sábado, 19 de septiembre de 2020

DESAPARECER EN EL TODO

Este disolverse con el todo, este desaparecer en el cosmos, no se puede enseñar. Puedes aprenderlo, pero no se puede enseñar. Por eso Lieh Tzu y otros maestros taoístas no predican nada, no tienen nada que predicar. Ellos hablan con parábolas. Tú puedes escuchar el relato, y si lo escuchas realmente, algo se abrirá en ti como si fuera una explosión. Por tanto, todo depende de tu forma de escuchar. 

El propio Lieh Tzu estuvo en silencio, sin hacer nada, aprendiendo a estar en silencio, aprendiendo a ser pasivo, a ser receptivo, aprendiendo a ser femenino; así es como se convierte uno en un discípulo. 

Déjame decírtelo: no hay maestros sólo hay discípulos, porque esto es algo que no se puede enseñar. Entonces, ¿por qué se dice que hay maestros? El Buda no te puede enseñar, Lieh Tzu no te puede enseñar; entonces, ¿por qué se les llama maestros? Por el contrario, si hay un discípulo, él aprende. Por tanto, un maestro no es alguien que te enseña; un maestro es alguien en cuya presencia tú puedes aprender. Permite que se conozca la diferencia: un maestro no es alguien que te enseña, porque no hay nada que enseñar. Un maestro es alguien en cuya presencia es posible aprender. 

Un buscador acudió a Jalaluddin Rumi, el místico sufí y le dijo: -¿Me enseñarás? ¿Me enseñarás, maestro? Jalaluddin le observó y contestó: -¿Me dejarás enseñar? -¿Por qué no habría de dejarte enseñar? –respondió el hombre-. He venido a aprender. -Porque esto es lo más importante; ¿me dejarás enseñar? –dijo Jalaluddin-. De otra manera no puedo enseñar, porque, en realidad, no es posible enseñar, sólo es posible aprender. Si lo permites, entonces el aprendizaje florecerá. 

Lieh Tzu estuvo con su maestro durante muchos años, sentado en silencio, sin hacer nada, volviéndose más y más pasivo. Llegó el día en que se volvió absolutamente silencioso; no había un vestigio de pensamiento en su ser, ni una ola. Su energía estaba completamente presente, era un embalse, un lago plácido sin olas, sin un soplo del viento; entonces lo entendió. Es algo que se produce en sólo un momento. 

La verdad no es un proceso, es un acontecimiento. No es gradual, no necesita tiempo para producirse. El tiempo, cuando es necesario, es un tiempo necesario para ti, porque ahora mismo no puedes estar en silencio. Si puedes estar en silencio, cabe la posibilidad de que se produzca ahora mismo. Siempre se produce en silencio. ¿Qué se produce en silencio? Cuando estás en silencio no eres, los límites se disuelven, eres uno con la totalidad. 

Permíteme contarte un cuento taoísta. -Maestro, lo he conseguido –dijo un discípulo de Lao Tzu. -Si dices que lo has conseguido –contestó Lao Tzu- entonces, es seguro que no lo has conseguido. El discípulo esperó durante meses. Entonces, un día dijo: -Estabas en lo cierto, maestro. Ahora, eso se ha conseguido. Primero había dicho “lo he conseguido” y el maestro lo denegó. Luego, después de unos cuantos meses, un día se abrió algo en él como una explosión, así que manifestó: “eso se ha conseguido”. 

Lao Tzu le miró con gran compasión y amor, y le acarició la cabeza. Le dijo entonces: -Ahora está bien. Cuéntame pues, qué ha sucedido. Me gustaría escucharlo ahora. ¿Qué ha sucedido? -Hasta el día en que dijiste “Si dices que lo has conseguido, entonces es seguro que no lo has conseguido”, estaba esforzándome. Estaba haciendo todo lo que podía. Estaba intentándolo duramente. El día en que dijiste: “si dices que lo has conseguido, entonces no lo has conseguido”, lo entendí. ¿Cómo puedo “yo” conseguirlo, si el “yo” es la barrera? Así que tuve que dejar que sucediera. 

Eso puede ser conseguido y los taoístas incluso lo llaman “eso”. Ellos no dicen “él”; ellos no dicen “ella”; ellos no dicen “Dios padre”. Ellos no le dan un nombre personal; simplemente dicen “eso”. “Eso” es impersonal, es el nombre del todo: “Tao” quiere decir “eso”. -El Tao se ha conseguido –dijo-, y llegó sólo cuando yo no estaba allí. Lao Tzu dijo: -Cuéntale a los otros discípulos en qué situación se produjo aquello. -Lo único que puedo decir es que yo no era bueno, no era malo, no era un pecador, no era un santo, no era esto, no era aquello, no era nadie en particular cuando sucedió eso –respondió el discípulo-. Yo estaba simplemente en una actitud pasiva, en una tremenda actitud pasiva; era nada más que una puerta, una apertura. Ni siquiera lo había invitado, porque incluso la invitación habría ido con mi firma. Ni siquiera lo había invitado… En realidad me había olvidado de eso por completo. Estaba sentado, nada más. Ni siquiera estaba buscando, preguntando, averiguando. Yo no estaba allí, y de repente eso me desbordó. 

Así es como sucede. A ti te puede suceder si te vuelves más y más pasivo. El Tao es el camino de lo femenino. Las demás religiones son agresivas, las demás religiones están más orientadas hacia lo masculino. El Tao es más femenino. Y recuerda: la verdad sólo viene cuando te encuentra en un estado femenino de consciencia; nunca de otra forma. 

