sábado, 29 de febrero de 2020

SER COMO BAMBÙ


En sus poemas, Ryokan hace alusiones a un bosque de bambúes que rodea su cabaña. Le gustaba mucho su sabor, pero sobre todo cómo crecían de rectos, su intenso verdor, que mantenían todo el año, sus raíces hundiéndose firmemente en el suelo, mientras que el tronco es hueco, simbolizando la nada.

A la gente zen siempre le ha gustado los bambúes. El bambú es su símbolo. ¿Por qué? Porque es verde durante todo el año. Es verde en todas las estaciones, llueva, haga calor, llegue el invierno o lo que sea, siempre es verde. No hay nada que lo haga cambiar. Vive una especie de eternidad. Su verdor implica su frescura, su juventud, su esplendor, su viveza. No acumula peso muerto.

En segundo lugar, cuenta con firmes raíces en el suelo, está muy enraizado. Ese también es un punto muy importante que hay que recordar. Una persona necesita estar muy enraizada. Estamos en la tierra, somos de la tierra y estamos hechos de la tierra. Necesitamos estar tremendamente enraizados. Hay muy poca gente que esté realmente enraizada; son como árboles desenraizados. Y eso que denomináis religiones os desenraiza enormemente. Empezáis a vivir en el cielo, en las alturas, y os olvidáis de la tierra. De hecho, no sólo os olvidáis, sino que se os ha enseñado a estar en contra. La condenáis. ¿Cómo podéis pues estar enraizados si condenáis la tierra?

El zen está muy enraizado en el mundo. No está contra el mundo, sino más allá, recordadlo, no os enseña ninguna religión antimundana, sino una religión mundana, no obstante muy de otro mundo. Dice: vive en el mundo pero no seas del mundo. No te dice que renuncies al mundo.

Ese es también mi punto de vista, y por ello mi amor por el zen. Vibramos en la misma longitud de onda.

El bambú está muy enraizado. Y se eleva mucho hacia el cielo, hasta una altura imposible. Un bambú es un árbol muy delgado, pero derrota a muchos árboles. Se leva a gran altura. Se mueve con el viento sin miedo porque está enraizado en la tierra. Canta mil y una canciones en el cielo, pero no está contra la tierra. Tiene alas, pero también cuenta con raíces.
Y la tercera cosa, que es muy significativa, es: está vacío por dentro. Y así es como debería ser el ser humano. Enraizado, siempre verde, joven, fresco, vivo, palpitante, desbordante de energía, bailando y celebrando, y no obstante, vacío por dentro… vacío como un bambú.

Ryokan debe haber amado muchísimo el bambú porque compuso muchas canciones sobre él; también pintó muchos bambúes.

“A Ryokan le gustaba esa característica del bambú, esa característica de vaciedad.

“Se dice que en una ocasión, un joven brote empezó a despuntar, asomando por el suelo de la cabaña. A Ryokan le interesó. Al final, al ver que crecía demasiado para lo pequeño que era el cobertizo, empezó a quitar el techo”.

Piensa en ello. Un bambú empezó a crecer dentro de la cabaña. Pero a Ryokan no se e ocurrió arrancar el bambú, sino que quitó el techo porque el bambú necesitaba cielo, más espacio. La casa no era tan importante como el bambú, como el bambú vacío que crecía en el interior, como ese bambú tan vivo.

Pero entonces pasó algo más… “Empezó a quemar el techo con una vela”.

Cuenta Suzuki: “¿Le pareció que ese era el modo más sencillo de lograrlo? Tal vez no tenía tal cosa en la cabeza y sólo pretendió dar un poco más de espacio al brote, y al ver la vela, que estaba cerca, la utilizó”.

No, yo no creo que fuese de esa manera. Así es como trabaja la gente zen: si pueden destruir algo, lo destruyen por completo. Si debe destruirse, entonces debe hacerse por completo. Y para ello toman medidas drásticas. Quemar el techo fue una medida drástica. Dice Suzuki: “Pero por desgracia el tejado se incendió más de la cuenta y toda la casa, junto con el bambú, acabó totalmente quemada”.

Suzuki dice “por desgracia”. Pero no tiene razón. Ryokan sabe que no es por desgracia. Eso es exactamente lo que quiso, que el tejado desapareciese con el resto de la casa, que toda la casa desapareciese.

