sábado, 24 de septiembre de 2016

EL CONOCIMIENTO Y LA SABIDURIA

La única diferencia entre la felicidad común y la felicidad de una persona religiosa es ésta: que la persona religiosa ha llegado a ser capaz de entrar en cualquier momento, en cualquier lugar, en su ser. Ahora conoce la ruta directa y no depende de las ayudas externas.

Tú dependes demasiado de lo exterior. A veces te encuentras en una hermosa casa; te hace sentir bien. Viajas en un bonito coche; el coche ronronea y todo funciona a la perfección; te hace sentir bien. El estar en ese sentimiento te aproxima a tu ser. Pero tú lo mal interpretas. Crees que es debido a tu coche y por eso has de ser el dueño de ese coche. Puede que el coche haya servido de entorno, pero el coche no es la causa: Puede que la hermosa casa actúe como entorno, pero no es la causa.

Si crees que ésa es la causa te desplazas al mundo del tener. Por eso has de ser el dueño del coche más bonito; has de tenerlo. Has de tener la casa más hermosa, has de poseer el jardín más bello, has dé tener la mejor mujer y el mejor hombre.

Y así sigues acumulando y acumulando y acumulando hasta que un día, de repente, te das cuenta de que toda tu vida ha sido desperdiciada, Has acumulado muchas cosas, pero te has perdido la fuente de toda felicidad. Te has perdido recolectando objetos. La premisa fundamental era que todo aquello que te hacìa sentir feliz y contento; lo tenías que poseer.

Escúchame... no es necesario que poseas todo esto, tan sólo observa lo que está sucediendo en tu interior y podrás empezar a disfrutar de esas situaciones sin ninguna ayuda exterior. Esto es lo que hace un sanyasin. No es que tengas que poseerlo todo, que tengas que tenerlo todo, sino que has de estar alerta para no poseer nada en este mundo. Todo lo que puedas poseer opera solamente como entorno. No es la causa. La causa es interior. Y tú puedes abrir la puerta sin ninguna ayuda exterior, en cualquier instante, en cualquier lugar, y puedes deslizarte en ello y regocijarte.

Dejas de estar atado. Puedes emplear las cosas, son útiles... no estoy en contra de las cosas, recuérdalo. Emplea las cosas, pero no creas que esas cosas son la causa de tu felicidad. Emplea las cosas; tienen una utilidad, pero no creas que constituyen la meta. No son el objetivo; sólo son los medios. La meta está en ti, la meta es tal que uno puede adentrarse en ella directamente sin ninguna ayuda externa. Una vez lo descubres te conviertes en el amo de tu ser.

Esto, lo que estoy diciendo; lo has de vivir tú. El que yo lo diga y el que tú lo escuches y lo comprendas intelectualmente, no te servirá de mucha ayuda.

Mulla Nasrudin rechazó la orden del matón de que bebiera, por tres razones:

«¡Dímelas!», le espetó el terror de la ciudad.

«Primera,» dijo el Mulla, «mi religión me lo prohìbe. Segunda, le prometí a mi abuela en su lecho de muerte que no tocaría, ni olería, ni probaría el maldito licor».

«¿Y la otra razón, la tercera?», insistió algo más tranquilo el bravucón.

«Acabo de beber”, dijo Nasrudin.

Si sólo me escuchas, si solamente me comprendes desde el intelecto y nunca lo vives en tu laboratorio interior de la consciencia, todo lo que te diga permanecerá solamente en tu cabeza. Nunca se convertirá en tu vivencia. Y a menos que se convierta en una vivencia no vale la pena; es basura. Una y otra vez podrás comenzar de nuevo a acumular conocimiento y otra vez vivirás la misma historia, la dimensión del tener.

Y puedes acumular tanto conocimiento como tengas a mano. Esta es una de las desgracias del hombre moderno, el que tanto conocimiento sea asequible. Nunca fue así.

La mayor calamidad que le ha acontecido al hombre ha sido la inmensa cantidad de conocimiento que se le ha hecho asequible. Nunca antes estuvo tan al alcance.

Un hindú solía vivir según las escrituras hindúes; el musulmán solía vivir de acuerdo con las escrituras islámicas; el cristiano solía vivir según la Biblia, y todos ellos estaban limitados y nadie se adentraba en el mundo de conocimiento del otro. Las cosas estaban perfectamente claras; no había superposiciones.

