sábado, 26 de enero de 2019

LA QUIETUD


La quietud tiene muchas dimensiones. Una es el silencio; es el extremo opuesto al sonido, es la ausencia de sonido. La segunda dimensión es la ausencia de movimiento: es el extremo opuesto al movimiento. La mente es movimiento del mismo modo que la mente es sonido. El sonido viaja y la mente también. La mente está en movimiento constante, nunca permanece quieta. No puedes imaginar a una mente quieta. No existe una cosa así, porque cuando hay quietud, la mente deja de existir; cuando existe la mente, hay movimiento. ¿Cuál es pues el movimiento de la mente? Con él podemos concebir la segunda dimensión de la quietud: la ausencia de movimiento.

Exteriormente sabemos lo que el movimiento significa: ir de un lugar a otro, de un sitio a otro. De A a B. Si estás en A y te vas a B, ha tenido lugar un movimiento. Así, exteriormente a la mente, movimiento quiere decir cambiar de lugar en el espacio. Si no hay espacio, no te puedes mover. Necesitas espacio para moverte exteriormente.

El movimiento interno no es en el espacio, sino en el tiempo. Si no hay tiempo no puedes desplazarte interiormente. El tiempo es un espacio interior: de un segundo pasas a otro segundo, de este día a otro día, de aquí para allá, de ahora a después, en el tiempo. El tiempo es el espacio interno. Analiza tu mente y verás que siempre te estás moviendo desde el pasado al futuro, desde el futuro al pasado. O bien te vas hacia recuerdos del pasado o te desplazas a deseos en el futuro.

Cuando te vas desde el pasado al futuro o desde el futuro al pasado, solamente entonces empleas el momento presente, pero sólo como un medio el presente, para la mente, no es nada más que la línea divisoria entre pasado y futuro. Para la mente el presente no es realmente existencia. Solamente es una línea divisoria desde la que puedes desplazarte al pasado o al futuro. La mente nunca está en el presente porque es incapaz de ir al presente. Compréndelo: eres incapaz de moverte en el presente. En el presente no existe el tiempo. El presente siempre es un único instante. Nunca estás en dos momentos al mismo tiempo. Solamente vives un instante. No puedes ir de A a B porque solamente existe A. No hay B.

Entiende esa cualidad del tiempo en el presente: siempre vives un solo instante. Tanto si eres un mendigo como si eres un emperador, da igual. Tu depósito temporal es el mismo, solamente de instante a instante, y no puedes moverte en él. No hay lugar dónde moverse y la mente existe únicamente si hay movimiento. Por eso la mente nunca emplea el presente, no puede emplearlo. Retrocede al pasado. Allí hay muchos lugares a los que puede ir. Existe un gran depósito de recuerdos: todo tu pasado está ahí.

O también puede irse al futuro. Puedes imaginártelo porque el futuro es, básicamente, tan sólo el pasado proyectado. Has vivido, has experimentado muchas cosas. Las deseas otra vez o deseas evitarlas: ése es el futuro. Amaste a alguien: fue hermoso, puro gozo. Entonces deseas que se repita por eso proyectas en el futuro tu deseo de que se repita. Estuviste enfermo, sufriste y deseas evitarlo en el futuro por eso proyectas no enfermar de nuevo. De modo que tu futuro es tan sólo un pasado que has proyectado y así puedes moverte en el futuro.

Pero la mente no se encuentra satisfecha con el futuro que pertenece a esta vida. Proyecta cielos, proyecta vidas futuras. No está satisfecha con un pequeño futuro, así que la mente crea tiempo más allá de la muerte. El pasado y el futuro son vastos territorios; puedes moverte con facilidad en ellos. Con el presente no te puedes mover. La ausencia de movimiento implica estar en el presente. Esa es la segunda dimensión de la quietud. Si puedes permanecer en este instante, tal sólo aquí y ahora, estarás quieto. No puedes estar de ninguna otra forma. No existe ninguna otra posibilidad más que estar quieto.

Vive en el ahora, y el movimiento se detendrá porque la mente se detendrá. No pienses en el pasado no proyectes en el futuro.

