ser.

Una vez que entras en tu ser, entras en el ser de la totalidad, porque somos diferentes periféricamente pero en el centro nos encontramos, somos uno. Desde la periferia de un círculo puedes trazar muchas líneas hacia el centro. Las líneas periféricas están a cierta distancia unas de otras, pero a medida que se acercan al centro la distancia se hace cada vez menor. Y cuando llegan al centro la distancia desaparece.

En el centro somos uno.

En la periferia de la existencia parecemos estar separados.

Y conocer la verdad de tu ser es conocer la verdad de la totalidad.

Sólo hay una cualidad, un coraje: no tener miedo de ser ignorante.

En ese punto no se puede ceder, no puedes aparentar ser sabio con conocimientos prestados y baratos. ¡Ya basta! Sólo lo puro y natural, y de esa pureza, de esa naturalidad, ignorancia, inocencia, debe nacer la búsqueda.

Sócrates fue condenado por corromper a la juventud y todo lo que estaba haciendo era retirar el conocimiento prestado y ayudar a sus dis¬cípulos a ser ellos mismos y a «conocerse a sí mismos.» Si alguien ha ser¬vido a la verdad de manera sincera, ese ha sido Sócrates. Pero el tribu¬nal, la ley, la gente que tenía el poder, le condenó por corrupción, por corromper las mentes de los jóvenes.

Llevar a la gente a buscar la verdad, ¿es corrupción? Parece ser el mayor delito de este mundo en el que -desgraciada¬mente- estamos viviendo.

sábado, 14 de junio de 2014

PITAGORAS II PARTE

La práctica de Zenón era tan habitual que sentía tanta confianza -y tenía el genio necesario para confiar- que solía tomar la mitad de los honorarios al principio del aprendizaje y la otra mitad cuando el alumno ganaba su primer debate. Este alumno era extraño, porque le dio la primera mitad pero le dijo que nunca le daría la otra mitad. Zenón dijo: «¿Cómo?» y el alumno le respondió: «¡Nunca voy a discutir! Aceptaré la derrota sin discutir. Puede que pierda todo lo que tengo, pero nunca te voy a dar la otra mitad de los honorarios.»

Zenón esperó, pero aquel hombre no hablaba ni siquiera del tiempo, porque podría empezar una discusión y eso le traería problemas. Y estaba determinado a no pagar los honorarios para darle una lección a Zenón: «Puede que seas un gran lógico, pero hay una posibilidad de elevarse más que tú.»

Zenón no estaba dispuesto a quedarse sentado en silencio. Llevó el caso a los tribunales demandando al alumno: «No me ha pagado la mitad de los honorarios.» Su idea era que si ganaba el caso, entonces diría al tribunal: «Obligad al alumno a pagarme.» Si perdía el caso, ningún problema: abordaría al alumno a la salida del juzgado y le diría: «Has ganado tu primer debate; ¡dame mis honorarios!» Así, ganara o perdiera, iba a conseguir esa segunda mitad de los honorarios.

Pero se olvidó de que se enfrentaba a su propio alumno, que conocía todas sus técnicas y argucias. Desde el lado opuesto el estudiante pensaba: «Así lo tengo controlado: si gano el caso ante el tribunal, apelaré a la corte para que este hombre no me moleste fuera del tribunal, porque eso sería un desprecio al tribunal mismo. Y si pierdo el caso, no hay problema. Iré donde Zenón y le diré: "Maestro, he perdido mi primera discusión; no puedes cobrar tus honorarios.»
Todo el genio de Grecia estaba invertido en esto, en este tipo de ambiente. Pitágoras era muy especial. Se fue de Grecia; no era el lugar adecuado. La gente simplemente se dedicaba a discutir y discutir, pero a nadie la importaba la evolución de la consciencia.

Pitágoras llegó a India, pero se vio atrapado de nuevo: esta vez en la atmósfera budista. Era tan real; aunque Buda había muerto, todo el país palpitaba. Su impresión, su impacto, había sido muy profundo. Cuando Pitágoras llegó a India, todo lo que aprendió lo aprendió en universidades budistas.

Te sorprenderá saber que las universidades budistas son las más antiguas del mundo. Oxford sólo tiene mil años. Nalanda, una de las universidades budistas, y Takshila, otra universidad budista, existieron hace dos mil trescientos años. Fueron destruidas tanto por los hindúes como por los musulmanes.

Las tres «pes» -Purificación, Preparación, Perfección.- proceden de la sabiduría budista. Por supuesto, Pitágoras las hizo más lógicas -tenía una mentalidad griega-, las sistematizó. Pero estas palabras son muy significativas.

Preparación no significa prepararse para un examen oral o escrito. Preparación significa prepararse para un examen existencial; significa entrar más profundamente en la meditación. No podías entrar en esas universidades a menos que fueras meditativo. Y los campus eran muy grandes: Takshila tenía diez mil alumnos y Nalanda doce mil.

