sábado, 25 de julio de 2015

EL DIOS QUE CREAMOS

Lee la siguiente historia:

El Ídolo Del Rey Loco

Había una vez un rey idólatra violento e ignorante. Un día juró que si su ídolo personal le concedía cierta ventaja en la vida capturaría a las tres primeras personas que pasaran por su castillo y les obligaría a dedicarse a adorar al ídolo.

En efecto, los deseos del rey se cumplieron, e inmediatamente envió soldados al camino principal para que le trajeran a las tres primeras personas que pudieran encontrar Estas tres fueron, casualmente, un erudito, un sayed (descendiente del profeta Mahoma) y una prostituta.

Después de echarlos por tierra delante de su ídolo, el desequilibrado rey les informó de su voto, y les ordenó que se postraran delante de la imagen.

El erudito dijo: «Esta situación indudablemente entra dentro de la doctrina de fuerza mayor. Hay numerosos precedentes permitiéndole a cualquiera presentarse a cumplir con la costumbre si es obligado, sin culpabilidad real o moral por implicarse de alguna forma». De modo que hizo una profunda reverencia al ídolo.

El sayed, cuando fue su turno, dijo: «Como persona especialmente protegida, llevando en mis venas la sangre del santo profeta, mis acciones en sí mismas purifican cualquier cosa que haga, y por eso no hay impedimento a mi acción como exige este hombre». Y se postró delante del ídolo.

La prostituta dijo: «Ay de mí, no tengo ni educación intelectual ni prerrogativas especiales, y por eso tengo miedo de que, hagas lo que me hagas, no pueda adorar a este ídolo, ni incluso simularlo».

La enfermedad del rey se desvaneció inmediatamente con este comentario. Como si por arte de magia viera el engaño de los dos adoradores de la imagen. En ese mismo momento hizo decapitar al erudito y al sayed, y liberó a la prostituta.

Dios no puede ser reducido a una imagen: ese es uno de los cimientos de la experiencia sufí; no diré de la filosofía sufí, porque no hay nada parecido a una filosofía sufí. Es una experiencia, no una especulación. Es una visión.

La visión sufí dice: Dios no puede ser reducido a una imagen, a una metáfora, a un símbolo o signo, a pesar de que la mente humana ha estado tratando durante siglos de reducir a Dios a algo que el hombre pueda adorar, que pueda manejar, que pueda encarar. Ese ha sido uno de los deseos más viejos de la mente humana: colocar a Dios en una categoría humana de modo que Dios pueda ser organizado, manipulado, de modo que Dios pueda estar en tus manos.

Para la experiencia sufí esto es un sacrilegio, esto es un pecado. El esfuerzo mismo de reducir a Dios a una imagen es falsear la realidad.

En primer lugar, ¿por qué queremos reducir a Dios a un ídolo? La misma grandiosidad de la existencia nos desconcierta. La misma inmensidad nos hace sentir que nos estamos cayendo en un abismo.

Por miedo el hombre crea un Dios, un Dios pequeño, pequeño como el hombre. Por miedo el hombre crea a Dios a su propia imagen y luego se siente a gusto. Con la enormidad de la existencia, para sentirte a gusto tendrás que desaparecer. O bien desapareces en el infinito de la existencia o creas a un Dios manejable. Creas un templo en tu casa, reduces a Dios a una imagen; entonces puedes olvidar la enormidad, la grandiosidad, la inmensidad.

Debido al eterno silencio de la existencia, el hombre quiere hacer una canción para cantarla. La canción podría ser de los Vedas o del Corán; no importa. El sonido es consolador, el silencio da miedo. La imagen parece humana, parte del mundo. El Dios sin imágenes es sobrehumano, está más allá de nosotros. A menos que vayamos más allá de nosotros mismos, no podremos encontrar el verdadero Dios.

Para evitar ese encuentro, para evitar la trascendencia, creamos un Dios pequeño a nuestro gusto. Comenzamos a tener diálogos con nuestro Dios creado, hecho por el hombre, manufacturado por la mente humana. Adoramos, rezamos, hacemos rituales y somos felices. Es una especie de sueño, no es una entrada a la realidad. Tus templos son barreras para Dios, no puertas. Pretenden ser puertas, pero no lo son. Tus ideales, tus imágenes, tus filosofías, tus continuos esfuerzos para llenar el vacío de la existencia con palabras, filosofías, sistemas, no hacen otra cosa que crear una falsa seguridad a tu alrededor.

