domingo, 1 de noviembre de 2020

LA FELICIDAD VERDADERA

Cuando enfocas la vida con la cabeza, y sólo con la cabeza tienes un enfoque parcial; se presentarán malentendidos inevitablemente. Una persona que está intentando “imaginarse” la vida, va a caer con seguridad en una trampa tremenda y no será capaz de salir de ella fácilmente. 

Una vez que empiezas a intelectualizar sobre la vida, comienzas a extraviarte. La vida se tiene que vivir. La vida se tiene que vivir existencialmente y no intelectualmente. El intelecto no es un puente sino una barrera. El enfoque confuciano es un enfoque mental. 

El enfoque taoísta es un enfoque no-mental. Confucio piensa en la vida, Lao Tzu, Chuang Tzu, Lieh Tzu no piensan en la vida porque, según ellos, tú puedes pensar una y otra vez al respecto y no harás más que dar rodeos sin llegar nunca al centro. 

Pensar una y otra vez no es la forma. Ve directamente, se inmediato, mira la vida, no pienses en ella. Recuerda siempre que el menú no es la comida. Puedes estudiar el menú una y otra vez: no te servirá de mucho. Tendrás que comer, tendrás que masticar, tendrás que digerir. Tendrás que estar conectado existencialmente con tu comida, tendrás que absorberla dentro de tu ser y hacerla parte de él. No será de ayuda que estudies solamente el menú o el libro de recetas de cocina. 

El erudito no hace más que estudiar el menú: el erudito sigue siendo una de las personas más hambrientas que hay en la vida. Nunca ha vivido, nunca ha amado, nunca se ha arriesgado. Nunca ha actuado, nunca ha danzado, nunca ha celebrado. No ha hecho más que sentarse y pensar en la vida. El intelectual ha decidido entender primero la vida intelectualmente y luego actuar. Primero tienes que actuar y luego viene la comprensión. Es como si alguien dijese: “Primero tengo que saber qué es el amor y luego amaré”. ¿cómo puedes saber qué es el amor? La única forma consiste en enamorarse; no hay otra forma. Puedes ir a la biblioteca, puedes preguntar a muchas personas, puedes consultar libros, enciclopedias y encontrarás mil y una cosas sobre el amor, pero no amor. Puedes convertirte en un gran erudito, tu mente se puede abarrotar de información, pero la información no es conocimiento. 

 La sabiduría no es información. Ésta te puede engañar, pero no puede engañar a la vida. En lo que respecta a la vida seguirás siendo un desierto: la flor del amor no brotará nunca en tu ser. Lo mismo pasa con todo lo que es significativo. Lo mismo pasa con todo lo que es orgánico. Lo mismo pasa con todo lo que está vivo. 

 Ahora, la parábola: “Sería Lin Lei casi centenario, en plena primavera, se puso su abrigo de piel y se fue a recoger los granos abandonados por los segadores, cantando mientras caminaba a campo través.” Lin Lei es un maestro taoísta, pero los maestros taoístas como él viven una vida muy ordinaria. No viven de una forma extraordinaria, no afirman que son seres especiales, genios con talento, sabios, santos, mahatmas; no afirman nada. Ellos simplemente viven una vida ordinaria porque son seres ordinarios, naturales como los árboles, naturales como los pájaros, naturales como la naturaleza misma. Ellos no son egoístas en absoluto. 

Por ejemplo, si tú quieres encontrar en la India a los mahatmas, es fácil que lo consigas. Pero si fueras a China ancestral y quisieras conocer a un maestro taoísta, nadie sería capaz de decirte dónde puedes encontrar a uno. Tendrías que moverte, vagar por todo el país… y posiblemente, en cierto momento te encontrarías con alguno. Pero eso no será posible a menos que lo hayas experimentado en tu propio ser. A menos que tengas el gusto, el sabor, no serás capaz de reconocer a un maestro taoísta. Lin Lei es un maestro taoísta; muy simple, muy viejo, muy anciano; tiene cien años y está recogiendo los granos que abandonan los segadores. 

Ahora bien, éste es el trabajo más humilde que uno puede encontrar, el más mísero, y aún así… iba “cantando mientras caminaba a campo a través”. El taoísta está siempre feliz porque no busca un motivo; no busca una situación especial para estar feliz. La felicidad es como respirar, la felicidad es como el latido del corazón, la felicidad está en tu ser; no es algo que le acontece. La felicidad no es algo que acontece y no acontece, la felicidad es algo que siempre está allí. Él está lleno de felicidad. La felicidad es el material del que está hecha la existencia, y el taoísta ha entrado en armonía con ella; naturalmente, él se siente feliz. Todo lo que hace, lo hace con alegría. Su felicidad precede a su acción. 

 Algunas veces te sientes feliz, algunas veces te sientes infeliz, porque tu felicidad es condicional. Cuando tienes éxito te sientes feliz, cuando fracasas te sientes infeliz; tu felicidad depende de alguna causa externa. Tú no siempre puedes cantar; incluso cuando cantas, tu canción no siempre tendrá la melodía. Algunas veces será simplemente una delicia y otras sólo una repetición muerta y apagada. Algunas veces, cuando llega el amigo, cuando encuentras un amor, te sientes feliz. Algunas veces, cuando se ha ido el amigo, cuando el amado ya no está, te sientes infeliz. 

Tu felicidad y tu infelicidad han sido producidas por lo externo; no es algo que fluye interiormente, no es algo que te pertenece. Otros te dan y te quitan, las circunstancias te la dan y te la quitan. Algo así no tiene mérito porque sigues siendo un esclavo, no eres el maestro. Los taoístas llaman maestro a una persona cuya felicidad es absolutamente suya. Él se puede sentir feliz independientemente de la situación; en la juventud es feliz, en la vejez es feliz; es feliz como emperador, es feliz como mendigo. Su canción no está contaminada por las circunstancias; su canción es la suya, su canción es su ritmo natural.

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