La
concentración es sobre un punto: la contemplación
tiene un campo más amplio. Estás haciendo
contemplación de
la belleza... Hay miles de cosas bellas; puedes ir pasando
de una cosa hermosa a otra. Tienes muchas experiencias de
belleza; puedes ir de una experiencia a otra. Te has limitado
al asunto en cuestión. La contemplación
es una concentración más
amplia, no
se estrecha
en un
punto, pero
está confinada
a un
tema. Puedes
moverte, pero
dentro de
ese tema.
La
ciencia utiliza como método la concentración; la filosofía utiliza
como método la contemplación. En la contemplación, también estás
olvidando todo, excepto el tema tratado.
El tema es mayor y
tienes más espacio para moverte; en la
concentración no hay espacio donde moverse. Puedes
profundizar cada vez más, estrechar más y más, puedes afinar más
y más,
pero
no
tienes
espacio para
moverte. Por eso,
los científicos
son personas con la mente muy estrecha. Te sorprenderá
que diga
esto.
Se
suele pensar que los científicos son personas con mentes
muy abiertas. No es el caso. En lo concerniente a su objetivo,
tienen la mente absolutamente
abierta: están dispuestos a
escuchar cualquier teoría contraria a las suyas, y además
con absoluta
imparcialidad. Pero excepto en ese tema en particular, tienen más
prejuicios, son más intolerantes que el hombre
corriente, común,
por la
sencilla razón
de que
nunca se
han preocupado por ninguna otra cosa: simplemente,
han aceptado todas
las creencias
de la
sociedad.
Mucha
gente religiosa presume de ello: “Fíjate, se trata
de un gran científico, ha
recibido un premio Nobel —y
esto y aquello— y
viene a la iglesia todos los días”. Se olvidan por
completo de que el que viene a la iglesia no es el científico
ganador del premio Nobel. Y de que ese hombre, excepto por
su lado científico, es mucho más crédulo que nadie; porque
todo el mundo está abierto, disponible, piensa acerca de las
cosas, compara qué
religión es buena; algunas veces también
lee acerca de otras religiones, y tiene sentido común, algo
de lo
que los
científicos carecen.
Para
ser científico tienes que sacrificar unas cuantas cosas; por
ejemplo, el sentido común. El sentido común es una
cualidad común
de la
gente corriente.
Un
científico
no
es
una
persona
común;
tiene
un
“sentido no
común”. Con el sentido
común, no puedes descubrir la
teoría de la relatividad o la ley de la gravedad. Con el
sentido común,
puedes hacer
todo lo
demás.
Por
ejemplo, Albert Einstein manejaba cifras tan astronómicas que una
sola cifra podía ocupar toda una página, con
cientos de ceros. Pero se sumergía tanto en esas cifras —lo
cual no
es común—
que se olvidaba
de las
cosas pequeñas.
Un
día subió a un autobús
y le dio el dinero al
conductor. El conductor le
devolvió el cambio; Einstein lo contó y dijo:
“No es correcto, me está timando. Devuélvame el cambio que
corresponde”.
El
conductor volvió a contar el cambio y le dijo: “Señor,
parece que
no sabe
contar”.
Einstein
recuerda: “Cuando me dijo: “Señor, no sabe contar”,
simplemente cogí el cambio. Me dije a mí mismo: “Será
mejor estarse callado. Si alguien oyera que no sé contar, y
además viniendo de un conductor de autobús”. Qué he estado
haciendo durante toda mi vida? Números y números, no sueño
con otra cosa: no aparecen mujeres, no aparecen hombres,
solo números. Pienso en números, sueño con números, y este
idiota me
dice que
no sé
contar”.
Cuando
regresó a su casa, le dijo a su mujer: “Cuenta
este cambio. Es correcto?”. Ella lo contó y dijo: “El
cambio es
correcto”.
Entonces,
él exclamó: “!Dios mío! Eso quiere decir que el
conductor tenía razón.