Dios es inseguridad. Estar con Dios es estar en constante peligro. Ir hacia Dios es ir hacia lo desconocido y lo incognoscible. Asusta, da miedo. Uno empieza a perderse, y sientes la necesidad de aferrarte. No quieres mirar hacia la inmensidad. Entonces esos pequeños dioses creados por ti o por tus sacerdotes, que nacen de tu astucia, de tu destreza y habilidad, son de gran ayuda. Son falsos porque tú los has creado.

El verdadero Dios es el que te ha creado, el Dios falso es el que tú has creado. Esa es una de las intuiciones fundamentales del sufismo: el templo tiene que estar vacío, vacío de todo lo que ha sido hecho por el hombre. La oración tiene que ser en silencio, carente de todo lo que el hombre ha creado con palabras. La oración sólo puede ser un diálogo -sin palabras, en silencio- con el infinito. Sólo puede ser una desaparición de tu parte. Sólo puedes disolverte, fundirte, derretirte. Entonces eres trasplantado, llevado, transportado. Entonces los vientos te lle¬van más allá del desierto, más allá del erial de la mente.

Pero para estar listo se necesita un gran coraje. Y el hombre siempre se contenta con marionetas. Todos tus ídolos son marionetas; toma consciencia de este hecho. Y el hombre es muy astuto: puede levantar grandes filosofías alrededor de sus falsedades. Puede defender, discutir, racionalizar. Puede crear tales nubes de lógica que quizá te pierdas en ellas. Así es como se pierde la humanidad. Algunos están perdidos en las nubes del cristianismo, otros en las del islam, otros en las del hinduismo. Pero si profundizas, te darás cuenta de que todas estas personas están especulando, haciendo juegos lógicos, filosofando, dando rodeos y más rodeos. Pero la verdad no se refleja en ellas.

La verdad sólo se refleja en una consciencia meditativa, no en una especulativa: jamás. En el momento que piensas, has tomando el camino equivocado. La verdad es reflejada sólo cuando estás en un estado de no pensamiento, cuando no se mueve nada en tu interior. Cuando no hay ni siquiera un movimiento en el lago interno de tu consciencia, entonces la verdad se refleja en ti, y esa verdad no tiene imagen. La verdad no tiene forma, ni nombre. Todos los nombres son nuestros esfuerzos por comunicamos con el silencio eterno, pero todos esos esfuerzos fracasan.

Los sufíes tienen cien nombres para Dios, no exactamente cien, sino noventa y nueve. Yo los llamo los noventa y nueve nombres de la nada. El verdadero, el número cien, está vacío. Lo que no es dicho, lo que no es provocado, se deja. Se dan noventa y nueve; ¿dónde está el número cien? Ese es el auténtico nombre: el que no puede pronunciarse, el que no puede mentarse. Pronunciarlo sería profanarlo. ¿Cómo puede pronunciarse el nombre esencial? Y una vez pronunciado, ¿cómo puede seguir siendo esencial?

Lao Tzu dice: «No conozco su nombre, nadie lo conoce, por eso le llamaré Tao». Hay que llamarlo de alguna forma, pero ningún nombre es el verdadero. Cuando todos los nombres desaparecen de tu mente y estás ahí sólo observando, siendo, sin hacer nada, tienes el primer vislumbre, la primera penetración del infinito en el infinito. Quedas preñado. La primera penetración del cielo en la tierra, y tu semilla se rompe, y empiezas a crecer. Y ese crecimiento es una especie de suceder; no haces nada, simplemente lo permites. Eso es lo primero que tienes que recordar.

Pero incluso los musulmanes, que han estado en contra de cualquier tipo de adoración a ídolos, han levantado sus propios ídolos. Parece que la mente humana no puede evitar la tentación. Ahora Kaaba y la piedra negra se han convertido en el ídolo. Ahora la gente va a la Kaaba para hajj, en peregrinación. La gente pobre reúne dinero durante toda su vida para ir una sola vez a besar la piedra negra. Pero ¿qué es esto? Es lo mismo.

Sólo a través del silencio llegarás a conocer aquello que es. Sólo a través del estado de no mente entrarás en el auténtico templo.