Cuando en tu interior empieza a crecer un bambú, cuando algo nuevo empieza a crecer interiormente –llámalo meditación o llámalo zazen-, cuando algo nuevo empieza a crecer en tu interior, la mente es la estructura que lo rodea. Como al principio siempre empiezas con la mente, no hay otro modo de comenzar. Si has venido a verme, has venido a causa de la mente. Si has empezado a meditar, has empezado a causa de la mente. Incluso si estás escuchándome hablar contra la mente, estás escuchando desde la mente, así que todo pertenece a la estructura de la mente. Ese tejado, esa estructura, esa cabaña, es la mente, y el bambú crece en su interior.

Ryokan quemó el tejado. Suzuki dice “por desgracia” el fuego se le fue de las manos, y no sólo quemó toda la estructura, sino también el bambú. Naturalmente. Suzuki cree que cuando se quema el bambú es por accidente. Pero no, no es así.

En primer lugar, a fin de proteger tu meditación, tendré que quemar la estructura de la mente, pues esta meditación que has iniciado es parte de tu mente. Cuando la mente se ha quemado, la meditación también habrá ardido. Esta mente y esta meditación van juntas. Esta meditación parte de la mente se irá con la mente. Una ves esta meditación y esta mente hayan desaparecido, llegará otro tipo de meditación.

Sí, ese es el sentido de esta bella historia. No estoy dispuesto a coincidir con Suzuki, que no ha comprendido el sentido. Se ha quedado demasiado enganchado al bambú. Ha perdido el hilo. Por fortuna el fuego se extendió más de la cuenta, de hecho, esa fue la idea original. Cuando un maestro como Ryokan hace algo, sabe perfectamente lo que está haciendo. No puede ser un accidente. Todo se lleva a cabo con atención total, con una consciencia total y absoluta. Eso es lo que pretendió hacer. La estructura debía desaparecer, y el bambú con ella.

La mente debe desaparecer, y la meditación que iniciaste con la mente también desaparecerá. Y luego llegará otro tipo de meditación que no tendrá nada que ver contigo, un algo totalmente discontinuo. Es discontinuo respecto de ti. Proviene de Dios, del todo, y se trata de un regalo. No ha sido creado por ti, es un suceso.

sábado, 22 de febrero de 2020

AQUI Y AHORA


En la locura, la mente continúa. De hecho, en la locura, la mente funciona más, continuamente, durante veinticuatro horas. Empieza a funcionar de manera irracional. Se torna extraña, carece de lógica, deja de ser racional, y razonable; se desparrama en todas las direcciones; se torna contradictoria; pierde todo contacto con la realidad, pero la mente continúa.

Fíjate bien: un loco está más en la mente que tú. Si estuvieses demasiado en la mente acabarías volviéndote loco. Los locos están por delante de ti en la cola. Han utilizado más que tú su mente. La han utilizado hasta el extremo; por eso se han desquiciado. Son muy mentales.

Cuanto tiene lugar el satori, o la mente deja de funcionar, puede que durante un instante sientas que te has vuelto loco, pero de hecho esa posibilidad no existe porque sólo la mente puede enloquecer. Pero ahora ya no hay mente, y por lo tanto no puedes enloquecer. Puede que te asalte esa idea durante un momento, porque habrás vivido tanto con la mente que te asustes cuando se detenga de repente. Te hallarás en una vaciedad. Y ese vacío es muy espeluznante. Es como la muerte. Estás desapareciendo, perdiendo identidad. Resulta paralizante… durante un instante.

Y ese es el punto en que necesitas un maestro para que te empuje. Si considera que darte un puntapié será beneficioso, entonces te lo dará. Si le parece que darte una paliza te irá bien, entonces te la dará. Si cree que lo necesario es besarte, entonces te besará. Nadie sabe lo que hará. Ni siquiera un maestro sabe qué resulta necesario en cada momento. Lo decide en el momento. Y tras un pequeño gesto… te empuja, y entonces habrás dado el primer y último paso. Una vez hayas dado el salto y visto el otro lado del fenómeno, y hayas leído el cartel del otro lado, verás que ahí empieza Dios. Entonces estarás tranquilo.

Entonces no habrán más problemas. Todos los problemas habrán desaparecido. De hecho, el origen de todos los problemas –la propia mente- también habrá desaparecido. Entonces se empieza a vivir una vida no problemática. Se empieza a vivir por primera vez.
Pero si te encuentras con Dios, o con el Buda, o con Cristo, o con cualquier otro, entonces ese no será el auténtico final, recuérdalo. Si llegas a ese punto y de repente ves a Cristo delante de ti, derramando su compasión y su amor sobre ti, entonces es que no es el auténtico final. Tu mente está poniendo en práctica su último truco. O si te encuentras a Krishna con su flauta, entonando una bella canción… Ese es el último esfuerzo de la mente para tratar de seducirte. O si te encuentras a Dios en el trono celestial rodeado de una corte de ángeles, es que te habrás perdido, que todavía no has llegado al auténtico final. Vuelve a ser una proyección.

