sábado, 26 de octubre de 2019

LOS VÌNCULOS DE LA PALABRA


En China se llama Mo Chao, cuando no ideas ninguna palabra. Mo significa sereno o silente, y Chao quiere decir reflejo o consciencia. “Reflejo” hace aquí referencia a esa cualidad espejada, de auténtica “reflexión”. Mo chao, pues, significa reflejo sereno. El lago está silente, sin ondas. Refleja perfectamente. Es una noche de luna llena y ésta se refleja en el lago. ¿Y te has dado cuenta? La luna del reflejo es mucho más hermosa que la del cielo. Cuenta con algo añadido… la serenidad del lago, el silencio del lago, la frescura del lago. La belleza espejada del lago, eso es lo que tiene de más. Cuando Dios se refleja en ti, en tu mo chao, Dios se torna incluso más hermoso. Algo se añade.

Pero si piensas, entonces aparecen las ondas. Y el lago se agita. Entonces no te encuentras en el estado adecuado para reflejar. Entonces te tornas muy destructivo con la realidad. La Luna deja de reflejarse tal cual es, queda destruida por tus ondas. Y si éstas se convierten en grandes olas, la destrucción es todavía mayor. Así no se añade nada a la hermosura de la luna, destrozas toda la belleza y se convierte en una perversión; no es exactamente como la luna, es otra cosa. No es cierta, es falsa.

Este mo chao, reflejo sereno, aparece expresado en un famoso poema de un maestro zen, Hung-chin:

En silencio y serenamente, uno olvida todas las palabras;
y eso aparece ante uno de manera clara y vívida.
Cuando uno lo realiza, es vasto y sin límites;
en su esencia se es claramente consciente.
Esta luminosa percepción se refleja de manera singular,
este puro reflejo está lleno de maravilla.
El rocío y la luna,
las estrellas y los torrentes,
la nieve sobre los pinos
y las nubes colgadas de las cimas de las montañas…
de ser oscuridad se tornan radiantemente luminosas;
de ser oscuridad se convierten en luz resplandeciente.
Infinita es una maravilla que permea esta serenidad;
en su reflejo todo esfuerzo intencional desaparece.
Serenidad es la palabra de todas las enseñanzas.
La verdad del reflejo sereno
es perfecta y completa.
¡Ah, mira! ¡Los cien ríos fluyen
convertidos en rugientes torrentes
hacia el gran océano!

El zen se basa en mo chao, un reflejo sereno. Hay que tenerlo bien claro. Porque serenidad no significa una quietud forzada. Puedes forzar a tu mente para que esté quieta, pero eso no te será de gran ayuda. Eso es lo que hacen muchas personas que creen ser meditadoras. Fuerzan la mente con violencia. Son agresivas con su propia mente. Si no dejas de ser agresivo, llegarás a un punto en que la mente cederá, de puro cansancio. Pero sólo en la superficie; en los vericuetos más profundos de tu inconsciente continuará la agitación. Será una serenidad falsa. La serenidad forzada es falsa, no es real. No, no lo lograrás a base de fuerza de voluntad; no puede ser mediante el esfuerzo. Solo llega gracias al entendimiento, no por fuerza de voluntad, aunque la tentación sea grande.

La tentación siempre está ahí, porque hacer algo mediante la voluntad parece más fácil. Hacer algo mediante la violencia parece más fácil; pero hacer la misma cosa mediante el amor y el entendimiento parece muy, muy difícil, y da la impresión de que se tardará mil años en llegar. Así que siempre tratamos de encontrar un atajo.

Y en el crecimiento espiritual no existen los atajos; nunca han existido y nunca existirán. No seas víctima del atajo. La serenidad debe crecer, no ser forzada. Debe provenir de tu núcleo más íntimo, a través del entendimiento.

Así que, comprende qué es lo que te ha hecho el lenguaje. Intenta comprender lo que el lenguaje ha destruido en ti. Intenta comprender que tu conocer no es tu saber, fíjate bien. Obsérvalo, fíjate en situaciones distintas, y verás cómo te aparta de la realidad.