El auténtico templo no está afuera, eres tú. Si puedes entrar en tu propio ser estarás penetrando en la misma existencia. No hace falta ir a ningún sitio, no hace falta dar ni un solo paso, y no necesitas crear un Dios, porque todo lo que crees será falso.

sábado, 18 de julio de 2015

LA MUERTE

Lo primero que hay que entender sobre la muerte es: si has conocido el amor has conocido la muerte, si has conocido la meditación has conocido la muerte. La muerte no te trae nada nuevo. Es nueva sólo para aquellos que no han amado y no han meditado.

Sólo el cuerpo envejece, porque vive en el tiempo; el centro más interno está siempre más allá del tiempo: nunca nace y nunca muere. El cuerpo nace y muere. La mente está naciendo y muriendo constantemente, pero hay un testigo en tu interior que está observando todo el juego. Ese testigo es tu ser real. Simplemente observa. Observa el nacimiento, el amor, la meditación, la muerte. Su única cualidad es la de observar, puro reflejo. Se limita a reflejar todo lo que ocurre.

Siempre que ves a una persona extática, surge en ti la idea: «¿Se ha vuelto loco?», porque los llamados cuerdos nunca están felices. La cordura se ha convertido casi en sinónimo de desgracia, caras largas, tristeza, seriedad. La cordura se ha convertido en sinónimo de un sentimiento pesado; uno se va arrastrando como puede, y arrastrándose para nada, y no hay nada que alcanzar excepto la muerte. Estar cuerdo se ha convertido en sinónimo de la idea de que la vida no tiene significado, de que para ser feliz uno tiene que ser serio y tonto.

Se necesita de verdad valentía para ir en contra de toda la multitud que hay en el mundo, una multitud desgraciada. Casi nadie conoce la alegría; nadie baila, nadie canta. Y de repente ¡rompes a cantar! Todos se sienten conmocionados: «Algo va mal». Todos comienzan a intentar mejorarte, empiezan a dar¬te consejos. Todos están a la vez en tu contra. ¡Eres peligroso! En la mente de la multitud entra el miedo: «¿Quién sabe? Quizás tengas razón». Surge la duda. Y si tú tienes razón, todos ellos están equivocados. Eso es inaceptable. Tienes que estar equivocado; sólo entonces se pueden sentir seguros de estar en lo cierto. Por eso crucificaron a Jesús.

Los cristianos pintan a un Jesús triste y desgraciado... Si realmente hubiera sido este tipo de hombre, nadie se hubiera molestado en crucificarle. La gente lo hubiera amado y respetado y seguramente lo hubieran declarado santo. Pero él era un hombre de celebración, que celebraba las cosas pequeñas de la vida: festejar, encontrarse con los amigos. Estaba trayendo una cualidad diferente a la religión. Eso era inaceptable, no podía ser tolerado. Tuvieron que crucificarlo. ¡Lo silenciaron, le dijeron que se estuviese tranquilo! Era tan peligroso que dejarle que viviera resultaba arriesgado; tenía que ser destruido. Y luego crearon su propio Jesús como les hubiera gustado que fuera el real: triste, desgraciado, en la cruz. Que la cristiandad haya adoptado la cruz como símbolo no es un simple accidente. ¿La muerte como símbolo? ¿Un hombre crucificado como símbolo? Te pone triste.

Cuando entras en una la iglesia toda la atmósfera es triste, es como la de un cementerio; tiene que ser así. La iglesia está creada alrededor de la cruz, no alrededor de Cristo, ¡recuérdalo! Por eso llamo a la cristiandad "cruztiandad". El espacio que ha creado la iglesia alrededor de la cruz. Quita la cruz y la cristiandad desaparecerá. Déjale a Cristo que baile y la cristiandad desaparecerá. Déjale que agarre una flauta, que toque y cante, y todos los obispos, arzobispos, papas y sacerdotes se quedarán conmocionados: «¿Qué está haciendo este hombre?”. Lo volverán a crucificar. Sólo pueden creer en una vida crucificada, sólo pueden creer en un cadáver. Están en contra de la vida, son antivida.

La gente que decidió que Jesús debía ser crucificado eran también obispos, sacerdotes y arzobispos. No se les llamaba obispos, ni sacerdotes, ni papas -se les llamaba rabinos-, pero eran el mismo tipo de gente, no había ninguna diferencia.

