sábado, 25 de enero de 2020

EL INTELECTO, LA EMOCIÒN Y EL SEXO


Poco a poco, la sexualidad se ha ido confinando a los genitales; se ha convertido en algo localizado, dejando de ser total. La genitalidad localizada es horrible, porque lo máximo que puede proporcionarte es un alivio; nunca podrá darte un orgasmo. Eyacular no es tener un orgasmo, las eyaculaciones no son orgásmicas, y los orgasmos no son una experiencia cumbre. La eyaculación es genital, el orgasmo es sexual y una experiencia cumbre es espiritual.

Cuando se confina la sexualidad a los genitales sólo puedes obtener alivio; sólo pierdes energía, pero no ganas nada. Es algo estúpido. Es como el alivio que proporciona un buen estornudo, pero nada más. Carece de orgasmo porque no palpita todo el cuerpo. No estás en una danza, no participas con tu todo, no es sagrado. Es muy parcial, y lo parcial nunca puede ser orgásmico porque el orgasmo sólo es posible cuando está implicado todo el organismo.

Cuando palpitas del dedo meñique del pie a las puntas de los pelos de la cabeza, cuando palpitan todas las fibras de tu ser –cuando bailan todas las células de tu cuerpo, cuando en tu interior hay una gran orquesta, y cuando todo baila-, entonces hay orgasmo. Pero todo orgasmo no es una experiencia cumbre. Cuando palpitas interiormente de manera total, eso sí es un orgasmo. Cuando tu totalidad participa con la totalidad de la existencia, entonces se trata de una experiencia cumbre. Y la gente se ha decidido por la eyaculación, han olvidado el orgasmo y se han olvidado por completo de la experiencia cumbre. No saben qué es.

Y como no pueden alcanzar lo más elevado, se confinan a lo inferior. Cuando se puede alcanzar lo más elevado, cuando puedes lograr lo mejor, lo inferior empieza a desaparecer por sí mismo, de manera natural. Si me entiendes… el sexo se transforma, pero no la sexualidad.

Te harás más sexual. ¿Dónde va a parar el sexo? Se convierte en tu sexualidad. Te convertirás en más sensual. Vivirás con más intensidad, con más ardor; vivirás como una gran ola. Las olitas desaparecerán. Te convertirás en una tormenta, en un enorme viento que sacudirá los árboles y las montañas. Será como una marea, como una inundación. Tu vela arderá por ambos extremos a la vez, de manera simultánea.

Y en ese momento –aunque sólo puedas vivirlo durante un momento, será más que suficiente- probarás la eternidad.

La división ha persistido en las mentes de filósofos, pedagogos, políticos y pundits desde los tiempos de Platón hasta Freud. Esa división se ha convertido ahora en algo casi real. No piensas en tus genitales como si fueses tú, ¿verdad que no? Empiezas a pensar como si se tratase de algo que te pertenece, pero de lo que estás separado. Hay gente que incluso le pone nombre a sus genitales. Entonces la separación ya es completa. Los utilizan como instrumentos. Uno no es los genitales, sino que los usa; la división es entonces completa e irremediable.

Siempre piensas en ti mismo como si fueses la cabeza, considerando el resto del cuerpo como algo separado. ¿Alguna vez has pensado en ti mismo siendo los pies, las manos, la espalda, o la sangre que circula por tu interior? No. Tu identidad permanece en la cabeza; la cabeza es el rey.

La teología ha evolucionado partiendo de esta división, recuérdalo. Primero es la cabeza, luego el corazón y en tercer lugar están los genitales. Dios sólo tiene la primera; lo segundo y tercero no existen. Dios no tiene emociones ni sexualidad. Esa es la definición de Dios de casi todas las religiones, excepto en el zen.

También está el santo. El santo cuenta con lo primero y lo segundo, pero no con lo tercero. Tiene razón, intelecto, intelectualidad, emociones y corazón, pero no sexualidad.

A continuación viene el ser humano normal y corriente. Tiene las tres cosas, primera, segunda y tercera.

Luego está el pecador. Carece de la primera –de inteligencia, intelecto, razón o cabeza-, y sólo cuenta con la segunda y tercera: emociones y sexualidad.