Tú no puedes conquistar la verdad. Esto es una tontería; ni siquiera vale la pena pensar en ello, en que puedas conquistar la verdad. ¡La parte conquistando al todo! 

La parte sólo puede permitir, la parte sólo puede dejarse llevar. Este dejarse llevar se dará si puedes hacer una cosa: deja de aferrarte al conocimiento, deja de aferrarte a las filosofías, deja de aferrarte a las doctrinas, a los dogmas. Deja de aferrarte a las iglesias y a las religiones organizadas, o de otra forma tendrás falsas concepciones, y estas falsas concepciones no dejarán que la verdad entre en ti. 

Una hermosa parábola: Las golondrinas se posaban en fila a lo largo de los aguilones de la granja, parloteando unas con otras con inquietud, hablando de muchas cosas, pero con el pensamiento puesto sólo en el verano y en el sur, pues se acercaba el otoño y el viento del norte estaba a punto de llegar. Y de repente, un día desparecieron todas. Todo el mundo habló entonces de las golondrinas y del sur. -Creo que me iré al sur el próximo año– dijo una gallina. El año se terminó y regresaron las golondrinas. 

El año se terminó y se posaron otra vez en los aguilones, y en todo el corral se hacían comentarios sobre el viaje de la gallina. Y una mañana muy temprano, con el viento del norte, súbitamente las golondrinas se echaron a volar mientras sentían el viento en sus alas y una fuerza les llegaba junto con el misterioso, antiguo conocimiento y una fe más que humana. 

Se remontaron entonces hacia lo algo y abandonaron el humo de nuestras ciudades. -Creo que el viento es el adecuado– dijo la gallina, así que extendió sus alas y salió corriendo del corral. Continuó luego aleteando en dirección a la carretera y siguió un trecho más abajo hasta que llegó a un jardín. Al atardecer regresó jadeante. En el corral contó a los pollos y gallinas cómo había ido hacia el sur hasta llegar a la autovía y cómo había visto pasar el tráfico del mundo y llegado luego a campos donde crecen las patatas. Había visto además los rastrojos que dan de vivir a los humanos y, entonces, al final del camino, había encontrado un jardín sembrado de rosas, de bellas rosas, y al jardinero mismo allí presente. -¡Qué cosa más interesante– dijeron las aves del corral, y qué descripción tan hermosa, ¡de verdad! 

Pasó el invierno y los meses amargos se alejaron dando paso a la primavera, y con ella a las golondrinas que llegaron otra vez. Las aves de corral no aceptaron entonces que hubiese un mar en el sur. -Tendrían que escuchar a nuestra gallina– alegaban. La gallina se ha convertido ahora en la que sabe. Sabe qué hay en el sur, pero ni siquiera ha salido del pueblo, sólo ha recorrido una corta distancia camino abajo. El intelecto es una gallina. No puede ir muy lejos. Pero una vez la gallina sabe algo, te pone sobre aviso; se convierte en un obstáculo. 

Abandona tu intelecto, y no perderás nada. Carga con tu intelecto, y lo perderás todo. Abandona tu intelecto, y sólo perderás tu prisión, tu falsedad. Abandona tu intelecto, y tu consciencia se remontará súbitamente hacia lo alto, desplegará sus alas… y podrás ir al mismo sur, a los mares abiertos a los que perteneces. El intelecto es un agobio para el hombre. 

Una última cosa antes de adentrarnos en la parábola: el Tao empieza con la muerte. ¿Por qué? Para empezar, hay algo muy significativo. El Tao dice que si entiendes la muerte lo entenderás todo, porque con la muerte tus límites se desvanecerán. Con la muerte, tú desaparecerás. Con la muerte, el ego será abandonado. Con la muerte, la mente ya no estará presente. Con la muerte todo lo que no es esencial será abandonado, y sólo permanecerá lo esencial. 

Si puedes entender la muerte, serás capaz de entender en qué consiste el Tao, en qué consiste el camino sin sendero, porque la religión también es una forma de morir, el amor es también una forma de morir, la oración es también una forma de morir. La meditación es una muerte voluntaria. La muerte es el fenómeno supremo. Es la culminación de la vida, el crescendo, la cumbre más alta. 

Tú conoces sólo una cumbre y esa cumbre es la del sexo, la cumbre más baja de los Himalayas. Sí, es una cumbre, pero la más baja; la muerte es la más alta de las cumbres. El sexo es nacimiento: es el comienzo de los Himalayas, la cumbre más baja. Lo más elevado no es posible precisamente al comienzo. Poco a poco, las cumbres se hacen más elevadas, y finalmente llegan al máximo. La muerte es lo máximo, el sexo es el comienzo. Entre el sexo y la muerte está toda la historia de la vida. La psicología occidental empieza con la comprensión del sexo. La psicología oriental, la psicología de los budas, empieza con la comprensión de la psicología de la muerte. La comprensión del sexo es muy primaria; la comprensión de la muerte es lo supremo. 

Además, al entender la muerte puedes morir conscientemente. Si mueres conscientemente no volverás a nacer; no será necesario. Ya habrás aprendido la lección; no serás devuelto otra vez a la rueda de la vida y de la muerte. Habrás conocido; habrás aprendido. No será necesario que se te envíe otra vez a la escuela: habrás trascendido. Si no captas el significado de la muerte, tendrás que ser devuelto. La vida es un estado de aprendizaje sobre la muerte.

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