sábado, 19 de enero de 2019

CORTANDO LAS RAÌCES


He oído una historia sobre D. T. Suzuki. Estaba de invitado con cierta familia. Suzuki fue un gran pensador; introdujo el zen en Occidente y conocía profundamente la meditación. Èl estaba con cierta familia y, debido a su presencia, la familia había invitado a muchos, para que lo conocieran. Discutieron muchos problemas filosóficos. La charla se prolongó hasta medianoche. Fue una charla larga de tres, cuatro o cinco horas. Se habló de todo sin llegar a ninguna conclusión, como siempre ocurren en la discusiones filosóficas.

Cuando los invitados habían partido, el anfitrión le dijo a Suzuki, “Fue una larga charla y todos hemos disfrutado, pero no llegamos a ninguna conclusión. Es algo frustrante”.

Suzuki se rió y dijo, “Me gusta la filosofía por esto. Porque luchas y luchas y no hay victoria ni derrota”.

Este es un juego muy refinado en el cual nadie es derrotado ni nadie gana nunca. No es juego vulgar en el que alguien gana y alguien pierde. Es un juego en el que puedes seguir jugando. Nunca gana nadie ni nunca pierde nadie, y la belleza estriba en que todos creen que han ganado. Esta es su belleza; es así.

Lo mismo sucede dentro. Empiezas a luchar contigo mismo porque combates desde los dos frentes. No hay victoria posible porque solamente estás tú. Tú juegas contigo mismo, te divides a ti mismo. Esta lucha, este combate interior es la maldición de todas las personas religiosas porque en el momento en que se dan cuenta del infierno que sus mentes han creado empiezan a combatirlo. Pero con la lucha, nunca irás a ninguna parte. Por muchas razones.

Cuando luchas con tu mente has de permanecer con ella y si luchas contra tu mente, eso demuestra ignorancia. La mente existe solamente porque tú le prestas una profunda cooperación. Si retiras esa cooperación, la mente se disuelve. Entonces no hay necesidad de luchar. La mente no es tu enemigo. Solamente es la acumulación de tus propias experiencias. Es tu mente porque tú la has acumulado. Y tú no puedes combatir tus propias experiencias. Si lo haces, lo más probable es que tus experiencias venzan. Tiene más peso específico que tú.

Esto sucede cada día. Si combates tu mente, tu mente vencerá al final; no definitivamente, pero vencerá y tendrás que claudicar. La auténtica, la verdadera quietud no se alcanza mediante la lucha. El luchar es represivo, supresivo. Y sea lo que sea lo que reprimas, has de reprimirlo una y otra vez; sea lo que sea lo que reprimas tratará de rebelarse contra ti. Te convertirás en una casa de locos, luchando contigo mismo, hablándote a ti mismo, negándote a ti mismo, rindiéndote ante ti mismo, siendo derrotado por ti mismo. ¡Te convertirás en un manicomio.

No pelees con la mente. Al hacerlo creas mucho ruido; ni la gente común se siente tan llena de ruido como se sienten las personas religiosas. La gente común ni siquiera se preocupa por esto. Ellos siguen, sin preocuparse. Saben que es un infierno, pero lo aceptan como tal. Una persona religiosa sabe que la mente es un infierno, por eso la niega, la combate, y entonces crea un doble infierno.

No puedes crear un cielo combatiendo al infierno. Si quieres trascenderlo, luchar no es el camino. La consciencia, el saber lo que es la mente, es el camino. ¿Qué hay que hacer? Estar alerta respecto a los métodos represivos. Solamente una cosa es esencial: estés lo que estés haciendo, hazlo con plena consciencia. Si estás enojado, enójate conscientemente.