Y en último lugar está el diablo, que sólo tiene la tercera. Las dos primeras están ausentes: no hay razón ni emoción, sólo sexualidad. Por ello, en Oriente, y sobre todo en la India, el nombre del diablo es Kama Deva, el dios del sexo. Totalmente acertado.

Así que ésta es la división teológica: Dios, sólo cabeza; demonio, sólo sexo. El pecador se acerca más al demonio y tiende a ir al infierno; el santo está más cerca de Dios y se halla destinado al cielo. Y entre ambos está el pobre hombre, que cuenta con las tres cosas, y que claro está, sufre más conflictos que los otros tres. Cuando tienes las tres cosas, también tienes más conflictos.

Pero ese no es un concepto zen. Es cristiano, musulmán, hinduista, pero no zen. El zen cuenta con una comprensión radical de la vida, una comprensión fresca. El zen dice que Dios es el todo, por lo que Dios tiene las tres cosas, pero carece de conflicto. Las tres mantienen una profunda armonía entre sí, bailando juntas. No se pelean, sino que se abrazan. Y eso es trascendencia. Como no hay conflicto, hay trascendencia. En Dios el sexo se torna sensualidad. Dios es sensual. El sexo cobra vida, se convierte en divertido, alegre, en un juego. Las emociones se tornan sensibilidad, compasión y amor. Y la razón se convierte en comprensión, consciencia y meditación.

Se trata de una perspectiva del todo distinta. No se niega ni excluye nada. El zen lo abarca todo. Nunca dice no a nada; lo acepta todo y lo transforma en una realidad más elevada Es muy sinérgico. El zen es una plenitud sinérgica. Todas las energías deben reunirse y convertirse en una. Nada debe negarse, porque si niegas algo serás ese algo menos rico.

Piensa en un dios –en el dios cristiano- que no tiene sexo, ni emociones. ¿Qué clase de dios puede ser? Al tener sólo intelecto sería un poco rígido. ¡Para eso podrías venerar a un ordenador! Un ordenador, eso es lo que es el dios cristiano; sólo la cabeza. Un ordenador es una cabeza magnificada, y tarde o temprano haremos ordenadores mayores y mejores. Un día acabaremos construyendo el ordenador perfecto. Será exactamente lo que se ha propuesto que sea ese dios, sólo la cabeza. El ordenador carece de sensualidad, de sexualidad y de emociones. El ordenador no llorará si alguien muere, el ordenador tampoco reirá, ni lo celebrará si alguien nace, y el ordenador no se enamorará. ¡El ordenador no es tan tonto!

Un ordenador es sólo cabeza, pura cabeza. Imagínatelo… Te han sacado la cabeza fuera del cuerpo, fuera de tu totalidad, que ahora palpita en un sitio mecánico, alimentado por máquinas. Y lo único que tienes que hacer es pensar, y pensar y nada más que pensar. Eso es lo que ha estado haciendo Dios.

Pero no según el zen. El universo, la totalidad, es tan rica que lo incluye todo. La diferencia entre Dios y el ser humano no es que Dios tenga una cosa y el ser humano tres; la diferencia es que el ser humano tiene tres que se pelean y Dios tiene tres en armonía. Esa es la única diferencia. Que no sabes cómo armonizarlas. El día que lo sepas serás un dios. Cuentas con todo lo que básicamente se requiere para ser un dios. Es casi como dicen los sufíes: tienes la harina, el agua, la sal y el aceite, y el fuego está encendido y estás ahí sentado, hambriento, y sin saber cómo hacer pan. El hambre no desaparecerá a menos que hagas pan. El hambre no desaparecerá a menos que hagas pan. ¿Qué es el pan? Está hecho a base de agua, harina, aceite, sal y también cuenta con el elemento fuego. Así puedes digerirlo.

Lo mismo te ocurre a ti. Cuentas con todo lo que necesitas para ser un dios y tienes hambre. Dispones de todo lo necesario, no te falta nada, pero no sabes cómo convertirlo en una plenitud sinérgica.

Para el zen, espiritualidad significa totalidad; para el zen, sagrado significa totalidad. Incluye y transforma todo; todo debe ser incluido y trascendido. Cuando se incluye todo surge un equilibrio. Y eso significa exactamente que las cosas son iguales. El sexo no es la sirvienta, ni el corazón la reina, ni la razón o la cabeza el rey. Todos son iguales.