Esto que se te está dando es todo lo que tienes. Permanece en ello, conténtate en ello. Este mismo instante es el único tiempo verdaderamente existencial; no hay nada más. El pasado es solamente una memoria. Está solamente en tu mente, es polvo acumulado, experiencias acumuladas. No hay pasado en la existencia, no hay futuro en la existencia. La existencia es el presente.

Si el hombre no estuviera en la Tierra no habría ni pasado ni futuro. Las flores florecerían, desde luego, pero en el presente. El Sol saldría, pero en el presente. La Tierra no sabría nada del pasado ni soñaría nada en el futuro. No habría ni pasado ni futuro. El pasado está en la mente, en la memoria y debido a este recuerdo es proyectado al futuro. Por eso, generalmente dividimos al tiempo en tres partes: pasado, presente y futuro, pero en realidad el pasado y el futuro no son una parte del tiempo. Son parte de la mente, no partes del tiempo. El tiempo posee una única división, si es que puedes llamarla división, y es la del presente.

El tiempo es siempre presente. Esas tres divisiones no son divisiones del tiempo. El pasado y el futuro pertenecen a la mente, no al tiempo. Al tiempo solamente le pertenece el presente. Pero entonces es difícil llamarlo presente porque, lingüísticamente, para nosotros el presente es algo entre el pasado y el futuro. Se refiere al pasado, se refiere al futuro. Si no hubiera pasado ni futuro entonces la palabra “presente” perdería todo significado.

Se dice que Eckhart dijo que no hay tiempo, solamente el eterno “ahora”. Existe un “ahora” eterno y un infinito “aquí”. Cuando digo “allí” solamente lo digo en referencia al sitio en que estamos, sino, solamente habría “aquí”. Si yo no estuviera aquí, ¿qué lugar sería el “aquí” y qué lugar sería el “allí”? en referencia a mí mismo, llamo al lugar más cercano “aquí”, y al que no está cercano lo llamo “allí”. ¿Dónde acaba el “aquí” y dónde comienza el “allí”? no podemos delimitarlo. En realidad todo es un “aquí” infinito.

Es debido a la mente que dividimos el tiempo. Entonces, todo lo que hemos vivido se convierte en el pasado y todo lo que esperamos vivir se convierte en el futuro y aquello que está transcurriendo se convierte en el presente. Pero no hay mente, solamente hay un infinito “ahora”, un eterno “ahora”. “Aquí, ahora”, es la realidad. “Allí” y “después” son partes de la mente, no partes de la realidad.

El concebir la quietud desde una segunda dimensión significa hacer un esfuerzo para vivir momento a momento. Entonces estarás en quietud, estarás en silencio. No habrá agitación interior, ni movimiento, ni oscilaciones internas. Todo se habrá convertido en un remanso de profundo silencio.

¿Por qué esta mente se desplaza al pasado y al futuro? Buda le dio el nombre de tanha a trishna, el deseo. Buda dice que, debido a que has vivido algo, lo deseas de nuevo. Al desearlo, te vas al futuro. No desees y no habrá futuro. Es difícil, porque cuando la mente experimenta placer, anhela repetirlo y cuando la mente experimenta incomodidad no desea repetirla, desea evitarla. Por esto es natural que se cree el futuro y debido a este futuro nos perdemos el presente.

Me estás escuchando, puedes simplemente escucharme; entonces no tendrás mente. Será una escucha sin mente. Pero si estás escuchando y tratando de entender al mismo tiempo, te habrás ido al futuro. Si estás pensando en lo que se te está diciendo, te has perdido lo que se te ha dicho; te has ido al futuro. Y el presente es algo tan sutil y delicado y tan pequeño y tan atómico que puedes perdértelo en un solo instante. Un simple gesto, y te lo has perdido.

Si estás escuchando, simplemente escucha. No pienses en lo que se te está diciendo, no trates de descubrir el significado, porque no puedes hacer dos cosas en el presente; escuchar es suficiente. Y si estás solamente escuchando, estás en el presente y la misma escucha se convierte en meditación.

sábado, 19 de enero de 2019

CORTANDO LAS RAÌCES


He oído una historia sobre D. T. Suzuki. Estaba de invitado con cierta familia. Suzuki fue un gran pensador; introdujo el zen en Occidente y conocía profundamente la meditación. Èl estaba con cierta familia y, debido a su presencia, la familia había invitado a muchos, para que lo conocieran. Discutieron muchos problemas filosóficos. La charla se prolongó hasta medianoche. Fue una charla larga de tres, cuatro o cinco horas. Se habló de todo sin llegar a ninguna conclusión, como siempre ocurren en la discusiones filosóficas.

