sábado, 8 de febrero de 2020

PRESCINDIR DE LA MENTE


Por lo general, cultivamos y reforzamos la mente, la hacemos cada vez más capaz, hábil, eficaz. Eso es lo que hacemos en escuelas, colegios y universidades. Eso es lo que significa educación, aprender.

El zen es un tipo de desaprendizaje. Enseña cómo desechar lo que se ha aprendido, enseña volver a recuperar la habilidad, a tornar a ser niños, a existir de nuevo sin mente, a cómo estar aquí sin ninguna mente.

La mente provoca todo tipo de miserias. La primera: la mente nunca está en el presente, lo pasa por alto. ¡Y sólo existe el presente! La mente siempre está en el pasado, siempre, siempre. O siempre en el futuro. La mente salta del pasado al futuro, y del futuro al pasado. Pero nunca permanece en el presente. Es como el péndulo de un reloj… va de una polaridad a otra, pero nunca se queda en el medio.

El zen dice que uno ha de salir de esta trampa de pasado y futuro, porque la puerta se abre en el presente, la puerta se abre en este momento, o ahora o nunca. Y la puerta está abierta, pero nuestros ojos vacilan. Miramos hacia el pasado o el futuro, y el presente queda empequeñecido entre ambos, y lo pasamos por alto. El zen dice que a menos que deseches la mente nunca te podrás sintonizar con la existencia, ni podrás palpitar con el latido del universo. Si no desechas la mente, seguirás viviendo en un mundo particular que tú mismo has creado; no vives en el mundo real y continúas siendo un idiota.

Ese es el significado de la palabra idiota. Idiota significa vivir en el mundo particular. El idiota vive en un mundo particular, y cuenta con un idioma también particular. Vive a su manera. Se confina a hacerlo todo a su manera. Nunca sigue lo universal, lo existencia. No hace más que proyectar sus propias ideas. La mente es idiota, por muy inteligente que sea, recuérdalo. El idiota nunca puede ser muy inteligente, puede ser un gran experto, acumular mucho conocimiento, muchos títulos, pero un idiota es un idiota, y eso es todo. La idiotez sólo puede convertirse en algo cada vez más peligroso.

La inteligencia nunca surge de la mente. La inteligencia sólo surge cuando se ha descartado la mente. La inteligencia se manifiesta cuando se ha puesto de lado la mente. La mente bloquea la fuente de la inteligencia, como si fuese una piedra. La mente siempre es mediocre, estúpida, poco inteligente. Permanecer en la mente es poco inteligente. Lo inteligente es estar más allá de la mente. La inteligencia no es una de las cualidades de la mente.

La meditación es la búsqueda de esa inteligencia, de cómo dejar de aprender, de cómo desechar el conocimiento, de cómo abandonar todo el pasado acumulado. Una vez que se acumula, se hace cada vez más difícil deshacerse de él, y cada día es más grande. El peso no hace más que crecer. La carga que se lleva a la espalda aumenta a cada momento. No es la edad lo que acaba matándote, sino el peso.

Un hombre que vive en la no mente vive sin muerte, porque muere a cada instante. Nunca acumula, nunca mira hacia atrás, nunca mira hacia delante; simplemente está aquí. Su ser es en este momento. Fluye con el momento, no es rígido ni está confinado por el pasado. De hecho, carece de biografía y de sueños de cara al futuro. Vive tal como llega la vida.

Y el zen dice que la mente puede ser de utilidad en el mundo, pero no en lo que respecta a lo esencial. La mente puede ser útil para lidiar con trivialidades, pero resulta inútil para lo esencial. Lo esencial no puede pensarse, porque está por debajo y más allá del pensamiento. Tú eres lo esencial. ¿Cómo puedes pensarte? Tú ya eres eso antes de que aparezca el pensamiento. El pensamiento es un añadido posterior.

Nace un niño y él es lo esencial. El pensamiento aparecerá a continuación; el niño acumulará conocimiento y escribirá muchas cosas en la página de su vida. Y se convertirá en un conocedor –de esto y lo otro- y se identificará con ser médico, ingeniero, profesor. Pero en el momento en que nació era simplemente pura consciencia, frescura, una página en blanco, sin nada escrito, ni siquiera con su propia firma. No tenía nombre ni idea acerca de quién era.

Eso es la inocencia primigenia, y eso es lo esencial. Nuestro ser esencial es antes que el pensamiento y después del pensamiento. No desaparece cuando el pensamiento aparece, pero sí que se nubla… al igual que un sol rodeado por demasiadas nubes. Cuando hay nubarrones negros da la impresión de que el sol ha desaparecido.

Nunca perdemos nuestra esencialidad, no es posible. Eso es precisamente la esencialidad, no puede perderse. Es nuestra naturaleza más íntima, y por ello no hay forma de perderla. Pero puede nublarse. La llama puede nublarse a causa del humo, y puede pensarse que se ha perdido. El sol puede hallarse tan nublado que dé la impresión de que se ha hecho de noche. Eso es lo que ocurre. Somos antes que el pensamiento, somos mientras el pensamiento está ahí, seremos cuando el pensamiento haya desaparecido. Siempre estamos aquí. Pero cuando surge el pensamiento es muy difícil saber quiénes somos y qué es exactamente esta consciencia.

Pensar es una distracción, una perturbación. Únicamente recuperamos el contacto con lo esencial cuando desaparece el pensamiento. Si uno piensa en ello, se puede pensar y pensar y pensar, pero es algo que elude el pensamiento; se desliza de su abrazo. Y luego, al ver que el pensamiento no lleva a ninguna parte, éste se detiene por sí mismo. Si uno piensa hasta el final del todo, se manifestará automáticamente un estado de no pensamiento. Este fin del pensamiento llega final y naturalmente, y eso es lo que propone el zen.

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