Preparación significa abandonar todos tus condicionamientos, todos tus prejuicios, abandonar lo que crees que sabes y que no sabes: hacerte tan inocente como puedas. Tu inocencia será la preparación, lo que te permitirá entrar en el campus universitario.

Después la purificación... En la preparación abandonas los condicionamientos impuestos por la sociedad, los prejuicios con los que te educaron o que aprendiste del entorno; es conocimiento prestado de una forma u otra. Te haces como un niño.

Por eso la preparación sólo quita las capas que la sociedad ha puesto en tu mente. Pero con tu naturaleza, con tu nacimiento, has traído tantos instintos inarmónicos que se hace necesaria una purificación.

Tienes que entender que la competición carece de sentido. Tienes que meditar profundamente y reconocer que no te pareces a ninguna otra persona. La competición sólo puede darse entre gente similar, y cada persona es diferente, única.

Una vez que desaparece la mentalidad competitiva, cambian muchas cosas en ti; dejas de sentir celos. Si alguien tiene un rostro muy bello, si alguien tiene más dinero o si alguien tiene un cuerpo más fuerte, simplemente aceptas el hecho de que algunos árboles son altos y otros bajos, pero la existencia los acepta a todos.

La desaparición de la competitividad también te ayudará a librarte de la avaricia. La gente acumula sin cesar: quieren una posición mejor que la tuya, tener más dinero que tú, tenerlo todo mejor que tú. Y echan a perder toda su vida en ese empeño.

La purificación es casi como atravesar un fuego de comprensión en el que todo lo instintivo y lo inarmónico se quema. Y es una experiencia muy gratificante ver que sólo se quema lo inarmónico. Lo que es hermoso florece. En la purificación pierdes todo rastro de odio, y en su lugar, de repente, surge un manantial de amor; como si la roca del odio hubiera impedido que brotara el manantial.

Cuando la purificación se completa, cuando se completa del todo, no queda ni una esquina de tu ser en la oscuridad, todo está a la luz, fresco, fragante...

Lo que nosotros llamamos el hombre despierto, el iluminado, es lo que Pitágoras llama perfección. Simplemente es otro nombre: el hombre perfecto.

Los dos primeros pasos tienes que hacerlos; el tercero es el resultado último de los anteriores.

En estas tres sencillas palabras se ha condensado toda la alquimia de la transformación humana.

sábado, 7 de junio de 2014

PITAGORAS PARTE I

Pitágoras es un eslabón de unión entre Oriente y Occidente, entre una civilización que desapareció en el Atlántico y la civilización en que vivimos; de ahí que tenga una significación especial.

Viajó casi toda su vida en busca de fragmentos de la verdad. La mayoría del tiempo estuvo en Egipto y Alejandría. En aquellos días Alejandría tenía la mayor biblioteca del mundo, en particular todas las escrituras que contenían los descubrimientos sobre la consciencia hechos en la antigua civilización de Atlantis: toda una civilización que se hundió junto con el continente en el océano Atlántico. El nombre Atlántico procede del continente Atlantis, que se hundió en él. El único conocimiento fragmentario existente respecto a Atlantis se hallaba en Alejandría y quizá Pitágoras fue el primer y el último hombre de tal integridad, inteligencia e ingenuidad, que leyó esas escrituras.

Como la biblioteca ya no existe, lo que sabemos de la Atlántida lo sabemos a través de Pitágoras. Aquella biblioteca fue destruida por los musulmanes. El hombre que la destruyó, Mahmud Gaznavi, destruyó muchas cosas hermosas en India, en Afganistán, en Egipto. Pero la más preciosa era la enorme biblioteca que lo contenía todo sobre aquella civilización que había llegado a las cimas de la consciencia. El día que este hombre destruyó la biblioteca, cogió el Corán Sharif en una mano y una antorcha en la otra, entró en la biblioteca y dijo al erudito bibliotecario: «Escucha con cuidado: la existencia de tu biblioteca depende de tus respuestas. Mi primera pregunta es: ¿Hay algo en toda tu biblioteca que vaya en contra del sagrado Corán? Y mi segunda pregunta es: ¿Si no hay nada que vaya en contra del sagrado Corán, entonces el sagrado Corán es suficiente; para qué toda esta enorme biblioteca?

El bibliotecario debe haberse encontrado en un dilema: cualquier cosa que dijera sería peligrosa. Si decía que hay muchas cosas en la biblioteca que no están en el Corán, Mahmud quemaría la biblioteca porque todo lo que no está en el Corán no es verdadero: el Corán contiene la verdad última. Y si dice que todo lo que hay en la biblioteca está substancialmente y esencialmente contenido en el Corán, entonces también la quemará diciendo: «Entonces la biblioteca es inútil porque el Corán lo contiene todo.» Y la biblioteca era tan enorme y tan inmensa que es inconcebible... La quemó y el fuego estuvo ardiendo durante seis meses. Los libros estuvieron quemándose durante seis meses sin parar; quizá se destruyera el mayor tesoro de la humanidad.