No hace falta tener miedo; se puede ir a la muerte bailando. La muerte sólo revelará aquello que ha sido revelado en el amor y en la meditación; lo revelará en más profundidad, eso es todo. Lo que sólo ha sido un vislumbre en la meditación y en el amor se convertirá en una absoluta realidad en la muerte, que es la forma más elevada de amor y de energía meditativa.

Si uno sabe cómo morir, la muerte es transformada. ¡No eres destruido! Cuando sabes cómo morir, tú destruyes la muerte: sonriendo, con una risa en tu ser, dándole la bienvenida. La muerte no está; es sólo Dios, tu amado viniendo a ti. Cuando la llamas muerte es un malentendido. La muerte, como tal, no existe: uno sólo cambia de cuerpo y el viaje continúa. La muerte, como mucho, es una parada de una noche en una caravana. Por la mañana, sigues otra vez. La vida continúa.

La muerte es un descanso. La muerte no es muerte en absoluto, no eres destruido. ¡La vida no puede ser destruida! La vida es eterna y la muerte es sólo un episodio. Y la muerte tampoco está en contra de la vida, es su complementaria. Es un descanso, una pausa. Has estado cantando tanto que necesitas un poco de descanso; tu garganta está cansada, tus cuerdas vocales también. Has bailado mucho, durante setenta u ochenta años. Tus piernas están cansadas, te gustaría tener una pequeña relajación. La muerte te permite esa relajación. Has estado riendo, viviendo y amando; la muerte te da la oportunidad de revivir de nuevo. Te vitaliza, no te destruye. La muerte no es existencial. Es sólo como un sueño profundo: un poco más largo, un poco más profundo, pero sólo un sueño.

Y si has amado, entonces el amor permanece. Si has meditado, tu meditación permanece. Todo lo que has atesorado en tu mundo interno permanece, todo lo que has estado atesorando en tu mundo externo desaparece. La muerte sólo puede llevarse lo que posees, no lo que tú eres. Posees dinero; desaparecerá. Posees poder; desaparecerá. La meditación no la posees. No es algo que puedas poseer, es una cualidad de tu ser. ¡Eres tú! El amor no lo posees; no es una posesión, es ser. La riqueza interior te acompañará, la exterior te será arrebatada. Porque lo exterior pertenece al cuerpo, el cuerpo caerá, y todo el mundo exterior caerá y desaparecerá con él.

Estos son los tres puntos para iluminarse: la meditación, el amor, la muerte. Esta última es el estado más importante porque es el más natural. El amor..., quizás suceda, quizás no. No es algo inevitable. Millones de personas deciden vivir sin amor. Viven pero nunca aman; por eso no es un fenómeno necesario, puede ser evitado. Y la meditación -tienes que introducirte en ella, tienes que hacer esfuerzos, buscar e investigar- es difícil. Muy poca gente emprende esa aventura. El amor es más natural en ese sentido, porque es algo que está incorporado a tu ser. La meditación no. La gente fracasa hasta en el amor, así pues, ¿qué decir de la meditación? Poca gente todavía toma la dirección de la meditación.

Pero la muerte es inevitable: no puedes evitarla, no puedes escogerla. Está ahí. Todos y cada uno de nosotros tenemos que avanzar con ella. Es absoluta, no hay posibilidad de rehuirla. Todo lo que puedes hacer es o bien ir con ella bailando, o bien resistirte y aferrarte a la vida. En este último caso desperdiciarás la experiencia de la muerte. Si vas alegremente hacia ella vivirás ese momento. Desperdiciar la experiencia de la muerte es desperdiciar a Dios, porque en la muerte el amor y la meditación florecen automáticamente. La muerte se lleva tu cuerpo; de repente el noventa y nueve por ciento de tu vida se evapora. La muerte se lleva tu mente, entonces el diez por ciento que quedaba también desaparece. Sólo permanece el testigo; esto es la meditación. La muerte se lleva todos tus apegos, toda tu lujuria, -y cuando esto ocurre, la energía del amor es pura. Deja de ser una relación, se convierte en un estado del ser. La muerte simplemente limpia tu amor y tu meditación. Ambos, tu consciencia y tu amor, son bañados, y vuelven a salir absolutamente limpios y purificados de la muerte.