Permite que te lo repita. A menos que pienses en términos de igualdad, nunca alcanzarás el equilibrio. Todas las partes son iguales. Ninguna de ellas es el amo y señor, ni la criada.

Esa es la revolución zen: todas las partes son amos y señores y criadas. Hay momentos en que el sexo se sienta en el trono, y hay otros en los que las emociones ocupan ese lugar, y aun otros en los que la razón está entronizada, pero ninguno de ellos lo está de manera permanente, sino que tiene lugar una rotación. Eres una rueda en rotación, y esas tres partes son los radios. A veces uno de los radios aparece arriba y otras veces abajo, pero los tres sostienen la rueda. Ese debe ser el significado de la trinidad cristiana, y el de la trimurti hinduista, los tres rostros de Dios; un Dios detrás de todo, con tres rostros. Ninguno es el rey, ni la reina, ni la sirvienta; todos son señores y sirvientes. Eso significa que nadie es amo y nadie sirviente, sino que son juntos; se sostienen entre sí, viven entre sí, y entre ellos existe una gran amistad.

Entabla amistad con tus tres elementos. No te identifiques sólo con uno, o empezarás a quererlo instaurar en el trono para siempre. Entabla amistad con los tres, respeta a los tres y recuerda que eres los tres, y que no obstante estás en el centro de todos ellos.

Imagina un triángulo: uno de los ángulos es la sexualidad, otro es la emocionalidad, y el restante es la intelectualidad. Y en el interior del triángulo está el centro de consciencia: tú. Cuando los tres conducen a ti, a tu consciencia, a tu atención, eso es la meditación. A través de esa armonía, de esa plenitud, llegas a casa.

sábado, 18 de enero de 2020

LA ARMONÌA INTERNA


Antes de que podamos comprender cómo alcanzar esa armonía interna, debemos fijarnos muy bien en cómo nos hemos llegado a convertir en una multitud. ¿Cómo nos ha caído esa calamidad encima? ¿Quién la ha creado? ¿Cómo ha sido creada? A menos que sepamos cómo se ha creado no habrá manera de deshacerla.

En una ocasión en que el Buda llegó para su sermón matinal traía un pañuelo en la mano. Se sentó frente a sus diez mil monjes, y empezó a hacer nudos en el pañuelo. Les dejó a todos sorprendidos, porque nunca había hecho nada parecido. ¿Qué estaba haciendo? ¿Se había olvidado del sermón? Pero por respeto permanecieron quietos y siguieron observándole.

Una vez que el Buda hubo hecho cinco nudos en el pañuelo, dijo:

-Quiero deshacer estos nudos. Pero antes de hacerlo me gustaría hacer dos preguntas. Una, ¿es este pañuelo el mismo que antes de tener los nudos?

Ananda, uno de sus grandes discípulos, dijo:

-Bhagwan, en cierto modo es el mismo porque los nudos no afectan su existencia. No añaden ni disminuyen nada. El pañuelo continúa siendo exactamente el mismo, su cualidad es igual, sigue siendo un pañuelo. Pero no obstante, no es el mismo, porque algo ha cambiado. Puede que tenga o que no tenga un valor fundamental, pero ahora cuenta con algo nuevo: esos cinco nudos. Está atado, y así pues, ya no es libre. Ha perdido la libertad, el pañuelo es el mismo pero ahora es un esclavo.

El Buda dijo:

-Muy bien, Ananda, eso es lo que quería decirles a mis monjes. Cuando el hombre está dividido permanece en cierto modo de la misma manera, y no obstante, ya no es el mismo. Ha perdido su libertad, su armonía, aunque fundamentalmente nada haya cambiado. Sois dioses y diosas, nada ha cambiado; sólo que el dios ha quedado atrapado tras la existencia de unos cuantos nudos. Fundamentalmente sois tan libre como un buda, existencialmente sois exactamente igual que yo, pero psicológicamente no estáis donde yo estoy, no sois lo que es el buda. Existencialmente, todos somos budas, pero psicológicamente habitamos mundos distintos y particulares… estos nudos.

El Buda hizo a continuación la segunda pregunta: Monjes, tengo otra pregunta que haceros: ¿qué debería hacer para deshacer estos nudos?

