sábado, 29 de mayo de 2010

QUÉ ES LA RELIGION

La cultura, la sociedad, la civilización, todas son ajenas a la religión. La religión es una revolución, una revolución en tu con­dicionamiento cultural, una revolución en tu condicionamiento social, una revolución en todas las esferas en que has vivido y en las que estás viviendo. Todas las sociedades están en contra de la religión. Y no te estoy hablando de los templos, mezquitas e igle­sias que la sociedad crea. Eso son trucos. Están hechos para engañarte. Son sustitutos de la religión; no son religión. Están ahí para confundirte. Tú necesitas la religión; ellos dicen, "Sí, acude al templo, a la iglesia, a la mezquita; aquí está la religión. Ven y reza y encontrarás al predicador que te enseñará tu religión". Es un truco. La sociedad ha creado falsas religiones; esas religiones son el cristianismo, el hinduismo, el jasidismo. Pero un Buda, un Mahavira, un Jesús, o un Mahoma, existen, siempre al margen de la sociedad. Y la sociedad siempre se enfrenta a ellos. Cuando están muertos, entonces la sociedad empieza a rendirles culto, entonces la sociedad crea templos. Entonces ya no hay nada; la realidad se ha ido, la llama ha desaparecido. En los templos encontrarás socie­dad, cultura, pero no religión. Pero, ¿qué es la religión?

En primer lugar, la religión es algo personal; no es un fenómeno social. Sólo tú te adentras en ella; no puedes penetrar en ella en grupo. ¿Cómo vas entrar en iluminación en compañía de alguien? Ni incluso aquél que te es más cercano, ni incluso el más próximo, estará contigo. Cuando vas hacia dentro, todo queda afuera: la sociedad, la cultura, la civilización, los enemigos, los amigos, los amantes, los amados, los niños, la esposa, el marido... todo es dejado, poco a poco. Y llega un momento en el que tú también te quedas fuera. Sólo entonces, surge el florecimiento; entonces, surge la trans­formación.

La religión es personal y la religión es revolucionaria. La religión es la única revolución del mundo. Toda las demás revoluciones son falsas; son imitaciones, juegos; no son revoluciones. En realidad debido a esas revoluciones, siempre es pospuesta la verdadera revo­lución. Son anti-revoluciones.

Algún ideólogo puede decir: "¿Cómo te vas a cambiar a ti mis­mo a menos que la sociedad cambie?" Y tú asientes, "Correcto. ¿Cómo puedo cambiarme a mí mismo? ¿Cómo puedo vivir una vida de libertad en una sociedad que no es libre?" La lógica parece aplastante. ¿Cómo puedes ser feliz en una sociedad infeliz? ¿Cómo puedes encontrar la dicha cuando todo el mundo es desgraciado? El ideólogo te atrae, te seduce. "Sí,"-dices-"a menos que la sociedad al completo sea feliz, ¿cómo voy a ser yo feliz?". Entonces el ideólogo te dice, "Ven, provoquemos una revolución en la sociedad". Y entonces comienzas una protesta, has sido atrapado en la tram­pa. Ahora vas a cambiar el mundo entero.

Pero, ¿te has olvidado de cuánto vas a vivir? Y cuando todo el mundo haya cambiado, por entonces ya no estarás aquí. Habrás desperdiciado tu vida. Muchos están desperdiciando sus vidas contra esto y aquello, en favor de esto y de lo otro, tratando de transformar el mundo entero y posponiendo la única transformación posible: la transformación de uno mismo.

Y yo te digo que puedes ser libre en una sociedad que no es libre, puedes ser dichoso en un mundo infeliz. Los demás no son un obstá­culo; puedes ser transformado. Nadie te lo impide excepto tú mismo. Nadie crea ningún obstáculo. No te preocupes por la sociedad y por el mundo, porque el mundo continuará; ha continuado siendo el mismo desde siempre. Han surgido y se han extinguido muchas revoluciones y el mundo sigue siendo el mismo.