Te topas con una flor y en el momento en que la ves, el lenguaje salta inmediatamente en tu mente y dice: “Una hermosa rosa”, y ya has destruido algo. Ahora ya no es ni hermosa ni rosa… porque ha aparecido una palabra. No permitas que la palabra interfiera con todas y cada una de tus experiencias. De vez en cuando déjate estar ahí con la rosa y no digas: “Una rosa”. No es necesario. La rosa no tiene nombre, somos nosotros quienes se lo damos. Y el nombre no es una cosa real, así que si te apegas al nombre pasarás por alto lo real. El nombre te pasará ante los ojos y proyectarás algo: todas las rosas pasadas. Cuando dices: “Es una rosa”, la estás clasificando. Y las rosas no pueden clasificarse, porque son tan únicas e individuales que no es posible clasificarlas. No le otorgues una clase, no la encasilles, no la encajones. Disfruta su belleza, su color, su danza. Estate ahí. No digas nada. Observa. Permanece en mo chao, en un reflejo sereno y silente. Sólo refleja. Deja que la rosa se refleje en ti; tú eres un espejo.

Si puedes convertirte en espejo, te habrás convertido en meditador. La meditación no es más que la pericia de reflejar. Y ahora, en tu interior no se mueve ni una palabra, y por ello no hay lugar para la distracción.

Las palabras se asocian entre sí, se vinculan. Una palabra lleva a la otra, y esa a otra más, y no te das cuenta y has ido lejísimo. En el momento en que dices: “Ésta es una hermosa rosa”, inmediatamente te acuerdas de esa novia a la que le gustaban las rosas. Luego recuerdas lo que pasó con ella, te acuerdas del amorío fantástico, de la luna de miel, y luego de la miseria que sigue de manera natural, el divorcio, y todo lo demás. ¿Y la flor? Te habías olvidado completamente de ella. El lenguaje, la palabra, te distrajo y te fuiste de viaje.

Una palabra lleva a otra; existe un vínculo continuo. Todas las palabras están vinculadas, entrelazadas. La asociación es grande. Sólo tienes que utilizar una y esperar a ver la de cosas que empiezan a dar vueltas. Di “perro” –una palabra corriente- y espera un segundo. Recordarás un perro de la infancia, que solía aterrarte, el perro del vecino, y que tenías mucho miedo al regresar del colegio, y que tu corazón empezaba a latir acelerado, lleno de miedo. Ese perro sigue siendo mucho perro. Y de ahí pasas a acordarte del vecino, y así sin parar. Una cosa lleva a mil y una más, y no tiene fin.






sábado, 19 de octubre de 2019

EL EGO Y EL LENGUAJE


Arrastramos a todos los niños hacia el ego. Y el ego vive en el lenguaje. Así que cuanto mejor se expresa y comunica a través del lenguaje, más famoso se hace. Se convertirá en un líder de hombres, o en un gran autor, en un escritor, en un poeta, en esto o en aquello. Así es la gente más famosa del mundo. Se convertirá en un pensador, o en un profesor, o en un filósofo. Esos son los que dominan.

¿Por qué dominan en este mundo? El hombre que sabe expresarse mediante el lenguaje es el hombre dominante. Uno no puede imaginar un líder estúpido, y tampoco puedes imaginar a un hombre que no sepa hablar, ni pensar, ni que no sea expresivo y que se vuelva famoso. Imposible. Toda fama proviene del lenguaje. Así que los niños se enredan cada vez más con el lenguaje, con las palabras.

He dicho que la serpiente del Edèn fue el primer profesor. A partir de entonces toda la tarea del maestro religioso no es más que descubrir cómo deshacer lo que hizo la serpiente, cómo deshacer lo que se te ha enseñado, cómo deshacer todo el sistema educativo, cómo liberarte de tus condicionamientos, cómo ayudarte a abandonar la palabra.

En el momento en que abandonas la palabra vuelves a recuperar la inocencia. Eso es la santidad: inocencia, inocencia primigenia.

En el momento en que desaparece el lenguaje de tu mente y dejas de hilvanar palabras, surge un gran silencio… un silencio que casi habías olvidado. No eres para nada consciente de que hubo un día en que lo tuviste. Estaba ahí, te perneaba cuando estabas en el vientre de tu madre. Cuando naciste y cuando abriste los ojos por primera vez ahí estaba, permeando toda la existencia. Ahí estaba, muy vivo. Viviste en él durante algunos días, algunos meses, algunos años. Y lentamente empezó a desaparecer. El polvo se acumula y el espejo deja de reflejar. Cuando la gente empieza a decir que qué crecido estás, simplemente están diciendo que has perdido la inocencia.