Cuando los invitados habían partido, el anfitrión le dijo a Suzuki, “Fue una larga charla y todos hemos disfrutado, pero no llegamos a ninguna conclusión. Es algo frustrante”.

Suzuki se rió y dijo, “Me gusta la filosofía por esto. Porque luchas y luchas y no hay victoria ni derrota”.

Este es un juego muy refinado en el cual nadie es derrotado ni nadie gana nunca. No es juego vulgar en el que alguien gana y alguien pierde. Es un juego en el que puedes seguir jugando. Nunca gana nadie ni nunca pierde nadie, y la belleza estriba en que todos creen que han ganado. Esta es su belleza; es así.

Lo mismo sucede dentro. Empiezas a luchar contigo mismo porque combates desde los dos frentes. No hay victoria posible porque solamente estás tú. Tú juegas contigo mismo, te divides a ti mismo. Esta lucha, este combate interior es la maldición de todas las personas religiosas porque en el momento en que se dan cuenta del infierno que sus mentes han creado empiezan a combatirlo. Pero con la lucha, nunca irás a ninguna parte. Por muchas razones.

Cuando luchas con tu mente has de permanecer con ella y si luchas contra tu mente, eso demuestra ignorancia. La mente existe solamente porque tú le prestas una profunda cooperación. Si retiras esa cooperación, la mente se disuelve. Entonces no hay necesidad de luchar. La mente no es tu enemigo. Solamente es la acumulación de tus propias experiencias. Es tu mente porque tú la has acumulado. Y tú no puedes combatir tus propias experiencias. Si lo haces, lo más probable es que tus experiencias venzan. Tiene más peso específico que tú.

Esto sucede cada día. Si combates tu mente, tu mente vencerá al final; no definitivamente, pero vencerá y tendrás que claudicar. La auténtica, la verdadera quietud no se alcanza mediante la lucha. El luchar es represivo, supresivo. Y sea lo que sea lo que reprimas, has de reprimirlo una y otra vez; sea lo que sea lo que reprimas tratará de rebelarse contra ti. Te convertirás en una casa de locos, luchando contigo mismo, hablándote a ti mismo, negándote a ti mismo, rindiéndote ante ti mismo, siendo derrotado por ti mismo. ¡Te convertirás en un manicomio.

No pelees con la mente. Al hacerlo creas mucho ruido; ni la gente común se siente tan llena de ruido como se sienten las personas religiosas. La gente común ni siquiera se preocupa por esto. Ellos siguen, sin preocuparse. Saben que es un infierno, pero lo aceptan como tal. Una persona religiosa sabe que la mente es un infierno, por eso la niega, la combate, y entonces crea un doble infierno.

No puedes crear un cielo combatiendo al infierno. Si quieres trascenderlo, luchar no es el camino. La consciencia, el saber lo que es la mente, es el camino. ¿Qué hay que hacer? Estar alerta respecto a los métodos represivos. Solamente una cosa es esencial: estés lo que estés haciendo, hazlo con plena consciencia. Si estás enojado, enójate conscientemente.

Gurdjieff solía crear muchas situaciones para sus discípulos. ¡Creaba las situaciones! Puede que acabaras de entrar en la habitación y Gurdjieff creaba una situación tal en la que eras insultado. Alguien decía algo tremendamente ofensivo sobre ti, otro decía otra cosa también ofensiva y tú comenzabas a sentirte enojado. Todo el grupo te ayudaba a sentirte enojado y tú no eras consciente de lo que estaba sucediendo. Y Gurdjieff te hacía sentirte más y más enfadado y de repente estallabas, enloquecías. Y Gurdjieff te decía, “Enfádate ahora siendo totalmente consciente. No retrocedas, no dejes de sentirte enojado. Simplemente siéntete enfadado”. Y es muy fácil desenfadarte. Entonces el decía, “Mantente alerta interiormente y observa qué es lo que sucede en tu interior. Cierra tus ojos y observa qué está sucediendo. ¿De dónde vienen esas nubes de ira? ¿De dónde proviene este humo? Descubre el fuego interior de donde procede este humo”.

