El Placer y el dolor son las dos formas de estar aquí en el mundo. Te sientes atraído hacia aquello que te causa placer y te sientes repelido – rechazas - todo aquello que crees que te causa dolor. Pero si te vas volviendo más y más atento, sufrirás una total mutación. Serás capaz de ver que todo aquello que causa placer, causa también dolor-placer al principio; dolor al final. Todo aquello que causa dolor, causa también placer-dolor al principio; placer al final. Son los dos caminos que existen en el mundo.
Uno es el camino del amo de casa, el hombre común. Trata de entenderlo; es muy, muy revelador. Vive gracias al apego, a la atracción. Persigue todo aquello que cree que causa placer. Se aferra a ello y finalmente se encuentra con dolor y nada más; con angustia y nada más.
Exactamente el opuesto es el camino del monje, de aquél que ha renunciado el mundo. No se aferra al placer. Por el contrario, empieza a aferrarse al dolor, a las austeridades, a la tortura. Yace sobre un lecho de clavos, emprende largos ayunos, se mantiene de pie durante años, no duerme durante meses. Hace exactamente lo opuesto porque se ha dado cuenta de que siempre que hay placer al principio, el dolor está al final. Y ha dado la vuelta a esa lógica. Ahora busca el dolor. Y si está en lo cierto, buscando el dolor, al final surgirá el placer.
Pero un hombre que practica el dolor se vuelve incapaz de sentir el dolor. Un hombre que practica el dolor se vuelve incapaz de sentir placer con las pequeñas cosas, simplemente con lo pequeño. Tú no puedes comprenderlo. Para un hombre que haya estado ayunando durante un mes, el pan corriente, la mantequilla y la sal son un gran festín. Para un hombre que ha estado yaciendo sobre un lecho de clavos, el simple hecho de tumbarse sobre el suelo, sobre el suelo desnudo,... no habrá emperador que duerma tan bien como él.
Pero ambos son las dos caras de una misma moneda; y ambos están equivocados. El monje ha invertido el proceso. Los dos están apegados; uno está apegado al placer y el otro está apegado al dolor.
Un hombre de consciencia vive desapegado. Ni es el hombre común, de familia, ni tampoco es un monje. Ni se va a un monasterio, ni se va a las montañas. Permanece en donde está; simplemente se va hacia dentro. En el exterior no tiene nada que elegir. No se aferra al placer, ni tampoco se aferra al dolor. Ni es un hedonista, ni se auto-tortura. Simplemente va hacia dentro observando el juego del placer y del dolor, de la luz y de las sombras, del día y la noche, de la vida y de la muerte. Va más allá; debido a que existe la dualidad, él va más allá trascendiendo ambos. Simplemente se mantiene alerta y consciente; y en esa consciencia por primera vez surge algo que no es ni dolor, ni placer, sino gozo. El gozo no es placer; el placer está entremezclado con el dolor. El gozo no es ni dolor, ni placer; el gozo trasciende ambos.
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