sábado, 15 de febrero de 2020

QUE ES UN KOAN


Se trata de un método muy especial, es la mayor contribución del zen al mundo. El koan es un método especial del zen, igual que existen otros métodos en otras escuelas. Por ejemplo vipassana, la mirada discriminadora, es el método que el buda ofreció al mundo, clara visión. Jalaluddin Rumi, el místico sufí, contribuyó con otro método; el de la absorción, el de perderse en Dios, el de perder el propio sentido de ser. Los sufíes también cuentan con otros métodos: sikr, el recuerdo del nombre de Dios, o bien de girar. También son métodos las posturas de yoga de Pantajali, una contribución esencial al mundo. Todas las grandes religiones han contribuido con una cosa u otra.

La contribución especial del zen es el koan. Un koan es un acertijo, muy especial, un acertijo que es imposible solucionar, un acertijo que no puede solucionarse a través de su formulación. Piensas y piensas… Hay que pensar, cavilar y meditar sobre ello.

Por ejemplo, a los discípulos se les dice que mediten sobre el sonido del aplauso de una sola mano. Pero una sola mano no puede aplaudir, y por ello la solución aparece prohibida, rechazada, desde el principio. Una mano no puede crear el sonido de un aplauso. Para aplaudir son necesarias al menos dos manos. Aplaudir significa la intervención de ambas. Aplaudir es un conflicto, y por ello no puede suceder con una sola mano. Así que el acertijo es imposible. No se trata de un acertijo normal y corriente. Tampoco se trata de que si piensas lo suficiente acabarás dando con la solución. No. Cuanto más pienses más imposible te parecerá la solución. La solución no existe; es algo que se ha negado desde el principio. El koan debe ser formulado de tal manera que tu mente no tenga la posibilidad de pensar en ello… y tienes que pensar en ello.

Y el discípulo se sienta en meditación y continúa pensando. Y piensa y piensa y no deja de pensar. Pasan los meses y empieza a enloquecer: el sonido del aplauso de una sola mano. Y se presente al maestro con muchas soluciones, ¡y el maestro le dará de palos! También eso es algo particular del zen. La compasión es tan grande que, si el maestro cree que dar de palos será de ayuda, entonces apaleará. Si cree que dar un puntapié ayudará, entonces dará puntapiés. Si siente que hay que echar a un discípulo por la ventana, entonces lo arrojará por ella. Hará todo aquello que crea que es necesario. Y no lo hará de manera premeditada… sino que mirará al discípulo y será aquello que suceda en ese momento en su consciencia. Su comportamiento será totalmente inesperado.

Un maestro zen es impredecible. Si acudes a un Swami hinduista, verás que siempre es predecible; si le haces una pregunta, su respuesta será predecible. Recitará los Vedas, los Upanishads, casi como un loro. Sabrás su respuesta por adelantado. Pero no sucederá así con un maestro zen. Si acudes a un maestro zen nunca sabrás qué puede suceder. Nadie lo sabe. Son tan inmediatos –incluso al cabo de miles de años- que no puede decirse nada acerca de cómo reaccionará un maestro zen frente a tu pregunta, de cuál será su respuesta. El discípulo llega con muchas soluciones, que son… regulares, porque la solución es imposible. Así que incluso sin necesidad de escuchar la respuesta, la que trae el discípulo, el maestro sentirá la necesidad de golpearle.

Sucedió una vez… Llegó un discípulo. Había estado presentando una u otra solución al koan desde hacía tres meses. En esta ocasión llegó con la idea de que golpearía la pared con la mano. Ahora bien, esa no es una solución. Has vuelto a aparecer con dos; sí, desde luego, no hay dos manos implícitas, pero esa no es la cuestión. El maestro le golpea. Y así todo el tiempo… Cada día aparece con una cosa u otra; imagina y piensa que tal vez funcione en esa ocasión. Ya han pasado tres meses, así que llega, y antes de que haya tenido tiempo de abrir la boca, el maestro le da un bofetón. Y el discípulo dice: “¡Un momento! Ni siquiera he abierto la boca”. Y el maestro responde: “Entonces sería demasiado tarde. Si dices algo, será demasiado tarde”.