Ahora todo se ha superpuesto y una enorme cantidad de nuevos conocimiento se ha hecho asequible. Estamos viviendo en una «explosión de los conocimientos». En esta explosión puedes empezar a acumular información, puedes convertirte en un gran erudito de forma muy fácil, sin costo alguno, pero eso no te va a transformar.

De nuevo, recuerda que el conocimiento pertenece a la dimensión del «tener»; el saber pertenece a la dimensión del «ser». Se parecen, pero no son lo mismo. No es que no sean lo mismo, sino que son diametralmente opuestos. Un hombre que se dedica a acumular conocimiento, continúa perdiendo saber. El saber requiere de una mente especular, pura, incorrupta. No te estoy diciendo que el conocimiento sea inútil. Si posees tu sabiduría, fresca, especular, clara, puedes emplear tus conocimientos de una forma muy útil. Puede ser algo beneficioso. Pero, en primer lugar ha de haber sabiduría.

El conocimiento es algo fácil; la sabiduría es difícil. Para saber, has de atravesar muchos fuegos. Para tener conocimientos no se necesita nada; tal y como eres puedes continuar añadiendo más y más conocimiento a tu persona.

Un alegre señorito, tan encantador como escaso de dinero, sorprendió a sus amigos con su repentina boda con una mujer extremadamente fea cuya única virtud era su exuberante cuenta bancaria. Después de casarse, sus amigos se sorprendieron doblemente al ver su insistencia en que su mujer le acompañara donde fuera que fuese.

«Puedo, entender que te casases con esa mujer dolorosamente fea por su dinero, pero…», le dijo con franqueza uno de sus amigos, «¿Por qué insistes en que te acompañe siempre?»

«Es muy sencillo», le dijo el marido, «es más fácil que darle un beso de despedida».

Es más sencillo acumular conocimiento; es muy cómodo, no cuesta nada. Es muy difícil, muy arduo el alcanzar el saber. Por eso es que son escasos, muy pocos, los que tratan de meditar; muy pocos los que tratan de rezar, muy pocos los que tratan de hacer el máximo esfuerzo en pos de la Verdad. Y todo aquello que no conozcas por ti mismo, es irrelevante.

Nunca podrás tener certeza de ello. Nunca desaparecerá la duda. La duda subsistirá como un gusano bajo la tierra, saboteando tu saber. Puedes gritar bien alto que crees en Dios, pero con gritar no demostrarás nada. Tus gritos solamente prueban una cosa: que la duda persiste. Solamente la duda grita a viva voz. Puedes convertirte en un fanático creyente, pero tu fanatismo solamente demuestra una cosa: que persiste la duda.

Ùnicamente aquél que contiene la duda en sí mismo se convierte en un fanático. Un hindú fanático es uno que no confía en la validez del hinduismo. Un cristiano fanático simplemente es el que tiene dudas sobre el cristianismo. Se vuelve un fanático, agresivo, no para demostrar algo a los demás; sino que se convierte en un fanático agresivo para intentar demostrarse a sí mismo que crea lo que crea, realmente lo cree. Ha de demostrárselo.

Cuando realmente sabes algo, no eres un fanático. Un hombre de sabiduría, aunque sea uno que ha alcanzado solamente a tener destellos de Dios, destellos de su ser, se vuelve muy tranquilo, muy sensible, frágil. No es un fanático. Se vuelve femenino. No es agresivo. Se vuelve profundamente compasivo. Y con el saber, se torna muy comprensivo con los demás. Puede hasta comprender el punto de vista diametralmente opuesto.

Un hombre de sabiduría alcanza un sentido del humor. Acuérdate siempre de esto. Si ves a alguien sin sentido del humor, ten por seguro, que este hombre no sabe nada. Si te encuentras con un hombre serio, ten por seguro que es un farsante. El saber aporta sinceridad, pero la seriedad desaparece. El saber aporta alegría, el saber aporta sentido del humor. El sentido del humor es un requisito.