Fundirse directamente con Dios es difícil. La enormidad es tan grande que podrías retraerte. Necesitas a Cristo entre tú y Dios, porque Cristo es humano y divino; esa es la naturaleza dual de Cristo. Él es como tú, puedes tomarle de las manos. Una vez que tomas sus manos, poco a poco verás cómo éstas van desapareciendo y has entrado sin saberlo en lo enorme, en el infinito. Pero entonces ya no puedes echarte atrás, ya lo has probado.

sábado, 11 de julio de 2015

QUE ES EL VERDADERO AMOR

Es la profunda urgencia de ser uno con el todo, la profunda urgencia de disolver el yo y el todo en una unidad. El amor es eso porque estamos separados de nuestra propia fuente, y de esa separación surge el deseo de volver a la totalidad para hacerse uno con ella.

Si extraes un árbol de la tierra, si lo desenraízas, el árbol sentirá un gran deseo de volver a hundir sus raíces en la tierra, porque esa era su verdadera vida. Ahora se está muriendo. Separado, el árbol no puede existir. Tiene que estar en la tierra, con la tierra, alimentándose de ella. Esto es el amor.

Tu ego se ha convertido en la barrera entre tú y tu tierra: el todo. El hombre está sofocado, no puede respirar, ha perdido sus raíces. Ha dejado de alimentarse. El amor es un deseo de nutrición. El amor es echar raíces en la existencia. Y el fenómeno es más fácil si caes en el polo opuesto; por eso el hombre es atraído por la mujer y la mujer por el hombre. Éste puede encontrar su tierra a través de la mujer y gracias a ella; por su parte, la mujer logra hundir sus raíces gracias al hombre. Son complementarios. El hombre solo es una mitad, con la desesperada necesidad de ser total. La mujer sola es una mitad. Cuando estas dos mitades se encuentran, se mezclan y se fusionan, por primera vez se sienten enraizados, en tierra. Una gran alegría surge en el ser.

No sólo te enraízas en la mujer; es gracias a ella que logras hundir tus raíces en Dios. La mujer es sólo una puerta, el hombre es sólo una puerta. Ambos son puertas de Dios. El deseo de amor es deseo de Dios. Puede que lo entiendas o puede que no, pero el deseo de amor demuestra realmente la existencia de Dios. No hay otra prueba. Porque el hombre ama, Dios es. Porque el hombre no puede vivir sin amor, Dios es.

La urgencia de amar simplemente dice que solos sufrimos y morimos. Juntos crecemos, somos alimentados, satisfechos, contentados.

Y por eso uno tiene miedo al amor, porque en el momento que entras en la mujer pierdes tu ego. La mujer entra en el hombre y pierde su ego.

Ahora bien, hay que entender esto: sólo te puedes enraizar en el todo si te pierdes a ti mismo; no hay otra forma. Te sientes atraído por el todo porque te sientes infralimentado, y luego, cuando llega el momento de desaparecer en el todo, te sientes muy asustado. Tienes miedo porque te estás perdiendo a ti mismo. Retrocedes. Ese es el dilema. Todo ser humano tiene que encararlo, hacerle frente, entenderlo y trascenderlo. Debes entender que ambas cosas están surgiendo de lo mismo. Sientes que sería hermoso desaparecer: sin preocupaciones, sin ansiedades, sin responsabilidades. Quieres formar parte de la totalidad como los árboles y las estrellas. ¡La idea es fantástica! Te abre puertas, puertas misteriosas en tu ser, da nacimiento a la poesía. Es romántico. Pero cuando te metes en ello surge el miedo: «Voy a desaparecer, ¿quién sabe qué será lo próximo que me ocurra?».

Recuerda el río escuchando el susurro del desierto..., dudando quiere ir más allá, quiere encontrar el océano, siente que hay un deseo y que hay un sentimiento sutil, una seguridad, una convicción de que «¿Mi destino es ir más allá?». No se puede dar una razón visible, pero hay una convicción interna: «No voy a terminar aquí. Tengo que ir a buscar algo más grande». Algo en lo más profundo de tu ser dice: «Inténtalo, ¡inténtalo con más fuerza! Y trasciende este desierto». Y luego el desierto dice: «Escúchame: la única forma es ser evaporado por los vientos. Te llevarán, te llevarán más allá del desierto». El río quiere ir más allá del desierto, pero la pregunta es muy natural: «Entonces, ¿cuál es la prueba y la garantía de que los vientos me permitirán convertirme de nuevo en un río? Una vez que haya desaparecido, no tendré ningún tipo de control. Entonces, ¿cuál es la garantía de que me convertiré nuevamente en el mismo río, la misma forma, el mismo nombre, el mismo cuerpo? Y, ¿quién sabe? ¿Cómo puedo confiar en que una vez que me haya rendido a los vientos me permitirán volver a separarme de nuevo?». Ese es el miedo al amor.