Te han corrompido, te han hipnotizado con el lenguaje. Ahora no puedes ver, sólo piensas. Ahora no sabes, piensas. Ahora no haces más que ir de aquí para allá sin ni siquiera acercarte a la diana. No haces más que dar vueltas. Hablas de Dios, hablas del amor, y hablas de esto y de lo otro y nunca sabes nada, porque para saber el amor uno tiene que amar. No sirve de nada pensar o leer sobre ello. Puedes convertirte en uno de los mayores expertos en el amor sin saber nada al respecto. Es una experiencia.

El lenguaje es muy taimado. Sustituye lo real por el “acerca de”.

Un día vino a verme un hombre que me dijo: “Vengo para saber acerca de Dios”. Así que le contesté: “¿Por qué saber acerca de? ¿Por qué no saber a Dios?”. ¿Cómo te ayudará saber algo acerca de Dios? Sí, claro, puedes ir acumulando información, haciéndote más conocedor, pero eso no te será de ninguna ayuda, eso no te transformará, no se convertirá en tu luminosidad interior. Continuarás tan a oscuras como antes.

Todo el esfuerzo de un Jesús, un Buda o un Bodhidharma, no es más que deshacer lo que la sociedad te ha hecho. Son la gente más antisocial del mundo. Destruyen todo aquello que la sociedad ha creado en ti. Son los más antisociales de todos. Destruyen todo aquello que la sociedad ha creado a tu alrededor, todas las defensas, todos los muros. Lo destruyen todo. Son grandes nihilistas, simplemente se dedican a destruir, porque lo que es no necesita ser creado. Ya está ahí, no puede ser inventado, sólo tiene que descubrirse.

O sería todavía mejor decir que hay que redescubrirlo. Ya sabes lo que es; por eso tenemos una cierta idea del gozo. Sabemos de alguna manera lo que es, aunque no podamos expresarlo en palabras. Lo buscamos. Lo buscamos. Tanteamos en la oscuridad y nos dirigimos hacia algo llamado gozo. Si no lo hubieras conocido, ¿cómo podrías estar tanteando en su bùsqueda? Es porque debes haberlo conocido en alguna ocasión. Puede que lo hayas olvidado, cierto, pero lo has conocido, y en algún lugar, en lo profundo de tu consciencia, en los recovecos de tu ser, tienes una nostalgia, un sueño.

Así es. Ya has conocido a Dios, ya has vivido como un Dios. Cuando eras niño viviste sin ego, antes de entrar en contacto con la serpiente. Ya has conocido, tus ojos estaban despejados, contabas con una claridad transparente, podías ver a través. Has vivido como un Dios y has sabido lo que es el gozo, pero ahora está olvidado. No obstante, sigue resonando en algún profundo lugar de tu consciencia: “Búscalo. Búscalo otra vez”.

Por eso buscas a Dios, por eso buscas la meditación, el amor, y por eso buscas todo lo que buscas. A veces en la dirección correcta, a veces en la equivocada, pero no haces más que buscar lo que estaba ahí y ahora sabes que ya no. El día que sepas lo que es Dios, el día que tengas esa experiencia, te reirás. Y te dirás: “¿Así que esto es Dios? Pero si ya lo sabía. Puedo reconocerlo”. Por eso la gente puede reconocer a Dios, ¿cómo si no podría reconocerlo? Si un día te cruzases conmigo y no me conocieses, ¿cómo podrías reconocerme?

La gente reconoce. Cuando el Buda llegó a ese momento pudo reconocer de inmediato. “Sí, eso es”. Cuando Bodhidharma llegó a ese momento empezó a reír. Y dijo: “¿Así que era esto? Estuvo ahí en mi infancia. Fue destruido y contaminado. Me tiraron polvo a los ojos y perdí la claridad. Ahora los ojos vuelven a funcionar bien y lo veo”.

Dios es lo que es. Tú eres Dios inconsciente, dormido.

Una cosa más acerca de la historia bíblica. Dice que Dios expulsó a Adán. Pero no es correcto. Dios no puede expulsar; en ese sentido, Dios carece de todo poder. ¿Adónde expulsaría? A ver, dime. Todo es el mismo jardín del Edén, de un extremo a otro. No hay manera de expulsar a nadie. El reino de Dios es infinito, ¿cómo puede expulsarte? ¿Adónde te expulsaría? No hay ningún otro lugar. Suyo es el único mundo, no hay otro. Adán no es expulsado, Dios no puede expulsar porque no hay ningún sitio al que expulsar.

