sábado, 29 de octubre de 2011

LA NECESIDAD DE LA EXPERIENCIA

La vida cambia a cada momento. No se puede hallar la respuesta en el pasado porque nada es igual en el presente. No se puede hallar la respuesta en el pasado porque la respuesta no vale, porque siempre muere con el hombre que la descubre. Pero los fantasmas no hacen más que rondar. Vuestros vedas, coranes, biblias, gitas, no son más que fantasmas. Han dejado de ser realidades, hace tiempo que murieron, pero siguen teniendo atractivo.

Así que, de entrada, tratemos de comprender por qué atraen tanto los muertos, por qué el pasado, ya muerto, tienen tanto atractivo para los vivos, por qué los muertos siguen tirándoos de las piernas. ¿Por qué seguir cargando con ellos? ¿Para qué seguir escuchándoles? Vosotros estáis vivos, sois frescos, recientes. ¿Para qué mirar al pasado, a autoridades y expertos?

Lo primero: cuanto más tiempo hace que ha muerto una persona, más grande es la tradición. El tiempo…el tiempo lo santifica todo. Si el Buda estuviese vivo, apenas podríais tolerarlo. Como mucho, mostrándoos muy amables con él, podríais ir a escucharlo. No podrías creer que ese hombre ha conocido lo esencial porque tendría un aspecto como el vuestro: un hombre de carne y hueso, joven o viejo, enfermo o sano, tan proclive a la muerte como vosotros mismos, igual que vosotros. Cuando siente hambre, debe comer, cuanto tiene sueño, necesita una cama;¡igual que vosotros! ¿Cómo podéis creer que ha llegado a conocer lo esencial, lo que no muere? Es difícil, casi imposible.

Pero ahora, veinticinco siglos más tarde, el Buda ya ha dejado de ser un hombre de carne y hueso. Nunca cae enfermo, nunca tiene hambre, nunca necesita comida, ni medicinas. Nunca morirá, es inmortal. El tiempo todo lo santifica, y luego olvidáis que él era igual que vosotros. Poco a poco, la imagen muerta se va convirtiendo en dorada. Cada vez más elevada, perdida en algún tipo de paraíso, de que solo podéis tener una vislumbre. Entonces podéis creer.

Ahora se venera a Jesús, y no obstante, cuando estaba vivo, lo crucificaron. Vivo, lo crucificáis, muerto, lo veneráis. ¿Por qué la muerte lo convierte en alguien tan significativo, tan importante? La muerte destruye el cuerpo, y entonces se rompe el vínculo que mantenía con vosotros. Entonces podéis contar con una imagen espiritual: sin sangre, sin huesos, suprafísica. Ahora podéis imaginaros lo que queráis y proyectar sobre él todas las cualidades que deseéis.

Es difícil proyectar sobre una persona viva porque la realidad está ahí, y él destruirá todas vuestras proyecciones. No está dispuesto a convertirse en prisionero de vuestras proyecciones. Pero una vez muerto, no puede hacer nada. ¿Qué puede hacer Jesús? ¿Y el Buda? Están desprotegidos frente a lo que queráis hacer, han de sufrir.

Así que toda escritura no es sino un espejo: en ella veis vuestro propio rostro. Podéis leer lo que queráis, pero como la mente es muy astuta, no escuchará nada que vaya en contra suya. Puede interpretar como mejor le convenga, y Jesús, Buda o Krishna, no estarán ahí para decir: “No, eso no era lo que quise decir”.

Pero el problema estriba en que cuando un buda está vivo puede ayudaros. Cuando un buda está vivo podéis impregnaros de su espíritu. Cuando un buda está vivo es posible que algo sea comunicado, transferido. Pero cuando está muerto se hace cada vez más difícil. ¿Por qué? Porque aquello que debe transferirse no puede hacerlo mediante el lenguaje. Si pudiera comunicarse a través del lenguaje bastaría con las escrituras, que son las palabras de un buda. Pero no puede comunicarse a través de la palabra. La palabra es una mera excusa. El Buda os habla a vosotros; es una excusa para crear un contacto en el plano mental. Y si sois receptivos, siempre sucede algo; entre líneas, entre las palabras, el Buda llega a vosotros; eso es una experiencia viva.

