sábado, 11 de julio de 2015

QUE ES EL VERDADERO AMOR

Es la profunda urgencia de ser uno con el todo, la profunda urgencia de disolver el yo y el todo en una unidad. El amor es eso porque estamos separados de nuestra propia fuente, y de esa separación surge el deseo de volver a la totalidad para hacerse uno con ella.

Si extraes un árbol de la tierra, si lo desenraízas, el árbol sentirá un gran deseo de volver a hundir sus raíces en la tierra, porque esa era su verdadera vida. Ahora se está muriendo. Separado, el árbol no puede existir. Tiene que estar en la tierra, con la tierra, alimentándose de ella. Esto es el amor.

Tu ego se ha convertido en la barrera entre tú y tu tierra: el todo. El hombre está sofocado, no puede respirar, ha perdido sus raíces. Ha dejado de alimentarse. El amor es un deseo de nutrición. El amor es echar raíces en la existencia. Y el fenómeno es más fácil si caes en el polo opuesto; por eso el hombre es atraído por la mujer y la mujer por el hombre. Éste puede encontrar su tierra a través de la mujer y gracias a ella; por su parte, la mujer logra hundir sus raíces gracias al hombre. Son complementarios. El hombre solo es una mitad, con la desesperada necesidad de ser total. La mujer sola es una mitad. Cuando estas dos mitades se encuentran, se mezclan y se fusionan, por primera vez se sienten enraizados, en tierra. Una gran alegría surge en el ser.

No sólo te enraízas en la mujer; es gracias a ella que logras hundir tus raíces en Dios. La mujer es sólo una puerta, el hombre es sólo una puerta. Ambos son puertas de Dios. El deseo de amor es deseo de Dios. Puede que lo entiendas o puede que no, pero el deseo de amor demuestra realmente la existencia de Dios. No hay otra prueba. Porque el hombre ama, Dios es. Porque el hombre no puede vivir sin amor, Dios es.

La urgencia de amar simplemente dice que solos sufrimos y morimos. Juntos crecemos, somos alimentados, satisfechos, contentados.

Y por eso uno tiene miedo al amor, porque en el momento que entras en la mujer pierdes tu ego. La mujer entra en el hombre y pierde su ego.

Ahora bien, hay que entender esto: sólo te puedes enraizar en el todo si te pierdes a ti mismo; no hay otra forma. Te sientes atraído por el todo porque te sientes infralimentado, y luego, cuando llega el momento de desaparecer en el todo, te sientes muy asustado. Tienes miedo porque te estás perdiendo a ti mismo. Retrocedes. Ese es el dilema. Todo ser humano tiene que encararlo, hacerle frente, entenderlo y trascenderlo. Debes entender que ambas cosas están surgiendo de lo mismo. Sientes que sería hermoso desaparecer: sin preocupaciones, sin ansiedades, sin responsabilidades. Quieres formar parte de la totalidad como los árboles y las estrellas. ¡La idea es fantástica! Te abre puertas, puertas misteriosas en tu ser, da nacimiento a la poesía. Es romántico. Pero cuando te metes en ello surge el miedo: «Voy a desaparecer, ¿quién sabe qué será lo próximo que me ocurra?».

Recuerda el río escuchando el susurro del desierto..., dudando quiere ir más allá, quiere encontrar el océano, siente que hay un deseo y que hay un sentimiento sutil, una seguridad, una convicción de que «¿Mi destino es ir más allá?». No se puede dar una razón visible, pero hay una convicción interna: «No voy a terminar aquí. Tengo que ir a buscar algo más grande». Algo en lo más profundo de tu ser dice: «Inténtalo, ¡inténtalo con más fuerza! Y trasciende este desierto». Y luego el desierto dice: «Escúchame: la única forma es ser evaporado por los vientos. Te llevarán, te llevarán más allá del desierto». El río quiere ir más allá del desierto, pero la pregunta es muy natural: «Entonces, ¿cuál es la prueba y la garantía de que los vientos me permitirán convertirme de nuevo en un río? Una vez que haya desaparecido, no tendré ningún tipo de control. Entonces, ¿cuál es la garantía de que me convertiré nuevamente en el mismo río, la misma forma, el mismo nombre, el mismo cuerpo? Y, ¿quién sabe? ¿Cómo puedo confiar en que una vez que me haya rendido a los vientos me permitirán volver a separarme de nuevo?». Ese es el miedo al amor.

Tú sabes, estás convencido de que sin amor no hay alegría, no hay vida, estás hambriento de algo desconocido, sin satisfacer, vacío. Te sientes hueco, no tienes nada. Eres un contenedor sin contenido. Sientes el hueco, el vacío y la desgracia que conlleva. Y estás convencido de que hay formas que pueden satisfacerte. Pero cuando te acercas al amor surge un gran miedo, surge la duda: si te relajas, si realmente entras en él, ¿seré capaz de regresar de nuevo? ¿Serás capaz de proteger tu identidad, tu personalidad? ¿Merece la pena correr un riesgo así? Y la mente decide no correr ese riesgo, porque al menos eres; malnutrido, sin alimentar, hambriento, miserable, pero por lo menos eres. Desapareciendo en un amor, ¿quién sabe? Tú desaparecerás, y luego ¿cuál será la garantía de que habrá alegría, de que habrá éxtasis, de que estará Dios?

Es el mismo miedo que la semilla siente cuando comienza a morir en la tierra. Es la muerte, y la semilla no puede concebir que surgirá vida de la muerte.

Ésta es la miseria, el dilema, la angustia: el hombre quiere amar, pero tiene miedo de amar. A menos que lo entiendas y te lances a pesar del miedo, no serás capaz de amar. Eso es confianza. Confianza es entrar en algo a pesar del miedo.

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