sábado, 14 de abril de 2012

LA LEY DEL EFECTO CONTRARIO


En Occidente, hace sólo unos años, hubo un hipnotizador francés, Emile Coué, que redescubrió una de las leyes básicas de la mente humana. La llamó «la ley del efecto contrario». Por ejemplo, si no tienes sueño ¿qué harás? Tratarás de dormirte; harás esfuerzos, harás esto y aquello, pero todo lo que hagas tendrá justo el efecto contrario; no traerá lo que necesitas. Ocurrirá justo lo contrario, porque cualquier actividad, cualquier esfuerzo, irá en contra del sueño. Dormir es una relajación. No puedes provocarlo, no puedes hacer nada para que ocurra; no forma en absoluto parte de tu voluntad. Dormir es entrar en el inconsciente y tu voluntad es simplemente un fragmento de la consciencia. Cuando entras en el inconsciente, en lo profundo, dejas en la superficie la parte que es consciente, el fragmento que es la voluntad. No puedes llevar tu superficie a la profundidad, no puedes llevar tu circunferencia al centro.

Por eso cuando haces esfuerzos para dormir, estás haciendo algo autodestructivo. Estás haciendo algo que se convertirá justo en lo opuesto; te despertarás aún más. La única manera de entrar en el sueño es no hacer nada.

Si no viene, no viene. Espera... ¡No hagas nada! De otra forma lo alejarás aún más y crearás una distancia. Simplemente espera, apaga la luz, cierra los ojos, relájate y espera. Cuando llega, llega. No puedes provocarlo con ningún acto de tu voluntad; la voluntad está en contra del inconsciente.
Y esto ocurre con muchas cosas de la vida: que ocurre justo lo contrario. Si quieres estar en silencio, ¿qué harás?; porque el silencio es como el sueño. No puedes forzarlo. Sólo puedes permitir que ocurra, es un dejarse llevar, pero no hay forma de producirlo. ¿Qué harás si quieres estar en silencio? Si haces algo estarás aún menos en silencio.
Si quieres estar tranquilo, ¿qué harás?; porque quietud significa no-hacer.

!Solamente flotas, solamente te relajas! Y cuando digo que solamente te relajas, quiero decir solamente. No hay que usar ningún método para relajarse, porque cualquier método significaría de nuevo que estás haciendo algo. Hay un libro que se titula: “¡Tienes que relajarte!” Y el «tienes que» va justamente en contra de la relajación; el «tienes que» no se debería incorporar, si lo haces así te pondrás más tenso. Esta ley fue descubierta por Emile Coué, quien dijo: «Deja que las cosas ocurran, no las fuerces». Hay cosas que se pueden forzar; todo lo que pertenece a la mente consciente se puede forzar. Pero hay cosas que no: todo lo que pertenece al inconsciente, a tu profundidad, no se puede forzar.

Ocurre muchas veces: intentas recordar un nombre o un rostro y no lo consigues, aunque sientes que lo tienes justo en la punta de la lengua. La sensación es tan intensa que te parece que va a llegar en cualquier momento y tratas de que te venga a la memoria. Y cuanto más lo intentas, menos te viene. Hasta empiezas a sospechar si esta sensación es real. Pero lo sientes; todo tu ser te dice que está ahí, justo en la punta de la lengua. ¿Pero por qué no te viene si está justo ahí? No te saldrá. Hagas lo que hagas, no te saldrá.

Entonces te sientes frustrado, te desesperas y te olvidas del asunto. Sales al jardín y te pones a trabajar en él, o te pones a leer el periódico o enciendes la radio y escuchas música; y de repente te viene a la memoria. ¿Qué ha ocurrido?

Pertenecía al inconsciente, estaba en lo profundo de ti. Y cuanto más lo intentabas, más difícil se hacía; y cuanto más lo intentabas más se perturbaba el inconsciente.

Entonces todo se volvió un caos, todo se removió. Estaba ahí, justo en la punta de la lengua, pero al tú estar tan activo intentando recordarlo... estabas usando la voluntad, y la voluntad no puede traer las cosas de tu profundidad. Sólo a través de la rendición puedes hacerlo, sólo cuando te dejas llevar.

Recuerda, con el inconsciente la voluntad no sirve para nada; no es que no sirva para nada sino que además resulta peligrosa, perjudicial.

Lao Tse, Chuang Tzu, Bodhidharma y Sosan... son los maestros de esta ley del efecto contrario. Y esta es la diferencia entre el yoga y el zen. El yoga hace toda clase de esfuerzos y el zen no hace ninguno; y el zen es más auténtico que cualquier yoga. Pero el yoga te atrae, porque en lo que a ti concierne hacer es fácil; por muy duro que sea, hacer es fácil. No-hacer es difícil.

En Dios no hay expertos ni autoridades; no puede ser, porque no es una cuestión de saber cómo, de hacer, sino de relajarte en tu ser. Lo más importante te ocurrirá sólo cuando tú no estés ahí. Así que, lo que sea que hagas queriendo, será la propia barrera. Cuando medites hazlo, pero no a base de voluntad. No las fuerces; es mejor que dejes que ocurran. Flota en ellas, abandónate en ellas. Déjate absorber, no pongas tu voluntad. No manipules, porque al manipular te divides, te conviertes en dos: el manipulador y el manipulado. Y una vez que eres dos, inmediatamente se crean el cielo y el infierno; entonces se abre una distancia enorme entre tú y la verdad.
No manipules, deja que las cosas ocurran.

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