No transfiere una teoría, sino a sí mismo. No debe comunicar una hipótesis, una filosofía, sino una experiencia viva, y eso se parece más a una capacidad que a una filosofía. Aunque sepáis cómo nadar, no podéis enseñárselo a otro mediante palabras. ¿Qué le ibais a decir? Dijeseis lo que dijeseis, no sería lo adecuado. La única manera es llevaros al discípulo al río, para primero enseñarle cómo nadáis –a fin de darle confianza y valor-, y luego pedirle que vaya hasta donde estáis vosotros. Si confía en vosotros, entonces irá. Así, poco a poco, irá pasando por la experiencia.

La experiencia es lo único que enseña. Y la espiritualidad es como nadar; no se puede explicar. Se puede describir, pero la descripción será letra muerta. Se trata de una experiencia viva. Algo sucede cuando está presente alguien que tiene esa capacidad. No os la puede contar, pero podéis aprender. Y ese es el misterio: no puede enseñárosla, pero vosotros podéis aprender si sois receptivos.

Así es como nacen las sectas y credos.

Jesús fue un hombre corriente, pero no tenéis más que mirar a los católicos, a los protestantes, a los cientos de sectas cristianas y a sus interpretaciones. Jesús era un hombre corrientes, el hijo de un carpintero, nunca utilizó la jerga teológica. No era un hombre de palabras, fue un hombre de experiencia. Hablaba de manera sencilla, utilizando historias, anécdotas y parábolas. Y les hablaba a los analfabetos. Y el significado de sus palabras era sencillo. Pero fijaros…los protestantes, los católicos, sus teólogos, han sacado inmensidades de él, ¡una montaña! No hacen más que discutir acerca de cosas la más sencillas, y se han perdido tanto en ellas que han olvidado a Jesús por completo.

Escapáis de Jesús y siempre lleváis la Biblia en el bolsillo. Podéis meter la Biblia en un bolsillo, pero no podéis meter a Jesús. La Biblia os pertenece, pero con Jesús sois vosotros los que tenéis que pertenecerle. Esa es la diferencia; podéis tener una Biblia, pero no podéis tener a Jesús. Sois vosotros los que tenéis que ser de Jesús.

sábado, 22 de octubre de 2011

ESCUCHA LA VOZ INTERIOR (SEGUNDA PARTE)

Una vez que podáis escuchar vuestra voz interior no necesitaréis leyes, porque vosotros seréis la regla. Y cuanto más clara sea la voz, más pasos daréis en la dirección correcta. Se va convirtiendo en una fuerza cada vez más fuerte; cada paso os acerca más a vuestro destino y os hace sentir mejor. Sentiréis un profundo contento, sabréis que nada es erróneo, y podréis bendecir y ser bendecido por todos.

La religión es rebelión, rebelión contra los demás, rebelión contra los bienintencionados, rebelión contra los bienhechores. Es la mayor rebelión de todas, porque se está solo, no hay nadie más, y hay que recorrer el camino solo. Es la rebelión del individuo contra la masa. La masa es muy, muy poderosa. Puede aplastaros, ya casi lo ha conseguido. Estáis lisiados y machacados, casi muertos. Dejaros con vida es peligroso para la masa porque entonces seguiréis vuestro propio camino, y la masa tiene el suyo, que quiere que vosotros sigáis. La masa quiere que os convirtáis en hombre de negocios o burócrata y vuestra voz interior puede que no esté dispuesta a serlo. Puede que vuestra voz interior quiera ser poeta, o bailarina, o cantante. Puede que vuestra voz interior está llevándoos a ser un Buda o un Chuang Tzu. Pero la sociedad no necesita un Buda, sino un ejecutivo perfecto. ¿Para qué sirve un Buda? Económicamente no tiene sentido, es una carga.

Estáis en tan mala forma porque son muchos los que han querido muchas cosas de vosotros. Si los colmáis a ellos, entonces os quedáis vosotros vacíos, porque nadie puede saber para qué estáis aquí; para saberlo debéis investigar, indagar interiormente. Eso es el alma. Podéis llamarlo Dios, podéis llamarlo verdad. Los nombres difieren, pero el meollo es encontrar el destino auténtico que habéis venido a cumplir; si no algún día acabaréis en el psiquiatra tratando de indagar. ¡Y todo el mundo está cada vez más cerca de la puerta del psiquiatra! Ni siquiera el psiquiatra está bien, porque acude a otro psiquiatra para llevar a cabo su propio análisis; es algo que hacen todos ellos. Y eso quiere decir algo: los psiquiatras son la gente que más se suicida, más que nadie, el doble que en cualquier otra profesión. Y también se vuelven locos el doble de psiquiatras, y mira por dónde, ¡se supone que están aquí para ayudar a los demás! Todo el mundo está mal porque nadie ha escuchado a su auténtico ser. Escuchadlo y no hagáis caso a nadie más.