Se trata de algo que hay que comprender muy bien, porque el zen insiste mucho en ello. Si tienes algo que ver, si sigue habiendo algún objeto, entonces es que no es el fin de verdad, y por lo tanto todavía queda algo que arreglar.

Por eso, el gran maestro zen Hui-neng, dijo: “Si te encuentras al Buda, mátale enseguida. Si en el camino te encuentras con el primer patriarca, Bodhidharma, mátale enseguida”. Sin piedad. Continúa taladrando, ¡perfora incluso al Buda! A menos que llegues a la nada, deberás seguir taladrando y perforando.

Eso es algo que en la India resulta bastante difícil, porque este país ya ha llegado a ese punto en muchas ocasiones, y siempre se ha quedado atascado ahí. Sólo el Buda ha dado el último paso, porque la gente sólo ha ido hasta el penúltimo. Ahí es donde está Dios, y es tan hermoso… Es hermoso. Contemplar a Dios es tal bendición, o bien ver cómo despierta la kundalini… una experiencia maravillosa, tremenda. No habrás conocido nada igual. O bien hay luz en tu interior, una luz infinita; miles de soles surgiendo a la vez, tanta luz… una luz tan deslumbrante. Es increíble. O bien ves el loto, el loto de mil pétalos desplegándose en tu cabeza. Una maravillosa fragancia hasta entonces desconocida que se derrama sobre ti. Todo ello te transporta a otro mundo.

Pero el zen dice que sigas taladrando. Sí, la kundalini ha despertado, pero ese no es el final. Has visto la luz, pero ese no es el final. El loto se ha abierto, pero ese no es el final. Sigue perforando. Llega hasta la nada. La propia experiencia es la barrera, porque experimentar es un juego de la mente, y la mente es tan inteligente que si buscas a Dios te suministrará a Dios. La demanda crea la oferta. Si buscas a Krishna con demasiado ahínco, la mente te suministrará a Krishna. No cedas, porque no habrás llegado al final, sino que volverás a perderte en Krishna. Y tarde o temprano incluso Krishna acabará desapareciendo. Una vez la mente se ha detenido, tu Krishna desaparecerá.

Podría pasar lo siguiente: ves a Krishna con su flauta y ves unas hermosas muchachas danzando a su alrededor, las gopis. Tarde o temprano olvidarás a Krishna y te enamorarás de una gopi. Y el mundo volverá a comenzar. Regresarás a casa. La mente es muy astuta, y cuando es cuestión de vida o muerte para ella – y es cuestión de vida o muerte cuando estás en meditación-, la mente intentará todo lo posible para autoprotegerse. Es cuestión de supervivencia. Así que no la escuches.

Dice Hui-neng: “Se te ha dicho que te dejes guiar por el Buda, la ley y el sangha, la comunidad de buscadores, pero yo te digo que te guíes únicamente por ti mismo”. Si te dejas guiar por el Buda, y el Buda aparece como una flor de loto –de una hermosura tremenda, celestial y divina-, Hui-neng dice: “Mátale enseguida”. No esperes ni un minuto, porque es tan fascinante que te puedes perder. Destrúyele. Despídete, dile adios. Dile: “gracias, pero apártate de mi camino”. No te dejes guiar por el Buda”, dice Hui-neng, un seguidor del Buda. “No te dejes guiar por la ley, por el dharma. No te dejes guiar por el sangha, la comunidad. Te digo que simplemente confíes en ti mismo”.

Cuando te quedas solo, completamente solo, esencialmente solo, entonces has llegado. Si hay algo más como objeto, entonces todavía no has llegado, sigue persistiendo la dualidad, que ha hallado un nuevo modo de ser. Cuando sólo es uno, entonces se ha llegado. ¡Así que confía sólo en ti mismo!

Dice Hui-neng: “Mi consejo es que al no tener nada que hacer, te tomes un descanso. Y aunque aparezca el bárbaro de ojos azules, Bodhidharma, sólo podrá enseñarte a no hacer nada. Vístete, come y mueve las tripas, eso es todo. Ni muerte, ni temor, porque no hay nadie que muera. No hay transmigración, ni temor, porque no hay nadie que transmigre. Siempre es aquí. No hay ningún sitio al que ir”.

Cuando Hui-neng se estaba muriendo, hubo alguien que preguntó: “¿Adónde vais, maestro?”. Hui-neng abrió los ojos y dijo: “¿Qué tontería de pregunta es esa? ¿Dónde se puede ir? No hay sitio alguno al que ir. Uno siempre está aquí y ahora”.