Si te encuentras con un santo que no tenga sentido del humor, no es un santo. Imposible. Su seriedad misma revela que no ha llegado. Una vez alcanzas experiencias propias, te vuelves muy juguetón, te vuelves muy inocente, como un niño.

sábado, 17 de septiembre de 2016

ATENDER AL SIGNIFICADO DE LAS PALABRAS

Un hombre vino a verme. Por la forma en que acudió pude ver que era totalmente indiferente a mí. Era muy claro, era evidente. No fluía hacia mí, su ser no fluía. Era un pozo de energía estancada.

Me quedé sorprendido. Me preguntaba por qué había acudido a mí. Y entonces él empezó a hablar de Dios. La palabra «Dios» no tenía ninguna fuerza en sus labios. Era vana. Hablaba en un lenguaje que no sabía emplear. Permanecí a la espera porque debía de haber algo tras esas palabras sobre Dios. El decía, «Quiero vivir a Dios y quiero realizarme a mí mismo». Pero por la forma en que lo estaba diciendo y el modo en que se expresaba estaba absolutamente claro que él no había venido por eso. Puede que simplemente se expresara así para mostrarse cortés conmigo o para poder comenzar un diálogo.

Y luego, poco a poco, siguió diciendo, «Un día vendré y también me haré sanyasin».

De modo que le dije, «Si has venido y si eres un buscador y quieres realizar a Dios, ¿por qué perder más el tiempo? Ya basta con el que has perdido». Debía de andar casi por los sesenta y cinco. El dijo, «Eso es cierto, pero ahora estoy metido en elecciones». Había unas elecciones en aquel entonces, por eso dijo, «He venido para que me des tus bendiciones». Yo le dije, «Entonces ¿por qué pierdes el tiempo hablando de Dios, hablando del alma, hablando de meditación?» . .

Los hindúes son muy duchos en esos temas; por pura tradición han aprendido ese modo de expresarse: Esas expresiones están. en el aire y ellos las han cogido, pero no están enraizadas en su ser; solamente flotan en sus mentes. Esas palabras existen en ellos sin raìz alguna, sin contacto con ellos.

Le dije, «¿Por qué pierdes el tiempo hablando de Dios y del¬ alma? Lo tenias que haber dicho al principio». El se sintió algo confundido y yo le dije, «Me he estado preguntando desde un principio porqué habías acudido a mi; porqué viniste a mí, pero realmente no viniste a mi. Hablabas fuerte y alto. Estabas, ahí sentado y aun así no estabas sentado aquí y yo podía ver que tu presencia era falsa, solamente era física. Y podía observar en ti al político. De hecho hablabas de Dios como una estrategia política. Esa era tu política

Esos son los que dicen, «La honestidad es la mejor inversiòn». Incluso a la honestidad la han de convertir en algo en lo que se invierte. Invertir quiere decir polìtica. «Vale la ¬pena ser honesto»; dicen. Asì la honestidad se convierte en un útil instrumento para ganar más dinero, para adquirir más prestigio, para ser más respetable, pero ¿cómo puede ser la "honestidad una inversión? El decir esas cosas, el que la honestidad es la mejor inversión, es una profanación: Es como decir que Dios es la mejor inversión, o que la meditaciones la mejor inversión o que el amor es el mejor seguro.

Su lenguaje es el del tener, puedes emplear a Dios y a la meditación Y a muchas cosas, pero sólo serán vestimentas, máscaras y tras ellas habrá algo escondido.

«Temo que son malas noticias»; "le dijo el médico al marido de una esposa regañona. «A tu esposa solamente le quedan unas pocas horas de vida. Espero que comprendas que ya no se puede hacer nada más. ¡No sufras por eso!», «De acuerdo, doctor», le dijo el marido, «¡He estado sufriendo durante tantos años que ahora puedo sufrir unas cuantas horas más!»

La gente emplea lenguajes diferentes. Aunque empleen las mismas palabras no las emplean con el mismo significado. Atiende al significado y no a las palabras. Si atiendes a las palabras nunca comprenderás a la gente. Atiende al significado. El significado es algo totalmente distinto.

La mujer domadora tenía a sus fieras perfectamente controladas. Cuando se lo ordenaba, el león más fiero acudía mansamente a ella para tomar un terrón de azúcar de su boca. Todo la gente se maravillaba, todos excepto uno: Mulla Nasrudin.