La política es social; la religión es personal. Y siempre que la religión se convierte en algo social, pasa a formar parte de la política; deja de ser religión. El islamismo, el cristianismo, el hinduismo y el jasidismo son sólo política. Ya no son religión; se han convertido en algo social.

Si yo cambio, en cierto modo cambio al mundo entero. El mundo nunca será el mismo porque una parte -una millonésima parte, pero aún así una parte- ha cambiado, se ha vuelto total­mente distinta, ha dejado de pertenecer a este mundo. Otro mun­do ha penetrado a través de mí. La eternidad ha penetrado el tiempo. Dios ha venido a morar en el cuerpo humano. Nada volverá a ser lo mismo, todo cambia a través de mí.

Recuerda esto; y recuerda también que la religión no es imitar. No puedes imitar a una persona religiosa. Si la imitas, será una pseudo religión, falsa, no auténtica. ¿Cómo vas a imitarla? Y si la imitas, ¿cómo vas a mantenerte fiel a ti mismo? Te volverás falso contigo mismo.

Sé auténticamente tú mismo. No imites. La religión hace a todo el mundo único. Ningún Maestro que sea realmente un Maestro insistirá en que le imites. Te ayudará a ser tú mismo; nunca te ayu­dará a ser como él.

Y toda la cultura es imitación. Toda la sociedad es imitativa. Por eso, el conjunto de la sociedad es más una representación que una realidad. Los hindúes la llaman maya-un juego, una comedia; no es real. Los padres enseñan a sus hijos a ser como ellos. Todos tratan de que los demás sean como ellos; un completo caos nos rodea.

Has de ser tú mismo; toda la sociedad no es más que una gran imitación, un falso espectáculo. Por eso hay tanto descontento en todos los rostros.

sábado, 22 de mayo de 2010

LOS SUEÑOS Y LA CONSCIENCIA II

Los sueños son importantes. Si un hombre está enfermo, los sueños son importantes; revelan los síntomas de la enfermedad. Pero no sabes nada del hombre que carece de sueños. El soñar es en sí mismo una patología; el sueño es en sí una patología. Buda nunca soñó. ¿Qué habría hecho Freud? Si Freud hubiera estado allí, ¿cómo habría actuado con un Buda? ¿Qué habría interpretado respecto a él? No había nada que interpretar. Si Freud hubiera indagado en Buda, no habría encontrado nada que interpretar. Toda su psicología hubiera resultado completamente inútil.

Oriente dice, "El soñar es, en sí, la patología". Es una especie de enfermedad, una alteración. Cuando estás verdaderamente en silencio, el pensar desaparece durante el día y el soñar desaparece por la noche. El pensar y el soñar son dos aspectos de lo mismo. Durante el día, mientras estás despierto, es pensar; y por la noche mientras duermes, es soñar. El soñar es una forma primitiva de pensar; es pensar en representaciones, tal y como los niños hacen.

El soñar y el pensar son lo mismo. Cuando el soñar se detiene, el pensar se detiene; cuando el pensar se detiene, el soñar se de­tiene. En Oriente todo el esfuerzo se ha centrado en cómo dejarlo todo. No nos preocupa cómo ajustarnos, o cómo interpretarlo, sino como abandonarlo. Y si puede ser abandonado, ¿por qué preocuparse de su interpretación? ¿Por qué perder el tiempo?

El psicoanálisis u otras tendencias consumen mucho tiempo; cinco años, tres años, simplemente interpretando sueños. Resultan muy aburridos y solamente unos pocos pueden permitírselo. E incluso esos que pueden permitírselo, ¿qué obtendrán? Mucha gente que ha sido psicoanalizada ha venido a mí; la auto-realiza­ción no ha aparecido. Han estado inmersos en el psicoanálisis durante muchos años. Y no sólo ellos han sido psicoanalizados; muchos otros han sido psicoanalizados y nada ha sucedido, han seguido igual; el ego es el mismo. O más bien al contrario: se siente un poco más fuerte, un poco más firme. Y la ansiedad exis­tencial continúa.