Sariputta, otros de los monjes, se puso en pie y dijo:

-Bhagwan, si queréis deshacerlos permitid que me acerque, que los observe. Porque a menos que sepa cómo se han anudado no habrá manera de saber cómo pueden deshacerse. ¿Qué proceso se ha utilizado para atarlos? ¿Cómo han sido creados? Sólo sabiendo eso podrán desatarse. Permitid que me acerque. Y no hagáis nada antes de que pueda mirar, porque si hacéis algo sin saber cómo han empezado a existir los nudos, se pueden llegar a crear nudos todavía más sutiles. Puede resultar todavía más difícil. Puede llegar a ser imposible desatarlos.

Y el Buda dijo:

-Correcto, Sariputta, eso es exactamente lo que quería decir.

Antes de que uno comprenda cómo realizar, debe entender qué es lo que le falta. ¿Cuáles son las causas de su miseria? ¿Cómo llegó a estar dividido? ¿Cómo sucedió tal imposible que lo indivisible se halla dividido, que la beatitud absoluta se haya convertido en miseria, que los dioses hayan caído prisioneros? ¿Cómo ha sucedido?

El “cómo” debe llegar a conocerse con muchísima precisión, así que primero exploraremos el “cómo” conseguirlo.

Podemos empezar con Platón. Está en la base de la mente moderna. Con él empezó clara y lógicamente la división. Debe haber existido antes que él, pero nunca fue argumentada de manera tan lógica. Nunca fue expuesta antes por un genio como Platón. Y desde entonces, durante estos dos mil años, la división ha llegado a creerse. Y si uno cree ciertas cosas durante dos mil años, esas cosas acaban por convertirse en una realidad. Una creencia tiende a convertirse en una realidad. Una creencia hipnotiza, y poco a poco empieza a funcionar como si fuese real.

Platón afirmó que el comportamiento humano fluye desde tres fuentes principales: conocimiento, emoción y deseo.

Esta es la primera indicación de una división nítida del ser humano. El ser humano está divido en tres: conocimiento, emoción, deseo. El conocimiento tiene su origen en la cabeza, la emoción en el corazón, y el deseo en los ijares: cabeza, corazón y genitales, ésas son las tres divisiones.

Claro está, la cabeza es la más elevada. El hombre que vive a través de sus genitales es el más bajo; en la India lo llamamos sudra, intocable. Y el hombre que vive en la cabeza es el más elevado; en la India lo llamamos brahmin. Y todo el resto está entre ambos, con diversos grados de emocionalidad.

Estas tres divisiones no son sólo una creencia. Han penetrado de manera tan profunda en la consciencia humana que ahora la consciencia humana existe como tres.

Estás dividido, ya no eres uno; ahora eres tres. Uno es el rostro sexual, muy privado y que ocultas en la oscuridad. El segundo es el rostro emocional, que no es tan privado, pero que sigue siendo particular, y sólo lo exhibes de vez en cuando. Si alguien muere y lloras, entonces está bien. Pero por lo general no lloras ni gimes, o lo dejas para las mujeres, porque no son criaturas tan elevadas como el hombre.

El chovinismo masculino está por todas partes. A la mujer no se la acepta como brahmin, y son muchas las religiones que la han negado, que han dicho que no será capaz de entrar en el reino de Dos como mujer. Primero deberá nacer como hombre, y sólo entonces podrá ser creíble. Sólo el hombre entra en el paraíso; una mujer es una criatura inferior. La mujer sólo tiene dos centros, el sexual y el emocional; no tiene cabeza, no tiene cerebro, carece de intelecto. Así que, claro está puede llorar, gemir, reír y exhibir sus emociones y ser sentimental. El hombre rara vez, en contadas situaciones, permite aflorar sus emociones.

El sexo es absolutamente privado; las emociones son medio privadas y medio públicas; y el intelecto es absolutamente público. Eso es lo que se va enseñando por todas partes, lo que se exhibe. Razón, lógica, conocimiento, eso es lo importante.

Dos mil años más tarde, Sigmund Freud vuelve de nuevo con la misma división. ¡Qué extraños compañeros de cama: Platón y Freud! Pero de alguna manera, el hombre ha llegado a aceptar tan profundamente las divisiones que se han convertido en algo inconsciente. Freud también dice que la razón es el rey, la emoción la reina y el sexo la sirvienta, y claro está, ¡larga vida al rey! Destruye la sexualidad, destruye la emoción, y lleva toda tu energía hacia la cabeza. Permanece colgado en la cabeza.