Será difícil, debéis perder mucho, se perderán muchas inversiones de todo tipo. Eso es lo que significa sannyas: es renunciar a las falsas inversiones, es renunciar a los demás, a sus deseos y expectativas, y es tomar la decisión de ser auténtico con uno mismo.

No estáis aquí para colmar las expectativas de los demás, sus reglas, sus mapas. Estáis aquí para realizar vuestro propio ser. De eso trata toda la religión, la religión entera; estáis aquí para realizar vuestro propio ser. Ese es vuestro destino. No vaciléis, no hay nada que pueda sustituirlo.

“Si alguno quiere venir en pos de mi, niéguese así mismo, tome su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida la perderá, y el que pierda su vida por causa de mi la hallará”.

sábado, 15 de octubre de 2011

ESCUCHA LA VOZ INTERIOR (PRIMERA PARTE)

Seguid aquello que os proporcione felicidad, bendiciones, paz y silencio. Seguid en esa dirección, y no pasará mucho antes de que os llegue más.

El Buda vivió a su manera, y entonces apareció un templo; y entonces hubo miles que empezaron a vivir como el Buda. Pero no se trataba de eso. EL Buda nunca siguió a nadie, su camino era suyo, fue feliz, entonces estuvo bien. Pero vosotros no seréis felices siguiéndolo. No sigáis a nadie, porque si no seréis desgraciados. Ya sois bastante desgraciados porque primero habéis seguido a vuestro padre, a vuestra madre, a vuestros profesores, a vuestra religión. Habéis seguido a demasiada gente y demasiadas cosas, y todas esas voces son diferentes, contradictorias, inconscientes. Tiran de vosotros en todas direcciones; ¿cómo podréis manteneros íntegros? Sois un fenómeno de desintegración, una multitud, con una parte que quiere ir al este y otra yendo hacia el oeste; la parte inferior del cuerpo quiere ir al sur, la superior se ha ido al Himalaya, hacia el norte. Sois un fenómeno de desintegración, estáis desmembrados. ¡Integraros!

Y os digo que si permanecéis íntegros, si no escucháis a nadie, si solo escucháis vuestra propia voz…a veces os equivocaréis, a veces os habéis equivocado; no os preocupéis. Os equivocáis porque estáis tan acostumbrados a seguir a los demás que habéis perdido vuestra vos interior. No sabéis lo que es la voz interior. Tenéis dentro muchas voces, y todas ellas son ajenas. A veces habla la madre: ¡Haz esto! A veces lo hace el padre: ¡No lo hagas! A veces es otro, el Buda, Jesús, Cristo, Chuang Tzu…dejad irse todas esas voces. ¡Escuchad!

La meditación es escuchar en profundidad, escuchar la voz interior. Al haceros más silenciosos, las voces van cesando. Chuang Tzu se va a su casa, el Buda se va a su casa, Jesús ya no está, y vuestros padres ya no están; todo el mundo se ha ido, solo quedáis vosotros, solos, con vuestra vacuidad. Entonces es cuando se afirma vuestra naturaleza, y eso es florecer. De la misma manera que una semilla germina y aparece en la superficie, también vuestra voz interior aparece en la conciencia, germinando. Cuando eso suceda, enseguida seguidla allá donde os lleve. No escuchéis a nadie más; ese será vuestro camino hacia Dios. Y todo lo que un maestro puede hacer es llevaros hasta vuestra propia vos interior. El maestro no puede convertirse en sustituto de ella; si no acabaréis con más voces que antes.

No me convirtáis en vuestra voz, no soy vuestro enemigo. ¡No me hagáis caso! Solo una cosa: profundizad en vosotros mismos y escuchad vuestra propia voz. Si puedo ser de ayuda en ese proceso, entonces seré vuestro maestro, si no, solo seré un enemigo. Y una vez que hayáis empezado a escuchar vuestra propia voz ya no me necesitaréis, podéis descartarme.