En realidad, el psicoanálisis nunca se completa. Incluso des­pués de cinco años, no es completo. Nunca ningún psicoanálisis podrá completarse porque la mente continúa tejiendo nuevos sue­ños. Tú continúas interpretándolos; ella continúa tejiendo nue­vos sueños. Posee una infinita capacidad; es muy creativa, muy imaginativa. Acaba sólo cuando se extingue la vida... o con la meditación, si das el salto y mueres por ti mismo.

La mente necesita la muerte, no el análisis. Y si la muerte es posible, ¿para qué sirve el análisis? Esos son dos hechos absolu­tamente distintos y has de ser consciente de ello. Jung y Freud son genios que se extraviaron; grandes intelectos, pero perdieron su tiempo. Y el problema es que descubrieron muchas cosas so­bre la mente, pero no supieron utilizarlas en ellos mismos. Y ése debería ser el criterio.

Auto-realización es alcanzar el no-yo, es alcanzar un absoluto vacío interior, es alcanzar el punto en que dejas de ser. La gota se ha disuelto en el océano y solamente el océano existe. Entonces, ¿quién es el que sueña? Entonces, ¿quién queda ahí para soñar? La casa está vacía, no hay nadie.

sábado, 15 de mayo de 2010

LOS SUEÑOS Y LA CONSCIENCIA I

No valoro demasiado a Freud, a Jung, a Adler, a Assagioli, son sólo chiquillos jugando en la arena del tiempo. Han recogido hermosos guijarros, hermosas pie­drecillas de colores, pero cuando contemplas lo Supremo, los ves simplemente como chiquillos jugando con piedras y guijarros. Esas piedras no son auténticos diamantes. Y todo lo que han con­seguido es muy, muy primitivo. Tendrás que seguirme paso a paso para comprenderlo.

El hombre puede estar físicamente enfermo; entonces es necesario el médico, el doctor. El hombre puede estar psicológicamente enfermo; entonces Freud, Jung y los demás pueden ayudarle algo. Pero cuando el hombre está existencialmente enfermo, ni un médico, ni un psiquiatra, pueden ayudarle. La enfermedad existencial es espiritual. No pertenece ni al cuerpo, ni a la mente; pertenece al Todo. Y el Todo trasciende las partes. El Todo no es sólo una yuxtaposición, una yuxtaposición de las partes. Es algo superior a las partes. Es algo que contiene a toda las partes en sí mismo. Las trasciende.

Y la enfermedad es existencial. El hombre sufre una enfermedad espiritual. Los sueños no le ayudarán nada en esto. En realidad, ¿cómo pueden ayudarte los sueños? A lo sumo pueden ayudarte a comprender algo más de tu inconsciente. Los sueños son el lenguaje del inconsciente; son los símbolos, las indicaciones, las pistas y los modos del inconsciente; Son un mensaje del inconsciente para el consciente. Los psicoanalistas pueden ayudarte a interpretar los sueños, pueden convertirse en intermediarios, pueden revelarte lo que significan tus sueños. Claro que si puedes entender tus sueños, te acercarás algo a tu inconsciente. Esto hará que sintonices más con tu inconsciente. Lo comprenderás un poco. Tus dos par­tes -la consciente y la inconsciente- no estarán tan alejadas; se acercarán algo. No estarás tan dividido como antes. Aparecerá en ti algo de unidad, una especie de unidad. Serás más normal, pero ser normal no es ser nada. Ser normal es algo de lo que no vale la pena ni hablar. Ser normal significa que eres simplemente como deberías ser; no ha sucedido nada más. Nada del más allá ha pe­netrado en ti. También serás una persona más adaptada a la socie­dad. Y evidentemente serás un marido un poco mejor, una madre un poco mejor, un amigo un poco mejor, pero sólo un poco.