¿Te has dado cuenta de esa cualidad de consciencia? Siempre estás aquí y ahora, no puedes estar allí y luego ¿Cómo podrías estar allí luego? Cuando llega ese mañana siempre aparece como presente, nunca llega como un mañana. Cuando se ha ido es ayer, cuando todavía no ha llegado es mañana, pero siempre que está aquí es hoy, y sólo puedes ser en el hoy. No puedes ser en el ayer, no existe. No puedes ser en el mañana, pues todavía no es. Siempre eres aquí y ahora. ¿Te has dado cuenta de ese fenómeno? No puedes estar en ningún otro lugar. Hui-neng dijo: “¿Adónde podría ir? No hay ningún sitio que ir, ni nadie que vaya. Soy uno con el todo. No hay muerte alguna que temer, ni transmigración a la que temer, ni nirvana que alcanzar ni iluminación a la que llegar”.

Intenta ser tan ordinario como te sea posible, sin tener que hacer nada. Ese es el enfoque zen: no hay que hacer nada. No hay nada que hacer. Uno sólo tiene que ser. Tómate un descanso y sé ordinario y natural. Come tus alimentos, duerme, y mueve las tripas.

El zen es la manera natural, el camino natural: “Ser natural es el camino. Libera la mente. No hagas el mal intencionadamente ni hagas el bien deliberadamente. No te aferres a nada. Eso es el tao”. Y con eso basta. “No te aferres a nada”. A veces te aferras al dinero, a veces a la esposa, al marido, y a veces empiezas a aferrarte interiormente a Krishna y a Cristo. “No te aferres a nada”. Sólo entonces podrás llegar al verdadero fin del mundo, y el fin es el principio, y el caos es creación.



sábado, 15 de febrero de 2020

QUE ES UN KOAN


Se trata de un método muy especial, es la mayor contribución del zen al mundo. El koan es un método especial del zen, igual que existen otros métodos en otras escuelas. Por ejemplo vipassana, la mirada discriminadora, es el método que el buda ofreció al mundo, clara visión. Jalaluddin Rumi, el místico sufí, contribuyó con otro método; el de la absorción, el de perderse en Dios, el de perder el propio sentido de ser. Los sufíes también cuentan con otros métodos: sikr, el recuerdo del nombre de Dios, o bien de girar. También son métodos las posturas de yoga de Pantajali, una contribución esencial al mundo. Todas las grandes religiones han contribuido con una cosa u otra.

La contribución especial del zen es el koan. Un koan es un acertijo, muy especial, un acertijo que es imposible solucionar, un acertijo que no puede solucionarse a través de su formulación. Piensas y piensas… Hay que pensar, cavilar y meditar sobre ello.

Por ejemplo, a los discípulos se les dice que mediten sobre el sonido del aplauso de una sola mano. Pero una sola mano no puede aplaudir, y por ello la solución aparece prohibida, rechazada, desde el principio. Una mano no puede crear el sonido de un aplauso. Para aplaudir son necesarias al menos dos manos. Aplaudir significa la intervención de ambas. Aplaudir es un conflicto, y por ello no puede suceder con una sola mano. Así que el acertijo es imposible. No se trata de un acertijo normal y corriente. Tampoco se trata de que si piensas lo suficiente acabarás dando con la solución. No. Cuanto más pienses más imposible te parecerá la solución. La solución no existe; es algo que se ha negado desde el principio. El koan debe ser formulado de tal manera que tu mente no tenga la posibilidad de pensar en ello… y tienes que pensar en ello.

Y el discípulo se sienta en meditación y continúa pensando. Y piensa y piensa y no deja de pensar. Pasan los meses y empieza a enloquecer: el sonido del aplauso de una sola mano. Y se presente al maestro con muchas soluciones, ¡y el maestro le dará de palos! También eso es algo particular del zen. La compasión es tan grande que, si el maestro cree que dar de palos será de ayuda, entonces apaleará. Si cree que dar un puntapié ayudará, entonces dará puntapiés. Si siente que hay que echar a un discípulo por la ventana, entonces lo arrojará por ella. Hará todo aquello que crea que es necesario. Y no lo hará de manera premeditada… sino que mirará al discípulo y será aquello que suceda en ese momento en su consciencia. Su comportamiento será totalmente inesperado.