Gurdjieff creaba situaciones constantemente. Era de la opinión de que si deseamos un mundo más silencioso, debemos enseñar a nuestros niños cómo enfadarse, cómo sentirse celosos, cómo llenarse de odio, cómo ser violentos. ¡Debemos enseñárselo! Realmente estamos haciendo lo contrario. Les decimos, “¡No te has de enfadar!”. Nadie les dice lo que es el enfado. Nadie les enseña que si te has de sentir enojado, siéntete enojado con atención, siéntete enojado de la manera más eficiente y conviértete en un maestro de la ira. ¡Nadie enseña estas cosas! Todo el mundo está en contra de la ira y todo el mundo dice, “¡No has de enfadarte!”. El chico todavía no sabe lo que es la ira, pero le decimos, “No te has de enfadar” y seguimos dictándole, “No hagas esto, no hagas esto otro”.

A un niño se le preguntó cuál era su nombre y el niño contestó, “No-hagas-esto”, porque siempre que estoy haciendo algo mi padre o mi madre me dicen gritando, “¡No hagas esto!”. Por eso creo que éste es mi nombre. Siempre se dirigen a mí como ‘No-hagas-esto’”.

Esto crea una actitud de lucha. Sin tener pleno conocimiento estás en contra de ciertas cosas. Y si eres ignorante no puedes ganar, porque el saber es poder. No tan sólo en el mundo exterior, sino también en el interior, el saber es poder.

En las nubes hay electricidad. Siempre ha estado ahí, pero en el pasado lo ignorábamos. La electricidad de las nubes solamente nos daba miedo y nada más. No sabíamos nada de ella. Ahora le conocemos. En la actualidad la electricidad se ha convertido en nuestra esclava y, por tanto, el miedo ha desaparecido. Los Vedas dicen que cuando Dios está enojado contigo te envía rayos, te envía tormentas, relámpagos. Cuando se enfada te hace esto. Esa es la ira de Dios afirmaban. Ahora la hemos canalizado. Ya no hay más ira divina, ya no se relaciona para nada con Dios. La estamos manejando. De esta forma, el conocimiento se transforma en poder.

La ira interior es sencillamente como electricidad, como los rayos. Tiempo atrás, los rayos en las nubes eran la ira de Dios, luego hemos llegado a conocer qué son. El saber se convierte en poder y ahora ya no hay más “ira de Dios” en las nubes. Tu ira es también una clase de electricidad interior. En el momento en que la conoces, dejará de haber ira en tu interior. Y entonces eres capaz de canalizar tu ira: se convierte en tu siervo.

Una persona que no tiene verdadera ira es como impotente. La ira es energía. Si no sabes esto, se convierte en algo suicida. Si sabes sobre ella, puedes transformar la energía. Puedes usarla. Entonces es simplemente tu esclava. Y lo mismo ocurre con todo. Tus pensamientos son energía, pueden ser usados. Si te vuelves silencioso, te vuelves el amo de tus pensamientos. Ahora tienes pensamientos, pero no hay un pensar. Muchos pensamientos, pero sin un pensar. Cuando desaparecen los pensamientos, te conviertes en el amo del proceso de tu pensar. Puedes pensar por primera vez. El pensar es energía, pero entonces tú eres el amo.

Con el descubrimiento del punto de quietud, te conviertes en el amo. Sin ese descubrimiento permaneces siendo un esclavo de tus instintos, de cualquier cosa. El saber será tu guía hacia lo interior. Conviértete pues tú mismo en un laboratorio. Tú eres un universo. Descubre qué son tus energías. No son tus enemigos. ¿Qué son tus energías?

Busca tu característica principal. Recuerda esto: escoge tu rasgo principal. Descubre si la ira, o el sexo, o la codicia o los celos son tu rasgo principal. ¿Cuál es tu rasgo dominante? Descúbrelo, porque si continúas sin saber cuál es tu rasgo principal, ir hacia tu interior será un proceso difícil, porque tu principal característica posee tu energía. Constituye el centro: todo lo demás es secundario, está sometido a él.