Escuchad. Al igual que hay un tercer ojo, también hay un tercer oído, del que no hablan las escrituras. Hay un tercer oído, y al igual que el tercer ojo os proporciona vislumbres de vuestro ser, el tercer oído os proporcionará atisbos de vuestra voz interior. Cuando los oídos externos dejen de funcionar, cuando no escuchéis a nadie, cuando seáis completamente sordos, cuando ninguna voz os penetre y os hayáis deshecho de todas las voces, cuando hayáis expulsado toda esa basura de vosotros, cuando os hayáis quedado vacíos, sosegados…entonces sentiréis esa voz. Siempre está ahí.

sábado, 8 de octubre de 2011

LA NATURALEZA Y EL “YO”

Para tener el “yo” hay que matar a la naturaleza, porque en la naturaleza no existe ego alguno. Los árboles están ahí, pero desconocen el “yo”; los animales están ahí, pero desconocen el ego, viven inconscientes. Viven sin luchar ni pelear, como lo hace el hombre. Cuando tienen hambre buscan comida; cuando están satisfechos se ponen a dormir…solo existen; no van por ahí diciendo: “Somos”. Son como olas en un vasto océano de vida, van y vienen sin dejar huellas. No tienen historia, ni autobiografía; van y vienen como si nunca hubieran estado ahí.

Para crear el ego, el hombre ha creado un conflicto. Y este conflicto tiene dos aspectos. Uno de ellos es la naturaleza exterior: ese es el origen de la ciencia. La ciencia es una lucha contra la naturaleza exterior, la naturaleza como algo externo. Y existen otros aspectos conflictivos: ese aspecto que llamáis religión. Un aspecto es la lucha contra la naturaleza exterior; nace de la ciencia, que es destructiva. El objetivo último no puede ser otra cosa más que Hiroshima, y será alcanzado, y toda la tierra se convertirá en un Hiroshima. La lucha conduce a la muerte, el conflicto lleva finalmente a la muerte definitiva; la ciencia mal encaminada nos está llevando en esa dirección.

Pero también existe otro conflicto, el conflicto interno: luchar contra uno mismo. Eso es lo que denomináis religión: conquistarse a uno mismo. También es una lucha, y también es destructiva. La ciencia destruye la naturaleza desde el exterior, y la supuesta religión destruye la naturaleza desde el interior.

Debemos estar contra ambos tipos de conflictos. La seudociencia y la seudorreligión no son enemigas: están asociadas, y su afinidad es profunda.

Hay una energía tremenda, pero se la disipa en luchas; os dividís y lucháis en ambos frentes, y la energía se disipa. Esa misma energía se convertirá en éxtasis si se la permite instalarse en una armonía interior, no en la lucha.

Pero tenemos miedo de seguir a la naturaleza, no porque sea mala, sino a causa de los maestros moralizantes, a causa de los envenenadores de la fuente de la vida. Os han enseñado tantas cosas, tantos “deberías”, que no podéis mirar directamente a lo que es. Siempre buscáis lo que “debería”. Aunque miréis a una rosa, inmediatamente empezáis a pensar en cómo debería ser la rosa: un poco más roja, un poco más grande; podrías pintarla de color más rojo…pero no podéis aceptarla tal cual es. Pequeña o grande o no tan roja, es lo que es. ¿Por qué no disfrutar de ella en este momento?...Pero para poder disfrutar de ella primero tenéis que hacerla más roja, más grande.

No sabéis que estáis posponiendo, y por lo tanto posponer se convierte en un hábito. Cuando se ha hecho más grande, la misma mente dirá: “Podría ser aún más grande”. Y la misma mente será la que irá posponiendo hasta que la muerte llame a vuestra puerta. Y eso os sorprenderá: “He desperdiciado toda mi vida pendiente de los “debería”, cuando ahí estaba el “es”. Y el “es” es hermoso. El “es” es la única religión.

El conflicto entre el “es” y “debería” es fundamental. Si podéis desprenderos de vuestro “debería”, no serías tan respetables como sois ahora mismo. La gente os respeta a causa de vuestro “debería”. Dicen: “Este hombre es estupendo, nunca se enfada, siempre sonríe”, pero no saben que esas sonrisas son falsas, porque un hombre que nunca se enfada no puede reírse de verdad. Ese es el problema, si no es auténtico en su enfado, tampoco puede serlo su sonrisa.