«Cualquiera es capaz de hacer esto», gritó desde donde estaba.

“¿Quién dice que se atreve?», contestó el director con sorna.

«Sin ninguna duda soy capaz de hacer lo que hace el león», replicó Nasrudin.

Siempre que escuches algo, atiende al significado. Siempre que escuches a una persona, atiende al conjunto de su personalidad e inmediatamente serás capaz de ver si la persona vive en la dimensión del tener o en la dimensión del ser.

Y eso te será de mucha ayuda en tu crecimiento interior y a la hora de cambiar de mecanismos. Observa a la gente. Es más fácil observar al principio a la gente que observarte a ti porque la gente es algo más objetivo y hay una cierta distancia entre tú y los demás. Y puedes ser más objetivo con la gente porque no te sientes implicado con ellos. Tan sólo observa. Tómalo por costumbre.

Buda solía decir a sus discípulos, «Observad a todo aquél que pasé junto a vosotros; al ir por la calle, observad a la gente. Observad qué es lo que está sucediendo exactamente. No atendáis a lo que dicen porque son muy astutos, se han vuelto muy hábiles con el engaño. Cuando alguien diga algo, observa su cara, sus ojos, su ser, sus gestos y simplemente te sorprenderás de ver cómo, hasta ahora, vivías de palabras. Puede que alguien te esté diciendo, «Te quiero» y que sus ojos lo estén negando claramente. Puede que alguien sonría con su boca y que sus ojos te estén despreciando, te estén rechazando. Puede que uno te diga «Hola» y te tienda la mano y todo su ser te esté condenando.

Atiende al lenguaje del cuerpo, al lenguaje de los gestos, al lenguaje oculto tras el lenguaje. Atiende a su significado y date cuenta primero de esto con los demás. Convierte a todo aquél que se te acerque en un experimento de atención. Luego, paso a paso, iras siendo capaz de observarte a ti mismo. Entonces vuelca la totalidad de lo que vivas sobre ti, entonces haz lo mismo contigo. Cuando digas a alguien, «Te amo», atiende a lo que verdaderamente estás diciendo; no a las palabras. Las palabras casi siempre son huecas.

El lenguaje es muy engañoso y puede decorar las cosas de tal manera que el envoltorio se convierta en algo muy importante y pierdas de vista el contenido. La gente se ha sofisticado mucho con relación a lo que es superficial, pero su centro interior permanece casi como estaba. Atiende al centro de la circunferencia: Profundiza en las palabras.

Primero has de observar a los demás, luego obsérvate a ti mismo. Y entonces, poco a poco, descubrirás que hay ciertos instantes en los que tú también penetras en la dimensión del ser. Esos instantes son instantes de belleza, los momentos de felicidad. En realidad siempre que veas que eres muy feliz, habrás contactado con esa dimensión del ser porque no es posible otra clase de felicidad.

Pero si no le prestas suficiente atención, puede que te equivoques. Estás sentado junto a la mujer que amas, o con el hombre al que amas o con un amigo y, de repente sientes que un profundo bienestar surge en ti, una profunda alegría sin razón alguna, sin causa visible. Irradias felicidad. Entonces empiezas a buscar su origen en el exterior. Piensas que puede que sea por causa de la mujer que está contigo a tu lado y que tanto te quiere. O debido a que te has encontrado al amigo después de tantos años. O debido a que la luna llena es, tan hermosa. Empiezas buscar las causas.

Pero aquellos que se han mantenido alerta atendiendo a su corazón, a sus significados auténticos, no buscarán las causas en el exterior; mirarán en su interior. Ellos están en contacto con su ser. Puede que la mujer a la que amas haya funcionado como un trampolín, que haya provocado la situación y que tú te lanzases a tu propio interior.