Si la ira es tu rasgo dominante, todo lo demás será un simple soporte de él. Olvídate de todo lo demás. Si la codicia es tu rasgo principal mantente consciente de la codicia y olvídate de todo lo demás. Cuando se disuelva la codicia, todo lo demás se disolverá. Y recuerda esto: no imites a nadie porque la característica principal de otro puede ser muy distinta.

Por causa de esta tendencia imitativa, creamos innecesarios problemas. Por ejemplo, Buda tenía algo que transformar, Mahavira tenía otra cosa distinta, Jesús otra distinta. Si sigues ciegamente a Jesús empezarás a combatir el rasgo principal de Jesús más que el tuyo propio, y eso te confundirá. Si sigues ciegamente a Buda, te perderás otra vez. Comprende a buda, comprende a Jesús, pero descubre cuál es tu enfermedad propia y concentra toda tu atención en esa alteración particular. Si se resuelve la dificultad principal, todos los males menores se disolverán por ellos mismos.

Seguimos luchando contra nuestros males menores. Así desperdicias vidas enteras. Cambias un mal menor y otro mal menor es creado porque la fuente de la energía, el origen central de tu energía permanece intacto. De modo que si trabajas sobre los rasgos menores solamente los cambias. Nos sentimos asustados de descubrir cuál es nuestro principal mal.

Mucha, mucha gente viene a mí y me sorprende, siempre me sorprende, oír que cualquier cosa que manifiestan que es su problema, nunca es el problema. Se engañan sobre sus problemas. Cuando trabajo con ellos, cuando los observo si se vuelven más francos, cuando se desnuda, surgen nuevos problemas. Vino aquí un hombre ya mayor, de unos cincuenta y ocho o cincuenta y nueve años. Siempre venía y hablaba sobre meditación, sobre cómo practicarla, y decía, “He estado durante veinticinco años interesado continuamente en la meditación. Es mi único interés”.

Pero eso no era así. La meditación no le interesaba en lo más mínimo. Poco a poco, se le fue haciendo evidente que no tenía interés en la meditación. Estaba interesado en la reputación de ser un gran meditador. Su interés estaba en la reputación; el ego era el problema. Y siempre decía, “El ego no es mi problema. Soy un hombre humilde. Mi problema es una superabundancia de pensamientos, ¿cómo he de disolver esos pensamientos?”. Su rasgo principal era solamente una cosa: la idea del ego era el problema. Y él siempre estaba evitando su mal principal.

Puedes ir podando las hojas del árbol y el árbol hará brotar nuevas hojas. Cortas una y del árbol brotarán dos, y el árbol será más verde debido a tu esfuerzo, más verde aún. No puedes cortar las hojas, solamente puedes cortar las raíces. Las hojas y las raíces son dos cosas diferentes. Cuando digo “el rasgo principal” quiero decir la raíz. Cuando digo, “males menores” me refiero a las hojas. Y el problema se complica más porque las hojas son visibles y las raíces son subterráneas. Son la causa de todas las hojas. Cortas el árbol entero y un nuevo árbol nacerá porque las raíces habrán quedado intactas. Acabas con las raíces y el árbol desaparecerá automáticamente. No habrá que preocuparse ya por el árbol.

Pero las raíces están ocultas; tu rasgo principal siempre se encontrará bajo tierra. Digas lo que digas que es tu problema, no es así. Puede garantizarse que no es ése. Más bien puede que el caso sea el opuesto porque ocultamos siempre nuestras debilidades interiores. Y sólo para distraer a la mente, sólo para olvidarnos de los verdaderos problemas, creamos problemas menores.

sábado, 12 de enero de 2019

EL SILENCIO


El silencio es meditación y el silencio es algo básico para cualquier experiencia religiosa. ¿Qué es el silencio? Puedes crearlo, puedes cultivarlo, puedes forzarlo, pero entonces es algo superficial, falso, pseudo. Puedes practicarlo y comenzarás a percibirlo y experimentarlo, pero tu práctica lo convertirá en autohipnótico. Este no es el verdadero silencio. El verdadero silencio llega cuando tu mente se disuelve, no mediante el esfuerzo, sino mediante la comprensión; no con práctica, sino mediante una consciencia interna.