Pero sin sexo desaparece toda alegría. Y sin emoción desaparece toda suavidad y sensibilidad. Con la razón te tornas seco como un desierto, una tierra baldía, en la que nada crece.

Leí la autobiografía de Charles Darwin y di con el siguiente párrafo. Es muy revelador. Darwin escribió: “La poesía de muchos tipos me proporcionó gran placer de niño, incluso ya siendo un joven. Antes, lo que me daba gran alegría era la pintura y la música, que me encantaba. Pero desde hace muchos años no soportó leer ni una línea de poesía. Lo he intentado, pero me resulta tan intolerablemente aburrido que me provoca náuseas. También he perdido todo gusto por la pintura y la música. Mi mente parece haberse convertido en una especie de máquina que tritura leyes generales a partir de grandes masas de hechos. No puedo concebir cómo eso puede haber casado la atrofia de esa parte del cerebro de la que dependen los gustos más elevados. La pérdida de esos disfrutes es una pérdida de felicidad.

Así escribió en su vejez. Que había perdido todo gusto por la poesía; de hecho, le daba náuseas. No toleraba la música. No dice nada acerca del amor… porque si la poesía le daba náuseas y la música se había convertido en algo intolerable, el amor debía resultarle imposible. ¿En qué clase de hombre se convirtió Darwin? Él mismo confiesa que se había convertido en una especie de máquina.

Eso es lo que le está sucediendo a la mayor parte de la humanidad. Todo el mundo se ha convertido en una máquina –en máquinas grandes y pequeñas, en máquinas más o menos hábiles-, pero todo el mundo se ha convertido en una máquina.

Y entonces todas las partes negadas se te rebelan, provocando una guerra constante. No puedes destruir la sexualidad; puedes trascenderla. Sí, pero no destruirla. Y tampoco puedes destruir tus emociones. El corazón sigue funcionando y tejiendo sueños. Tal vez lo hace de manera subterránea porque te muestras contrario a ello, tal vez desaparecen en el subconsciente, en una oscura y profunda cueva, donde subsisten, pero siguen vivos. Las emociones pueden transformarse pero no destruirse. No pueden destruirse ni el sexo ni el corazón.

Pero eso es lo que ha estado haciendo la cabeza, que acostumbra a existir a expensas del corazón. Mata al corazón, al cuerpo, y luego vive como un fantasma en una máquina. Es algo que puede percibirse en todo el mundo.
Cuando utilizo la palabra “sexualidad” no sólo quiero decir genitalidad. Lo genital es sólo una experiencia y expresión de lo sexual muy diminuta. Lo sexual es algo enorme. Al decir sexualidad me refiero siempre que vuestro cuerpo está vivo, sensual, cuando vibra y palpita, que es cuando os encontráis en un estado sexual. Puede que no tenga nada que ver con lo genital. Por ejemplo, cuando bailáis sois sexuales; un bailarín es sexual, la energía del baile es sexual. No es genital, porque puede que no penséis para nada en el sexo, que lo hayáis olvidado por completo.

De hecho, la sexualidad es cuando te olvidas totalmente del sexo y te fundes en cualquier participación profunda con la totalidad del cuerpo. Puede ser nadando o corriendo, corriendo por la mañana.

Así que cuando utilizo la palabra “sexual”, hago referencia a esta experiencia de totalidad. La genitalidad sólo es una de las funciones de la sexualidad. Se ha convertido en demasiado importante porque hemos olvidado la función completa de la sexualidad.

sábado, 11 de enero de 2020

QUÈ ES LA MEDITACIÒN


La meditación es estar en armonía, interior y exteriormente. Meditación es ser la armonía.

El ser humano se ha perdido a sí mismo porque ha perdido su armonía. Está en conflicto; tiran de él en distintas direcciones a la vez. No es uno, sino muchos. Ser muchos es estar en un estado no meditativo; no ser muchos, sino simplemente uno, es estar en meditación. Y cuando realmente sólo hay uno, cuando ni siquiera ese uno está ahí…

En Oriente lo hemos llamado el estado de no dualidad, y no el estado de unidad. Hemos tenido que inventar esta expresión –no dualidad- para describir, para indicar que no es dual, eso es todo. Ya no hay dos, también han desaparecido los muchos. Y con ellos también el uno. El “uno” sólo puede existir entre los “muchos”.

