sábado, 8 de marzo de 2014

ACEPTAR PARA TRASCENDER LA MENTE

Lo fundamental que tienes que entender es que tú no eres la mente: ni la brillante ni la oscura. Si te identificas con la parte hermosa, entonces es imposible desindentificarse de la parte desagradable; son las dos caras de la misma moneda. Puedes quedarte con todo o puedes deshacerte de ello, pero no puedes dividirlo.

Y toda la ansiedad del ser humano surge porque quiere elegir lo que parece hermoso y brillante; quiere elegir todos los rebordes dorados y dejar atrás la nube oscura. Pero no sabe que los rebordes dorados no pueden existir sin la nube oscura. La nube oscura es el trasfondo, absolutamente necesario para que surjan los rebordes dorados.

Elegir es ansiedad.

Elegir es crearte problemas.

Permanecer sin elección significa que la mente está allí y tiene un lado oscuro y otro lado luminoso; ¿y qué? ¿Qué tiene eso que ver contigo? ¿Por qué preocuparte por ello?

En el momento en que no eliges, toda preocupación desaparece. Surge una gran aceptación, y así es como tiene que estar tu mente, esa es la naturaleza de la mente; y no es tu problema, porque tú no eres la mente. Si fueras la mente, no habría habido ningún problema en absoluto. ¿Entonces quién elegiría y pensaría en trascender? ¿Y quién intentaría aceptar y comprendería la aceptación?

Estás separado, totalmente separado. Sólo eres un testigo y nada más.

Pero estás siendo un observador que se identifica con cualquier cosa que le resulta agradable y se olvida de que lo desagradable vendrá detrás como una sombra. El lado agradable no te problematiza, sino que te alegra. El problema surge cuando su opuesto polar se afirma; entonces te sientes desgarrado.

Pero tú eres el que ha provocado todos los problemas. Cayendo de la posición del testigo, te identificas. La historia bíblica de la caída es sólo una ficción. Ésta es la caída real: la caída de ser un testigo a identificarse con algo y perder la observación.

Inténtalo de vez en cuando: deja que la mente sea lo que es. Recuerda que no eres ella. Y te vas a llevar una gran sorpresa. A medida que te identificas menos, la mente empieza a perder poder, porque su poder procede de tu identificación; te chupa la sangre. Pero cuando comienzas a sentirte alejado y desvinculado, la mente empieza a disminuir.

El día que dejas completamente de identificarte con la mente, incluso por un momento, hay una revelación: la mente simplemente muere; ya no está allí. Antes estaba tan llena, era tan continua -día tras día, dormido, despierto, siempre estaba allí- y de repente ya no está. Miras a tu alrededor y encuentras un vacío, una nada.

Y con la mente desaparece el yo. Entonces sólo queda cierta cualidad de consciencia que carece de un «yo» en ella. Como mucho puedes decir que es algo parecido a una cualidad de ser, una «soy-dad» [seidad], pero no es una «yo-idad». Para ser aún más preciso, es una «es-idad» porque incluso en la «soy-idad» queda alguna sombra del «yo». En el momento en que sabes que es una «es-idad», ya se ha hecho universal.

Con la desaparición de la mente, desaparece el yo. Y desaparecen muchas cosas que eran tan importantes para ti, que era tan problemáticas para ti. Intentabas resolverlas y se hacían cada vez más complicadas; todo se convertía en un problema, una ansiedad, no parecía haber ninguna salida.

La mente sólo es una procesión de pensamientos que pasan ante ti en la pantalla cerebral. Eres un observador. Pero empiezas a identificarte con las cosas hermosas: son los sobornos. Y una vez que te identificas con las cosas hermosas también estás atrapado en las cosas desagradables, porque la mente no puede existir sin dualidad.

La consciencia no puede existir con dualidad, y la mente no puede existir sin dualidad.

La identificación es la causa raíz de tu miseria.
Y cada identificación es una identificación con la mente. Quédate a un lado, deja pasar la mente.

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