sábado, 25 de diciembre de 2010

LA MENTE CONFUSA

¿Qué es una mente confusa? ¿Es una mente agitada? Aquí hemos cometido un error: Decimos “mente agitada”. Aquí se encuentra el error. ¿Cuál es el error? El error es que estamos utilizando dos palabras (“mente” y “confusa”), y la verdad de la cuestión es que no existe la mente confusa. En realidad, el estado mismo de confusión es la mente. No existe una mente confusa. La mente es confusión.

No se trata de que la mente pueda tranquilizarse: la mente es, en sí misma, la intranquilidad. Y cuando no hay confusión, no se trata de que la mente se haya tranquilizado: es que la mente ha desaparecido.

Imaginaros, por ejemplo, que hay una tormenta en el mar, que el mar está agitado. ¿Dirías que se trata de “una tormenta agitada”? ¿Diría alguien que es “una tormenta agitada”? Os limitarías a decir que es una tormenta, pues, “tormenta” ya es, de suyo, sinónimo de “agitación”. Y cuando se acalla la tormenta, ¿decís que la tormenta se ha quedado tranquila? ¡Lo único que decís es que la tormenta ya no existe!

Para comprender la mente, recordad también que “mente” no es más que un sinónimo de “confusión”. Cuando se hace la paz, no es que la mente se haya quedado en paz, sino, más bien, que la mente ya no existe en absoluto. Aparece un estado de no-mente. Y cuando ya no existe la mente, entonces lo que queda se llama atman. El mar existe aun cuando no hay tormenta. Cuando desaparece la tormenta, queda el mar. Cuando la mente confusa deja de existir, lo que queda es el atman, la conciencia.

La mente no es una cosa, no es más que un estado de confusión, un estado de desorden. La mente no es una facultad, no es una sustancia. El cuerpo es una cosa, el atman es otra cosa, y la falta de paz entre ambos se llama mente. En estado de paz queda el cuerpo, queda el atman, pero ya no hay mente.

No existe una mente tranquila. Se trata de un error de expresión, debido a la lengua que nos hemos creado. Hablamos de “un cuerpo enfermo”, de “un cuerpo sano”. Esto es correcto. Existen cuerpos enfermos, claro está, y también existen cuerpos sanos. Al desaparecer la enfermedad, queda un cuerpo sano. Pero no es así en el caso de la mente. No existe “una mente sana” y “una mente enferma”. La mente es, por sí misma, enferma. Su mismo ser es la confusión. Su mismo ser es malsano. Su mismo ser es una enfermedad.

No preguntéis, pues, cómo podéis librar a la mente de la confusión, pues, ¿cómo podéis libraros de esta mente? Preguntad cómo puede morir esta mente. Preguntad cómo podéis eliminar esta mente. Preguntad qué podéis hacer para que la mente deje de existir.

La meditación es un medio para acabar con la mente, para despedirse de la mente. La meditación significa salir de la mente. La meditación significa apartarse de la mente. La meditación significa la cesación de la mente. La meditación significa apartarse de donde reina la confusión. Al apartarnos de la confusión, la confusión se aquieta, pues lo que la crea es nuestra propia presencia. Si nos apartamos, deja de existir.

Vivimos en un plano mental; estamos presentes allí donde reina el desorden, donde se producen las agitaciones. No queremos apartarnos de allí, pero queremos llevar allí la paz. Allí no puede haber paz. Tened la bondad de apartaros: eso es todo.

En cuanto os apartéis, la agitación cesará. La meditación no es una técnica que sirva para llevar la paz a vuestra mente; es, más bien, una técnica para apartaros de la mente. La meditación es un medio para huir, para alejaros de las olas de la confusión.

sábado, 18 de diciembre de 2010

DEJAR LOS PENSAMIENTOS

Una vez que Jesús pasaba junto a un lago y sucedió un incidente maravilloso. Era de madrugada. El sol estaba a punto de salir y el horizonte acababa de arrebolarse. Un pescador había arrojado su red al lago para pescar. Cuando empezó a sacar la red, Jesús puso su mano en el hombro del pescador y le dijo:

-Amigo mío, ¿quieres pasar toda la vida pescando peces?