Gurdjieff solía crear muchas situaciones para sus discípulos. ¡Creaba las situaciones! Puede que acabaras de entrar en la habitación y Gurdjieff creaba una situación tal en la que eras insultado. Alguien decía algo tremendamente ofensivo sobre ti, otro decía otra cosa también ofensiva y tú comenzabas a sentirte enojado. Todo el grupo te ayudaba a sentirte enojado y tú no eras consciente de lo que estaba sucediendo. Y Gurdjieff te hacía sentirte más y más enfadado y de repente estallabas, enloquecías. Y Gurdjieff te decía, “Enfádate ahora siendo totalmente consciente. No retrocedas, no dejes de sentirte enojado. Simplemente siéntete enfadado”. Y es muy fácil desenfadarte. Entonces el decía, “Mantente alerta interiormente y observa qué es lo que sucede en tu interior. Cierra tus ojos y observa qué está sucediendo. ¿De dónde vienen esas nubes de ira? ¿De dónde proviene este humo? Descubre el fuego interior de donde procede este humo”.

Gurdjieff creaba situaciones constantemente. Era de la opinión de que si deseamos un mundo más silencioso, debemos enseñar a nuestros niños cómo enfadarse, cómo sentirse celosos, cómo llenarse de odio, cómo ser violentos. ¡Debemos enseñárselo! Realmente estamos haciendo lo contrario. Les decimos, “¡No te has de enfadar!”. Nadie les dice lo que es el enfado. Nadie les enseña que si te has de sentir enojado, siéntete enojado con atención, siéntete enojado de la manera más eficiente y conviértete en un maestro de la ira. ¡Nadie enseña estas cosas! Todo el mundo está en contra de la ira y todo el mundo dice, “¡No has de enfadarte!”. El chico todavía no sabe lo que es la ira, pero le decimos, “No te has de enfadar” y seguimos dictándole, “No hagas esto, no hagas esto otro”.

A un niño se le preguntó cuál era su nombre y el niño contestó, “No-hagas-esto”, porque siempre que estoy haciendo algo mi padre o mi madre me dicen gritando, “¡No hagas esto!”. Por eso creo que éste es mi nombre. Siempre se dirigen a mí como ‘No-hagas-esto’”.

Esto crea una actitud de lucha. Sin tener pleno conocimiento estás en contra de ciertas cosas. Y si eres ignorante no puedes ganar, porque el saber es poder. No tan sólo en el mundo exterior, sino también en el interior, el saber es poder.

En las nubes hay electricidad. Siempre ha estado ahí, pero en el pasado lo ignorábamos. La electricidad de las nubes solamente nos daba miedo y nada más. No sabíamos nada de ella. Ahora le conocemos. En la actualidad la electricidad se ha convertido en nuestra esclava y, por tanto, el miedo ha desaparecido. Los Vedas dicen que cuando Dios está enojado contigo te envía rayos, te envía tormentas, relámpagos. Cuando se enfada te hace esto. Esa es la ira de Dios afirmaban. Ahora la hemos canalizado. Ya no hay más ira divina, ya no se relaciona para nada con Dios. La estamos manejando. De esta forma, el conocimiento se transforma en poder.

La ira interior es sencillamente como electricidad, como los rayos. Tiempo atrás, los rayos en las nubes eran la ira de Dios, luego hemos llegado a conocer qué son. El saber se convierte en poder y ahora ya no hay más “ira de Dios” en las nubes. Tu ira es también una clase de electricidad interior. En el momento en que la conoces, dejará de haber ira en tu interior. Y entonces eres capaz de canalizar tu ira: se convierte en tu siervo.

Una persona que no tiene verdadera ira es como impotente. La ira es energía. Si no sabes esto, se convierte en algo suicida. Si sabes sobre ella, puedes transformar la energía. Puedes usarla. Entonces es simplemente tu esclava. Y lo mismo ocurre con todo. Tus pensamientos son energía, pueden ser usados. Si te vuelves silencioso, te vuelves el amo de tus pensamientos. Ahora tienes pensamientos, pero no hay un pensar. Muchos pensamientos, pero sin un pensar. Cuando desaparecen los pensamientos, te conviertes en el amo del proceso de tu pensar. Puedes pensar por primera vez. El pensar es energía, pero entonces tú eres el amo.

Con el descubrimiento del punto de quietud, te conviertes en el amo. Sin ese descubrimiento permaneces siendo un esclavo de tus instintos, de cualquier cosa. El saber será tu guía hacia lo interior. Conviértete pues tú mismo en un laboratorio. Tú eres un universo. Descubre qué son tus energías. No son tus enemigos. ¿Qué son tus energías?