Un maestro zen es impredecible. Si acudes a un Swami hinduista, verás que siempre es predecible; si le haces una pregunta, su respuesta será predecible. Recitará los Vedas, los Upanishads, casi como un loro. Sabrás su respuesta por adelantado. Pero no sucederá así con un maestro zen. Si acudes a un maestro zen nunca sabrás qué puede suceder. Nadie lo sabe. Son tan inmediatos –incluso al cabo de miles de años- que no puede decirse nada acerca de cómo reaccionará un maestro zen frente a tu pregunta, de cuál será su respuesta. El discípulo llega con muchas soluciones, que son… regulares, porque la solución es imposible. Así que incluso sin necesidad de escuchar la respuesta, la que trae el discípulo, el maestro sentirá la necesidad de golpearle.

Sucedió una vez… Llegó un discípulo. Había estado presentando una u otra solución al koan desde hacía tres meses. En esta ocasión llegó con la idea de que golpearía la pared con la mano. Ahora bien, esa no es una solución. Has vuelto a aparecer con dos; sí, desde luego, no hay dos manos implícitas, pero esa no es la cuestión. El maestro le golpea. Y así todo el tiempo… Cada día aparece con una cosa u otra; imagina y piensa que tal vez funcione en esa ocasión. Ya han pasado tres meses, así que llega, y antes de que haya tenido tiempo de abrir la boca, el maestro le da un bofetón. Y el discípulo dice: “¡Un momento! Ni siquiera he abierto la boca”. Y el maestro responde: “Entonces sería demasiado tarde. Si dices algo, será demasiado tarde”.

Y ese día le sucede algo al discípulo. No ha dicho nada. Cada día ha ido diciendo algo, y claro, le ha caído un palo… así que no tenía sentido. Y por ello acabó por pensar que todo lo que dijese estaba equivocado, y que por eso era golpeado por el maestro. Pero ahora había desaparecido incluso ese razonamiento. No había dicho nada, ¿y el maestro le golpea? Ahora se trata de algo con lo que la mente ya no puede.

Cuando la mente no puede con algo, abandona. Cuando la mente demuestra su impotencia ante algo, abandona.

Un koan es un acertijo que no puede resolverse, pero en el que hay que pensar. Durante horas, durantes seis, ocho, diez, doce, y a veces durante dieciocho horas, el discípulo no hace más que sentarse absorbido, observando el problema desde todos los ángulos, teniendo en cuenta todas las posibilidades; intentando penetrar en él desde éste o aquel lado. Intenta desentrañar el problema desde todas las direcciones, en todas las dimensiones, a fin de hallar la solución. Llega ante el maestro y se encuentra de nuevo enfrentado a sí mismo…

¿Qué sucederá? Poco a poco se van agotando todas las posibilidades. Ya ha pensado en todo lo pensable. Ahora da la impresión de que no existen más posibilidades, de que no se puede ir más allá. Y entonces, un día, empieza simplemente a observar el acertijo, y no se manifiesta pensamiento alguno. Esa es la cuestión, observar el acertijo sin que surja pensamiento alguno. Y cuando no surge ningún pensamiento entonces puedes ver en el acertijo… que es absurdo.

Sí, ya habías pensado que era absurdo en muchas ocasiones anteriores –de hecho, sabías que lo era, que no podía resolverse-, pero eso también provenía de la mente, no se te había revelado. Esa era la solución de tu mente: no se puede resolver, ¿para qué preocuparse entonces? Abandónalo, olvídate de ello, no puede resolverse. Pero eso también salía de la mente. Un día, cuando la mente dejó de tener qué decir, cuando dejó de funcionar de puro agotamiento, cuando perdió toda su pericia, toda su eficacia, cuando toda su inteligencia ha demostrado no servir de nada, desaparece. Y en esa rendija… aparece la revelación. En esa rendija puedes ver, y ves por primera vez. En esa rendija el pensar no está, pero tiene lugar el conocer, y esa es la cuestión de la transformación.

Cuando se detiene el pensamiento y surge el conocer, cuando los pensamientos desaparecen y aparece la claridad, puedes ver que la verdad no es algo que pueda pensarse, sino que ha de verse… Por eso, a quienes alcanzan la verdad se les llama a veces visionarios, y no pensadores. La han visto. Han entrado en ella, no han pensado en ella, no son grandes filósofos ni lógicos. Son personas sin mente, son personas más allá de la mente. Miran directamente, sin ningún pensamiento entre ellos y la realidad. Lo que se revela tal cual es, en su talidad. La mente ya no está ahí, funcionando a través del pensamiento. No hay más oleadas, en un espejo. Y sólo refleja lo que es.