Quizá no sepa contar. Quizá solo pueda
operar con cifras inmensas; las cifras pequeñas han
desaparecido de
mi mente
por completo”.
Un
científico perderá inevitablemente su sentido común.
Lo mismo le sucede al filósofo. La contemplación es más
amplia, pero aún está sujeta a un determinado tema. Por ejemplo,
una noche Sócrates estaba pensando en algo —uno nunca podrá
saber en qué— al lado de un árbol, y se sumergió tanto
en su contemplación que no se dio cuenta en absoluto de que
estaba nevando; y lo encontraron por la mañana casi
congelado. La nieve le llegaba a las rodillas, y estaba ahí de pie
con los ojos cerrados.
Estaba casi al borde de la muerte; incluso su
sangre debía
estar empezando
a congelarse.
Lo
trajeron a casa;
le dieron un masaje, le
dieron alcohol,
y de algún modo recuperó los sentidos. Le preguntaron: “Qué
estabas haciendo
ahí, de
pie al
aire libre?”. “No
tenía idea de si estaba de pie o sentado, o de dónde
estaba —contestó—. El
tema era tan absorbente
que me fui con
él por completo. No sé cuándo empezó a nevar o cómo se
pasó toda la noche. Me habría muerto, pero no habría
recuperado mis sentidos, porque
el tema era demasiado absorbente.
Todavía no había acabado; era toda una teoría, y me han
despertado a la mitad de
su desarrollo. Ahora no sé si seré capaz
de recuperarla”. Es como cuando estás durmiendo y alguien
te despierta. Crees que puedes recuperar de nuevo el mismo
sueño simplemente cerrando los ojos e intentando dormir? Es
muy difícil
volver a
entrar en
el mismo
sueño.
La
contemplación es
una especie de sueño lógico. Es una
cosa muy rara. Pero la filosofía depende de la contemplación.
La filosofía puede
utilizar la concentración para fines específicos, como ayuda a la
contemplación. Si algunos pequeños
fragmentos del tema necesitan más esfuerzo concentrado,
entonces se puede utilizar la concentración, no hay problema La
filosofía es básicamente contemplación, pero de vez en
cuando puede utilizar la concentración como herramienta, como
instrumento.
Pero
la religiosidad no puede utilizar la concentración; la
religiosidad tampoco
puede utilizar la contemplación porque
no tiene que ver con ningún objeto. No importa que el objeto
esté en el mundo exterior o esté en tu mente —un
pensamiento, una
teoría, una
filosofía— es
un objeto.
El
objeto del
interés religioso
es el
que se
concentra, el
que contempla.
Quién es
ese objeto?
Ahora
bien no puedes concentrarte en él.
Quién se
concentrará en
él, Tú eres
él. No puedes contemplarlo porque quién va a contemplar?
No puedes dividirte a ti mismo en dos partes y poner una
parte enfrente de tu mente, y que la otra parte empiece a
contemplarla. No hay posibilidad de dividir tu consciencia en
dos partes. Y aunque existiera alguna posibilidad —que no
hay ninguna, pero aunque
solo para seguir el razonamiento yo admitiera que hay alguna
posibilidad de dividir la consciencia en
dos, entonces el que contempla al otro eres tú, pero el otro
no eres
tú. Tú nunca
eres el
otro.
En
otras palabras:
tú nunca
eres el
objeto. Tú
eres irremediablemente
el sujeto.
Entonces,
no hay
manera de
convertirte en
un objeto.
Es
como un espejo. El espejo puede reflejarte, el espejo
puede reflejar todas las cosas del mundo, pero puedes hacer
que el espejo se
refleje a sí mismo? No puedes poner ese espejo
enfrente de
sí mismo;
cuando lo hayas
puesto enfrente
de sí
mismo, ya
no
estará
allí. El
espejo no
puede reflejarse
a sí
mismo. La consciencia es
exactamente un espejo. Puedes utilizarla como concentración para
algún objeto. Puedes utilizarla
como contemplación
para algún
tema.