Lo difícil es saltar hacia el propio interior cuando existe cierto antagonismo en el exterior. Cuando esto sucede te ves obligado a mantenerte en el exterior. Cuando alguien te ama puedes abandonar todas tus medidas defensivas, todas tus estrategias, puedes abandonar toda tu política, puedes abandonar toda tu diplomacia. Cuando alguien te ama, puedes ser vulnerable, eres capaz de confiar en que él o ella no sacara partido de su posición, en que podrás mantenerte sin defensas y nadie te va a matar ni a aplastar, de que puedes quedarte sin protecciones y que la presencia de tu amigo será tranquilizadora, no te envenenará. Siempre que se dé una situación en que puedas retirar tus defensas y abandonar tus estrategias y tus armaduras, te encontrarás repentinamente en contacto con tu ser, te habrás movido desde la dimensión del tener a la dimensión del ser. Siempre que sucede, surge la felicidad, surge la alegría, surge el regocijo. Aunque sea solamente por un segundo, de repente las puertas del cielo se abren. Pero una y otra vez pasas de largo porque no estás atento. Sucede sólo accidentalmente.

sábado, 10 de septiembre de 2016

EL MAESTRO Y EL DISCÌPULO

Un discípulo y su Maestro están en gran conflicto. Surge una tremenda lucha. Y el discípulo puede ganar solamente si es muy desafortunado. Si el Maestro gana y el discípulo resulta bendecido, es muy afortunado. La lucha surge porque el discípulo ha acudido al Maestro por razones equivocadas; puede que haya ido a él buscando algún tipo de ego espiritual.

Ha fracasado en la vida, con el dinero, con el poder, con el prestigio, con la respetabilidad, con el éxito mundano, con las ambiciones políticas. Ahí ha fracasado. No supo llegar a la culminación de su aventura egotística, no pudo llegar a primer ministro o a presidente. Ahora la vida se le está escapando de las manos y desea ser alguien. Es muy, muy desagradable el ser un «don nadie».

Por último, la gente comienza a buscar e indagar en la dimensión religiosa. Les parece más fácil. Les parece así más fácil llegar a tener un cierto ego, una cierta cristalización del ego. Al menos puedes convertirte en un sanyasin de Osho. Así de sencillo. Y te sientes grande. Puedes sentir que te has vuelto alguien especial.

La gente a la que llamas religiosa trata de alcanzar algo que no ha sido capaz de alcanzar en el mundo. A veces lo intentan mediante austeridades y ascetismo. Uno ayuna durante días enteros. Se convierte en alguien especial; nadie es capaz de ayunar tanto. Puede que sea un masoquista, uno que se tortura a sí mismo. Ha de serlo. O puede que sea un suicida. Ha de serlo. Pero empieza a obtener respeto por parte de la gente. Es un gran mahatma. Ayuna mucho, está en contra del cuerpo, está contra las comodidades, es capaz de yacer en un lecho de clavos o puede permanecer de pie durante años.

O puede estar sentado sobre un pilar en el desierto durante años. Simplemente sentado sobre ese pilar. Es muy incómodo. No puede dormirse, no puede descansar, pero así atrae a la gente. De repente se ha convertido en alguien muy importante. Incluso esos primeros ministros y presidentes que anhelaba llegar a ser, empiezan a acudir a él porque creen que un ascético de ese calibre podrá darles sus bendiciones, y podrán seguir escalando en el mundo del poder. El se siente recompensado, satisfecho. Ahora el ego está en su apogeo. Incluso los reyes y los primer ministros y los presidentes acuden a él.

El discípulo llega por motivos equivocados. O un discípulo llega para alcanzar un determinado grado de paz al estar sumergido en la confusión. ¿Por qué quiere alcanzar la paz?

Desea alcanzar esa paz para así poder desplegar toda su ambición de un modo mejor.

El otro día estaba leyendo un anuncio de la Meditación Trascendental del Maharishi Mahesh Yogui. Lo promete todo: un buen trabajo, competencia en tu trabajo, salud, salud mental, salud física, longevidad; todo lo que un hombre puede desear, lo promete. Es una larga lista. Económicos, espirituales, sociales, físicos, psicológicos, todos esos beneficios con tan sólo sentarte durante veinte minutos y repetir una estupidez, coca-cola, coca-cola o algo así.

¡Así de sencillo! Por eso se dice que no has de revelar tu mantra a nadie. ¡Si lo haces se reirán! Ha de guardarse en secreto. Si le dices a alguien que repites coca-cola, coca-cola, creerá que te has vuelto loco. De modo que un mantra ha de mantenerse en secreto. Ha de ser algo privado porque a los ojos de los demás parecerá absurdo.