En segundo lugar, Dios no puede expulsar a Adán porque Adán es Dios. Adán es parte de Dios; ¿cómo puedes expulsar una parte de ti? Yo no puedo expulsar mi mano, ni mi pierna. No es posible. La expulsión de Adán sería la automutilación del propio Dios. No, no puede hacer eso; no es masoquista, no puede trocearse en pedacitos.

Dios es compasión. Adán no es expulsado. ¿Qué pasó entonces? Adán se quedó dormido. Al comer el fruto del árbol del Conocimiento se durmió. Ahora ya no ve la realidad, sino que sueña con ella. Ahora tiene sus propias ideas, sus propios conceptos, sus propias visiones. Ahora se ha convertido en un fabulador, y no hace más que inventar. Utiliza lo que es sólo como pantalla sobre la que proyectar su mundo de lenguaje.

sábado, 12 de octubre de 2019

EL ÀRBOL DEL CONOCIMIENTO


En la Biblia se afirma: “En el principio fue el Verbo”.

En el momento en que penetras en el mundo de las palabras empiezas a desviarte de lo que es. Cuanto más profundizas en el lenguaje, más te alejas de la existencia. El lenguaje es una gran falsificación. No es un puente, no es una comunicación, sino una barrera.

Si tu mente no crea palabra alguna, en ese silencio está Dios, o la Verdad, o el nirvana. En el momento en que aparecen las palabras, dejas de estar en tu propio ser. Te has alejado. La palabra te arrastra a un viaje que te aleja de ti mismo. De hecho, en realidad, no puedes alejarte de ti mismo, pero puedes soñar con ello. De hecho, siempre estás ahí, y sólo puedes estar ahí, y en ningún otro sitio, pero no obstante, te duermes y puedes soñar mil y un sueños.

Permìteme que te vuelva a contar una de las historias más bellas jamás inventadas, la de la caída de Adán. Dice la historia que Dios le prohibió a Adán comer del Árbol del Conocimiento. El zen estaría perfectamente de acuerdo, porque es el conocimiento lo que te hace estúpido, es el conocimiento el que no te deja saber. Adán era capaz de saber antes de comer el fruto del Árbol del Conocimiento.

En el momento en que comió conocimiento, en el momento en que se transformó en conocedor, dejó de saber. Perdió la inocencia y se tornó astuto y listo. Pero perdió la inteligencia. Sí, empezó a aumentar su intelecto, pero la inteligencia desapareció. El intelecto no tiene nada que ver con la inteligencia; es justo lo contrario, lo opuesto. Cuanto más intelectual eres, menos inteligente acabas siendo.

El intelecto es un sustituto para ocultar tu inteligencia, así que la sustituyes mediante el intelecto. Resulta más barato, claro. Lo puedes adquirir en cualquier parte, hay en todos los sitios. De hecho, la gente está siempre dispuesta a impartirte su conocimiento. Están listos a echar su basura encima de ti.

Adán se tornó conocedor; por eso cayó. Así pues, el conocimiento es la caída.

La historia dice que comió una manzana, un fruto, del Árbol del Conocimiento. No podía ser una manzana. Las manzanas no crecen en el Árbol del Conocimiento. Esta historia ha perdido el hilo en alguna parte. Las manzanas son inocentes, y no te echan del cielo sólo porque te comas una; no te pueden expulsar. Dios no puede enfadarse tanto contigo. No, no puede tratarse de una manzana; la manzana es sólo una metáfora. Seguro que es “el Verbo”, la palabra, el lenguaje. En el Árbol del Conocimiento, los frutos son palabras, conceptos, filosofías, sistemas, pero no manzanas. Olvídate de la manzana. Recuerda la palabra.

Y a continuación la serpiente fue la primera maestra de la humanidad, el primer sistema educativo. Esa serpiente es el primer demagogo, el primer académico. Enseñó el truco del conocimiento: convenció a Eva para que comiese. No podía persuadir a Adán directamente. ¿Por qué no? ¿Por qué tenía que convencer primero a Eva? Eva es más vulnerable. Las mujeres siempre son más vulnerables, más abiertas, más blandas. Cualquiera puede llevarlas a cualquier parte. Son más sugestionables, pueden ser hipnotizadas con más facilitad que los hombres. Así que la serpiente persuadió a la mujer. La serpiente no sólo fue el primer académico, sino también el primer vendedor. Y lo hizo ciertamente bien.