Tú sabes, estás convencido de que sin amor no hay alegría, no hay vida, estás hambriento de algo desconocido, sin satisfacer, vacío. Te sientes hueco, no tienes nada. Eres un contenedor sin contenido. Sientes el hueco, el vacío y la desgracia que conlleva. Y estás convencido de que hay formas que pueden satisfacerte. Pero cuando te acercas al amor surge un gran miedo, surge la duda: si te relajas, si realmente entras en él, ¿seré capaz de regresar de nuevo? ¿Serás capaz de proteger tu identidad, tu personalidad? ¿Merece la pena correr un riesgo así? Y la mente decide no correr ese riesgo, porque al menos eres; malnutrido, sin alimentar, hambriento, miserable, pero por lo menos eres. Desapareciendo en un amor, ¿quién sabe? Tú desaparecerás, y luego ¿cuál será la garantía de que habrá alegría, de que habrá éxtasis, de que estará Dios?

Es el mismo miedo que la semilla siente cuando comienza a morir en la tierra. Es la muerte, y la semilla no puede concebir que surgirá vida de la muerte.

Ésta es la miseria, el dilema, la angustia: el hombre quiere amar, pero tiene miedo de amar. A menos que lo entiendas y te lances a pesar del miedo, no serás capaz de amar. Eso es confianza. Confianza es entrar en algo a pesar del miedo.

sábado, 4 de julio de 2015

AMOR Y COMPROMISO

Cuando digo que el amor es compromiso, ¿qué quiero decir? No significa que tengas que hacer promesas sobre el mañana, tiene que haber una promesa. No tienes que prometer, pero tiene que haber una promesa. Ésta es la complejidad y la sutileza. No dices: «Te amaré por siempre», pero en el momento del amor esa promesa está ahí, totalmente presente. No necesita expresión.

Cuando amas a una persona no puedes pensar de otra forma. No puedes pensar que vas a dejar de amar a esa persona algún día; es imposible, eso no es parte del amor. Y no te estoy diciendo que no podrías ser capaz de salir de esta aventura sentimental; quizás puedas, quizás no. Ese no es el asunto. Pero cuando estás en el momento del amor, cuando la energía está fluyendo entre dos personas, hay un puente, un puente dorado, y a través de él se unen. Simplemente no sucede: la mente no puede concebir y comprender que habrá un tiempo en que no estarás con esta persona y en que esta persona no estará contigo. Esto es compromiso. No el que digas esto y lo otro, no el que vayas al juzgado y hagas una declaración formal: «Permaneceré contigo para siempre». De hecho hacer esta declaración formal simplemente demuestra que no hay amor; necesitas una disposición legal. Si hay compromiso, no hay necesidad de ningún arreglo legal.

El matrimonio es necesario porque no hay verdadero amor. Si el amor es profundo, no hará falta el matrimonio. ¿Qué sentido tiene el matrimonio? Es como ponerle piernas a la serpiente, o pintar de rojo una rosa roja. Es innecesario. ¿Por qué ir al juzgado? Debes de tener algún miedo en tu interior..., el amor no es total.

Incluso mientras estás profundamente enamorado estás pensando en la posibilidad de que quizás mañana dejes a esa mujer. La mujer está pensando: «¿Quién sabe? Puede que mañana este hombre me abandone. Es mejor ir al juzgado. Primero vamos a legalizarlo». Pero ¿qué es lo que demuestra? Demuestra que el amor no es total. De otra forma, el amor total tiene la cualidad del compromiso de forma intrínseca. No hay que incluirla, es una cualidad intrínseca.

Y cuando estás enamorado te llega naturalmente, no es que lo planees. Este sentimiento surge de forma natural y a veces además en palabras: «Te amaré para siempre». Ésta es la profundidad de este momento.