¿Con sólo veinte minutos de repetir cualquier tontería alcanzarás tantos beneficios? Esto atrae de inmediato a la mente mediocre. Esta meditación del Maharishi Mahesh yogui ni es meditación, ni es trascendental, simplemente es un intento de explotar al crédulo, de explotar a la gente que busca y busca, que busca una panacea, que busca cualquier remedio.

Cuando te encuentras con un verdadero Maestro, te dice que no existe un remedio, te dice que no hay panacea alguna. Y no te dice que te sanará, ni que te tranquilizará, ni esto ni lo otro y que luego podrás volver al mundo para correr tras tus ambiciones de un modo más efectivo. No, él te dirá que estás alterado, que estás confuso debido a tu ambición. Abandona el ambicionar. Un verdadero Maestro sólo te prometerá que él te quitará esa ambición, que te arrebatará tu ego. Solamente te prometerá que te matará. Tú has llegado en busca de protección, tú has llegado en busca de seguridad, has llegado en busca de apoyo, pero un auténtico Maestro es uno que te quitará todo apoyo, uno a uno. Un día simplemente te colapsarás. Y en ese colapso, de las cenizas surgirá un nuevo ser. Ese nuevo ser no tendrá nada que ver contigo, ese nuevo ser será una discontinuidad en ti. No tiene pasado, no tiene futuro, es una pura presencia, aquí y ahora.

Por eso, ten cuidado conmigo. Y si eres capaz de escapar a tiempo, está bien.

A veces te prometo las cosas que pides, simplemente para ayudarte a que estés aquí un poco más. Tu propia comprensión te irá diciendo, poco a poco, que estás pidiendo cosas banales. Y un día, de repente, descubrirás que lo que te ofrezco no tiene ni paredes, ni techo, ni suelo, es la casa de Dios, porque el mismo cielo es su tejado y la misma tierra es su suelo y la ausencia de límites son su límite.

Sí, no te estoy llevando a una casa con paredes porque esa casa resultaría ser otra prisión. Puede que un poco más confortable, un poco más decorada, con algunos muebles más modernos y un estilo más moderno, pero todavía una prisión.

Mi casa es una casa de libertad. Relájate, déjate ir y de repente desparecerás y te convertirás en el infinito, te convertirás en el espacio mismo. Eso es lo que es Dios: espacio sin límites.

Mi casa es la casa de Dios, no es un templo construido por los hombres.

Desaparece en ese infinito que te estoy ofreciendo. Solamente entonces sabrás. Y entonces no habrá necesidad de explicación alguna, no habrá necesidad de teorías, no habrá necesidad de que razones, porque la experiencia será una prueba evidente por sí misma. Hasta ahora has estado viviendo en casitas y en pequeñas celdas oscuras y no puedes creer que uno pueda vivir en una libertad tan absoluta. Has perdido la capacidad de ser libre.

Esa capacidad ha de ser aprendida de nuevo, esa capacidad ha de ser reclamada. No estoy aquí para disciplinarte, no estoy aquí para darte principios, todo mi esfuerzo reside en darte una vida sin principios, una vida espontánea e indisciplinada, El único regalo que puedo hacerte es la libertad. Y la libertad no tiene paredes que la limiten, es tan infinita como el cielo. ¡Reclama el cielo entero! ¡Es tuyo!


sábado, 3 de septiembre de 2016

EL VERDADERO SILENCIO

Mucha gente cree que con la entonación de un mantra todos los días se puede alcanzar el samahadi, te garantizan que, con muy poco esfuerzo, de hecho casi sin esfuerzo, podrás alcanzar la meta. El entonar un mantra solamente puede embotarte la mente, toda repetición supone embotar la mente; te vuelve obtuso y estúpido. Si solamente continuas entonando un mantra, éste acabará con tu sensibilidad, te aburrirá, adormecerá tu conciencia, te irás volviendo más inconsciente que consciente, empezarás a caer, en la ensoñación. Las madres han sabido desde siempre, que cuando un niño está inquieto y no puede dormir se le han de cantar una nana. Una nana es un mantra. La madre repite algo una y otra vez y el niño se va aburriendo. La repetición constante crea una atmósfera de monotonía. El niño no tiene a donde ir; la madre está sentada junto a su cama repitiendo la nana. El chico no puede escaparse; no puede decir «Cállate!» Ha de escuchar. El único escape posible es dormirse, de modo que lo intenta. Trata de evitar la nana y de evitar esa madre.