Estamos repletos de ruidos, por dentro y por fuera. En el mundo externo es imposible crear una situación silenciosa. Aunque huyamos a lo más profundo de un bosque, no habrá silencio; solamente habrá sonidos nuevos, sonidos naturales.

A media noche todo se detiene, pero esto no es silencio, solamente son nuevos sonidos, sonidos con los que no estás familiarizado. Son más armoniosos, desde luego, más musicales, pero aún son sonidos, no silencio.

Un músico y compositor actual, John Cage, ha repetido en muchas ocasiones que el silencio es imposible. Puede haber sonidos musicales, puede haber sonidos que no sean musicales, puede haber sonidos que te gusten y sonidos que no te gusten. Cuando no te gusta un cierto sonido, se convierte en ruido; cuando te gusta el ruido, se convierte en música, pero no puedes alcanzar el silencio. ¡Cage afirma que no puedes conocer el silencio!

Cuenta un incidente. Antes de este incidente, pensaba que el silencio era una posibilidad, pero nunca había meditado sobre ello. Una vez entró en una sala de la Universidad de Harvard diseñada especialmente para cierto propósito científico. El salón estaba absolutamente insonorizado, absolutamente a prueba de eco. Entró en la sala, pero tenía un oído tan fino que descubrió un sonido. Èl es un gran músico, uno de los más importantes del siglo XX. En ese salón empezó a oír dos sonidos: un sonido agudo y uno grave.

Le dijo al ingeniero jefe: “Dices que esta sala está totalmente insonorizada; afirmas que es a prueba de ecos, pero estoy oyendo dos sonidos: uno agudo y uno grave”.

El ingeniero le dijo, “El sonido agudo es el de tu sistema nervioso funcionando y el sonido grave es el de tu sistema circulatorio”.

Cage dice, “Ese día me convencí absolutamente de que el silencio es imposible, a menos que muera”.

El silencio es imposible en el mundo exterior y tu sistema nervioso forma parte del exterior, no del interior. El auténtico interior es absolutamente silencioso. Si me lo permites te diré que el punto de silencio absoluto es el interior. El sonido es exterior; el silencio es interior. “Silencio” e “interior” son sinónimos. Si vives en el exterior, te mueves en el sonido. Si vives en el interior, te mueves en el silencio. Debes llegar a un punto en el que se da la ausencia de sonido, o como dice el Maestro zen, el sonido sin sonido. Los yoguis hindúes siempre le han llamado anahat nada, el sonido del silencio que no tiene origen.

Pero uno no tiene porquè emplear términos paradójicos; es más fácil de entender empleando palabras comunes. El exterior es sonido, el interior es silencio, ausencia de sonido. Pero Cage está en lo cierto. Si piensas objetivamente en términos de silencio, no hay posibilidad de que exista el silencio. Si piensas en el silencio como en algo que hay posibilidad de que exista. Pero eres capaz de crear muy fácilmente un pseudo silencio. Puedes cultivarlo, puedes practicarlo.

Por ejemplo, puedes emplear cualquier mantra. La repetición constante te dará un pseudo sentimiento de silencio, una falsa percepción de silencio. La repetición constante de un mantra te hipnotizará. Te empezarás a sentir embotado, perderás tu consciencia, te sentirás somnoliento. En medo de este estado semidormido puede que empieces a creer que te has vuelto silencio, pero no eso no es silencio. El silencio significa que la mente se ha disuelto mediante la comprensión. Cuando más entiendes a tu mente, más te das cuenta de su mecanicidad y de su funcionamiento y más te desidentificas con tu mente.

Es esa identificación la que crea el ruido interior. Se presenta la ira en la mente, te identificas con ella; no la ves como un objeto. La ira está en algún lugar afuera de ti, pero empiezas a sentirte enojado, empiezas a volverte uno con ella. Entonces no te das cuenta de tu centro interno, te has ido. En la mente fluyen muchos pensamientos continuamente, el proceso del pensar está en marcha y tú te identificas con todos y cada uno de los pensamientos. Todo pensamiento se vuelve tuyo, te identificas con él. Entonces te has ido.