Pero esto no es la auto-realización. Y cuando Jung empieza a hablar de alcanzar la auto-realización a través del análisis de los sueños, está diciendo estupideces. Eso no es auto-realización, porque la auto-realización solamente surge cuando deja de haber mente. Los sueños interpretados no son interpretados; pertene­cen a la mente, forman parte de la mente. Y ninguna psicología occidental -a excepción de Gurdjieff, Eckhardt y Jacob Boehme- ninguna psicología de Occidente va más allá de la mente. Y ellos, en reali­dad, no pertenecen a Occidente; pertenecen a Oriente. Su visión es oriental. Han nacido en Occidente, pero su actitud, su forma de vivir, su comprensión es oriental. Y cuando digo "oriental" re­cuerda siempre que no me refiero a la geografía.

La actitud occidental es analítica; analiza. La actitud oriental es sintética; sintetiza, trata de encontrar lo uno en lo diverso. La actitud occidental trata de encontrar lo diverso en lo uno.

Freud y Jung trabajaron con los sueños. Eso fue un descubri­miento en Occidente; en cierta forma un gran descubrimiento, porque la mente occidental había olvidado por completo todo lo referente al sueño, a los sueños. El hombre occidental ha existido durante casi tres mil años sin fijarse en los sueños, ni en el sueño. Freud y Jung recuperaron la idea de que el hombre ha de ser comprendido a través del sueño y de lo que sueña, e hicieron mucho en esa direc­ción. Pero cuando Jung empieza a considerar que esto conduce a la auto-realización, entonces va demasiado lejos.

Está bien, puede ser de ayuda para la salud psicológica, pero la salud psicológica no es la salud existencial.

Puedes estar físicamente sano, puedes estar psicológicamente sano, pero puede que aún así no estés existencialmente sano. Al contrario, cuando estás psicológicamente y físicamente sano, por primera vez te das cuenta de tu ansiedad existencial, de tu angustia interior.

Cuando Jung habla de su psicología analítica como un camino de auto-realización, no sabe lo que está diciendo. En él no ves a un hombre auto-realizado. Indaga en la vida de Jung, en la vida de Freud, y descubrirás en ellas a seres humanos corrientes. Freud se enfadaba como cualquiera, incluso más que la gente corriente. Odiaba tanto como cualquier otro. Era celoso y lo era tanto que cuando un estallido de celos le sobrevenía, se caía al suelo inconsciente. Esto sucedió en numerosas ocasiones durante la vida de Freud. Siempre que los celos le asaltaban, en un ataque de celos, se alteraba tanto que se desplomaba desmayado. ¿Y estaba este hombre auto-realizado? ¡Y mira las fotos de Jung! Siempre que me he encontrado con una foto de Jung, la he observado detalladamente; es algo extraño. Observa las fo­tos de Jung; lo verás todo escrito en su rostro: el ego. Observa su nariz, los ojos, la astucia, la ira; en su rostro están escritas todas las enfermedades. Vivió como un hombre corriente, en manos del miedo. Temía mucho a los espíritus, a los fantasmas y era muy celoso, competitivo, discutidor, pendenciero.

Recuérdalo: el ego no puede desaparecer mediante la interpre­tación de los sueños. Al contrario, el ego puede que se refuerce porque la separación entre el consciente y el inconsciente será menor. Tu ego se reforzará, tu mente se reforzará. Cuánto menos problemas existan en la mente, más fuerte se volverá la mente. Tendrás una nueva base para el ego. Lo que el psicoanálisis puede hacer es cimentar aún más tu ego, hacerlo más centrado, volverlo más confiado en sí mismo, fortalecerlo. Obviamente vivirás mejor en el mundo, porque el mundo cree en el ego. Serás más capaz de pelear en la lucha por la supervivencia. Tendrás más confianza contigo mismo, estarás menos nervioso. Serás capaz de alcanzar tus ambiciones más fácilmente que si tuvieras problemas en tu interior y el consciente y el inconsciente estuvieran peleando allí continuamente. Pero esto no es auto-realización. Al contrario, es ego-realización.

