Entonces tu problema no consiste en porqué tenemos tal resistencia a pensar por nosotros mismos. No puedes pensar por ti mismo porque la visión del bien no forma parte de la mente. Y solo conoces la mente. Por eso es el problema. Puesto que solo conoces lo que genera la mente, no tienes claridad. Tienes centenares de pensamientos circulando continuamente en tu mente. Tienes como hora punta todas las 24 horas del día; son una multitud de pensamientos, las nubes pasan tan rápido que estás completamente oculto detrás de ellas. Tus ojos son casi ciegos. Tu sensibilidad interior está completamente tapada con tus pensamientos.
Por medio de la mente nunca podrás llega a saber realmente qué es bueno y qué es malo, tienes que depender de los demás. Esa dependencia es absolutamente natural puesto que la mente es un fenómeno dependiente. Depende de los demás, todo el conocimiento que tienes es adquirido de los demás.
Todo lo que sabe tu mente viene ya sea de tus padres, maestros, profesores, sacerdotes o de la sociedad en general. Observa bien y verás que no puedes encontrar casi una sola idea que sea tuya, que sea original. Todo es adquirido, la mente vive del conocimiento prestado. En cada situación busca a alguien que la guíe. Toda tu vida está guiada por los demás. Desde el principio, tus padres te dicen que está bien o qué está mal. Después tus maestros o profesores, luego los sacerdotes, después los vecinos… no es que ellos lo sepan, pues ellos también lo tomaron prestado de otras personas.
Ese tomar prestado has sucedido siglos tras siglos, generación tras generación. Toda enfermedad se transmite a la siguiente generación. Es una réplica, un reflejo, una sombra, de la generación de los mayores o antecesores, pero no posee originalidad propia. Por eso necesitas un dios o un guía supremo. No puedes depender de tus padres, pues a medida que maduras comienzas a descubrir algunas falsedades, algunas mentiras. Comienzas a ver que su consejo no era el perfecto, claro, son seres humanos falibles. Pero cuando eras pequeño habías creído en ellos como si fueran infalibles. No era culpa de ellos, era tu inocencia de niño. Ese niño confiaba en su padre, en su madre que le amaban, pero al avanzar hacia la madurez, finalmente llegas a saber que muchas cosas de lo que ellos te decían, necesariamente no era cierto.
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