sábado, 14 de junio de 2014

PITAGORAS II PARTE

La práctica de Zenón era tan habitual que sentía tanta confianza -y tenía el genio necesario para confiar- que solía tomar la mitad de los honorarios al principio del aprendizaje y la otra mitad cuando el alumno ganaba su primer debate. Este alumno era extraño, porque le dio la primera mitad pero le dijo que nunca le daría la otra mitad. Zenón dijo: «¿Cómo?» y el alumno le respondió: «¡Nunca voy a discutir! Aceptaré la derrota sin discutir. Puede que pierda todo lo que tengo, pero nunca te voy a dar la otra mitad de los honorarios.»

Zenón esperó, pero aquel hombre no hablaba ni siquiera del tiempo, porque podría empezar una discusión y eso le traería problemas. Y estaba determinado a no pagar los honorarios para darle una lección a Zenón: «Puede que seas un gran lógico, pero hay una posibilidad de elevarse más que tú.»

Zenón no estaba dispuesto a quedarse sentado en silencio. Llevó el caso a los tribunales demandando al alumno: «No me ha pagado la mitad de los honorarios.» Su idea era que si ganaba el caso, entonces diría al tribunal: «Obligad al alumno a pagarme.» Si perdía el caso, ningún problema: abordaría al alumno a la salida del juzgado y le diría: «Has ganado tu primer debate; ¡dame mis honorarios!» Así, ganara o perdiera, iba a conseguir esa segunda mitad de los honorarios.

Pero se olvidó de que se enfrentaba a su propio alumno, que conocía todas sus técnicas y argucias. Desde el lado opuesto el estudiante pensaba: «Así lo tengo controlado: si gano el caso ante el tribunal, apelaré a la corte para que este hombre no me moleste fuera del tribunal, porque eso sería un desprecio al tribunal mismo. Y si pierdo el caso, no hay problema. Iré donde Zenón y le diré: "Maestro, he perdido mi primera discusión; no puedes cobrar tus honorarios.»
Todo el genio de Grecia estaba invertido en esto, en este tipo de ambiente. Pitágoras era muy especial. Se fue de Grecia; no era el lugar adecuado. La gente simplemente se dedicaba a discutir y discutir, pero a nadie la importaba la evolución de la consciencia.

Pitágoras llegó a India, pero se vio atrapado de nuevo: esta vez en la atmósfera budista. Era tan real; aunque Buda había muerto, todo el país palpitaba. Su impresión, su impacto, había sido muy profundo. Cuando Pitágoras llegó a India, todo lo que aprendió lo aprendió en universidades budistas.

Te sorprenderá saber que las universidades budistas son las más antiguas del mundo. Oxford sólo tiene mil años. Nalanda, una de las universidades budistas, y Takshila, otra universidad budista, existieron hace dos mil trescientos años. Fueron destruidas tanto por los hindúes como por los musulmanes.

Las tres «pes» -Purificación, Preparación, Perfección.- proceden de la sabiduría budista. Por supuesto, Pitágoras las hizo más lógicas -tenía una mentalidad griega-, las sistematizó. Pero estas palabras son muy significativas.

Preparación no significa prepararse para un examen oral o escrito. Preparación significa prepararse para un examen existencial; significa entrar más profundamente en la meditación. No podías entrar en esas universidades a menos que fueras meditativo. Y los campus eran muy grandes: Takshila tenía diez mil alumnos y Nalanda doce mil.

Preparación significa abandonar todos tus condicionamientos, todos tus prejuicios, abandonar lo que crees que sabes y que no sabes: hacerte tan inocente como puedas. Tu inocencia será la preparación, lo que te permitirá entrar en el campus universitario.

Después la purificación... En la preparación abandonas los condicionamientos impuestos por la sociedad, los prejuicios con los que te educaron o que aprendiste del entorno; es conocimiento prestado de una forma u otra. Te haces como un niño.

Por eso la preparación sólo quita las capas que la sociedad ha puesto en tu mente. Pero con tu naturaleza, con tu nacimiento, has traído tantos instintos inarmónicos que se hace necesaria una purificación.

Tienes que entender que la competición carece de sentido. Tienes que meditar profundamente y reconocer que no te pareces a ninguna otra persona. La competición sólo puede darse entre gente similar, y cada persona es diferente, única.

Una vez que desaparece la mentalidad competitiva, cambian muchas cosas en ti; dejas de sentir celos. Si alguien tiene un rostro muy bello, si alguien tiene más dinero o si alguien tiene un cuerpo más fuerte, simplemente aceptas el hecho de que algunos árboles son altos y otros bajos, pero la existencia los acepta a todos.

La desaparición de la competitividad también te ayudará a librarte de la avaricia. La gente acumula sin cesar: quieren una posición mejor que la tuya, tener más dinero que tú, tenerlo todo mejor que tú. Y echan a perder toda su vida en ese empeño.

La purificación es casi como atravesar un fuego de comprensión en el que todo lo instintivo y lo inarmónico se quema. Y es una experiencia muy gratificante ver que sólo se quema lo inarmónico. Lo que es hermoso florece. En la purificación pierdes todo rastro de odio, y en su lugar, de repente, surge un manantial de amor; como si la roca del odio hubiera impedido que brotara el manantial.

Cuando la purificación se completa, cuando se completa del todo, no queda ni una esquina de tu ser en la oscuridad, todo está a la luz, fresco, fragante...

Lo que nosotros llamamos el hombre despierto, el iluminado, es lo que Pitágoras llama perfección. Simplemente es otro nombre: el hombre perfecto.

Los dos primeros pasos tienes que hacerlos; el tercero es el resultado último de los anteriores.

En estas tres sencillas palabras se ha condensado toda la alquimia de la transformación humana.

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