Si se tiene algo más en lo que pensar, entonces no es el auténtico fin. Si crees que sigue habiendo algo en lo que pensar, entonces éste no es el auténtico fin; la mente no desaparecerá. No puedes obligarla; no puedes decir: “muy bien, si no hay nada que pueda pensarse, entonces pondré la mente de lado e intentaré ver”. No podrás hacerlo, porque la mente está ahí. Todo eso lo está haciendo la propia mente, y todo lo que se haga a través de la mente no hace sino reforzar la propia mente. Si todavía tienes algo en lo que pensar, si sientes que la mente todavía puede proporcionarte alguna respuesta, si todavía mantienes la mínima confianza en la mente, entonces no has llegado al verdadero final.

Cuando se alcanza el final de verdad, el pensar se detiene y comienza el ver. Y en este ver radica la revolución, el cambio radical, la mutación, la metanoia.

sábado, 8 de febrero de 2020

PRESCINDIR DE LA MENTE


Por lo general, cultivamos y reforzamos la mente, la hacemos cada vez más capaz, hábil, eficaz. Eso es lo que hacemos en escuelas, colegios y universidades. Eso es lo que significa educación, aprender.

El zen es un tipo de desaprendizaje. Enseña cómo desechar lo que se ha aprendido, enseña volver a recuperar la habilidad, a tornar a ser niños, a existir de nuevo sin mente, a cómo estar aquí sin ninguna mente.

La mente provoca todo tipo de miserias. La primera: la mente nunca está en el presente, lo pasa por alto. ¡Y sólo existe el presente! La mente siempre está en el pasado, siempre, siempre. O siempre en el futuro. La mente salta del pasado al futuro, y del futuro al pasado. Pero nunca permanece en el presente. Es como el péndulo de un reloj… va de una polaridad a otra, pero nunca se queda en el medio.

El zen dice que uno ha de salir de esta trampa de pasado y futuro, porque la puerta se abre en el presente, la puerta se abre en este momento, o ahora o nunca. Y la puerta está abierta, pero nuestros ojos vacilan. Miramos hacia el pasado o el futuro, y el presente queda empequeñecido entre ambos, y lo pasamos por alto. El zen dice que a menos que deseches la mente nunca te podrás sintonizar con la existencia, ni podrás palpitar con el latido del universo. Si no desechas la mente, seguirás viviendo en un mundo particular que tú mismo has creado; no vives en el mundo real y continúas siendo un idiota.

Ese es el significado de la palabra idiota. Idiota significa vivir en el mundo particular. El idiota vive en un mundo particular, y cuenta con un idioma también particular. Vive a su manera. Se confina a hacerlo todo a su manera. Nunca sigue lo universal, lo existencia. No hace más que proyectar sus propias ideas. La mente es idiota, por muy inteligente que sea, recuérdalo. El idiota nunca puede ser muy inteligente, puede ser un gran experto, acumular mucho conocimiento, muchos títulos, pero un idiota es un idiota, y eso es todo. La idiotez sólo puede convertirse en algo cada vez más peligroso.

La inteligencia nunca surge de la mente. La inteligencia sólo surge cuando se ha descartado la mente. La inteligencia se manifiesta cuando se ha puesto de lado la mente. La mente bloquea la fuente de la inteligencia, como si fuese una piedra. La mente siempre es mediocre, estúpida, poco inteligente. Permanecer en la mente es poco inteligente. Lo inteligente es estar más allá de la mente. La inteligencia no es una de las cualidades de la mente.

La meditación es la búsqueda de esa inteligencia, de cómo dejar de aprender, de cómo desechar el conocimiento, de cómo abandonar todo el pasado acumulado. Una vez que se acumula, se hace cada vez más difícil deshacerse de él, y cada día es más grande. El peso no hace más que crecer. La carga que se lleva a la espalda aumenta a cada momento. No es la edad lo que acaba matándote, sino el peso.

Un hombre que vive en la no mente vive sin muerte, porque muere a cada instante. Nunca acumula, nunca mira hacia atrás, nunca mira hacia delante; simplemente está aquí. Su ser es en este momento. Fluye con el momento, no es rígido ni está confinado por el pasado. De hecho, carece de biografía y de sueños de cara al futuro. Vive tal como llega la vida.

Y el zen dice que la mente puede ser de utilidad en el mundo, pero no en lo que respecta a lo esencial. La mente puede ser útil para lidiar con trivialidades, pero resulta inútil para lo esencial. Lo esencial no puede pensarse, porque está por debajo y más allá del pensamiento. Tú eres lo esencial. ¿Cómo puedes pensarte? Tú ya eres eso antes de que aparezca el pensamiento. El pensamiento es un añadido posterior.