Recuerda, no está diciendo nada del mañana. No es una promesa. Sólo que es tal la profundidad y la totalidad del amor que te sale automáticamente decir: «Te amaré por siempre y para siempre. Incluso la muerte será incapaz de separamos». Ese es el sentimiento de amor total.

Y déjame que te lo repita: esto no quiere decir que mañana estaréis juntos. ¿Quién sabe? Ese no es el asunto. El mañana se ocupará de sí mismo. El futuro nunca entra en una mente enamorada, no se concibe en absoluto, desaparece; este momento se convierte en la eternidad. Esto es compromiso.

Y cuando mañana... Es posible que quizás no estéis juntos, pero no os estáis traicionando. No os estáis mintiendo, ni engañando. Os sentiréis tristes, os dará pena, pero tenéis que separaros. Y no estoy diciendo que tenga que suceder; podría no suceder. Depende de mil cosas.

La vida no depende sólo de tu amor. Si tuviera que depender sólo de tu amor entonces vivirías para siempre. Pero la vida depende de mil cosas. El amor da la sensación de que: «Viviremos juntos para siempre», pero el amor no lo es todo en la vida. Cuando está presente es muy intenso, uno está borracho. Pero luego hay mil cosas, a veces cosas pequeñas.

Quizás te enamores de un hombre, y en ese momento estés dispuesta a irte hasta el infierno con él, y se lo puedes decir, y no estás mintiendo. Eres sincera y honesta del todo y le dices: «¡Si tengo que ir al infierno contigo, iré!», y te repito, estás siendo sincera, no dices nada falso. Pero mañana, viviendo con ese hombre, cosas pequeñas -un cuarto de baño sucio¬ pueden alterar vuestra historia. El infierno está demasiado lejos, no hace falta ir tan lejos; ¡un cuarto de baño sucio! O una pequeña costumbre: ¡este hombre ronca y te está volviendo loca! Y estabas decidida a ir hasta el infierno, y era verdad. Era auténtico en ese momento, no era falso, no tenías otra idea; pero el hombre ronca por la noche. O su sudor huele a demonios. Cosas pequeñas, cosas muy pequeñas; uno nunca piensa en eso cuando está enamorado. ¿Quién se preocupa por el cuarto de baño, quién piensa en roncar? Pero cuando se vive con una persona, están implicadas mil cosas, cualquier detalle puede convertirse en una roca y destruir la flor del amor.

Por eso no estoy diciendo que el compromiso implique una promesa, simplemente digo que el momento del amor es el momento del compromiso. Estás completamente en él, es decisivo. Y, claro, de este momento nacerá el siguiente, de modo que existen muchas posibilidades de que estéis juntos. Del día de hoy nacerá el mañana.

No nacerá de la nada, crecerá sobre el día de hoy. Si en el día de hoy estás viviendo un gran amor, el mañana llevará implícito también ese amor. Será una continuación. Por eso existen muchas posibilidades de que puedas amar, pero siempre es un quizás. Y el amor conlleva estas circunstancias.

Y si un día dejas a tu mujer, o ella te deja a ti, no le gritarás: «¿Qué quieres decir ahora? Me dijiste un día que: "Viviré contigo para siempre", ¿Y ahora qué? ¿Adónde te vas?». Si amaste, si has conocido el amor, lo entenderás. El amor tiene la cualidad del compromiso.

El amor es un misterio. Cuando está ahí, todo parece celestial. Cuando se ha ido, todo parece rancio, carente de significado. No podías haber vivido sin esa mujer, y ahora no puedes vivir con ella. Y ambos eran estados auténticos.

Lo que yo entiendo por compromiso y lo que entiendes tú es diferente. Para ti es algo legal, para mí no. Yo estoy simplemente describiendo la cualidad del amor, que sucede cuando estás inmerso en él: el compromiso ocurre.

Si un día el amor desaparece, el compromiso también dejará de existir; era una sombra. Cuando el amor se ha ido, no hables de compromiso; si lo haces estás siendo un necio. Era la sombra del amor. Siempre llega con el amor. Y si el amor deja de estar, se va, desaparece. No sigas porfiando inoportunamente en el compromiso: «¿Qué hay del compromiso?». Si no hay amor deja de haber compromiso. ¡El amor es el compromiso! Si desaparece, el compromiso deja de existir: ese es mi significado.

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