La
palabra española “meditación” tampoco es la palabra
adecuada, pero
mientras no
haya otra
palabra, tendremos
que utilizarla, hasta que la palabra dhyana sea
aceptada en la lengua española al igual que ha sido aceptada en la
china, en la japonesa,
debido a que la situación en esos países era la misma. Cuando, hace
dos mil años, los monjes budistas entraron
en China, intentaron con
ahínco encontrar una palabra con la
que pudieran
traducir la
palabra dhyana.
Gautama
el Buda nunca utilizó el sánscrito como su lengua; él utilizaba el
lenguaje de la gente común; su idioma era
el pali. El sánscrito era la lengua del clero, de los
bramines, y una de las
partes básicas de su revolución consistía en que el
clero debería ser derrocado; no tenía ninguna razón de ser.
El hombre
puede conectarse
directamente con la
existencia, no tiene
que hacerlo a través de un agente. De hecho, no puede
hacerlo a
través de
un mediador.
Puedes
comprenderlo fácilmente: no puedes amar a tu
novia, a tu novio, a través de un intermediario. No le puedes
decir a alguien: “Toma diez dólares; lo único que tienes
que hacer es ir y amar a
mi mujer por mí”. Un sirviente no puede
hacerlo, nadie
puede hacerlo por ti; solo puedes hacerlo tú.
El amor no se puede hacer a través de un sirviente; de otra
forma, los ricos no se molestarían con un asunto tan
engorroso. Tienen
suficientes sirvientes, suficiente dinero, podrían simple-
mente mandar a un criado. Podrían encontrar los mejores
sirvientes, por qué tendrían que molestarse ellos mismos? Pero
hay algunas cosas que tienes que hacerlas tú mismo. Un criado
no puede dormir
por ti, un
criado no
puede comer
por ti.
Cómo
va un sacerdote, que no es otra cosa que un criado,
a mediar
entre tú
y la
existencia, o
Dios, o
la naturaleza, o la
verdad? El papa incluso ha dicho que intentar tener un
contacto directo con Dios se considera un pecado, !un pecado!
Tienes que contactar con Dios a través de un sacerdote
católico iniciado apropiadamente; todo debe ir por los
canales apropiados. Hay
una determinada jerarquía, cierta burocracia;
no puedes saltarte al obispo, al papa, al sacerdote. Si te los
saltas, entonces estarás entrando directamente en la casa de
Dios. Eso no
está permitido,
es un pecado.
Realmente
me sorprendió que este papa polaco tuviera la
cara de decir que esto es un pecado,
que el hombre no
tiene el
derecho de
nacimiento a
conectar con
la propia
existencia o verdad; !también para eso necesita la agencia
apropiada! quién tiene
que decidir cuál es la agencia apropiada? Hay
trescientas religiones y todas tienen su burocracia, sus
canales apropiados; !y
todas dicen que las otras doscientas noventa y
nueve son
falsas!
Pero
el clero solo puede existir si se hace a sí mismo absolutamente
necesario. Es absolutamente innecesario, pero tiene
que imponerse
sobre ti
como algo
inevitable.
Cuando
recibí el mensaje de que cualquier esfuerzo por
hacer un contacto directo con Dios es pecado, me pregunté
qué habría estado haciendo Moisés. Fue un contacto directo.
No hubo mediador, no había nadie presente. No hubo ningún
testigo ocular de que Moisés se encontrara con Dios en el
arbusto en llamas. Según el papa polaco, estaba cometiendo un
gran pecado.
Quién
era el agente de Jesús? Le habría hecho falta una
agencia. También
él estaba
intentando contactar
con Dios
directamente, rezando. Y no le pagaba a otro para que rezara
por
él,
rezaba
él
mismo.
No era
obispo, ni
cardenal, ni
papa; tampoco
Moisés era obispo, ni cardenal, ni papa. Según el papa
polaco, ellos
eran pecadores.
La
verdad es que investigar en la existencia, en la vida, en
todo esto, es
un derecho
de nacimiento.