Nace un niño y él es lo esencial. El pensamiento aparecerá a continuación; el niño acumulará conocimiento y escribirá muchas cosas en la página de su vida. Y se convertirá en un conocedor –de esto y lo otro- y se identificará con ser médico, ingeniero, profesor. Pero en el momento en que nació era simplemente pura consciencia, frescura, una página en blanco, sin nada escrito, ni siquiera con su propia firma. No tenía nombre ni idea acerca de quién era.

Eso es la inocencia primigenia, y eso es lo esencial. Nuestro ser esencial es antes que el pensamiento y después del pensamiento. No desaparece cuando el pensamiento aparece, pero sí que se nubla… al igual que un sol rodeado por demasiadas nubes. Cuando hay nubarrones negros da la impresión de que el sol ha desaparecido.

Nunca perdemos nuestra esencialidad, no es posible. Eso es precisamente la esencialidad, no puede perderse. Es nuestra naturaleza más íntima, y por ello no hay forma de perderla. Pero puede nublarse. La llama puede nublarse a causa del humo, y puede pensarse que se ha perdido. El sol puede hallarse tan nublado que dé la impresión de que se ha hecho de noche. Eso es lo que ocurre. Somos antes que el pensamiento, somos mientras el pensamiento está ahí, seremos cuando el pensamiento haya desaparecido. Siempre estamos aquí. Pero cuando surge el pensamiento es muy difícil saber quiénes somos y qué es exactamente esta consciencia.

Pensar es una distracción, una perturbación. Únicamente recuperamos el contacto con lo esencial cuando desaparece el pensamiento. Si uno piensa en ello, se puede pensar y pensar y pensar, pero es algo que elude el pensamiento; se desliza de su abrazo. Y luego, al ver que el pensamiento no lleva a ninguna parte, éste se detiene por sí mismo. Si uno piensa hasta el final del todo, se manifestará automáticamente un estado de no pensamiento. Este fin del pensamiento llega final y naturalmente, y eso es lo que propone el zen.

sábado, 1 de febrero de 2020

SALTAR A LA NADA


Una antigua parábola…

Se trata de la historia de un hombre que se adentró en las montañas a fin de hallar el final del mundo. Debió de ser un gran filósofo, porque sólo los filósofos tienen ideas tan descabelladas.

No es necesario iniciar una gran búsqueda para hallar el final del mundo; pues éste es hermoso tal cual es. No es necesario iniciar la búsqueda del principio ni del final. El medio es perfectamente hermoso, así que ¿por qué no disfrutarlo? Pero este hombre era un gran filósofo. No se sentía feliz. Los filósofos nunca son felices aquí. El ahora no es su tiempo, y el aquí tampoco es su espacio. Viven por ahí, en algún otro lugar.

Dejó a su familia –hijos, esposa, padres- y se embarcó en esta tonta y absurda búsqueda para encontrar el final del mundo. Atravesó muchas montañas y mares. Fue un viaje muy largo, claro –larguísimo-, y en muchas ocasiones pensó que había llegado. Siempre que empezaba a sentirse cansado pensaba que había llegado. Y cuando se sentía agotado, se engañaba a sí mismo. Pero tarde o temprano, después de un gran descanso, volvía a ver las cosas igual que antes y persistía en su empeño: todavía no había alcanzado el final, seguía en el medio. Como podía ver a lo lejos, el horizonte seguía allí, tan alejado como siempre. Así que iniciaba su viaje otra vez.

Una y otra vez descubría que siempre que creía haber llegado, en realidad se autoengañaba. Una vez conoció el engaño, el autoengaño, el periplo se hizo más arduo, porque a veces, cuando sentía que había llegado, en el fondo sabía que también en esa ocasión se trataba de un engaño. Y por ello debía continuar.

De camino pasó por muchos templos y vio a muchos maestros, a gente que había llegado, y a gente que creía haber llegado. Y todos decían y afirmaban que ese era el final del mundo, y le preguntaban que adónde iba él. Y los creía, y se quedaba con ellos un tiempo, pero tarde o temprano se acababa desilusionando. Esos maestros no habían llegado al mismo final. Y esos templos no eran más que símbolos del cansancio de los hombres, de las limitaciones, de las limitaciones humanas, de las limitaciones de la mente, la razón y los sentimientos. Pero el final no estaba ahí y por ello reiniciaba una y otra vez su peregrinaje.