El mantra funciona de la misma forma. Empiezas a repetir determinada palabra y luego creas en ti un estado de monotonía. Toda monotonía es mortífera, toda monotonía te adormece, destruye tu agudeza.

Se ha tratado de hacer de múltiples formas. En los antiguos monasterios de todo el mundo, los cristianos, los budistas, los hindúes, en todos los monasterios, han probado con el mismo truco, pero a una escala mayor.

La vida en un monasterio es una rutina, está absolutamente fijada. Cada mañana has de levantarte a las tres o a las cinco en punto y empezar luego con el mismo círculo; has de comenzar la misma actividad durante todo el día, durante toda tu vida. Esto es extender un mantra en toda tu vida, convirtiéndola en una rutina.

Poco a poco, haciendo lo mismo una y otra vez una persona se va convirtiendo en un sonámbulo. Tanto si está despierto como si está dormido, no importa, puede seguir haciendo los mismos gestos y los mismos movimientos vacíos. Pierde toda noción de diferencia entre dormir o estar despierto.

Puedes ir a los antiguos monasterios y observar a los monjes caminar en su sueño. Se han convertido en robots. No hay una diferencia entre lo que hacen cuando se despiertan Por la mañana y lo que hacen cuando duermen. Los territorios se superponen. Y cada día es exactamente lo mismo. En realidad, la palabra «monótono» y la palabra «monasterio» derivan de la misma raíz. Ambos significan lo mismo.

Puedes crear una vida tan monótona que la inteligencia no sea necesaria. Cuando la inteligencia se vuelve innecesaria te adormeces. Y cuando te adormeces, desde luego, empiezas a sentir una especie de paz, un cierto tipo de silencio, pero no es real, es falso. El verdadero silencio está vivo, latiendo. El verdadero silencio es positivo, contiene energía, es inteligente, está atento, lleno de vida y entusiasmo. Contiene entusiasmo.

El falso silencio, el pseudo silencio, es sencillamente adormecedor. Puedes observarlo. Si alguno de estos está aquí sentado, percibirás un cierto silencio a su alrededor. Es el mismo silencio que percibirás en un cementerio. Tiene cierto espacio a su alrededor que es muy adormecedor. Parece ser muy indiferente al mundo, desconectado, sin contacto. Está ahí sentado como una masa de barro. No hay vibración alguna de vida, de energía, a su alrededor, no hay nada que vibre a su alrededor. Este no es el silencio verdadero. Es simplemente una estupidez.

Cuando te aproximas a un Buda, él está en silencio debido a su inteligencia, está en silencio debido a su consciencia, está en silencio no porque se haya obligado a sí mismo a guardar silencio, sino que simplemente está en silencio porque ha comprendido la inutilidad de estar alterado. Está en silencio porque ha comprendido que no hay porqué estar ni preocupado ni tenso. Su silencio nace de la comprensión. Rebosa comprensión. Cuando te aproximas a un Buda percibes una fragancia absolutamente distinta: la fragancia de la consciencia.

Y no solamente descubrirás una frescura, una brisa que le envuelve, sino que sentirás que tú también te has vitalizado, te has inflamado. Con sólo acercarte, tu propio ser se inflama, una luz empieza a arder en tu interior. Cuando te acercas a él, por pura proximidad, por simple afinidad, repentinamente notas que has dejado de estar deprimido. Su presencia tira de ti para sacarte del fango en el cual permanecías confortablemente. Su presencia misma es elevadora. Sentirás amor, vida, compasión, belleza, realidad.

Te encontrarás con esta clase de silencio falso cuando te cruces con gente que hace Meditación Trascendental. Se han aquietado a base de repetir un determinado mantra. Han obligado su mente a que guarde silencio, pero eso es fácil y no podrás alcanzar lo auténtico con tales bagatelas.

Lo real se hace asequible tan sólo cuando te empeñas en ello con toda tu totalidad.

Pero recuerda, no te estoy diciendo que lo real se haga asequible debido a tu esfuerzo... eso es paradójico. Has de esforzarte mucho, has de trabajar de un modo total, apasionado y aun así has de acordarte que eso no sucede únicamente por causa de tu trabajo. Sucede por la gracia.