Hasta ahora la psicología occidental no ha alcanzado el punto del no-ego. Todavía piensan en términos del ego: cómo hacer que el ego se asiente más fuertemente, que esté más centrado, cómo tener un ego más saludable, normal, ajustado. Oriente considera al ego mismo como la enfermedad; la mente en conjunto es la enfermedad. No tienes elección: consciente e inconsciente han de desaparecer, han de eliminarse. Y por eso Oriente no ha trata­do interpretando lo sueños. Porque si algo ha de desaparecer, ¿por qué preocuparse interpretándolo? ¿Por qué perder el tiem­po? Puedes dejarlo a un lado.

Observa la diferencia. Occidente está tratando de ajustar, en cierta forma, el consciente y el inconsciente, y trata de reforzar el ego para que te integres más en la sociedad y seas también interiormente un individuo más equilibrado. Habiendo puenteado la separación, te encontrarás más a gusto con la mente.

Oriente ha tratado de abandonar la mente, de trascenderla. Lo importante no es acomodarse a la sociedad; lo importante es aco­modarse a la Existencia misma. No es cuestión de ajustes entre inconsciente y consciente; es cuestión de ajustar todas las partes que constituyen tu ser.

sábado, 8 de mayo de 2010

DOS FORMAS DE VIDA

El Placer y el dolor son las dos formas de estar aquí en el mundo. Te sientes atraído hacia aquello que te causa placer y te sientes repelido –­ rechazas - todo aquello que crees que te causa dolor. Pero si te vas volviendo más y más atento, sufrirás una total mutación. Se­rás capaz de ver que todo aquello que causa placer, causa también dolor-placer al principio; dolor al final. Todo aquello que causa dolor, causa también placer-dolor al principio; placer al final. Son los dos caminos que existen en el mundo.

Uno es el camino del amo de casa, el hombre común. Trata de entenderlo; es muy, muy revelador. Vive gracias al apego, a la atracción. Persigue todo aquello que cree que causa placer. Se aferra a ello y finalmente se encuen­tra con dolor y nada más; con angustia y nada más.

Exactamente el opuesto es el camino del monje, de aquél que ha renunciado el mundo. No se aferra al placer. Por el contrario, empieza a aferrarse al dolor, a las austeridades, a la tortura. Yace sobre un lecho de clavos, emprende largos ayunos, se mantiene de pie durante años, no duerme durante meses. Hace exactamente lo opuesto porque se ha dado cuenta de que siempre que hay pla­cer al principio, el dolor está al final. Y ha dado la vuelta a esa lógica. Ahora busca el dolor. Y si está en lo cierto, buscando el dolor, al final surgirá el placer.

Pero un hombre que practica el dolor se vuelve incapaz de sentir el dolor. Un hombre que practica el dolor se vuelve incapaz de sentir placer con las pequeñas cosas, simplemente con lo pe­queño. Tú no puedes comprenderlo. Para un hombre que haya estado ayunando durante un mes, el pan corriente, la mantequilla y la sal son un gran festín. Para un hombre que ha estado yacien­do sobre un lecho de clavos, el simple hecho de tumbarse sobre el suelo, sobre el suelo desnudo,... no habrá emperador que duerma tan bien como él.

Pero ambos son las dos caras de una misma moneda; y ambos están equivocados. El monje ha invertido el proceso. Los dos están apegados; uno está apegado al placer y el otro está apegado al dolor.