El ser humano, por lo general, es una multitud, un gentío. El ser humano no es uno porque carece de integración. Es todo fragmentos, no está junto, no es de una pieza.

Meditar es ser de una pieza, y cuando eres de una pieza estás en paz.

Primero hay que alcanzar la armonía interior y luego también podrá lograrse externamente. Primero un ser humano debe convertirse en una armonía, y desde ahí debe empezar a palpitar con la mayor de las armonías de la existencia.

Así pues, en la meditación hay dos pasos. El primero es no estar en conflicto interno con uno mismo, no permitir que el combate interior continúe: la mente luchando contra el cuerpo, la razón contra el sentimiento, la sensación contra la sexualidad. En el interior tiene lugar un combate continuo, ¿te has dado cuenta? Hay una guerra continua; sin ningún respiro. ¡Así claro que es imposible ser feliz! A menos que esos elementos cambiantes de tu interior te abracen, dejen de luchar, se enamoren uno de otro o se disuelvan entre sí, no hay felicidad posible. La felicidad sólo es una esperanza.

La felicidad es una sombra de la armonía, sigue a la armonía. No hay otra manera de ser feliz. A menos que seas la armonía, ya puedes luchar lo que quieras, que sólo lograrás sentirte cada vez más frustrado y miserable. Al igual que una sombra, la felicidad te sigue cuando eres una totalidad armoniosa.

El primer paso tiene lugar en tu interior; y una vez que te hayas convertido en una única palpitación, sin divisiones, en una oleada de energía sin resistencias, sin inferior ni superior, sin elección, sin evaluación, sin juicio, cuando seas simplemente uno, entonces tiene lugar el segundo paso. Cuando eres uno puedes ver el uno; sólo puede verse entonces. Los ojos están despejados, se tiene claridad.

Cuando eres uno inmediatamente ves el uno a tu alrededor. Ahora conoces el lenguaje del uno. El lenguaje múltiple ha desaparecido, ese ruido ya no está, el manicomio se ha ido, la pesadilla ha acabado. Estás en silencio. Y en ese silencio puedes disolverte inmediatamente en la existencia; ahora puedes sintonizarte con la palpitación del propio universo. Ése es el segundo paso de la meditación.

El primero es difícil, el segundo no lo es. El primero requiere esfuerzo, mucho esfuerzo; el segundo es muy simple, casi aparece de manera automática. El primero es como un ciego al que se opera para que pueda ver. El segundo es cuando ha finalizado la operación: los ojos están ahí, y el ciego los abre y puede ver la luz y el mundo de luz y los millones de alegrías de color, luz, belleza y forma que le rodean.

El primer paso requiere esfuerzo, el segundo llega inintencionado. El primero se parece al yoga, mientras que el segundo es más como el zen… o, para utilizar un paralelismo moderno, el primero se parece a Gurdjieff y el segundo es más como Krishnamurti. Por eso digo que el zen es el pináculo. El zen es la última palabra. El yoga es el principio del viaje, y el zen su fin.

Cuando eres uno, y de repente ves la unicidad fuera, se disuelven todas las barreras. Entonces deja de haber “yo” y “tú”; entonces sólo hay Dios, o verdad, o samadhi, o la palabra que sea… nirvana. La gente zen llama a este estado sonomama o konomama, el estado de pura talidad, tathata.

Uno simplemente es. Uno no hace nada, no piensa nada, no siente nada, simplemente es. Esta talidad es la experiencia fundamental de beatitud. Más allá no hay nada. Y ése es el objetivo, llegar a esa talidad es la búsqueda, la eterna búsqueda, de todo ser.

sábado, 4 de enero de 2020

LOS HEMIFERIOS DEL CEREBRO


El cerebro humano está dividido en dos partes, en dos hemisferios. Ahora, las investigaciones científicas han demostrado muchos hechos acerca del cerebro humano. El lado derecho, el hemisferio derecho del cerebro, funciona de una manera totalmente distinta que el lado izquierdo.