Y se cuenta que al cabo de muchas, muchísimas vidas –al cabo de millones y millones de vidas- llegó finalmente a un lugar que parecía ser el final. Y en esta ocasión no se autoengañaba. Además, no había templo ni maestro a la vista, se hallaba totalmente solo. Y de repente el horizonte había desaparecido. No había objetivo ulterior. No había ningún otro lugar al que ir, ni siquiera aunque hubiera deseado continuar. Había hallado vaciedad infinita.

Y claro está, allí estaba el cartel que rezaba: “Éste es el fin del mundo”. Alguien que había estado allí antes lo había puesto por compasión hacia aquellos que pudieran llegar.

El hombre se hallaba en el mismísimo borde del mundo, en un gran acantilado más allá del cual no había sino caos, nada excepto inexistencia, una tremenda vacuidad, nada de nada. Y claro, se asustó mucho. No había pensado en ese caos, en que si llegas al final, o al principio, tanto da, llegarás al caos. No había pensado en ello; era algo totalmente inesperado. No había Dios, no había Buda, ni nirvana, ni paraíso… sólo caos, un caos absoluto, vaciedad. Imagínatelo, allí de pie, en el último acantilado, agitado y tembloroso como una hoja a merced de un fuerte viento.

No podía dar un paso más. Estaba tan asustado que regresó al mundo, ni siquiera miró al otro lado del cartel. Al otro lado del cartel había otro mensaje. A este lado aparecía: “Éste es el final del mundo”; y al otro lado decía: “Éste es el principio del otro”.

Pero se asustó tanto que se le pasó por alto que tal vez al otro lado del cartel había otro mensaje. Escapó, de inmediato. Ni siquiera volvió a mirar atrás. Regresó al mundo, y se perdió a sí mismo en asuntos mundanos, de manera que no pudiera recordar más, para que ese peligroso acantilado no se le apareciese en sueños.

Puede que tu seas esa persona. Así es como os veo a todos. Lleváis años de años viviendo aquí, desde la eternidad. Es imposible que en una u otra ocasión no os hayáis cruzado con esa vaciedad. Es imposible que no hayáis llegado al final del mundo en algunos momentos. Pero os habéis escapado. Daba tanto miedo… Un paso más y os habrías iluminado, con un único paso más que hubierais dado.

La enseñanza zen no trata más que de cómo dar ese paso, cómo saltar a la nada. Y esa nada es el nirvana, esa nada es lo que es Dios. Ese caos no es sólo caos, pues ese es sólo este lado del cartel, pero al otro lado ese caos es una inmensa creatividad. Las estrellas han nacido únicamente de ese caos. Es en ese caos precisamente donde ha tenido lugar esa creación. El caos es un aspecto de la misma energía. El caos es creatividad potencial. La nada es el otro lado de la totalidad.

El zen es solo un paso… el periplo de un único paso. Puedes llamarlo el último paso o el primero, no importa. Es el primero y el último, alfa y omega. Toda la enseñanza zen consiste en una única cosa: cómo saltar a la nada, cómo llegar al final de tu mente, que es el final del mundo. Cómo permanecer de pie en ese acantilado frente al abismo y no asustarse, cómo reunir coraje y dar el último salto. Es la muerte. Es suicidarse. Pero el crecimiento espiritual sólo puede surgir del suicidio, y sólo hay resurrección siendo crucificado.

Si se comprende bien, entonces el símbolo cristiano de la cruz, tiene un enorme significado. Jesús está en la cruz, y ese es el acantilado. En el último instante él también se asusta, como el hombre de nuestra historia. En el último momento mira hacia el cielo y dice: “¿Por qué todo esto? ¿Por qué me has abandonado?”.

Un temblor humano, una gran angustia frente a la muerte, frente a la aniquilación pero reúne valor. Comprende qué es lo que va a hacer. Intentaba escapar al mundo, trataba de escaparse de nuevo a la mente. Su mente empezó a funcionar: “¿Por qué todo esto?”. Es una queja contra Dios. “¿Por qué me has abandonado?”. Parece que hay algo que no encaja en las expectativas de Jesús.

Y lo comprendió. Era un hombre de una tremenda inteligencia. Lo observó. Debió reírse ante su estupidez. ¿Qué es lo que le decía a Dios? Y la transformación llegó en un instante… Se relajó y dijo: “Que venga tu reino. Que así sea”. Se relajó… ese es el paso. Murió y renació… una nueva consciencia, un nuevo ser.

Cuando mueres en la mente, naces en la consciencia. Cuando mueres en el cuerpo, naces en el cuerpo universal. Cuando mueres como ego, naces como un dios, como Dios. Cuando mueres en tu pequeño territorio, te esparces por toda la existencia… te conviertes en existencia.

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