No es solamente con los pensamientos con los que te sientes uno, sino también con las cosas aún más alejadas de tu centro. Tu casa no es solamente tu casa; tú te conviertes en tu casa. Tus pertenencias no son sólo tus pertenencias: te identificas con ellas. Cuando se estropea tu coche, se daña también tu estado interior. Cuando se incendia tu casa, tú también te incendias. Si todas tus posesiones te fueran arrebatadas, morirías.

Estamos identificados con nuestras posesiones, estamos identificados con nuestros pensamientos, nos identificamos con nuestras emociones, nos identificamos con todo excepto con nosotros mismos. Nos identificamos con todo excepto con nuestro centro más interno. Debido a esta identificación, se genera el ruido, el conflicto, una angustia, una tensión continua.

Ha de ser así porque tú no estás en tu casa. Hay una cierta separación y te has olvidado de esa separación. Tú no eres tu esposa; tú no eres tu marido. Hay una distancia: te has olvidado de esa distancia. Tú no eres tus pensamientos, tu ira o tu amor o tu odio. Hay una separación. Cuando empiezas a percibir esa separación, siempre estás afuera, como un testigo, sin implicarte. Estás afuera de cualquier cosa con la que no te sientes implicado.

Si John Cage, como dice, oye su propio sonido, el sistema nervioso en funcionamiento, la sangre circulando, entonces existen dos cosas: una es la consciencia, el saber, el conocimiento, el ser consciente. Existe un punto interior que se da cuenta de que dos sonidos están ahí. Pero él se da cuenta solamente de dos sonidos. No se da cuenta del centro que percibe esos sonidos. Si se vuelve consciente de ese centro de consciencia, esos dos sonidos estarán muy alejados. Habrá una distancia. Y en el instante en que tu foco de consciencia se transfiere desde los objetos a los sonidos, al centro de consciencia sin sonidos, entonces estás en silencio. Me gustaría decir que tú estás en silencio y que todo excepto tú es sonido.

Si te identificas con algo, nunca alcanzarás esa ausencia de sonido.

sábado, 5 de enero de 2019

RECONOCER A UN BUDA


Nietzsche ha escrito uno de los libros más maravillosos del mundo, “Así habló Zarathustra”. En este libro figura una parábola. Un loco llega a un mercado y pregunta a todo el mundo, les mira a los ojos e interpela a cada uno diciendo, “¿Has visto a Dios? ¿Dónde está Dios? Lo estoy buscando, estoy indagando. ¿Dónde está Dios?”.

Todos se ríen de él. Desde luego, todos ellos son creyentes, pero, por ser creyentes, esto es una mera formalidad en ellos. Creen que este hombre se ha vuelto loco. Alguien le dice, “Desde luego que hay Dios y Èl es el que creó el mundo. Ahora Èl ha terminado su tarea con nosotros y nosotros hemos terminado con El. ¿Por qué lo estás buscando? ¿Para qué? ¿Te has vuelto loco? Esas son cosas adecuadas para que se hable y se escriba sobre ellas, sobre lo que Dios es, sobre el buscarle, pero ¿le estás buscando de verás?”.

Y ese hombre les mira fijamente a los ojos y dice, “¿Habéis oído algo sobre Dios? ¿Dónde está?”.

Entonces la multitud se arremolina alrededor de él y le dicen, “No hemos oído de Èl desde hace mucho tiempo. Tienes que pedir en otro sitio. No molestes aquí en el mercado”.

El hombre le contesta, “He venido para daros unas nuevas. No es que le esté buscando. He venido para saber si habéis tenido noticias suyas recientemente. ¿Sabes que ha muerto?”. Entonces ellos le suponen realmente loco. Estaba ya loco cuando Le buscaba, pero ahora está aún más loco si asegura que Dios está muerto.

Creemos en un Dios que está muerto, aunque viva. Muerto para que no pueda alcanzarnos y vivo para que le podamos adorar los domingos. Pero este hombre está loco. O bien cree que Èl está aún vivo y que puede ser encontrado, o piensa que está muerto. Por esto le preguntan, “¿Quién te lo ha dicho?”.