Un hombre de consciencia vive desapegado. Ni es ­el hombre común, de familia, ni tampoco es un monje. Ni se va a un monasterio, ni se va a las montañas. Permanece en donde está; simplemente se va hacia dentro. En el exterior no tiene nada que elegir. No se aferra al placer, ni tampoco se aferra al dolor. Ni es un hedonista, ni se auto-tortura. Simplemente va hacia dentro observando el juego del placer y del dolor, de la luz y de las sombras, del día y la noche, de la vida y de la muerte. Va más allá; debido a que existe la dualidad, él va más allá trascendiendo ambos. Simplemente se mantiene alerta y consciente; y en esa consciencia por primera vez surge algo que no es ni dolor, ni placer, sino gozo. El gozo no es placer; el placer está entremezclado con el dolor. El gozo no es ni dolor, ni placer; el gozo trasciende ambos.

Y más allá de ambos estas tú. Ésa es tu naturaleza, tu pureza, tu pureza cristalina de ser; simplemente trasciéndelo. Vives en el mundo, pero el mundo no está en ti. Te mueves por el mundo, pero el mundo no se mueve en tu interior.

sábado, 1 de mayo de 2010

TOMAR LO DOLOROSO COMO PLACENTERO

Tú dirás, "Puede que esas dos cosas sean verdad, pero no somos tan estúpidos como para confundir lo doloroso con lo placente­ro". Lo eres. Todo el mundo lo es, a menos que uno se vuelva perfectamente consciente. Has considerado muchas cosas que eran dolorosas como placenteras. Sufres el dolor y lloras y sollozas, pero sigues sin comprender que has aceptado algo básicamente doloroso y que no puedes transformarlo en placer.

Cada día acude gente a mí explicándome sobre sus relaciones de pareja. No me he encontrado con una sola de ellas que me haya dicho que su vida sexual es como debiera ser: perfecta, hermosa. ¿Qué ocurre? Al principio dicen que todo iba bien. ¡Al principio siempre es así! Con todo el mundo, la relación sexual es hermosa al principio, pero ¿por qué se vuelve áspera y amarga? ¿Por qué al cabo de un tiempo, incluso antes de que se haya acabado la luna de miel, empieza a volverse áspera y amarga?

Aquellos que se ocupan de la consciencia humana, dicen, "Al comienzo, la belleza del principio, es simplemente un truco de la naturaleza para engañarte". Una vez que eres engañado, la reali­dad emerge. Al principio, cuando dos se encuentran, piensas, "Ésta será la más maravillosa experiencia del mundo". Piensas, "Esta mujer es la mujer más hermosa" y la mujer piensa, "Este hombre es el mejor hombre que nunca ha habido". Se fabrican una ilusión, proyec­tan. Tratan de ver aquello que quieren ver; no ven a la verdadera persona. No ven al que está delante; solamente ven sus propios sueños proyectados. El otro se convierte simplemente en una pantalla y tú empiezas a proyectar. Antes o después la realidad surge y cuando el sexo ha sido satisfecho, cuando la hipnosis fundamental de la naturaleza ha sido satisfecha, entonces todo se vuelve amargo.

Entonces ves al otro tal y como es: muy corriente, sin nada es­pecial. El cuerpo deja de ser una fragancia; suda. La cara deja de ser divina; se parece a la de un animal. Ahora Dios ya no te está mirando desde sus ojos, sino que lo está haciendo un animal feroz, un animal sexual. La ilusión ha sido rota, el sueño ha sido destrozado. Ahora empieza el sufrimiento.

Y tú habías prometido que amarías a la mujer para siempre. La mujer te había prometido que se convertiría en tu sombra incluso en vidas venideras. Ahora has sido engañado, atrapado, por tus pro­pias promesas. ¿Cómo puedes volver atrás? Has de seguir con ello.