Y ese día le sucede algo al discípulo. No ha dicho nada. Cada día ha ido diciendo algo, y claro, le ha caído un palo… así que no tenía sentido. Y por ello acabó por pensar que todo lo que dijese estaba equivocado, y que por eso era golpeado por el maestro. Pero ahora había desaparecido incluso ese razonamiento. No había dicho nada, ¿y el maestro le golpea? Ahora se trata de algo con lo que la mente ya no puede.

Cuando la mente no puede con algo, abandona. Cuando la mente demuestra su impotencia ante algo, abandona.

Un koan es un acertijo que no puede resolverse, pero en el que hay que pensar. Durante horas, durantes seis, ocho, diez, doce, y a veces durante dieciocho horas, el discípulo no hace más que sentarse absorbido, observando el problema desde todos los ángulos, teniendo en cuenta todas las posibilidades; intentando penetrar en él desde éste o aquel lado. Intenta desentrañar el problema desde todas las direcciones, en todas las dimensiones, a fin de hallar la solución. Llega ante el maestro y se encuentra de nuevo enfrentado a sí mismo…

¿Qué sucederá? Poco a poco se van agotando todas las posibilidades. Ya ha pensado en todo lo pensable. Ahora da la impresión de que no existen más posibilidades, de que no se puede ir más allá. Y entonces, un día, empieza simplemente a observar el acertijo, y no se manifiesta pensamiento alguno. Esa es la cuestión, observar el acertijo sin que surja pensamiento alguno. Y cuando no surge ningún pensamiento entonces puedes ver en el acertijo… que es absurdo.

Sí, ya habías pensado que era absurdo en muchas ocasiones anteriores –de hecho, sabías que lo era, que no podía resolverse-, pero eso también provenía de la mente, no se te había revelado. Esa era la solución de tu mente: no se puede resolver, ¿para qué preocuparse entonces? Abandónalo, olvídate de ello, no puede resolverse. Pero eso también salía de la mente. Un día, cuando la mente dejó de tener qué decir, cuando dejó de funcionar de puro agotamiento, cuando perdió toda su pericia, toda su eficacia, cuando toda su inteligencia ha demostrado no servir de nada, desaparece. Y en esa rendija… aparece la revelación. En esa rendija puedes ver, y ves por primera vez. En esa rendija el pensar no está, pero tiene lugar el conocer, y esa es la cuestión de la transformación.

Cuando se detiene el pensamiento y surge el conocer, cuando los pensamientos desaparecen y aparece la claridad, puedes ver que la verdad no es algo que pueda pensarse, sino que ha de verse… Por eso, a quienes alcanzan la verdad se les llama a veces visionarios, y no pensadores. La han visto. Han entrado en ella, no han pensado en ella, no son grandes filósofos ni lógicos. Son personas sin mente, son personas más allá de la mente. Miran directamente, sin ningún pensamiento entre ellos y la realidad. Lo que se revela tal cual es, en su talidad. La mente ya no está ahí, funcionando a través del pensamiento. No hay más oleadas, en un espejo. Y sólo refleja lo que es.

Si se tiene algo más en lo que pensar, entonces no es el auténtico fin. Si crees que sigue habiendo algo en lo que pensar, entonces éste no es el auténtico fin; la mente no desaparecerá. No puedes obligarla; no puedes decir: “muy bien, si no hay nada que pueda pensarse, entonces pondré la mente de lado e intentaré ver”. No podrás hacerlo, porque la mente está ahí. Todo eso lo está haciendo la propia mente, y todo lo que se haga a través de la mente no hace sino reforzar la propia mente. Si todavía tienes algo en lo que pensar, si sientes que la mente todavía puede proporcionarte alguna respuesta, si todavía mantienes la mínima confianza en la mente, entonces no has llegado al verdadero final.

Cuando se alcanza el final de verdad, el pensar se detiene y comienza el ver. Y en este ver radica la revolución, el cambio radical, la mutación, la metanoia.

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