Los niños son auténticos: cuando están enfadados lo están de verdad. Miradlos: su enfado es hermoso. Se convierten en animales salvajes, saltan y gritan, con el rostro totalmente enrojecido. Son como leones, y en ese momento destruirían todo el mundo. Su enfado, su cólera, es auténtica, y todo lo que es auténtico es hermoso. Observad un niño enfadado. Observadlo y veréis un hermoso florecer, un florecer de fuerza, poder, energía; energía en movimiento. Y al instante siguiente, el niño es feliz, todo sonrisas. Esa sonrisa también es auténtica, y hermosa, Todo lo natural es hermoso. Pero les decís: “No te enfades, suprime tu cólera. Eso no está bien, ¡los niños no tienen que enfadarse!”. ¿Pero quién es el que supone todo eso? ¿Existe la posibilidad real de ir más allá de la naturaleza? ¿Quiénes sois vosotros?

A lo sumo, solo podéis conseguir una cosa, que es forzarlo a hacerlo. Un niño está indefenso, si lo forzáis, no tiene más remedio que hacer caso. Es débil, depende de vosotros, porque podéis retirarle vuestro amor. Necesita vuestro amor, así que no tiene más remedio que hacer caso. Y cuando sienta cólera no podrá expresarla, y la cólera se instalará en la sangre, y como la cólera es química, todo su cuerpo acabará envenenado. Expresada, es un fenómeno hermoso; suprimida, es una enfermedad. Ahora, cuando sonríe, la sonrisa estará cargada de esa cólera, de ese veneno; ahora está en su sangre.

¿Cómo podéis hallar un dios, cómo podéis convertiros en divinos si no sois verdaderos? Buscáis la verdad, pero en vuestra vida siempre sois falsos. ¿Cómo puede hallar la verdad alguien que es falso? Parece algo casi imposible. La verdad llamará a vuestra puerta, no necesitáis ir a ninguna parte; solo necesitáis ser auténticos. Y cuando digo ser auténticos, estoy queriendo decir naturales.

Lo natural es auténtico, y no existe otra verdad que lo natural.

sábado, 1 de octubre de 2011

LA VIDA COMO UNA EXPERIENCIA

La vida es experiencia, no teoría. No necesita de ninguna explicación. Está ahí, con toda su gloria, para ser vivida, disfrutada, gozada. No es una adivinanza, es un misterio. Una adivinanza es algo que puede ser resuelto, un misterio es algo que nunca puede ser resuelto. Un misterio es algo con lo que te haces uno; puedes disolverte en él, puedes fundirte en él; tú mismo puedes convertirte en misterioso. Esa es la diferencia entre filosofía y religión. La filosofía considera la vida como una adivinanza; hay que solucionarla, hallar explicaciones, teorías, doctrinas. La filosofía imagina que tiene que existir una explicación, una respuesta, que la vida es un interrogante y que uno tiene que esforzarse para descubrir la respuesta. Claro que si uno se toma la vida como un interrogante, entonces el esfuerzo se torna intelectual. La presunción de que la vida es una pregunta abierta nos lleva a realizar esfuerzos intelectuales cada vez mayores, y al tener que buscar una respuesta hay que decidirse a favor de una teoría.

La religión dice que tomarse la vida como una pregunta es básicamente una falsedad. No es una pregunta, está aquí, sin ningún signo de interrogación. Es un secreto abierto, una invitación. Hay que convertirse en un huésped, hay que vivirla, trasladarse a ella. Está preparada y es acogedora… ¡no luchéis contra ella! No es una pregunta, ¡no tratéis de resolverla! No es un acertijo. Venid y sed uno con ella, y la conoceréis. Y ese conocer provendrá de vuestra totalidad, no del intelecto. El intelecto es un esfuerzo parcial, y la vida necesita de la totalidad, fluir con ella, ser tan uno con ella que no se sepa qué es qué, que no se sienta donde acaba uno y dónde empieza la vida. La vida entera se convierte en ti, y tú entero te conviertes en vida. Eso es la salvación. No es una solución, es una salvación.

Eso es lo que los hinduistas han llamado moksha: no es una teoría, una conclusión, es una manera totalmente diferente de vivir con existencia. No es producto de la cabeza. En realidad, vives sin cabeza, pierdes de vista toda distinción: la periferia se disuelve, eres como una gota en el océano. Pierdes tus límites y ganas los cósmicos, que son infinitos.