Están unidos por un puente diminuto, y todo el engranaje cambia a través de ese puente. El lado izquierdo del cerebro funciona a través de la razón: es prosa, lógica, agresión, ambición, ego. Es masculino, es yang, es muy violento. Este hemisferio izquierdo del cerebro es el de las matemáticas, la acción, el análisis, la secuencia, la masculinidad, el tiempo, la agresión, el trabajo… y todo ese tipo de cosas.

Los dos lados del cerebro están unidos mediante un puentecito muy frágil, y continuamente cambiamos del izquierdo al derecho y viceversa. De hecho, eso es lo que provoca la respiración. A veces respiras por la fosa nasal izquierda, y entonces tiene lugar un cambio y empiezas a hacerlo por la derecha. Cuando respiras por la fosa nasal derecha, se pone en funcionamiento el hemisferio izquierdo, pues están conectados contrariamente. Cuando respiras a través de la fosa nasal izquierda, es tu hemisferio derecho el que funciona.

Tu mano izquierda está unida al hemisferio derecho, tu mano derecha lo está al hemisferio izquierdo. Por eso se fuerza a los niños a escribir con la mano derecha. Da la impresión de que la derecha está bien, pero que hacerlo con la izquierda es erróneo. ¿Por qué? Porque un niño que escribe con la mano izquierda nunca será el tipo de persona que la sociedad quiere que sea. Será más poético, más imaginativo. Albergará grandes sueños. Será pintor, bailarín, cantante, músico, pero nunca será un as en matemáticas, ingeniería o ciencia. No se convertirá en un gran general, en un asesino o un político, no. Por todo ello, la mano izquierda es peligrosa. Se necesitan diestros. La historia está escrita por gente diestra. Los zurdos tiene que cambiar, porque si usas la mano izquierda empezará a funcionar tu parte imaginativa, tu parte femenina, tu falta de egoísmo. Serás más blando, te abrirás más. Serás más receptivo. Por eso obligan a los niños a cambiar.

Tarde o temprano tendrá lugar una revuelta zurda contra los diestros. Tienen que rebelarse. De hecho, el cincuenta por ciento de las personas son zurdas –porque hay un equilibrio-, pero las hemos obligado a cambiar. De ese cincuenta por ciento, aproximadamente el cuarenta se han convertido en diestros a su pesar. El diez por ciento persiste. Pero lo hacen con miedo, con ansiedad. Como si algo estuviese equivocado. No es sólo cuestión de manos, también lo es del cerebro.

Los lingüistas acaban de despertarse al hecho de que en el mundo existen dos tipos de lenguas. Algunas funcionan desde el hemisferio izquierdo, por ejemplo, el inglés. Se trata de una lengua científica, más racional. En cambio, la lengua de los hopos funciona desde el derecho. Se trata de una lengua totalmente distinta, más pictórica, menos científica, más poética, más colorista, más viva. Los hopos no pueden desarrollar mucha matemática.

Hemos sido forzados a permanecer cada vez más en el hemisferio izquierdo y poco a poco nos hemos olvidado del derecho. Nos hemos olvidado del mundo del hemisferio derecho. Cuando sueltas el ego es un cambio que tiene lugar interiormente. Y tras ello surge en ti un tipo de energía totalmente distinto; te tornas más poético, más divertido, más alegre. Y uno crece. El crecimiento tiene lugar a través de lo femenino, y se realiza por el hemisferio derecho.

Al contar la historia del Espíritu del Océano hablándole al Espíritu del Río, Chuang-Tzu dice: “No puedes hablarle del océano a una rana de pozo, una criatura que pertenece a una esfera más estrecha. No puedes explicarle el hielo a un insecto estival, una criatura de temporada. No puedes explicarle el tao a un pedagogo, porque su alcance es demasiado limitado. Pero ahora que has emergido de tu estrecha esfera y visto el gran océano, conoces tu propia insignificancia y puedo hablarte de grandes principios”.

Eso es lo que el océano le dice al río cuando éste desemboca en el mar. Hasta ese momento el océano ha permanecido tranquilo y ha guardado silencio. El río estaba ahí, dudando entre entrar o no en el océano, y éste guardaba silencio. Entonces el río desembocó en el océano y éste dijo: “Ahora que has emergido de tu estrecha esfera y visto el gran océano, conoces tu propia insignificancia y puedo hablarte de grandes principios”.

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