Y no estaba equivocado, pues tenía razón en todo lo que dijo: “Te convertirás en un conocedor, sabrás qué es qué. Sin comer este fruto nunca sabrás qué es cada cosa”.

Existe un tipo de conocimiento totalmente distinto, en el que sabes y no obstante no sabes qué es qué. Se trata de un tipo de conocimiento muy difuso. No categoriza, no divide, es no analítico. Adán debía vivir en esa inocencia no analítica. La ciencia no era posible; la religión se derramaba sobre todo. Adán debe haber sido un místico antes de comer del Árbol del Conocimiento, igual que todos los niños. Todo niño es un místico cuando nace, y luego le arrastramos hacia la escuela, la educación y la serpiente.

La serpiente es la civilización, la cultura, el condicionamiento.

Y la serpiente es un animal tan artero que la metáfora parece perfecta. Un animal tan retorcido, tan resbaladizo… igual que la lógica. No puedes saber hacia dónde se dirige, y lo hace sin patas; no tiene patas para desplazarse. Pero va muy deprisa. Es exactamente como la falsedad, tampoco tiene patas; por eso la falsedad siempre tuvo que utilizar las patas de la verdad. Por eso cada frase falsa se esfuerza intentando demostrar que es verdad. Esas son las patas prestadas.

La serpiente –el primer profesor, el primer académico- convenció a Eva, y Eva, claro está, pudo convencer a Adán con facilidad. La mujer siempre ha tenido mucho poder sobre el hombre. Por lo general, todo lo que el hombre piense es irrelevante, a pesar de lo que pretenda. El hombre va por ahí pretendiendo que es más poderoso, pero no son más que tonterías. Y la mujer permite que el hombre se lo crea…, está bien, que se lo crea; eso no cambiará la situación.

La mujer ha seguido siendo poderosa, y existe una razón para ello… Lo femenino es más fuerte que lo masculino, lo blando es más fuerte que lo duro, el agua lo es más que la roca. Puedes preguntárselo a Lao-Tzu, que es un hombre de conocimiento pero sabe. Y lo que dice es que si quieres ser infinitamente poderoso, deberás convertirte en femenino. Tórnate pasivo. Lo pasivo siempre es más poderoso, más fértil que lo activo, por eso el hombre no queda embarazado. Es un erial. La mujer tiene la capacidad de quedarse preñada. Es potencial. Lleva vida en ella; puede contener la vida. Y puede contener muchas vidas.

Así que Adán cae en la trampa y se interesa por la cuestión. Debió haber pensado que si se volvía más conocedor también sería más activo, y sabría más. La serpiente les dijo: “Si coméis seréis como dioses, seréis poderosos como dioses. Por eso Dios os prohibió comer. Tiene miedo. Está celoso”.

Todos los hijos piensan lo mismo, que su padre está celoso, que les teme, que no quiere que lleguen a ser poderosos como él, para que tener siempre el control. La parábola bíblica es genial. Qué reveladora.

Adán se hallaba en un estado de saber, y luego se tornó conocedor. Desapareció la religión y nació la ciencia. La ciencia… la palabra ciencia quiere decir exactamente conocimiento. Esas frutas eran los frutos de la ciencia. Perdió su inocencia y se volvió artero.

Eso es lo que ocurre cada vez que nace un niño. Todos los niños nacen en el jardín de Dios –el jardín del Edén-, y cada uno de ellos es persuadido por la serpiente de la civilización, la cultura y la educación. Cada niño es condicionado, arrastrado y manipulado hacia la ambición, hacia la consecución de objetivos egoìstas: ser como dioses. Esa es la idea que radica tras la ciencia. La ciencia piensa que uno u otro día será capaz de conocer todos los misterios y que el hombre será un dios infinitamente poderoso. Se trata de una ambición, de un desvarío egoìsta.






sábado, 5 de octubre de 2019

LA RELAJACIÒN Y LA ILUMINACIÒN


Martin Buber ha convertido la palabra “diálogo” en algo muy importante en el mundo occidental. La suya ha sido una gran revelación, pero no está a la altura del zen. Martin Buber dice que la oración es un diálogo. En dicho diálogo le hablas a Dios, y Dios te habla a ti. Un diálogo ha de contar con dos partes. Y claro está, un diálogo es una relación “yo-tú”. Es una relación, estás en relación.