Lo primero que hay que comprender es que no hay que tomarse la vida como una pregunta. Cuando se la toma como una pregunta, uno está destinado a tener problemas; ya estaremos caminando por el sendero equivocado, que nos acabará llevando a un callejón sin salida. Nos atascaremos en algún lugar, en alguna teoría. Todo el mundo está atrapado en la teoría, y cuando eso sucede resulta muy difícil dejarla ir. Abandonarla. Os aferráis a ella porque la pregunta os asusta. Al menos una teoría es un consuelo, al menos sentís que sabéis. ¡No sabéis! La mente no puede saber, la mente solo puede teorizar. Puede ir dando vueltas a las palabras cada vez más deprisa; puede jugar con las palabras, organizarlas, pero todo se reduce a interpretaciones, nada es la cosa en sí, solo la propia interpretación.

Es como un mapa. ¿Veis el mapa de la India? Pues podéis ir por ahí cargando con el mapa, podéis pensar que lleváis la India en el bolsillo, pero el mapa no es el país. Podéis tener una teoría acerca de una rosa, sobre lo que es una rosa. Incluso podéis tener una fotografía de la rosa, pero esa fotografía solo es una fotografía, no tiene en sí nada de lo que es el fenómeno vivo de la rosa.

Mirad a un niño; todavía carece de mente. Abre sus ojos y mira al mundo. Llevadle la rosa. No conoce el nombre, no puede etiquetarla, ni categorizarla, ni decir qué es. No obstante, la rosa está ahí, su color inunda al niño, la belleza de la rosa lo rodea, la fragancia alcanza su corazón. No sabe lo que es pero experimenta un momento vivo. Entonces le decís: “Es una rosa”, y la experiencia nunca volverá a ser la misma; nunca más podrá experimentar el misterio de la rosa. Ahora bien, siempre que tenga una rosa delante, dirá: “Es una rosa”. Ahora cargará con la palabra. Le habéis empobrecido, y era tan rico… La rosa estaba ahí y él solo podía vivirla, no había otra manera de describirla, de definirla.

Una rosa es una rosa. No podéis decir que es esto o lo otro. El niño estaba silencioso, la mente no funcionaba, la mente estaba ausente, no había barrera. El corazón de la rosa se fundió con el del niño, y el del niño con el de la rosa. El niño ni siquiera podía decir dónde acababa él y comenzaba la rosa, dónde finalizaba la rosa y empezaba él… no había frontera alguna. En ese momento de asombro fueron uno. Durante un instante dejaron de ser dos… tuvo lugar un momento de unidad.

Pero le dijisteis: “Es una rosa”. Ya no volverá a tener esa experiencia. En el momento en que aparezca la rosa, la mente dirá: “Es una rosa”. El misterio se habrá perdido; ahora habrá una respuesta, ahora el niño sabe. ¡Vaya un absurdo! Ahora diréis que el niño crece en conocimiento, pero resulta que es justamente al contrario. Antes de decirle qué era qué, el niño sabía; pero lo sabía con su totalidad. No era conocimiento, era experiencia. Pero entonces creías que era un ignorante. Ahora creéis que sabe porque carga con una palabra en su mente.

La palabra “rosa” no es ninguna rosa, la palabra “dios” no es Dios, la palabra “amor” no es amor. Pero vamos acumulando esas palabras. Y además están todas esas mentes inteligentes que convierten esas palabras en interpretaciones, teorías y argumentos. Y cuando más argumentos se tienen, más teórico se es, y más se aleja uno de la rosa. Entonces incluso la resonancia es imposible: no hay nada que venga hacia nosotros, ni nosotros vamos hacia nada. Solo vivimos en la mente, ordenando palabras.

Una vez que empezáis a observar la realidad a través de la mente, todo se convierte en un problema; entonces el ego empieza a interpretar y solo os quedáis con las interpretaciones. Podéis conseguir pruebas que las demuestren, incluso puede que parezcan muy razonables, pero solo os lo parecerán a vosotros, a nadie más, porque esas interpretaciones serán producto de vuestro ego. Y cada vez os aferraréis más y más a vuestras interpretaciones porque habréis invertido mucho en ellas.

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