Se dice que cuando clavaron a Jesús en la cruz él no sintió ningún dolor. Y pudo decir sus últimas oraciones. ¡Es difícil de creer lo que dijo Jesús en sus últimos momentos, sangrando y desnudo, herido de espinos, con las manos clavadas!
Jesús dijo: “Perdónalos, porque no saben lo que hacen.” Debéis de haber oído esta frase. Y todas las gentes de todo el mundo que creen en Cristo la repiten continuamente. La frase es muy sencilla. Jesús dijo: “Señor, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Las personas que leen esta frase suelen entender que Jesús dice que aquellas pobres gentes no sabían que estaban matando a un hombre bueno como era él.
No: aquello no era lo que quería decir Jesús. Lo que quería decir Jesús era lo siguiente: “Estas gentes insensibles no saben que la persona a la que están matando no puede morir. Perdónalos, porque no saben lo que hacen. Hacen algo imposible: están cometiendo el acto de matar, que es imposible.”
En concreto, en la vida no hay lugar en ninguna parte para la muerte, lo creemos porque siempre nos persigue el pensamiento de nuestra propia muerte. ¿Por qué nos preocupa tanto el pensamiento de nuestra muerte? Estamos vivos ahora mismo; por lo tanto, ¿por qué tenemos tanto miedo a la muerte? ¿Por qué nos asusta tanto morir? En realidad, detrás de este miedo hay un secreto que debemos comprender.
Detrás de ello hay una cierta aritmética, y esta aritmética es muy interesante. Nunca nos hemos visto morir a nosotros mismos. Hemos visto morir a otros, y eso refuerza la idea de que también nosotros tendremos que morir. Por ejemplo, una gota de lluvia vive en el mar con otros millares de gotas, y un día los rayos del sol caen sobre ella y se convierte en vapor, desaparece. Las demás gotas creen que ha muerto, y tienen razón, porque han visto a la gota hace poco y ahora ha desaparecido. Pero la gota existe todavía en las nubes. Pero ¿cómo van a saberlo las demás gotas hasta que ellas mismas se conviertan en la nube? Para entonces, aquella primera gota habrá caído al mar y se habrá convertido en gota de nuevo. Pero ¿cómo pueden saber esto las demás gotas hasta que ellas mismas emprendan ese viaje?
Cuando vemos morir a alguien de nuestro entorno creemos que las personas ya no existen, que ha muerto una persona más. No nos damos cuenta de que esa persona, sencillamente, se ha evaporado, ha entrado en lo sutil y, a continuación, ha emprendido un nuevo viaje: es una gota que se ha evaporado para convertirse de nuevo en gota. ¿Cómo vamos a verlo? Lo único que nos parece es que se ha perdido una persona más, que una persona más está muerta. Así, todos los días muere alguien; todos los días se pierde alguna gota. Y poco a poco nos invade la certeza de que también nosotros tendremos que morir, de que “también yo moriré”. Después nos domina un temor: “Moriré”. Este temor nos domina porque estamos mirando a los demás. Vivimos observando a los demás, y éste es nuestro problema.
Cuando miramos las caras de los demás y observamos nuestra propia realidad, entonces es cuando cometemos un gran error. Y en nuestra visión de la vida y de la muerte interviene la misma aritmética errónea. Habéis visto morir a otros, pero nunca os habéis visto morir a vosotros mismos. Vemos las muertes de otras personas, pero nunca llegamos a saber si algo de esas personas sobrevive. Como nos quedamos inconscientes en esos momentos, la muerte sigue siendo una extraña para nosotros. Por lo tanto, es importante que entremos voluntariamente en la muerte. Cuando una persona ve la muerte una sola vez, se libera de ella, triunfa sobre la muerte. En realidad, no tiene sentido decir que ha vencido, porque no hay nada que vencer. Entonces la muerte se vuelve falsa; entonces la muerte, sencillamente, no existe.
Si una persona tiene que sumar dos y dos y escribe “cinco” como respuesta, al día siguiente descubre que dos y dos son cuatro, ¿podría decir que ha triunfado sobre el cinco y lo ha convertido en el cuatro? Diría, más bien, que no se trataba de triunfar: ¡no había cinco! El cinco era un error suyo, una ilusión suya; su cálculo era erróneo; el total era cuatro: él lo había entendido como cinco, y aquél era su error. Cuando uno aprecia el error, allí termina la cuestión. Aquella persona no podría decirse: “¿Cómo puedo quitarme de encima el cinco? Ahora veo que dos y dos son cuatro, pero antes había obtenido un cinco como suma. ¿Cómo puedo liberarme del cinco?” La persona no pediría esa liberación, porque en cuanto uno descubre que dos y dos son cuatro, allí termina la cuestión. Ya no hay ningún cinco. Por lo tanto, ¿de qué hay que liberarse?
No tenemos que liberarnos de la muerte ni tenemos que triunfar sobre ella. Lo que necesitamos es conocer la muerte. El mismo hecho de conocerla se convierte en libertad; el conocimiento mismo se convierte en la victoria. Por eso dije antes que conocer es poder, que conocer es libertad, que conocer es victoria. El hecho de conocer la muerte hace que se disuelva; entonces, de pronto y por primera vez, nos conectamos con la vida.
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