sábado, 25 de julio de 2015

EL DIOS QUE CREAMOS

Lee la siguiente historia:

El Ídolo Del Rey Loco

Había una vez un rey idólatra violento e ignorante. Un día juró que si su ídolo personal le concedía cierta ventaja en la vida capturaría a las tres primeras personas que pasaran por su castillo y les obligaría a dedicarse a adorar al ídolo.

En efecto, los deseos del rey se cumplieron, e inmediatamente envió soldados al camino principal para que le trajeran a las tres primeras personas que pudieran encontrar Estas tres fueron, casualmente, un erudito, un sayed (descendiente del profeta Mahoma) y una prostituta.

Después de echarlos por tierra delante de su ídolo, el desequilibrado rey les informó de su voto, y les ordenó que se postraran delante de la imagen.

El erudito dijo: «Esta situación indudablemente entra dentro de la doctrina de fuerza mayor. Hay numerosos precedentes permitiéndole a cualquiera presentarse a cumplir con la costumbre si es obligado, sin culpabilidad real o moral por implicarse de alguna forma». De modo que hizo una profunda reverencia al ídolo.

El sayed, cuando fue su turno, dijo: «Como persona especialmente protegida, llevando en mis venas la sangre del santo profeta, mis acciones en sí mismas purifican cualquier cosa que haga, y por eso no hay impedimento a mi acción como exige este hombre». Y se postró delante del ídolo.

La prostituta dijo: «Ay de mí, no tengo ni educación intelectual ni prerrogativas especiales, y por eso tengo miedo de que, hagas lo que me hagas, no pueda adorar a este ídolo, ni incluso simularlo».

La enfermedad del rey se desvaneció inmediatamente con este comentario. Como si por arte de magia viera el engaño de los dos adoradores de la imagen. En ese mismo momento hizo decapitar al erudito y al sayed, y liberó a la prostituta.

Dios no puede ser reducido a una imagen: ese es uno de los cimientos de la experiencia sufí; no diré de la filosofía sufí, porque no hay nada parecido a una filosofía sufí. Es una experiencia, no una especulación. Es una visión.

La visión sufí dice: Dios no puede ser reducido a una imagen, a una metáfora, a un símbolo o signo, a pesar de que la mente humana ha estado tratando durante siglos de reducir a Dios a algo que el hombre pueda adorar, que pueda manejar, que pueda encarar. Ese ha sido uno de los deseos más viejos de la mente humana: colocar a Dios en una categoría humana de modo que Dios pueda ser organizado, manipulado, de modo que Dios pueda estar en tus manos.

Para la experiencia sufí esto es un sacrilegio, esto es un pecado. El esfuerzo mismo de reducir a Dios a una imagen es falsear la realidad.

En primer lugar, ¿por qué queremos reducir a Dios a un ídolo? La misma grandiosidad de la existencia nos desconcierta. La misma inmensidad nos hace sentir que nos estamos cayendo en un abismo.

Por miedo el hombre crea un Dios, un Dios pequeño, pequeño como el hombre. Por miedo el hombre crea a Dios a su propia imagen y luego se siente a gusto. Con la enormidad de la existencia, para sentirte a gusto tendrás que desaparecer. O bien desapareces en el infinito de la existencia o creas a un Dios manejable. Creas un templo en tu casa, reduces a Dios a una imagen; entonces puedes olvidar la enormidad, la grandiosidad, la inmensidad.

Debido al eterno silencio de la existencia, el hombre quiere hacer una canción para cantarla. La canción podría ser de los Vedas o del Corán; no importa. El sonido es consolador, el silencio da miedo. La imagen parece humana, parte del mundo. El Dios sin imágenes es sobrehumano, está más allá de nosotros. A menos que vayamos más allá de nosotros mismos, no podremos encontrar el verdadero Dios.

Para evitar ese encuentro, para evitar la trascendencia, creamos un Dios pequeño a nuestro gusto. Comenzamos a tener diálogos con nuestro Dios creado, hecho por el hombre, manufacturado por la mente humana. Adoramos, rezamos, hacemos rituales y somos felices. Es una especie de sueño, no es una entrada a la realidad. Tus templos son barreras para Dios, no puertas. Pretenden ser puertas, pero no lo son. Tus ideales, tus imágenes, tus filosofías, tus continuos esfuerzos para llenar el vacío de la existencia con palabras, filosofías, sistemas, no hacen otra cosa que crear una falsa seguridad a tu alrededor.