El pescador se dio la vuelta para ver quién era el hombre que le hacía la misma pregunta que él se había planteado. Miró a Jesús. Vio sus ojos serenos y alegres, su personalidad. Le dijo:

-No tengo otra posibilidad. ¿En qué otra parte podré encontrar un lago? ¿En qué otra parte podré encontrar peces y arrojar la red para pescarlos? Yo también me pregunto si seguiré pescando peces el resto de mi vida.

Entonces dijo Jesús:

-Yo también soy pescador, pero arrojo mi red en otro mar. Ven, sígueme si quieres; pero recuerda: sólo el hombre que tiene valor para renunciar a su red vieja puede arrojar una red nueva. Deja atrás la red vieja.

El pescador debía de ser hombre valeroso. Hay muy poca gente valerosa como él. Dejó allí mismo su red llena de peces. Debió de pasarle por la mente el deseo de recoger, al menos, la red que ya tenía llena, pero Jesús le dijo:

-Sólo pueden arrojar su red al nuevo mar los que tienen valor para dejar atrás la red vieja. Dejad la red allí mismo.

El pescador dejó su red y le preguntó:

-¿Dime dónde debo ir?

¡Pareces hombre valiente! -dijo Jesús- Tienes capacidad para llegar a alguna parte. ¡Ven conmigo!

Cuando se acercaron a las afueras del pueblo, llegó ante ellos un hombre que corría. Éste detuvo al pescador y le dijo:

-¿Dónde vas? Tu padre, que estaba enfermo ha muerto. ¿Dónde estabas? Fuimos a buscarte al lago y allí encontramos tu red. ¿Dónde vas?

El pescador dijo a Jesús:

-Te ruego que me concedas algunos días para enterrar a mi padre y celebrar su funeral. Después volveré a tu lado.

Las palabras que respondió Jesús al pescador son enormemente maravillosas. Le dijo:

-¡Necio, deja que los muertos entierren a los muertos! ¿Qué necesidad hay de que vayas? Ven. Sígueme. El que ha muerto ya está muerto; ¿por qué molestarse siquiera en enterrarlo? No son más que trucos para mantenerlo vivo. El que ya ha muerto, ha muerto para siempre. Y hay muchos muertos en el pueblo. Ellos enterrarán al muerto. Tú ven conmigo.

El pescador dudó un momento. Observándolo, Jesús le dijo:

-Quizás te he juzgado mal cuando creí que eras capaz de dejar tu red vieja.

El pescador se detuvo un momento y, después, siguió a Jesús. Jesús dijo:

-Eres hombre valiente. Si eres capaz de dejar atrás a los muertos, puedes alcanzar verdaderamente la vida.

En realidad, debe soltarse todo lo que ha muerto en el pasado.

Os sentáis en meditación, pero siempre venís luego a decirme que nunca da resultado, que os siguen llegando pensamientos. Los pensamientos no llegan así; la cuestión es: ¿habéis llegado a dejarlos? Siempre seguís aferrados a ellos, ¿cómo echarles la culpa a ellos?

Los habéis alimentado de vuestra propia sangre. Los habéis atado a vosotros mismos. Decís a vuestro pensamiento: “¡Fuera de aquí! ¡Largo!” Pero el pensamiento no se va a ir así como así. Alimentamos a los pensamientos. Alimentamos los pensamientos del pasado, los atamos a nosotros mismos. Pero un día, de pronto, queréis que os dejen. No os dejarán en un solo día. Tendréis que dejar de darles de comer, tendréis que dejar de cuidarlos.

Recordadlo: si queréis dejar los pensamientos, dejad de decir: “Mis pensamientos”. ¿Cómo podréis dejar algo que consideráis vuestro? Si queréis quitaros de encima los pensamientos, dejad de interesaros por ellos.

¿Cómo van a marcharse a no ser que dejéis de interesarte por ellos? De otro modo, ¿cómo, los pensamientos, van a saber que vosotros habéis cambiado, que ya no os interesan?