El zen dice que eso no es posible. Si hablas, Dios permanece en silencio. Cuando hablas y provocas ruido en la cabeza, él desparece… porque su voz es tan calma y pequeña, tan silente, que sólo puede escucharse cuando guardas un profundo silencio. No es un diálogo, sino una escucha pasiva.

O tú hablas y Dios no está, o bien habla Dios y eres tú el que no está. Si te disuelves, si desapareces, entonces le escuchas. Entonces él habla desde todas partes –en cada trino de cada pájaro y en cada murmullo de todos los arroyos, y en el viento al acariciar cada pino-. Está en todas partes… pero tú estás en silencio.

“Cuando guardas silencio, él habla; cuando hablas, él permanece en silencio”.

“La gran puerta está abierta de par en par para repartir ofrendas, y ninguna multitud oculta el camino”.

No hay competencia, nadie bloquea tu camino, no hay competidores. No necesitas tener prisa. No necesitas realizar ningún esfuerzo. No hay nadie compitiendo contigo, ni nadie se interpone en tu camino… sólo está Dios, sólo Dios. Puedes relajarte. No tienes por qué pensar que lo perderás. No puedes perderlo en la propia naturaleza de las cosas. No puedes perderlo. Relájate.

Todas esas frases no son más que una ayuda para que te relajes. A Dios no se le puede perder… así que relájate. No hay nadie bloqueándote el paso… así que relájate. No hay prisa porque Dos no es una cosa en el tiempo… relájate. No hay ningún sitio al que ir porque Dios no está en una estrella lejana… relájate. No puedes pasarlo por alto en la propia naturaleza de las cosas… así que relájate.

El mensaje de esas frases paradójicas es… relájate. Puede condensarse en una sola cosa: relájate. Si te relajas, llega. Si te relajas, está ahí. si te relajas, empiezas a vibrar con ello.

Eso es lo que el zen llama satori. Una relajación total de tu ser, un estado de consciencia donde no hay más devenir; cuando dejas de estar orientado hacia los resultados, cuando ya no vas a ninguna parte. Cuando no existe objetivo, cuando han desaparecido todos los objetivos y se han dejado atrás todos los propósitos; cuando eres, cuando simplemente eres… en ese momento de talidad te disuelves en la totalidad y surge un nuevo “tictac” que nunca había estado presente. Ese tictac se llama satori, samadhi, iluminación.

Puede suceder en cualquier situación, siempre que sintonices con el todo.

Una última cosa: el zen no es serio. Cuenta con un tremendo sentido del humor. Ninguna otra religión ha evolucionado tanto como para tener ese sentido del humor. El zen tiene algo de carcajada, es festivo. El espíritu del zen es de celebración.

Las demás religiones son muy serias, como si llegar a Dios fuese algo muy pesado. Como si alguien les fuese a quitar a Dios, como si Dios intentase ocultarse; como si Dios crease obstáculos a sabiendas, de manera deliberada. Como si hubiese una gran competencia y no hubiese suficiente Dios para todos, como si Dios fuese dinero y no hubiese bastante para repartir. Si no lo pillas de inmediato, antes que otros, esos otros te lo quitarán. Todos son gente muy seria, con una orientación monetarista y de resultados, pero no gente religiosa.

Dios es grande, enorme. Es la totalidad de la existencia, así que ¿quién puede agotarla? No hace falta tener miedo de que alguien se haga con él antes que tú y que cuando tú llegues ya no quede nada. No se trata de una pelea, de una competición. Y además, hay un tiempo eterno disponible. No tengas prisa y no te pongas serio.

Las caras largas no son auténticos rostros religiosos. Están simplemente diciendo que no lo han comprendido, si no se reirían. La risa es consustancial al zen, y por ello digo que por el momento es la religión más elevada. No convierte la vida en algo feo, no te incapacita; te hace bailar, te hace disfrutar.

Alguien le preguntó una vez a un maestro zen por qué no había santos en la tierra. Se rió y dijo: “Están bien en el cielo porque es muy difícil vivir con ellos. Tenemos suerte de que no estén aquí en la tierra. Déjalos que continúen allí”.

Sí está bien. Imagina lo que puede ser vivir con un santo… ¡Acabarás suicidándote!

El zen aporta carcajadas y una nueva brisa a la religión. El zen es graciosamente religioso. Es un enfoque totalmente distinto, más saludable, más natural.

Éstas son las cosas fundamentales acerca del zen. Puede que lo haya explicado con demasiada rapidez… pero espero confiar en vuestra inteligencia.

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