sábado, 27 de noviembre de 2010

EL ORIGEN DE LA VIOLENCIA

Cuando Lao Tse estaba a punto de morir, alguien le pidió que revelase algunos secretos de su vida. Lao Tse dijo:

¡El primer secreto es que nadie me ha vencido en toda mi vida!

Cuando los discípulos oyeron esto, se emocionaron mucho. Le dijeron:

-¡Nunca nos habías dicho esto! Nosotros también queremos vencer. Te rogamos que nos enseñes el modo de conseguirlo.

-Os habéis equivocado –respondió Lao Tse- Habéis oído otra cosa. Yo he dicho que nadie ha podido vencerme nunca, y vosotros decís que también vosotros queréis vencer. Las dos cosas son completamente opuestas, aunque parece que significan lo mismo. En el diccionario, en el mundo del lenguaje, tienen un mismo significado: la persona que no ha conocido la derrota es victoriosa. Yo sólo he dicho que nadie ha podido vencerme, y vosotros habláis de vencer. ¡Fuera de aquí! Jamás comprenderéis mis palabras.

Los discípulos le suplicaron:

-Aun así, te rogamos que nos lo expliques. Enséñanos cómo hacerlo. ¿Cómo es que nunca te han vencido?

Lao Tse dijo:

-Nadie me ha vencido porque yo siempre estaba vencido. No hay manera de vencer a un hombre vencido. Yo nunca fui vencido nunca quise la victoria. En realidad, nadie fue capaz de luchar conmigo. Si alguien pretendía desafiarme, ya me encontraba vencido, y no podría darse el gusto de vencerme. Lo que produce alegría es vencer al que quiere ser vencedor. ¿Qué gusto puede dar vencer al que ni siquiera quiere ganar?

En realidad, destruir el ego de otra persona nos produce placer porque así reforzamos el nuestro. Pero si un hombre ya se ha dado por vencido, ¿qué gusto puede dar destruir a esa persona? Nuestro ego no se emocionaría en absoluto. Cuanto más conseguimos derribar el ego del otro se convierte en la fuerza del nuestro. Pero el ego de esta persona de la que hablamos ya está derribado.

También dice Jesús: “Yo os digo que los últimos serán los primeros”. ¿Qué quiere decir esto?

Por ejemplo, Jesús dice: “Si alguien os da una bofetada en la mejilla derecha, presentadle la izquierda”. Esto significa que no le hagáis tomarse siquiera la molestia de buscaros la otra mejilla: hacedlo vosotros. Jesús dice: “Si alguien viene a vencerte, déjate vencer. Si te derriba una vez, cae tú dos veces”. Y Jesús dice: “Si un hombre te quita el manto, dale también tu camisa”. ¿Por qué? Porque es posible que al hombre le dé vergüenza quitarte también la camisa. Y Jesús dice: “Si alguien te pide que lleves a cuestas su carga una milla, al final de la milla ofrécete a llevarla más lejos”.

¿Qué significa esto? Significa que aceptando totalmente las circunstancias de la vida, tales como la inseguridad, el fracaso, la derrota y, al final, la muerte, las vencemos a todas. De lo contrario, estas circunstancias no nos conducen a ninguna parte, salvo a la muerte. En último extremo, la muerte es nuestra derrota total. Aun tras las derrotas mayores sobrevivimos; a pesar de estar derrotados, seguimos existiendo. Pero la muerte nos aniquila por completo.

La muerte es la derrota final, y todos queremos huir de ella. Y recordad también que la persona que intenta huir de su propia muerte procurará producir la muerte a otros. Cuanto más consigue matar a otros, más vivo se sentirá él. Por eso, la causa de toda la violencia del mundo es completamente diferente de la que suele creer la gente. La causa de esta violencia no son las diferencias de ideas de las personas; no, no es nada de esto.

En lo más hondo, esto es rehuir la muerte. En lo más hondo, la persona violenta huye de la muerte. Y el que quiere salvarse a sí mismo de la muerte nunca puede ser no violento. Sólo el que declara: “Acepto la muerte, pues la muerte es una de las circunstancias de la vida, es una realidad”, puede ser una persona no violenta.

sábado, 20 de noviembre de 2010

EL AMOR Y LA FELICIDAD

No estoy en contra del amor, estoy completamente a favor de él, pero para dirigirse a una relación amorosa uno debería tener cierta madurez, cierta integración. Cuando eso ocurre el amor puede ser realmente maravilloso y te ayudará a crecer, de lo contrario se volverá algo castrante y te destruirá completamente.

El amor, tal como en nuestros días se lo lleva, está destruyendo a millones de personas. Se destruyen más personas en nombre del amor que en nombre de la guerra. Nunca somos conscientes de ello, porque en los periódicos nunca se habla de eso, pero en nombre del amor hay mucha fealdad, muchos celos, mucha ira y lucha continua.

Pero es inevitable que sea así, porque las personas que se dirigen al amor todavía no se lo merecen. Antes de entra al santuario del amor tienes que merecerlo. Solo serás merecedor suyo si tu llama está estabilizada y se ha vuelto silenciosa.