El les dice, “Lo he visto yo mismo. Y todavía hay algo más misterioso: vosotros Le habéis matado. Pero parece que la noticia no os ha llegado aún. Tardará un poco. ¡Vosotros mismos Le habéis matado! ¡Está muerto! Pero parece que aún no es el momento adecuado y que he llegado demasiado pronto. Las noticias no han llegado todavía al mercado, pero vosotros sois los que le habéis matado. Debo irme sin daros la noticia; he llegado antes de hora. Las noticias tardarán todavía algún tiempo en llegaros”.

Incluso los rayos del sol se toman su tiempo. Incluso los rayos estelares tardan cierto tiempo en llegar a nosotros. En las nubes salta un rayo y se oye un trueno, pero se tarda cierto tiempo en oírlo desde donde estáis, incluso si lo habéis visto, porque hay una determinada distancia. La luz viaja más deprisa que el sonido. Y cuando hay una tormenta en el cielo verás el relámpago, pero al trueno lo oirás un poco después. Por eso el loco dice, “El ha muerto y vosotros le habéis matado, pero parece que las noticias no os han llegado. Tardarán aún algún tiempo”.

Lleva cierto tiempo el reconocer que un Buda es un Buda. ¡Lleva tiempo! Y se tarda tanto que cuando Buda ha dejado de existir, lo reconocéis; cuando Jesús ya no está, lo reconocéis. Y cuando está presente, no solamente no le reconocéis, sino que si alguien dice quien es, lo negaréis. ¡Lleva tiempo! Esta es una de las tendencias más desafortunadas de la mente humana. Por su culpa nos perdemos mucho.

Hay muchas anécdotas. La gente se acercaba a Buda para preguntarle, “Unos dicen que eres un Iluminado. ¿Lo eres realmente? ¿Has alcanzado lo inalcanzable?”. Si Buda contesta, “Sí, lo he logrado”, dirán que es un egoísta. Si dice, “No lo he alcanzado”, dirán “Ya lo sabíamos”. Si permanece en silencio, dirán que no sabe nada.

Hay cientos y cientos de ejemplos. Pilatos le pregunta a Jesús, “¿Crees verdaderamente que eres el Hijo de Dios? ¿Crees realmente eso?”. Si Jesús contesta, “Sí, soy el Hijo de Dios”, dirán de él que es un loco. Si permanece en silencio, dirán que tiene miedo. Si lo niega, pensarán que “Ya sabíamos que no lo eras”. ¿Qué es pues lo que puede decir un Buda? ¿Qué puede decir un Jesús? Pero si hace veinte o veinticuatro años que ha muerto no puedes ir a preguntarle, “¿Eres un Iluminado? ¿No crees que, en realidad, te estás auto engañando? ¿No te estás engañando a ti mismo?”.

No puedes preguntárselo. En todo este largo período en que está muerto, no puedes preguntárselo. Empiezas a reconocerlo, pero entonces ya es inútil. Este reconocimiento no servirá de nada. Y si viene otro Buda, plantearás de nuevo las mismas cuestiones.

¿Por qué es esto así? Cuando un Buda está presente entre vosotros, se parece a vosotros. Vive como vosotros, come como vosotros, enferma como vosotros, muere como vosotros, por eso pensáis, “Uno que es igual que yo, ¿se ha Iluminado y yo no? Es humillante. Duele profundamente, hiere el ego. Debido a que hiere el ego, debido a que te sientes humillado, le niegas. Cuando niegas, te sientes bien.

Por eso te diré que siempre que estés con alguien que pueda ser un Iluminado, si ves la tendencia de la mente a negar, recuerda esto: por causa de esta tendencia has pasado por alto muchos Budas, y por causa de esta tendencia nunca serás capaz de reconocer a ninguno. Y a menos que reconozcas que algo ha ocurrido en alguien, este algo no te sucederá a ti. Si sigues negando y creyendo que nadie es un Buda, llegarás por último a creer que tú no puedes llegar a ser uno. Si nadie puede llegar a ser uno, ¿cómo vas a serlo tú?

Cuando reconoces la condición de Buda en alguien, en tu interior has reconocido tu propia condición de Buda en el futuro. Reconocer un Buda en el presente es reconocer tu propio futuro, tu propia posibilidad futura, tu propio destino.

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