Busca tu característica principal. Recuerda esto: escoge tu rasgo principal. Descubre si la ira, o el sexo, o la codicia o los celos son tu rasgo principal. ¿Cuál es tu rasgo dominante? Descúbrelo, porque si continúas sin saber cuál es tu rasgo principal, ir hacia tu interior será un proceso difícil, porque tu principal característica posee tu energía. Constituye el centro: todo lo demás es secundario, está sometido a él.

Si la ira es tu rasgo dominante, todo lo demás será un simple soporte de él. Olvídate de todo lo demás. Si la codicia es tu rasgo principal mantente consciente de la codicia y olvídate de todo lo demás. Cuando se disuelva la codicia, todo lo demás se disolverá. Y recuerda esto: no imites a nadie porque la característica principal de otro puede ser muy distinta.

Por causa de esta tendencia imitativa, creamos innecesarios problemas. Por ejemplo, Buda tenía algo que transformar, Mahavira tenía otra cosa distinta, Jesús otra distinta. Si sigues ciegamente a Jesús empezarás a combatir el rasgo principal de Jesús más que el tuyo propio, y eso te confundirá. Si sigues ciegamente a Buda, te perderás otra vez. Comprende a buda, comprende a Jesús, pero descubre cuál es tu enfermedad propia y concentra toda tu atención en esa alteración particular. Si se resuelve la dificultad principal, todos los males menores se disolverán por ellos mismos.

Seguimos luchando contra nuestros males menores. Así desperdicias vidas enteras. Cambias un mal menor y otro mal menor es creado porque la fuente de la energía, el origen central de tu energía permanece intacto. De modo que si trabajas sobre los rasgos menores solamente los cambias. Nos sentimos asustados de descubrir cuál es nuestro principal mal.

Mucha, mucha gente viene a mí y me sorprende, siempre me sorprende, oír que cualquier cosa que manifiestan que es su problema, nunca es el problema. Se engañan sobre sus problemas. Cuando trabajo con ellos, cuando los observo si se vuelven más francos, cuando se desnuda, surgen nuevos problemas. Vino aquí un hombre ya mayor, de unos cincuenta y ocho o cincuenta y nueve años. Siempre venía y hablaba sobre meditación, sobre cómo practicarla, y decía, “He estado durante veinticinco años interesado continuamente en la meditación. Es mi único interés”.

Pero eso no era así. La meditación no le interesaba en lo más mínimo. Poco a poco, se le fue haciendo evidente que no tenía interés en la meditación. Estaba interesado en la reputación de ser un gran meditador. Su interés estaba en la reputación; el ego era el problema. Y siempre decía, “El ego no es mi problema. Soy un hombre humilde. Mi problema es una superabundancia de pensamientos, ¿cómo he de disolver esos pensamientos?”. Su rasgo principal era solamente una cosa: la idea del ego era el problema. Y él siempre estaba evitando su mal principal.

Puedes ir podando las hojas del árbol y el árbol hará brotar nuevas hojas. Cortas una y del árbol brotarán dos, y el árbol será más verde debido a tu esfuerzo, más verde aún. No puedes cortar las hojas, solamente puedes cortar las raíces. Las hojas y las raíces son dos cosas diferentes. Cuando digo “el rasgo principal” quiero decir la raíz. Cuando digo, “males menores” me refiero a las hojas. Y el problema se complica más porque las hojas son visibles y las raíces son subterráneas. Son la causa de todas las hojas. Cortas el árbol entero y un nuevo árbol nacerá porque las raíces habrán quedado intactas. Acabas con las raíces y el árbol desaparecerá automáticamente. No habrá que preocuparse ya por el árbol.

Pero las raíces están ocultas; tu rasgo principal siempre se encontrará bajo tierra. Digas lo que digas que es tu problema, no es así. Puede garantizarse que no es ése. Más bien puede que el caso sea el opuesto porque ocultamos siempre nuestras debilidades interiores. Y sólo para distraer a la mente, sólo para olvidarnos de los verdaderos problemas, creamos problemas menores.

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