Surge la hipocresía, la simulación, la ira. Porque siempre que éstas simulando, antes o después te enfadas. El simular se con­vierte en una carga muy pesada. Ahora sostienes la mano de la mujer, pero simplemente suda y no sucede nada. No hay poesía; sólo sudor. Quieres dejarla, pero la mujer va a sentirse herida. Ella también quiere dejarlo, pero piensa que tú te sentirás herido, y los amantes han de seguir sosteniéndose las manos. Todo se vuelve feo y entonces reaccionas, entonces te vengas, entonces lanzas la res­ponsabilidad sobre el otro y tratas de demostrar que el otro es el culpable. Él o ella ha hecho algo equivocado; o ella te ha engañado. Ella trataba de ser alguien que no era. Y entonces surge todo lo desagradable de los matrimonios.

Recuerda, la falta de consciencia es considerar lo doloroso como placentero. Si algo es un placer al principio, al final se convierte en dolor, recuerda que era doloroso desde el mismo co­mienzo. Sólo tu falta de consciencia te ha engañado. Nadie más te ha engañado; sólo ha habido falta de consciencia. No estabas sufi­cientemente alerta para ver las cosas tal y como son. Si no, ¡cómo se va a convertir el placer en dolor! Si hubiera sido realmente placer, a medida que el tiempo pasara, habría ido convirtiéndose en un placer mayor. Así hubiera ocurrido.

El placer se desarrolla convirtiéndose en más placer; la felici­dad crece y da más y más felicidad. Al final alcanza el clímax más elevado de gozo; pero uno ha de ser muy consciente a la hora de sembrar la semilla. Una vez has sembrado la semilla, estás atrapado porque entonces no puedes cambiar. Entonces tendrás que recoger la cosecha. Y tú estás recogiendo la cosecha. Siempre cosechas sufrimiento y nunca te vuelves consciente de que el problema estaba en la semilla. Siempre que empiezas a cosechar sufrimiento crees que ha habido alguien que te ha estado engañando. La esposa, el marido, el amigo, la familia, el mundo, pero siempre alguien. O bien el diablo, o bien alguien, te está engañando. Esto es evitar enca­rar la realidad de que has estado sembrando la semilla equivocada.

La falta de consciencia es tomar lo doloroso como placentero. Y éste es el criterio: si algo se convierte al final en dolor, debía ser doloroso también al principio. El final es el criterio; el fruto final es el criterio. Deberías juzgar a un árbol por su fruto; no hay otra forma de juzgarlo. Si tu vida se ha convertido en un árbol de sufrimiento, debes deducir que la semilla fue mal elegida, que has hecho algo mal. Retrocede.

Pero nunca lo haces. Cometes el mismo error una y otra vez. Si tu esposa muere y tú has estado pensando en numerosas ocasio­nes que si muriera estaría muy bien. Es difícil encontrar a un mari­do que no haya pensado en muchas ocasiones que le iría muy bien que su mujer se muriera, "He acabado con esto y no voy a volver a mirar a otra mujer". Pero en cuanto la esposa muere, de inmediato, la idea de otra mujer surge en la mente. La mente empieza a pensar de nuevo, "¿Quién sabe? Con esta mujer no fue bien, pero con otra puede ser que sí. Esta relación no llegó a buen fin, pero eso no cierra todas las puertas. Hay otras puertas abiertas". La mente empieza a trabajar. Caerás de nuevo en la misma trampa y de nuevo sufrirás. Y siempre pensarás, "Puede que sea esta mujer, y que esa mujer..." No es una cuestión de esta mujer o este hombre; es una cuestión de ser consciente.

Si eres consciente, entonces todo lo que hagas lo harás aten­diendo al final. Serás plenamente consciente de cuál va a ser el final. Entonces si quieres tener dolor, si quieres vivir con dolor y sufrimiento, dependerá de ti el elegirlo. Entonces no podrás ha­cer responsable a otro. Sabrás perfectamente bien que sembraste la semilla y que ahora has de cosechar el fruto. Pero ¿quién es tan estúpido que estando alerta y siendo consciente, siembra semi­llas amargas? ¿Para qué?

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