Pitágoras estuvo estudiando en la biblioteca durante muchos años. Él era griego, pero en Grecia sólo había encontrado el sofisma. El sofisma es algo repugnante. Procede de una palabra muy hermosa «sofía», que significa sabiduría, pero el sofisma sólo es una apariencia de sabiduría. Había profesores sofistas moviéndose por todo el país y enseñando a la gente, y su enseñanza básica era: No hay verdad. Todo es una cuestión de quién argumenta mejor. La verdad como tal no existe, es una falacia. Cuando dos personas discuten, la que discute mejor parece tener la verdad, pero únicamente argumenta mejor y nada más.
Sus enseñanzas iban encaminadas a mostrarte todas las formas posibles de argumentar y a hacer de ti un gran argumentador; así podrías argumentar desde cualquier perspectiva. Cuando la verdad no existe, el lado que tomes y defiendas no importa. Es una cuestión de conveniencia: ¿qué lado te va a proclamar victorioso? ¿De qué lado tienes más argumentos?

He estado interesado en el sofisma, aunque el nombre y la tradición hayan desaparecido. Sócrates fue la causa de su destrucción.

Él resaltó que la verdad ES, y que los argumentos no la prueban, sólo la descubren.

Tampoco la niegan; sólo pueden impedir que se descubra. Un sólo hombre, Sócrates, destruyó toda la tradición sofista de cientos de años de antigüedad. Pero esta tradición ha seguido actuando subterráneamente. La veo en los teólogos, en las filosofías religiosas, en las ideologías políticas...; no se preocupan por la verdad, la única preocupación es pre¬sentar una argumentación sólida.

Hay una historia: un famoso profesor sofista, Zenón... no sólo era un sofista, era un genio. Es una desgracia que su genio se asociase con el sofismo, aunque es algo que ocurría frecuentemente. Si le pagabas dinero, podía probar cualquier cosa, cualquier cosa en el mundo. Simplemente lo nombrabas y él te decía el precio. Probó cosas extrañas que los lógicos no han podido falsear ni siquiera ahora, después de dos mil años, y todo lo que probó iba en contra del sentido común. Pero la lógica hace caso de los argumentos, y sus argumentos eran tan finos, tan refinados.

Por ejemplo, dice que cuando matas a un pájaro con una flecha, ésta no se mueve en absoluto. Esto es absurdo, porque si la flecha no se moviera en absoluto, ¿cómo podría matar al pájaro? Hay una distancia desde el arco hasta el pájaro. La flecha llega allí, el pájaro muere; esa es la prueba. Esta pregunta fue planteada por un rey pensando que Zenón no sería capaz de probarlo; el rey estaba dispuesto a darle una enorme cantidad de dinero si demostraba que la flecha no se movía.

Zenón probó que la flecha no se movía y ni siquiera hoy se han podido falsear sus argumentos. Su argumentación es que para moverse, la flecha tiene que pasar del punto 1 al punto 2, después al punto 3 y al punto 4; obviamente tiene que moverse de un lugar a otro, sólo entonces alcanzará al pájaro.

Para moverse entre A y B, o entre 1 y 2, tiene que pasar entre A y B; no puede simplemente pasar de A a B, así es que tienes que poner un punto entre estos dos. Donde antes había dos puntos, ahora ya hay tres; y te has metido en problemas. Ahora no sólo tiene que pasar por tres puntos, sino por cinco, por las dos distancias que separan los tres puntos; y la cosa sigue creciendo.

Si llenas estas dos distancias, entonces hay cinco puntos y se crean distancias entre ellos. Y sigues llenándolas hasta el infinito...; la flecha nunca llegará al pájaro.

La argumentación es muy sólida. Lo que dice tiene sentido; pero es absolutamente tonto: la flecha va y mata al pájaro.
A Zenón no le interesan ni la flecha ni el pájaro. Él dice: «Mi argumento prueba que nada se mueve, nada puede moverse; en el mundo no hay movimiento.»

Este tipo de gente abundaba en toda Grecia. Dominaban la mente; estaban debatiendo constantemente. A Pitágoras no le interesaban en absoluto esos estúpidos juegos. Te afilan el intelecto, pero no llevan a ninguna verdad, a ningún descubrimiento, a ninguna realización. E incluso los mejores sofistas se metían en problemas, porque Zenón mismo -que tenía muchos argumentos incompatibles con la realidad, pero que no podían ser falseados- fue derrotado por su propio alumno. (Continuará…)

Buscar este blog