Todos nuestros recuerdos del pasado son pensamientos. Nos estamos aferrando a toda una red de ellos. No les permitimos morir.

Dejad morir vuestros pensamientos. Dejad muerto lo que está muerto: no intentéis mantenerlo vivo. Pero lo estamos manteniendo vivo…

Ayer terminó ayer, ahora ya no existe; pero, a pesar de ello, mantiene su presa sobre nosotros.

sábado, 11 de diciembre de 2010

LOS OPUESTOS NECESARIOS

Estoy enseñando el arte de morir, porque el que aprende el arte de morir también se convierte en un experto en el arte de vivir. El que accede a morir se hace digno de vivir la vida suprema. Sólo los que han aprendido a suprimirse a sí mismos llegan también a saber ser.

Pueden parecer cosas opuestas, porque hemos supuesto que la vida y la muerte se oponen entre sí, que son cosas contradictorias; pero no lo son. Hemos establecido entre ambas una falsa contradicción que ha producido unos resultados nefastos. Es posible que nada haya hecho tanto daño a la raza humana como esta contradicción, y esta contradicción se ha extendido a muchos niveles de nuestras vidas. Si tomamos cosas que son, en esencia, unas, y las dividimos en partes independientes (y no sólo independientes, sino contradictorias), el resultado final sólo puede ser la creación de un hombre esquizofrénico, loco.

Supongamos que hay un lugar donde viven gentes locas. Surgirían grandes dificultades si esas gentes creyeran que el frío y el calor eran cosas no sólo independientes entre sí, sino contradictorias, por la sencilla razón de que el frío y el calor no son contradictorios, sino que son grados diferentes de medir una misma cosa. Nuestro conocimiento del frío y del calor no es absoluto, es muy relativo. Esto quedará claro con un pequeño experimento.

¿Habéis pensado alguna vez en la diferencia entre la infancia y la vejez? Solemos pensar que son cosas opuestas: la infancia por un lado, la vejez por otro lado. Pero ¿en qué se diferencia, en realidad, la infancia de la vejez? La única diferencia es una cuestión de años, la única diferencia es una cuestión de días; la diferencia no es cualitativa, sólo es cuantitativa.

La diferencia entre el infierno y el cielo no es una cuestión de cualidad: la única diferencia es de cantidad. No creáis que el infierno y el cielo son cosas contrarias, diametralmente opuestas entre sí. La diferencia entre el infierno y el cielo es la misma que entre el frío y el calor, entre el niño y el viejo.

Existe una diferencia del mismo tipo entre el nacimiento y la muerte; de otra manera, el que naciera nunca podría morir. Si el nacimiento y la muerte fueran cosas opuestas, ¿cómo podría terminar en la muerte el nacimiento? Sólo podemos llegar hasta el punto que nos es inherente. El nacimiento se desarrolla hasta llegar a la muerte. Esto significa que el nacimiento y la muerte son dos extremos de una misma cosa. Sembramos una semilla: ésta se desarrolla hasta convertirse en planta, y después se convierte en flor. ¿Habéis creído alguna ve que existía una oposición entre la semilla y la flor? La flor se desarrolla desde la propia semilla, que se convierte en flor. El desarrollo es inherente a la semilla.

Recordadlo: en este mundo no existe en absoluto la contradicción. En realidad, no puede existir nunca la contradicción en el mundo; pues, si existiera, no habría manera posible de unificar los opuestos. Si el nacimiento y la muerte fueran entidades independientes, el nacimiento seguiría su propio curso y la muerte seguiría el suyo: no se encontrarían en ningún punto. Así como dos líneas paralelas no se encuentran en ninguna parte, tampoco se encontrarían nunca el nacimiento y la muerte.

El nacimiento y la muerte están entrelazados, son dos extremos de un proceso ininterrumpido. Lo que quiero decir cuando digo esto es que si queremos que el hombre se salve de la locura en un futuro próximo, tendremos que aceptar la vida en su totalidad. Ya no podemos permitirnos crear divisiones y enfrentar entre sí las partes.

