sábado, 11 de septiembre de 2010

CONOCER A DIOS

El que no es capaz de conocer a Dios dentro de su propio yo nunca puede conocerlo de ningún modo. El que no ha reconocido todavía a Dios dentro de su propio yo no es capaz de reconocerlo en los demás. El yo es lo más próximo que tenéis; cualquiera que esté a cierta distancia de vosotros estará más lejos de vosotros que el yo. Y si no sois capaces de ver a Dios en vuestro propio yo, que es lo que tenéis más próximo, tampoco podréis verlo de ninguna manera en los que estén lejos de vosotros. Debéis conocer a Dios en primer lugar en vuestro propio yo; el que conoce tendrá que conocer, primero, lo divino: es la puerta más próxima.

Pero, recordadlo: es muy interesante que el individuo que entra de pronto en su yo encuentra de pronto la entrada de todo. La puerta que conduce al propio yo es la puerta que conduce a todo. En cuanto una persona entra en su yo, descubre que ha entrado en todo, porque, aunque somos diferentes externamente, internamente no lo somos.

Externamente, todas las hojas son diferentes entre sí. Pero si una persona fuera capaz de penetrar en una sola hoja, llegaría a la fuente del árbol, donde todas las hojas están en armonía. Cada hoja, vista por separado, es diferente; pero cuando hayáis conocido una hoja en su interioridad habréis llegado a la fuente de la que emanan todas las hojas y en la que se disuelven todas las hojas. El que entra en su yo entra, simultáneamente en todo.

La diferencia entre “tú” y “yo” sólo se mantiene mientras no hayamos entrado en nuestro propio yo. El día en que entremos en nuestro yo, desaparece el yo, y también el tú. Lo que queda entonces es el todo.

En realidad, “el todo” no significa la suma del tú y el yo. El todo es donde nos hemos disuelto tú y yo, y lo que queda después es el todo. Si el yo no se ha disuelto todavía, entonces podemos sumar “yos” y “tús”, pero el total no será igual a la verdad. Aunque sumemos todas las hojas, no aparece un árbol, aunque se le hayan sumado todas las hojas. El árbol es algo más que la suma de todas las hojas. Cuando sumamos una hoja a otra, estamos suponiendo que cada una es independiente. Pero un árbol no está compuesto de hojas independientes, en absoluto.

Así pues, en cuanto entramos en el yo, éste deja de existir. Lo primero que desaparece cuando entramos en el interior es la sensación de ser una entidad independiente.

Ni siquiera es correcto llamarlo “el todo”, porque “el todo” tiene también la connotación del viejo “yo”. Por eso, los que saben no quieren siquiera llamarlo “el todo”. Ellos dirían: “¿De qué es suma ese todo? ¿Qué es lo que estamos sumando?” Además, ellos afirmarían que sólo queda el uno. Aunque quizá dudasen en decir eso siquiera, porque la afirmación del uno da la impresión de que hay dos: da a entender que el “el uno” no tiene significado por sí solo, sin la noción correspondiente del dos. El uno sólo existe en el contexto del dos. Por lo tanto, los que tienen una comprensión más profunda no dicen siquiera que queda el uno; dicen que queda el advaita, la no dualidad.

Existen dos tipos de ilusiones en el mundo: la primera es la ilusión de la materia; la segunda es la ilusión del yo, del ego. Ambas son básicamente falsas, pero sólo acercándose a ellas se hace uno consciente de que no existen. Cuando la ciencia se va acercando a la materia, la materia desaparece; cuando la religión nos acerca al yo, el yo desaparece. La religión ha descubierto que el yo no existe, y la ciencia ha descubierto que la materia no existe. Cuando más nos acercamos, más nos desengañamos.

Por eso digo: pasad dentro; mirad de cerca: ¿hay algún yo dentro? No os pido que creáis que vosotros no sois el yo. Si lo creéis, se convertirá en una creencia falsa. Lo que os digo es que paséis dentro, que miréis, que reconozcáis quiénes sois. El que mira dentro y se reconoce a sí mismo descubre: “Yo no estoy” En tal caso, ¿quién está dentro? Si yo no estoy, entonces debe estar allí algún otro. El hecho de que “yo no estoy” no significa que allí no esté nadie, porque tiene que haber alguien allí, aunque solo sea para que reconozca la ilusión.

Si yo no estoy, ¿quién está allí? La experiencia de lo que queda después de la desaparición del yo es la experiencia de Dios. La experiencia se vuelve expansiva inmediatamente: al dejar caer al yo, también cae el “tú”, también cae el “él”, y sólo queda un océano de conocimiento. En este estado veréis que sólo Dios es. Por tanto, puede parecer erróneo afirmar que Dios es, porque resulta redundante. Es. En realidad, también llamamos a Dios “lo que es”. “Dios” Significa: “existencia”.

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