Lo que quiero decir con esto es que una vez que eres capaz de estar completamente solo y no tienes necesidad de dirigirte al amor, el amor es maravilloso. Cuando no hay necesidad, no hay obsesión, entonces no hay dependencia, por lo tanto, cuando te dirijas al amor, será un compartir. Quieres compartir porque tienes mucho y quieres compartirlo con alguien con quien te sientas en sintonía.

Pero si te diriges al amor para buscar felicidad, te equivocas, en ese caso lo único que te dará es infelicidad. Si te diriges al amor para compartir la felicidad, el amor será realmente maravilloso, será la mejor experiencia que exista. ¿Puedes ver realmente la diferencia? Si vas a buscar felicidad, solo encontrarás infelicidad, porque ya eres infeliz. El hombre infeliz que busca el amor se dirigirá se dirigirá a una infelicidad mayor, y la otra persona se encuentra también en la misma situación. La otra persona también está buscando a alguien, porque está buscando la felicidad. Ambos son infelices y al buscar la felicidad se encuentran. ¡Qué absurdo! La infelicidad no solo que se duplicará sino que se multiplicará.

Así que primero se feliz y dichoso y después dirígete a buscar el amor. El amor depende de la dicha, ya que ella no es consecuencia del amor, al contrario, el amor es una consecuencia de la dicha. Eso es lo que quería decir Jesús cuando dijo que Dios es amor. Puedes darle la vuelta y decir que el amor es Dios.

El amor es Dios, pero ese amor tiene una característica diferente de lo que denominamos normalmente amor.

Así que primero prepárate, merécelo, y llénate de dicha; después dirígete en busca del amor.

sábado, 13 de noviembre de 2010

LA SUPERSTICIÓN (II PARTE)

Suponed que en un pueblo un hombre es poseído por un espíritu. Las personas cultas dirán que es una superstición. Supongamos que las personas sin cultura son supersticiosas: ya las hemos tachado de supersticiosas porque estas personas sencillas, como son incultas, son incapaces de presentar ningún argumento que apoye su creencia. Así, todas las personas cultas del pueblo sostienen que el cuento de que este hombre está poseído por un espíritu es falso; pero no saben que en una universidad como la de Harvard, en los Estados Unidos, hay un departamento en que se llevan a cabo investigaciones sobre los espíritus y los fantasmas. El departamento ha publicado incluso fotografías de estos seres. No tienen ni idea de que en la actualidad algunos científicos muy respetados realizan serias investigaciones sobre los fantasmas y los espíritus, y han obtenido tales resultados que más tarde o más temprano llegarán a darse cuenta de que eran ellos, los hombres cultos, los que eran supersticiosos, y de que si bien aquellos a los que llamaban supersticiosos no sabían nada de aquello en lo que creían, lo que decían era verdad.

Si leéis a Ryon o a Oliver Lodge, os sorprenderéis, Oliver Lodge fue un científico que recibió el premio Nobel. A lo largo de toda su vida hizo investigaciones sobre los fantasmas y los espíritus. Antes de morir dejó escrito un documento en el que decía: “Todas las verdades de la ciencia que he descubierto no son, ni mucho menos, tan verdaderas como los fantasmas y los espíritus. Pero no tenemos conocimiento de ellos porque los supersticiosos cultos no se preocupan de enterarse de los descubrimientos que se producen en el mundo.”

Yo estoy en contra de la superstición por completo: deben suprimirse las supersticiones de todo tipo. Pero esto no significa que esta supresión sea una superstición mía. No significa que debamos ponernos a suprimirlas sin comprenderlas claramente, que debamos empeñarnos en romperlas sin una reflexión adecuada. Tal supresión arbitraria también se convertiría en supersticiosa.

Lo que quiero decir es que no hay manera de determinar lo que es supersticioso y lo que no lo es. En realidad, una misma cosa puede ser una superstición en ciertas circunstancias y puede ser científica en circunstancias diferentes. Una cosa que puede parecer científica en ciertas circunstancias puede parecer acientífica en un conjunto diferente de circunstancias.

La vida es tan misteriosa que no podemos afirmar nada de una manera tan definitiva. Lo único que podemos decir es: “De momento conocemos hasta aquí, y a la luz de estos conocimientos parece que tal y tal cosa es errónea.” Eso es todo. Mantener una superstición produce agrado, y también produce agrado quebrantarla. Lo agradable de mantener una superstición es que nos ahorra el trabajo de pensar: creemos lo que creen todos los demás. Ni siquiera queremos preguntarnos la explicación ni por qué es así. ¿Por qué molestarnos? Nos limitamos a seguir a la multitud. Tener supersticiones es cómodo.

Hay que implantar la tendencia a pensar racionalmente, y hay que suprimir la tendencia a creer irreflexivamente. Esto nos llevará a ver contextos diferentes, significados diferentes. De esta forma, emprenderemos una búsqueda intensiva; pensaremos y razonaremos. Así, consideraremos todas las posibilidades.

La mentalidad científica no será muy partidaria de la superstición, pero la superstición seguirá existiendo mientras el hombre esté satisfecho con su ceguera. Si el hombre no está preparado para abrir los ojos, entonces deberá existir la ceguera.