En la vida todo está integrado. La diversidad aparente es como las notas de una gran sinfonía. Si elimináis algo, os encontraréis en dificultades.

Lo que quiero decir es que las cosas que llamamos opuestas no son opuestas: la vida se rige por un orden muy misterioso.

Toda fuerza surge de la oposición; toda energía se produce a partir de la resistencia. En la vida, la creación de la energía, de la potencia, se apoya en el principio de la polaridad.

Dios, divino arquitecto de la vida, es muy inteligente. Sabe que la vida se enfriaría inmediatamente, se disolvería enseguida, si existiera una oposición entre unos y otros. Por eso ha dispuesto la ira frente al perdón, la sexualidad frente a la castidad, y así se crea una energía, por la resistencia presente entre los términos. Y esa energía es la vida.

Nadie puede conocer toda la verdad de la vida sin haber comprendido correctamente esta contradicción. La persona que, por su oposición, se empeña en quitarle la mitad todavía no ha alcanzado la inteligencia suficiente. Podéis quitarle la mitad, desde luego, pero en cuanto suceda eso morirá también la otra mitad; pues, indudablemente, la segunda mitad recibió su energía vital de la primera mitad, y de ninguna otra parte.

sábado, 4 de diciembre de 2010

LA SEGURIDAD EN LA VIDA

Me alojé varios días como huésped en casa de un amigo mío. Es muy rico; posee muchos bienes. Pero una cosa me desconcertó: nunca hablaba con amabilidad a nadie. Por lo demás, era un buen hombre. Me desconcertaba mucho ver que era muy blando interiormente, pero era muy duro por fuera. El criado temblaba ante él; su hijo temblaba ante él; su mujer tenía miedo de verlo. La gente se lo pensaba mucho antes de visitarlo. Aun cuando llegaban a su puerta titubeaban antes de llamar al timbre, preguntándose si debían entrar o no.

Cuando pasé unos días con él y llegué a conocerlo bien, le pregunté a qué se debía todo aquello.

-En realidad, eres un hombre muy sencillo –le dije. Él me respondió:

-Tengo mucho miedo. Es peligroso establecer una relación personal, pues si estableces una relación con alguien, tarde o temprano empieza a pedirte dinero. Si eres amable y cariñoso con tu esposa, los gastos se multiplican. Si no eres severo con tu hijo, te pide cada vez más dinero para sus gastos. Si hablas con amabilidad a tu criado, también él quiere comportarse como un amo.

Por lo tanto, tenía que levantar a su alrededor un sólido muro de frialdad, que espantase a su esposa, que espantase al hijo. ¿Cuántos padres han hecho esto?

La verdad de la cuestión es que existen muy pocos hogares donde el padre y el hijo se traten con amor. Por lo general, el hijo recurre al padre cuando necesita dinero; el padre va a ver al hijo cuando quiere soltarle un sermón; los dos no se reúnen en ninguna otra ocasión. No existe ningún punto de reunión entre el padre y el hijo. El padre tiene miedo y se ha rodeado de un muro sólido. El hijo también tiene miedo; se mueve a hurtadillas del padre. No existe ninguna armonía entre los dos. Cuanto más miedo tiene una persona, cuanto más se preocupa de su seguridad, más se solidifica.

Por el contrario, el amor es fluido, da entrada a otra persona. Es peligroso, por ejemplo, enamorarse de una persona extraña: ¡puede escaparse por la noche con todos nuestros objetos de valor! Así pues, investigamos a fondo quién es esa persona, a qué se dedica, de dónde son sus padres, qué carácter tiene, qué cualidades tiene. Tomamos todas las medidas, tomamos todas las precauciones sociales posibles.

Somos gentes asustadas; queremos asegurarlo todo primero. Cuando más nos aseguramos, más duro y más frío se vuelve el muro de hielo que nos rodea y que encoge todo nuestro ser. Nuestra separación de lo divino se ha producido por un único motivo: porque no somos líquidos, porque nos hemos vuelto sólidos. Ésta es la única causa de la separación: no fluimos, nos hemos quedado como bloques; no somos agua, somos como hielo sólido.

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