Dios es inseguridad. Estar con Dios es estar en constante peligro. Ir hacia Dios es ir hacia lo desconocido y lo incognoscible. Asusta, da miedo. Uno empieza a perderse, y sientes la necesidad de aferrarte. No quieres mirar hacia la inmensidad. Entonces esos pequeños dioses creados por ti o por tus sacerdotes, que nacen de tu astucia, de tu destreza y habilidad, son de gran ayuda. Son falsos porque tú los has creado.

El verdadero Dios es el que te ha creado, el Dios falso es el que tú has creado. Esa es una de las intuiciones fundamentales del sufismo: el templo tiene que estar vacío, vacío de todo lo que ha sido hecho por el hombre. La oración tiene que ser en silencio, carente de todo lo que el hombre ha creado con palabras. La oración sólo puede ser un diálogo -sin palabras, en silencio- con el infinito. Sólo puede ser una desaparición de tu parte. Sólo puedes disolverte, fundirte, derretirte. Entonces eres trasplantado, llevado, transportado. Entonces los vientos te lle¬van más allá del desierto, más allá del erial de la mente.

Pero para estar listo se necesita un gran coraje. Y el hombre siempre se contenta con marionetas. Todos tus ídolos son marionetas; toma consciencia de este hecho. Y el hombre es muy astuto: puede levantar grandes filosofías alrededor de sus falsedades. Puede defender, discutir, racionalizar. Puede crear tales nubes de lógica que quizá te pierdas en ellas. Así es como se pierde la humanidad. Algunos están perdidos en las nubes del cristianismo, otros en las del islam, otros en las del hinduismo. Pero si profundizas, te darás cuenta de que todas estas personas están especulando, haciendo juegos lógicos, filosofando, dando rodeos y más rodeos. Pero la verdad no se refleja en ellas.

La verdad sólo se refleja en una consciencia meditativa, no en una especulativa: jamás. En el momento que piensas, has tomando el camino equivocado. La verdad es reflejada sólo cuando estás en un estado de no pensamiento, cuando no se mueve nada en tu interior. Cuando no hay ni siquiera un movimiento en el lago interno de tu consciencia, entonces la verdad se refleja en ti, y esa verdad no tiene imagen. La verdad no tiene forma, ni nombre. Todos los nombres son nuestros esfuerzos por comunicamos con el silencio eterno, pero todos esos esfuerzos fracasan.

Los sufíes tienen cien nombres para Dios, no exactamente cien, sino noventa y nueve. Yo los llamo los noventa y nueve nombres de la nada. El verdadero, el número cien, está vacío. Lo que no es dicho, lo que no es provocado, se deja. Se dan noventa y nueve; ¿dónde está el número cien? Ese es el auténtico nombre: el que no puede pronunciarse, el que no puede mentarse. Pronunciarlo sería profanarlo. ¿Cómo puede pronunciarse el nombre esencial? Y una vez pronunciado, ¿cómo puede seguir siendo esencial?

Lao Tzu dice: «No conozco su nombre, nadie lo conoce, por eso le llamaré Tao». Hay que llamarlo de alguna forma, pero ningún nombre es el verdadero. Cuando todos los nombres desaparecen de tu mente y estás ahí sólo observando, siendo, sin hacer nada, tienes el primer vislumbre, la primera penetración del infinito en el infinito. Quedas preñado. La primera penetración del cielo en la tierra, y tu semilla se rompe, y empiezas a crecer. Y ese crecimiento es una especie de suceder; no haces nada, simplemente lo permites. Eso es lo primero que tienes que recordar.

Pero incluso los musulmanes, que han estado en contra de cualquier tipo de adoración a ídolos, han levantado sus propios ídolos. Parece que la mente humana no puede evitar la tentación. Ahora Kaaba y la piedra negra se han convertido en el ídolo. Ahora la gente va a la Kaaba para hajj, en peregrinación. La gente pobre reúne dinero durante toda su vida para ir una sola vez a besar la piedra negra. Pero ¿qué es esto? Es lo mismo.

Sólo a través del silencio llegarás a conocer aquello que es. Sólo a través del estado de no mente entrarás en el auténtico templo.

El auténtico templo no está afuera, eres tú. Si puedes entrar en tu propio ser estarás penetrando en la misma existencia. No hace falta ir a ningún sitio, no hace falta dar ni un solo paso, y no necesitas crear un Dios, porque todo lo que crees será falso.

No hay comentarios:

Buscar este blog