Así pues, no os preocupéis demasiado de romper las cadenas de la superstición, pues si la persona que lleva la cadena sigue siendo la misma, se forjarán otras. No es capaz de vivir sin cadenas. Las personas de este tipo crearán cadenas nuevas.

En realidad, la persona inteligente nunca se aferra a nada; ni siquiera a ninguna creencia, ni mucho menos a una superstición. Vive inteligentemente; no se agarra a nada. Nunca crea ninguna cadena, porque sabe que la vida en libertad produce una alegría inmensa. No os creéis vosotros ninguna cadena.

Me gustaría deciros: confiad en lo que buscáis, no en lo que pedís a otros. No alcanzaréis la divinidad pidiendo a otros, sino conociendo. Tampoco os creáis nunca lo que dicen los demás.

sábado, 6 de noviembre de 2010

LA SUPERSTICIÓN (I PARTE)

Es preciso comprender dos cosas en este sentido. La primera es que si algo se toma como superstición sin estudiarlo e investigarlo debidamente, ello equivale a crear una superstición todavía mayor: es muestra de una mentalidad altamente supersticiosa. Una persona cree que hay fantasmas y espíritus malignos y vosotros la llamáis supersticiosa, y eso os hace sentiros muy entendidos. Pero la pregunta es: ¿qué es la superstición? Si alguien cree que hay fantasmas y espíritus malignos sin investigarlo, eso es superstición; y si otra persona cree que no existen tales cosas, también eso es superstición. La superstición es creer algo sin saber si es cierto. Una persona no es supersticiosa por el mero hecho de que tenga creencias opuestas a las vuestras.

El que cree en Dios puede ser tan crédulo como el no creyente. Debemos comprender la definición de superstición. Significa creer ciegamente en algo sin comprobarlo. Algunos son unos supersticiosos ateos; otros son unos teístas supersticiosos: ambos caen en la fe ciega. Los primeros nunca se han preocupado de descubrir si es verdad que Dios existe: se han limitado a creerlo así; y los segundos tampoco han procurado descubrir si es verdad que Dios existe antes de creerlo así. Por lo tanto, no cometáis el error de creer que sólo los teístas son supersticiosos: los ateos también tienen sus propias supersticiones. Parece contradictorio: ¿cómo puede existir una superstición científica?

Si habéis estudiado geometría, debéis conocer la definición de Euclides que dice que la línea tiene longitud pero no tiene grosor. Y bien, ¿acaso puede haber algo más supersticioso que esto? Nunca ha existido una línea sin grosor. A los niños se les enseña que el punto no tiene ni longitud ni grosor; y hasta el más grande de los científicos parte del supuesto de que el punto no tiene longitud ni grosor. ¿Puede existir un punto sin longitud ni grosor? Todos estamos acostumbrados a usar las cifras del uno al nueve. Bien podríamos preguntarnos: ¿es que esto no es una superstición? ¿Por qué nueve cifras? Ningún científico puede explicar por qué se usan nueve cifras. ¿Por qué no siete? ¿Qué tiene de malo el siete? ¿Por qué no tres? Algunos matemáticos (Leibniz fue uno de ellos) se las arreglaron con sólo tres cifras. Leibniz dijo: al uno, dos, tres, les sigue el diez, once, doce, trece; después viene el veinte, veintiuno, veintidós, veintitrés. Así era su sistema de numeración; se manejaba muy bien con él, y desafió a los que no estaban de acuerdo con él a que demostrasen que estaba equivocado. Puso en tela de juicio la necesidad de nueve cifras.

Más tarde, Einstein dijo que tampoco eran necesarias siquiera tres cifras y que bastaba con dos; sería difícil arreglárselas con solo una cifra, pero dos son suficientes. La necesidad de nueve cifras en las matemáticas es una superstición científica. Pero el matemático tampoco está dispuesto a renunciar a ella. Dice: “¿Cómo podemos trabajar con menos de nueve cifras?”. Así pues, esto no es más que una creencia; no tiene más significado que esto.

Desde un punto de vista científico creemos que son verdades, centenares de cosas que, en realidad, son supersticiones. Los científicos también son supersticiosos, y en nuestros tiempos se están disipando las supersticiones religiosas mientras aumentan las supersticiones científicas. La diferencia entre las dos consiste, simplemente, en que si preguntáis a una persona religiosa cómo llegó a conocer la existencia de Dios, os dirá que está escrito en el Gita o en la Biblia, mientras que si le preguntáis cómo llegó a saber que la aritmética funciona con nueve cifras, os dirá que está escrito en el libro de tal o cual matemático.

¿Qué diferencia hay entre las dos? Las respuestas de cierto tipo se encuentran en el Gita, la Biblia, el Corán; las respuestas de otro tipo se encuentran en un libro de matemáticas. ¿Qué diferencia hay? Esto demuestra que tenemos que comprender lo que es realmente la superstición. La superstición es aquello en lo que creemos sin tener un conocimiento de ello. Aceptamos muchas cosas y rechazamos muchas cosas sin saber nada de ellas: también esto es supersticioso.

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