Te esfuerzas. Nunca sucede si no te esfuerzas, eso es cierto. Solamente sucede cuando te has esforzado mucho, pero eso solamente crea la situación para que suceda. No es como causa y efecto. No es como el calentar el agua hasta los cien grados y que entonces se evapora. No es así. No es una ley natural, no tiene nada que ver con el mundo gravitacional. Es una ley secundaria, una ley totalmente distinta: la ley de la Gracia. Te esfuerzas al máximo, llegas a los cien grados, entonces esperas allí; expectante, vibrante, vivo, feliz, en celebración, bailando, cantando. Esperas en el punto de los cien grados. Es un deber: has de alcanzar los cien grados, pero luego has de esperar, has de esperar paciente, amorosamente. Cuando llega el momento oportuno, cuando tu trabajo se ha completado y tu espera también se ha completado, entonces la gracia desciende. O bien, puedes decir que la gracia asciende. Ambas cosas quieren decir lo mismo porque ella proviene de lo más profundo de tu ser. Parece que fuera un descenso porque hasta ahora no has conocido lo más recóndito de tu ser. Parece como sí desde algún lugar más elevado que tú descendiera, pero realmente proviene de alguna parte en tu interior. Lo interior está también más allá.

El esforzarse al máximo es necesario para alcanzar la gracia pero lo que ocurre, ocurre únicamente por la gracia en sí. Es una paradoja. Es difícil de comprender. Debido a esta paradoja miles de personas han perdido su camino. Hay algunos que dicen - y son gente muy lógica; su lógica es impecable - hay algunos que dicen que si llegan debido a su propio esfuerzo, ¿a qué viene el preocuparse de la gracia y de Dios? Si sucede tan solo debido a su esfuerzo, vale. Se esforzarán al máximo, harán que suceda. Por eso no hablan de la gracia de Dios. Esos pasarán de largo porque Eso nunca sucede únicamente por tu propio esfuerzo.

Luego también hay gente que dice que si eso sucede debido solamente a la gracia y que nunca se debe a tu propio esfuerzo, ¿a qué viene el preocuparse? Deberìamos esperar y, siempre que Dios lo quiera, sucederá. Ambos se equivocan. Uno se equivoca debido a su egoísmo, «Con sólo esforzarme es suficiente. Solamente hago " falta yo». El otro se equivoca por su pereza, por su letargo.

Ambos se equivocan.

El que llega a casa ha de seguir el camino de la paradoja. Esta es la paradoja: «He de esforzarme al máximo: No solamente al máximo; me he de comprometer totalmente. Solamente entonces seré capaz de recibir la gracia. Pero sucede gracias a la gracia. Llega un momento en el que uno ha hecho todo le que es posible hacer y entonces uno ruega diciendo que, de su parte, ya no queda nada por hacer; que se necesita de algo desde la otra parte; que ahora Tú has de hacer algo». Y Dios empieza a trabajar sobre ti solamente cuando tú has hecho todo lo que podías hacer. Si hay algo que queda sin cubrir y hay una parte de tu ser que aún no está implicada, entonces Dios no puede acudir en tu ayuda. Dios ayuda solamente a aquellos que se ayudan a sí mismos.

Y eso es hermoso. Somos muy poca cosa. Nuestro esfuerzo no puede alcanzar mucho. Nuestro fuego es muy pequeño; con este fuego no podemos incendiar la Existencia entera. Somos simplemente gotas. No podemos crear océanos a partir de esas gotas. Pero si esa gota puede deslizarse hacia una plegaria más profunda, el océano se nos hace asequible. Cuando la gota se relaja, se vuelve capaz de contener océanos en sí misma. Es diminuta si solamente atiendes a su periferia. Es tremenda¬mente inmensa si atiendes a su centro.

El hombre es ambas cosas. El hombre es una paradoja. Es la más diminuta partícula de consciencia, es un átomo, es absolutamente atómico y no obstante contiene lo inmenso. El cielo entero está contenido en él.

Por eso, se han de comprender esos dos lenguajes: el lenguaje del tener y el lenguaje del ser. Y has de cambiar tu engranaje desde el lenguaje del tener al lenguaje del ser.

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